"Celebramos la Conversión de San Pablo, pero nos cuesta aceptar lo que ella implica" Pikaza: "No aceptamos que la Iglesia sea casa de pobres y excluidos, y así queremos (quisimos) convertirla en hotel vip de gentes de lujo"

Un indigente en la columnata de Bernini, en el Vaticano
Un indigente en la columnata de Bernini, en el Vaticano

Le pasó a la Iglesia primitiva, y nos pasa a nosotros. Celebramos la Conversión de San Pablo, como día de la unión de las iglesias, pero muchos pensamos que sería mejor que no se hubiera convertido

Nos cuesta muchísimo aceptar que no hay judío ni gentil, varón ni mujer, iglesia o no iglesia, pues todo es gracia. En el fondo pensamos que lo nuestro no es  de la vida de Dios, sino que lo merecemos por nuestra piedad o nuestras obras.

Nos cuesta muchísimo aceptar que no existe más ley ni jerarquía, privilegio ni ventaja que la fe, que no es mérito propio,sino confianza radical en Dios y en los demás. Buscamos una seguridad y valor que sea nuestro, porque somos mejores, no por fe en la vida y en la gracia.

Nos cuesta aceptar que el rostro y presencia de Dios en el mundo es un crucificado, "justamente" ajusticiado por la ley, como maldito. Hemos borrado de hecho el oprobio de Jesús y le hemos hecho un personaje noble e importante.

En conclusión: Quizá no nos hemos convertido como Pablo, pensando en el fondo que sería mejor que no se hubiera convertido, "ni caído del caballo" de su mérito y grandeza.

Conversión de San Pablo | artehistoria.com

Quién era

 Según Hch 9, 11; 22, 3, había nacido en Tarso de Cilicia, hacia el año 8 d.C. pero, conforme a Hch 9 y Gal 1, debía vivir en Damasco, donde persiguió en la sinagoga a la que estaba adscrito, a los cristianos de la comunidad helenista, que también formaban parte de esa sinagoga, tomándoles como un peligro para la identidad nacional judía.

 Se llamaba Saúl o Saulo, como el rey israelita; pero, en el contexto de su misión cristiana, adoptó un sobrenombre latino. Paulus o Pablo, que significa Pequeño, y así se le conoce[1].

 - Algunos le han tomado como un impostor fanático, mal converso, enemigo de los antiguos judíos, sus hermanos, inventor del cristianismo organizado, un hombre astuto que divinizó a Jesús y creó una iglesia independiente de Israel, sobre fundamentos de poder (en contra de lo que había querido Jesús y el judaísmo anterior), para dominar de esa manera a sus seguidores.

‒ Otros le siguen viendo como intérprete radical de Jesús, descubridor de su más honda identidad mesiánica, verdadero fundador del cristianismo, añadiendo que se opuso Pedro y a los representantes de la iglesia jerárquica romana, creador de la conciencia individual y de la autonomía moral, sin normas exteriores, sin más principio que la fe y la libre interpretación de la Escritura.

‒ Pero no fue impostor, ni creador del cristianismo, sino un judío apasionado que creyó en Jesús, haciéndose cristiano (mesiánico); no inventó el cristianismo, ni la Iglesia, pero marcó de un modo fuerte su identidad, tras descubrir, por experiencia personal, que Jesús era Cristo de Israel siendo salvador universal.  

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 Era judío de la diáspora (Tarso de Cilicia, en la actual Turquía), defensor de las tradiciones de su pueblo, siendo buen conocedor de la cultura griega y ciudadano del imperio. Era intelectual, pero no teórico, como han podido ser después algunos estudiosos cristianos, sino un trabajador, al estilo de los rabinos judíos. Tenía el oficio de curtidor y/o fabricante de tiendas y lo había ejercido probablemente en Damasco de Siria, su ciudad de residencia, antes de aceptar el evangelio, y lo siguió ejerciendo después de hacerse misionero de Jesús entre los gentiles.[2].

Su problema era la identidad nacional del judaísmo

Pablo de Tarso - Wikipedia, la enciclopedia libre

     En contra de lo que se suele decir, Pablo no parece haber sido un hombre atormentado, con problemas de conciencia. Se sentía bien en el judaísmo nacional y así podía haber continuado, defendiendo la «carne» (Ley o forma de vida nacional), oponiéndose a los seguidores de un crucificado, que dejaban a un lado algunas normas de la Ley nacional, para vincularse mejor con los gentiles.

A juicio de Pablo, esos cristianos destruían la cohesión «nacional» (legal) del judaísmo y negaban la autoridad (dignidad) de Dios, al identificar a su Hijo-Mesías con un crucificado. En ese contexto, por fidelidad “a las tradiciones de sus antepasados” (tôn patrikôn mou paradoseôn: Gal 1, 14), pensó que debía oponerse y perseguir a la comunidad de seguidores de Jesús (diokôn tên ekkêsian: Flp 3,6).

 Tenía miedo de que los judeo-cristianos  (judíos seguidores de Jesús) abandonaran la diferencia nacional judía y por eso fue duro contra ellos. 

Era un hombre externamente seguro de sí, es decir, fundado de un tipo de tradición de sus antepasados (cf. Gal 1, 14). Pero internamente podía estar inseguro, y dese ese fondo de inseguridad interna podría entenderse mejor su experiencia de transformación, que él interpretó como llamada de Dios: 

 Quiero que sepáis, hermanos, que mi evangelio no es de origen humano. Pues no lo recibí de hombres..., sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído mi conducta antigua en el judaísmo... Pero cuando el Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre..., quiso revelar en mí a su Hijo para que lo anuncie a los gentiles… (cf. Gal 1, 11-15). 

 Había perseguido a los cristianos «helenistas» de su ciudad, es decir, de su sinagoga (Damasco), por su forma de extender el judaísmo a los gentiles. Él rechazaba esa misión, esa apertura mesiánica, el hecho de identificar la Palabra/Ley de Israel con un crucificado, con las consecuencias que ello implicaba para la identidad del judaísmo.  

 ‒ Su problema era la Cruz. Según los cristianos, Dios no dice su Palabra (no se dice a sí mismo) a través de un pueblo fuerte (Israel), ni a través de un “cristo” (mesías) triunfador, sino por medio de un crucificado, un fracasado, condenado a muerte por el imperio romano y por la misma ley del judaísmo. Esta es la gran “inversión” que Pablo descubre y rechaza en los cristianos, pues ve en Jesús la historia de un mesías fracasado, lo que le parece fracaso de su propio pueblo.

‒ Su problema era la nación judía. Los cristianos de la iglesia de Damasco seguían siendo judíos, pero lo eran abandonando (superando) su exclusividad nacional, abriendo su forma de vida a los gentiles y teniendo que negar, según ello, un tipo de separación social y religiosa. Pablo no podía aceptar que esa apertura judía se realizara rechazando (y en el fondo negando) un tipo de ley nacional, que a su juicio debía mantenerse para siempre e imponerse sobre todos los pueblos.

Judaísmo de ley y apertura universal

 Estos dos temas (el fracaso de un judaísmo de ley y la apertura universal de Israel por Cristo) se hallaban latentes (al menos como posibilidad) en la vida de Pablo antes de su «vocación» y de su misión posterior cristiana, pero sólo a través de ella lo advierte claramente.  

En esa línea podemos añadir que Pablo se hizo cristiano desde el interior del mismo judaísmo, por «revelación superior», para resolver (resolviendo) los temas que el judaísmo como tal y él mismo como individuo tenían pendientes.  

Pablo no se convierte a otra religión, sino que recibe, dentro del judaísmo, una nueva iluminación, una nueva vocación, de tipo mesiánico y universal, vinculada a Jesús crucificado. Pablo no había conocido al Jesús histórico de Galilea, con su mensaje de Reino, su apertura a los marginados, sus parábolas y sus milagros. No le había conocido, ni en el fondo le interesaba su figura histórica, pues toda su atención estaba centrada en dos cosas. (1) La muerte en Cruz (¿según Ley judía?). (2) Y el mesianismo del Crucificado, opuesto a su mesianismo nacional judío. Desde ese fondo, su nueva vocación se define por dos rasgos esenciales.

‒ Pablo descubre y afirma que Jesús crucificado es Mesías, Hijo y Palabra de Dios. Éste es su escándalo: Un hombre que ha sido rechazado por el Israel oficial, un pretendiente mesiánico maldecido según Ley (cf. Gal 3, 13) es el Hijo de Dios. Jesús no hubiera sido mesías habiendo “triunfado”. Sería otro tipo de Mesías, por imposición, por Ley. Sería el Mesías emperador o rey, representante de un Dios que domina sobre el mundo por la fuerza, identificando la realidad con el poder.

‒ Jesús es Mesías de un Dios que no es poder impositivo, sino presencia activa, desde la debilidad… Según eso, el mismo Dios de Israel nos lleva a superar un judaísmo de la «carne», es decir, de la Ley nacional. Desde el momento en que se revela, de un modo gratuito, por medio de un crucificado, el Dios de Israel, cumpliendo las promesas de la Escritura del Antiguo Testamento, viene a mostrarse como Señor y Salvador de todos los pueblos.

San Pablo en el escritorio | artehistoria.com

 Pablo afirma que él no ha hecho este descubrimiento por sí mismo, sino por gracia del Dios que se le ha manifestado, haciéndole misionero o apóstol de Cristo entre las naciones. No viene de una Iglesia que le envía como como poderoso (dotado de autoridad), sino del mismo Dios que se le revela como autoridad en Cristo.

Por eso, él no se siente apóstol por mandato eclesial, sino por llamada y decisión del Dios de Israel (cf. Gal 1, 1), para culminar su revelación y fundar la iglesia mesiánica. Ciertamente, su problema está relacionado con su forma de entender la vida de otros hombres y mujeres (judíos, judeo-cristianos, gentiles); pero, en un nivel más hondo, su mensaje viene de Dios, en continuidad con la tradición israelita que ofrece ya su Palabra a todos los pueblos (al mostrarse como Dios de Jesús crucificado). Es Dios el que le ha revelado a su Hijo.

En esa línea, Pablo entiende su experiencia como revelación de Dios, que le llama y transforma, como había llamado transformado a los antiguos profetas de Israel. En la línea de esos profetas, ante el cumplimiento inminente de la obra de Dios por medio de Cristo se sitúa Pablo. De esa forma cree que sólo puede ser ministro del Dios cristiano alguien que ha visto a Jesús como enviado (Hijo) de Dios (cf. 1 Cor 15, 3-8), descubriendo así que el mismo Dios le ha confiado una tarea al servicio de todos los pueblos. De esa forma se sabe y se siente avalado y enviado por Cristo quien se le ha manifestado en Damasco, a través de una experiencia que aparece, por un lado, como pérdida radical (fracaso y ruina de todo lo anterior), y por otro como la más alta de todas las ganancias, pues Jesús se le ha mostrado como Palabra de Dios.

Diego Velázquez - Saint Paul - Google Art Project.jpg

 Pero las cosas que para mí eran ganancia, las he considerado pérdida a causa de Cristo. Y aún más: Considero como pérdida todas las cosas, en comparación con lo incomparable que es conocer a Cristo Jesús mi Señor. Por su causa lo he perdido todo y lo tengo por basura, a fin de ganar a Cristo y ser hallado en él; sin pretender una justicia mía, derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que proviene de Dios por la fe (Flp 3, 7-9). 

            Para interpretar esa experiencia de vocación/conversión (pérdida/ganancia), situándola en el centro de la misión cristiana, ha escrito Lucas un hermoso relato, repetido tres veces (Hch 9, 1-19; 22, 6-16; 26, 12-18), con matices cada vez distintos. Pero el testimonio más directo y claro lo ha ofrecido el mismo Pablo, cuando, en la carta a los Gálatas, responde a la crítica de algunos judeocristianos (quizá del grupo de Santiago), que le llaman apóstol falso, sin autoridad para hablar y fundar comunidades separadas de la Ley, que sigue siendo esencial para entender la revelación de Dios en Cristo.

            Pues bien, para responder a esa crítica, Pablo presenta su nueva llamada (conversión), como encuentro inmediato con Jesús a quien él había perseguido, un Jesús que no es simplemente el Mesías de Israel, sino también el Hijo de Dios, en la línea de lo que habían entrevisto algunas especulaciones y experiencias israelitas de tipo sapiencial. Eso significa que Dios no ha enviado a Jesús como Mesías Hijo de David,para restableceré el reino nacional de Israel, ni para completar (cumplir mejor) la Ley del judaísmo nacional (justificando y avalando lo que Pablo hacía en otro tiempo, cultivando «una justicia propia, derivada de la Ley), sino como Hijo suyo, para revelar su misterio divino (cf. Gal 4, 4), de forma que los hombres, de todos los pueblos, puedan compartir la más alta Justicia de Dios, que se expresa y despliega en la fe, que vincula y justifica a todos los creyentes, judíos o gentiles (cf. Rom 1, 34).

  El judaísmo nacional que había seguido antes Pablo era bueno, pero sólo valía para un pueblo (para el judaísmo) condenando o marginando a los restantes pueblos; en esa línea, el  mesianismo de la ley, tal como lo formulaban los fariseos, tenía elementos buenos, pero sólo valía para los cumplidores de la ley, en línea de talión humano‒divino y no de gracia universal.

            Pablo había sido un buen conocedor y cumplidor de la ley nacional, y sabía que ese tipo de leyes pueden ser buenas, pero son siempre particulares separan a unos de otros, y dejan a todos en manos de sus capacidades humana, de forma que terminan siendo justificaciones de los mismos hombres, no presencia gratuita de Dios (cf. Gal 3-4 y Rom 5-7).

            Las leyes separan, sólo la «justicia superior de Dios», que se ha expresado en Cristo (condenado por la ley) puede vincular y vincula a todos los seres humanos, desde la gracia de Dios, abriendo un un camino de fe, un espacio de escucha y diálogo gratuito entre los hombres y mujeres de todos los pueblos. Este descubrimiento de Pablo, inspirado en textos de vocación profética de la tradición israelita, constituye un testimonio precioso de su conciencia apostólica y su autoridad carismática al servicio de la misión cristiana, como seguiremos viendo: 

Mi conducta anterior en el judaísmo. Lo que Pablo dice de sí mismo resulta esencial para conocer los rasgos principales de su vida y misión posterior. Pablo no inventó el cristianismo, ni creó la iglesia, sino que asumió el mensaje y camino de la comunidad helenista de Damasco, a la que había perseguido, porque, a su juicio, destruían la unidad e identidad nacional del judaísmo. Él había podido pensar que el problema era sólo su relación con los «falsos judíos» partidarios de Jesús crucificado. Pero en un momento dado descubrió que su problema era Dios:

Quién fue San Pablo y qué herencia dejó a la Iglesia? - Opus Dei

           Ya conocéis mi conducta anterior en el judaísmo, cómo perseguía con fuerza a la iglesia de Dios y la asolaba. Y aventajaba en el judaísmo a muchos de los contemporáneos de mi pueblo, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres. Pero cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, quiso revelar en mí a su Hijo, para que lo predicara entre los gentiles... no consulté con nadie... sino que fui a Arabia y volví de nuevo a Damasco (Gal 1, 13-17).

No se hallaba angustiado, ni tenía mala conciencia, sino todo lo contrario: «Yo podría confiar en la carne. Si alguno cree que tiene razón para confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, irreprensible» (Flp 3, 4-6). Parecía seguro y por eso perseguía la Iglesia, que iba en contra de su seguridad, de manera que podía haberse mantenido seguro en el judaísmo tradicional hasta la muerte.

Pero esa misma seguridad externa podía esconder una inseguridad más grande y que por ella perseguía a los cristianos. El tema básico de Pablo no era el mesianismo social judío, ni la ley nacional de Israel, sino el “Hijo de Dios”, es decir, la forma de revelación fundamental de Dios, como ha destacado el texto citado de Gal 1, 16: “Cuando Dios quiso revelar en mí (por mí) a su Hijo”. Ciertamente, el mesías de Israel y su ley nacional son importantes, pero lo más importante es que Dios haya querido “revelarle a su Hijo”…, que la presencia de Dios en el mundo sea un crucifcado.

Pero cuando Dios quiso revelar en mí a su Hijo. En ese contexto se inscribe su descubrimiento de Jesús resucitado, que él ha presentado en forma de confesión pascual, es decir, como experiencia de vocación y misión, más que como «conversión»: «Mi evangelio no es de origen humano. Pues no lo recibí de humanos..., sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído mi conducta antigua en el judaísmo... » (cf. Gal 1, 11-17).

            Pablo perseguía en Damasco a los judíos helenistas, porque habían abierto el judaísmo a los gentiles, rechazando así la visión de un Jesús universal, pues ella destruía el valor de la Ley del judaísmo fariseo que él estaba empeñado en defender. Son precisamente aquellos elementos que después serán el centro de su misión, de manera que podemos afirmar que él conocía bien el cristianismo de los helenistas:

 ‒ Principio teológico. Dios me ha revelado a su Hijo. Éste es el punto de partida del “cristianismo” según Pablo. Después a lo largo de su gran misión y controversia, Pablo se centrará en el Cristo crucificado. Pero aquí, en el primer momento de su “confesión” (conversión) al evangelio, Pablo alude sólo al hecho de que Dios ha querido “revelarle” a su Hijo. La fe vinculada al “hijo de Dios”, es decir, al don de Dios. No puede haber una fe en el Dios separado, en sí, sin rostro… La fe es el descubrimiento del rostro de Dios

Principio cristológico: El Hijo de Dios (mesías de Israel) es Jesús crucificado. Pablo no habla de un Hijo de Dios en la “eternidad”, fuera del mundo, fuera de la historia, sino del Hijo de Dios que es el mismo Jesús crucificado (como pone de relieve Hch 9, 4, cuando identifica al Señor, Hijo de Dios, con el mismo Jesús a quien Pablo persigue).

‒ Principio eclesial: Más allá de la Ley. Desde el momento en que el Hijo de Dios, Mesías de Israel, se identifica con Jesús crucificado tienen que cambiar y cambian todas las coordenadas del judaísmo, de forma que la ley nacional no se puede mantener ya como valor absoluto. En el principio no está la nación judía, ni está la Ley, sino él, el Hijo de Dios. Esta revelación del Hijo de Dios en Pablo es el punto de partida de todo su pensamiento, de toda su vida.

             Eso significa que Pablo conocía bien el cristianismo de los helenistas y pensó que era un riesgo para el judaísmo legal de la rama farisea, en la que él se movía. En esa línea, él sabía quién era Jesús y lo que él significaba. Tuvieron que decirle que era el Hijo de Dios crucificado. Al principio no pudo creerlo. Pero después supo por centro que era cierto: Se lo reveló el mismo Dios, y él lo “vio” (se le apareció Jesús, cf. 1 Cor 15, 8. Por eso, tras convertirse, no tuvo que ponerse a pensar para saber quién era (como si no supiera nada), sino que descubrió por dentro (por revelación de Dios) que era verdad lo que le habían dicho en la Iglesia, a la que él perseguía.

Ciertamente, Pablo puede afirmar que ha visto a Jesús crucificado (cf. 1 Cor 9, 1: 15, 8), pero, en sentido estricto, esa cristo-fanía (manifestación de Cristo) fue un teo-fanía o revelación de Dios. «Pero cuando el Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre... quiso revelarme a su Hijo para que lo anuncie entre los gentiles…» (Gal 1, 11-17). Según eso, Pablo nos sitúa ante la manifestación definitiva del Dios de Israel, que le muestra a su Hijo (que es el mismo Jesús crucificado), confiándole la tarea de anunciar su salvación entre los gentiles.

Pablo se presenta así como el israelita a quien Dios ha confiado su tarea más honda: Anunciar su revelación definitiva, el cumplimiento de la historia de su pueblo, que tiene que morir (en un sentido), como Jesús (tiene que superar un tipo de nacionalismo y de ley cerrada), para que se manifieste su verdad (su salvación) a todos los pueblos.

Ciertamente, esta revelación de Dios a Pablo (que no es una conversión, sino una vocación o llamada misionera) puede contarse y completarse de otras formas, como hace Hch 9, 1-18 (Ananías le bautiza en Damasco) y Hch 13, 1-3 (recibe un tipo de «ordenación» ministerial por parte de la iglesia de Antioquia). Pero en su origen, Pablo se sabe y siente directamente avalado y enviado por el Dios de Jesús (Padre del Cristo) a quien él ha conocido en Damasco. Por eso empieza a proclamar directamente su mensaje (en “Arabia”), aunque sepa que no es el primero, sino que hay otros “cristianos anteriores” con los que quiere mantenerse en comunión, es decir, con Pedro y Santiago.

 NOTAS

[1] El Nuevo Testamento le atribuye tres nombres, cada uno en una lengua: Saúl, Saulo y Pablo. (1) Su verdadero nombre era Saúl, de origen hebreo, como aparece en los relatos de su conversión (Hch 9,4; 22,7; 26,14). Sus padres debieron llamarle así en recuerdo del rey de Israel, que pertenecía a la tribu de Benjamín, igual que Pablo (Flp 3,5). (2) Saulo es una adaptación griega del nombre anterior, como es lógico en un contexto helenista (el cambio entre Saúl y Saulo es muy pequeño). (3) Su tercer nombre es Pablo, con el que aparece siempre en las cartas; Pablo lo tomó probablemente porque la adaptación griega de su nombre (Saulo/Saulos) podía significar en latín algo así como «afeminado», porque ese nombre latino, con sonido parecido (Paulus, Pequeño), ponía de relieve su pequeñez ante Dios y ante la comunidad cristiana, presentándose a sí mismo como el menor de los hermanos.

[2] Siendo misionero de Jesús, pudo haber dejado ese trabajo, ya que era común que los “apóstoles” vivieran de las iglesias que les enviaban o de las donaciones de los patronos que los mantenían. Pero Pablo no utilizó ese derecho (1 Cor 9,14-18), porque no quiso anunciar el evangelio por encargo de otros, sino por mandato de Dios, no siendo así una carga para nadie (2 Cor 11,9). Por eso siguió ganándose la vida como fabricante de tiendas: «Nos agotamos trabajando con nuestras manos» (1 Cor 4, 12).  

Convertido en testigo/apóstol de Jesús y de su evangelio universal, Pablo fundó comunidades de creyentes mesiánicos (seguidores de Jesús Mesías) y apocalípticos (que esperaban la inminente llegada del fin de este tiempo), enraizados en la tradición de las promesas de Israel, como judíos universales, separándose, por tanto, de una interpretación nacionalista del judaísmo. De esa forma creó, en la línea de los cristianos helenistas anteriores (a los que había empezado persiguiendo), una serie de iglesias o comunidades autónomas, liberadas de un tipo de judaísmo nacional (con sus leyes particulares de purezas y comidas), pero en la línea del judaísmo mesiánico, queriendo retomar y culminar así la historia de Israel.

El Papa, ante la tumba de Pedro
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