"El pasaje más importante de la Biblia y de la Iglesia sobre la organización eclesial" Dos o tres reunidos en mi nombre (Mt 18, 15-20): Antes que hubiera obispos o presbíteros

Dos o tres reunidos en mi nombre
Dos o tres reunidos en mi nombre

"Cada comunidad, en diálogo con otras, puede y debe organizarse en línea de evangelio como Iglesia, pues dos o tres reunidos en nombre de Jesús son autoridad para crear iglesia, celebrar la eucaristía y declarar, si fuere necesario, con inmensa pena, la exclusión de aquellos que se excluyen a sí mismos, si es que no perdonan, ni aceptan el perdón, ni quieren ser Iglesia"

"No había obispos y presbíteros (varones ni mujeres), pero había iglesias, comunidades mesiánicas,  autogestionadas desde Cristo, expresando su perdón, actualizando su presencia entre los hombres"

"La primera autoridad cristiana no es la de impartir el bautismo o presidir la eucaristía, sino la de perdonar"

"La comunidad no puede delegar el despliegue de su vida en algunos individuos concretos (obispos/as, presbíteros/as), ni permitir que unos pocos superiores impongan su autoridad sobre los pobres y pequeños, pues al hacerlo negaría su identidad evangélica"

"Desde finales del siglo II, un tipo de iglesia más atenta al estilo jerárquico del entorno socio-cultural, ha vuelto a convertirse en un sistema sagrado muy eficaz, organizado de forma unitaria (desde arriba), pero ha podido perder esta raíz fraterna y evangélica de Mateo"

El templo (2)

Hablé el otro domingo (cf. RD 25.8.20) de la "refundación" de la Iglesia, insistiendo en la función de las mujeres. No trataba allí, ni trato aquí, de la fundación jerárquica, a finales del II y principios del III d.C.,retomada por la Reforma Gregoriana del XI y por la nueva Adaptación Jerárquica del XXI, sino de la fundación originaria, es decir, pre-jerárquica, según el evangelio de Mateo.

    De esa fundación , antes que hubiera obispos o presbíteros habla el evangelio del próximo domingo que es Mt 18, 15-20, día 6.9.20), que es el pasaje más importante de la Biblia y de la Iglesia sobre el tema de la organización eclesial.  Ese pasaje había de  iglesias, comunidades mesiánicas,  autogestionadas desde Cristo, expresando su perdón, actualizando su presencia entre los hombres. Este evangelio, que se divide en tres partes, constituye la "carta magna" de las comunidades cristianas, primitivas y actuales, como seguiré indicando:

Mateo 18:20 Pues donde se reúnen dos o tres en mi nombre, yo estoy allí  entre ellos. | Nueva Traducción Viviente (NTV) | Descargar la Biblia App  ahora

  1. Norma fundante, el perdón (18 15). Y si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano.  16 Si no te escucha, toma contigo a uno o a dos,  pues todo problema se resuelva por dos o tres testigos.  17 Y si no les escucha llama a la iglesia, y si no la escucha, sea para ti como gentil y publicano
  2.  Autoridad comunitaria. Lo que atareis en la tierra (18, 18). En verdad os digo: todo lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo;  y todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo[4]
  3. Presencia de Dios y de Cristo (18 19-20) En verdad os digo: si dos de vosotros concuerdan en la tierra, sobre cualquier cosa que pidieren, les será dado por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde se reúnen dos o tres en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.

 1.NORMA FUNDANTE, EL PERDÓN (18, 15-17)

         En contra de lo que suelen pensar jerarcas y teólogos/as, conforme a este evangelio central (el único que habla de Iglesia, con Mt 16, 18),la primera autoridad cristiana no es la de impartir el bautismo o presidir la eucaristía, sino la de perdonar. En un libro famoso, no superado todavía (Kirchliches Amt und geistliche Vollmacht in den ersten drei Jahrhunderten. Mohr, Tübingen 1953, trad. inglesa: Ecclesiastical Authority and Spiritual Power, Black, Edinburgh 1969), H. von Campenhausen, historiador del cristianismo primitivo, demostró que la jerarquía primitiva no nació para presidir la eucaristía, ni para dirigir los restantes cultos, sino para mantener vivo el perdón de Jesús en las iglesias. Por eso, los ministros (varones y/o mujeres) son ante todo servidores y testigos personales del perdón total de Cristo. Esa es la única condición: Si los ministros cristianos (varones o mujeres) no perdonan ni impulsan el perdón no son de Cristo, ni son iglesia. En esa línea han de entenderse las palabras fundamentales de Mateo:

18 15 Y si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano.  16 Si no te escucha, toma contigo a uno o a dos,  pues todo problema se resuelva por dos o tres testigos.  17 Y si no les escucha llama a la iglesia, y si no la escucha, sea para ti como gentil y publicano[2].

  Este pasaje ratifica el derecho de la Iglesia para instituirse como grupo autónomo. Su fondo parece de tipo judeo-cristiano y define a los de “fuera” en términos que podrían decirse contrarios a Jesús, que acogió a los publicanos y gentiles (cf. 15, 21-28; 21, 31), y contrarios al mismo Mateo, que concluye su evangelio con una palabra de envío universal, sin exclusión de gentiles y publicanos (cf. 28, 16-20). En esa línea, paradójicamente, nuestro pasaje parece volver a un esquema legalista, que Jesús habría superado. Pero ésta es una paradoja necearia: Precisamente para garantizar el perdón (y buscar a las ovejas errantes: cf. 18, 12-14), la iglesia ha de trazar sus límites: 

Paradoja. La Iglesia no puede mantenerse como instancia mesiánica ni ofrecer la salvación a publicanos y gentiles (tema clave de 9, 10-11; 11, 19, 21, 31; 28, 16-20), si no instaura y defiende su identidad, trazando unos espacios fuera de los cuales no se puede vivir el evangelio en forma eclesial.

Ortodoxia práctica. Son comunidad los que se dejan perdonar y perdonan; pero quienes rechacen el perdón no puede formar parte de ella. Ésta es la norma central de la Iglesia: quienes excluyen a los otros (pobres y pequeños) se excluyen a sí mismos de la comunidad de los perdonados (cf. 18, 23-35).

     De manera sorprendente, aquí no hay presbíteros ni obispos (varones o mujeres), sino  hermanos en comunidad... y la comunidad reunida, como única instancia de apelación y solución de los problemas

El texto comienza diciendo “si peca contra ti tu hermano”, es decir, un miembro de la comunidad. No se trata pues de un pecado intimista (sólo entre el creyente y Dios), sino de tipo social, que enfrenta a unos creyentes con otros, poniendo en riesgo la unidad y vida de los hermanos.  Esa fórmula (si tu hermano peca contra ti: eis se.) puede indicar que se trata de un problema entre dos, pero el ofrece aquí un carácter colectivo, y así lo interpretan, en el fondo, aquellos manuscritos que ponen simplemente “quien peca” (sin añadir contra ti: cf. GNT y NTG). Se trata, pues, de un pecado de ruptura fraterna.

Por eso, a fin de restaurar la comunión se instituye un proceso en regla, primero entre algunos hermanos concretos a quienes empieza afectando la ruptura y después entre todos los miembros de la comunidad. El principio y norma es el perdón, pero allí donde ese perdón no se acoge ni ofrece se rompe la comunión, centrada en la salvación de los pobres y en la universalidad mesiánica. Por eso, los que no perdonan, se desligan ellos mismos de la Iglesia. Ese proceso de separación resulta doloroso, pero es necesario y no puede delegarse, dejándolo en manos de otra instancia, como podría suceder en la administración imperial, donde las autoridades o instancias inferiores podían apelar al Cesar, que era juez supremo, por encima de las ciudades o provincias del imperio.

Según Mateo, cada comunidad de creyentes es autónoma, presencia de Dios, pues está formada por personas capaces de juntarse y resolver dialogando sus problemas, en un proceso en regla, que permite conocer las exigencias y límites de las comunidades. El criterio de fondo es el evangelio, como indica una visión de conjunto de las tres formulaciones de perdón en Mateo: 

 Este pasaje ha de unirse a otros pasajes de perdón, como Mt 5, 23-24 (si llevas tu don al altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti…”.) y 18, 21-22; "¿Señor, cuantas veces debo perdonar…? Respondió Jesús ¡Has de perdonar setenta veces siete! (18, 21-22).

Estos pasajes sirven para trazar la frontera interna de la Iglesia: Sólo una comunidad de personas dispuestas a perdonar siempre pueden y deben trazar una norma que regule el perdón,  de manera que aquellos que no se dejan perdonar ni perdonan se excluyen a sí mismos de la Iglesia. El perdón es, según eso, una experiencia de comunión universal, de la que se excluyen aquellos que no perdonan ni se dejan perdonar[3].

 2. AUTORIDAD COMUNITARIA(18, 18). 

    Ciertamente, la iglesia antigua conoce autoridades especiales, es decir, fundacionales, como la de Pedro y Pablo, la de Santiago o Magdalena... Pero ya en concreto, en cada comunidad constituida no existe más autoridad  que la formada por la comunidad de creyentes, sin obispos, sin presbíteros, varones o mujeres (que pueden tener otra función). Cada iglesia es "auto-jerárquica", si se puede utilizar esa palabra: 

Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy… | Flickr

18 18 En verdad os digo: todo lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo;  y todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo[4]

Estas palabras, lo que atareis y lo que desatareis (con deô y lyô, palabra centrales del "derecho" de Jesús) se dirigen a cada comunidad de cristianos, afirmando que ella tiene la autoridad suprema, que se concretiza en la doble sentencia de atar y desatar, es decir, de acoger o no acoger, de confirmar o abrogar.

     Los judeocristianos sostenían que nadie puede desatar (lyô) los mandamientos de la ley (5, 19); pero Pedro había recibido las llaves del Reino, como primer escriba, intérprete de Jesús, y así pudo atar y desatar, estableciendo los principios de vida de la comunidad (cf. 16, 18-19). Pues bien, lo que hizo Pedro para toda la iglesia, en el principio, puede y debe hacerlo cada comunidad, avalada por el Cielo (=Dios), no para fundar otra iglesia, sino para expresar y actualidad en cada comunidad el fundamento y sentido de la Iglesia entera (evidentemente, en la línea de Pedro).

     Eso significa que, en un sentido muy judío (y muy cristiano) la autoridad fundante la tiene y despliega cada iglesia, esto es, “vosotros”, los creyentes reunidos en comunidad. En línea de evangelio, cada comunidad expresa en su vida la Vida del Cristo, siendo así comunidad mesiánica autónoma, gestionada por sí misma. Ciertamente, pasado un tiempo, los mismos cristianos, herederos de Mateo, podrán nombrar y nombrarán presbíteros/as y obispos/as delegados/as, con autoridad para animar a las comunidades, pero, en su raíz, la autoridad (lo que más tarde se llamará el sacerdocio, en el sentido de la carta a los Hebreos) no la tienen ellos (presbíteros, obispos) sino la comunidad en cuanto tal, pues el diálogo de vida (de comunión y perdón) de los creyentes constituye la raíz y esencia de su autoridad, que no puede delegarse plenamente en nadie, pues no hay nadie por encima de la comunidad reunida[5].

  La verdad (autoridad) eclesial de Jesús es la comunión dialogal de los creyentes, y no puede delegarse en manos de organismos o sistemas exteriores, pues ello iría en contra de la raíz del evangelio. La iglesia reunida puede y debe atar y desatar, es decir, vincular a los creyentes, en la línea de Jesús, sabiendo que algunos pueden quedar “fuera de ella”, no por ley impositiva, sino por experiencia de gracia, precisamente para bien de los niños y pequeños (18, 1-14), pues lo que va en contra de ellos va en contra de la comunión de la iglesia[6].

 3. PRESENCIA DE DIOS/CRISTO (18, 19-20)

Signo y presencia de Dios es por tanto la comunidad, en diálogo concreto, apelando al perdón sobre cualquier ley punitiva, de manera que la misma comunión fraterna es revelación y signo de Dios, en la línea de Jesús, al servicio de los niños y pequeños.  

Diversos grupos judíos de aquel tiempo (qumramitas, fariseos…) lo sabían y practicaban (al menos en principio), afirmando que Dios está presente allí donde concuerdan los hermanos, pero corrían el riesgo de convertir la comunidad en unidades elitistas de puros, centrados en la observancia de la Ley. Los cristianos, en cambio, quisieron edificar su comunidad sobre los excluidos y pequeños, esto es, sobre los mismos pecadores perdonados.

Ésta ha sido la experiencia clave de la iglesia, éste su razonamiento y su dogma inicial, que se identifica con el mismo diálogo comunitario, en una línea abierta a todos, sin separación de judíos y gentiles. Eso significa que la comunidad no puede delegar el despliegue de su vida en algunos individuos concretos (obispos/as, presbíteros/as), ni permitir que unos pocos superiores impongan su autoridad sobre los pobres y pequeños, pues al hacerlo negaría su identidad evangélica. Por eso: 

− 18 19 En verdad os digo: si dos de vosotros concuerdan en la tierra, sobre cualquier cosa que pidieren, les será dado por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde se reúnen dos o tres en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.

     De esa forma se vinculan el plano teológico (la misma comunión orantes de los creyentes es presencia de Dios) y el plano cristológico, pues Jesús está en aquellos que se reúnen en su nombre, siendo como es Dios con nosotros (cf. Mt 1, 23; 28, 10). Esa comunión fraterna de la Iglesia no es el resultado de unas obras, que pueden regularse por ley, ni se organiza en forma de sistema judicial, sino que emerge y se cultiva en forma de oración, esto es, como encuentro personal de unos hermanos que dialogan entre sí dialogando con Dios.   

Según eso, la autoridad suprema es el mismo diálogo orante, es decir, la unidad comunitaria que se expresa allí donde dos o tres concuerdan (symphônein), de manera que el mismo Dios Padre avala su plegaria, esto es,  su misma vida. Esa autoridad no es privilegio de uno ni de otro, sino de la misma comunión fraterna, siendo así revelación de Dios (Mt 18, 16.19. Cf. Dt 19, 15). Mateo ha instaurado de esa forma la autoridad de comunión, que se funda en el Padre del cielo y se encarna en Jesús, Dios con nosotros (cf. Mt 1, 23; 28, 10).

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Autoridad, vida en comunión. En un primer momento, los hermanos reunidos en la familia mesiánica de Jesús no intentan resolver problemas, disensiones o pecados, sino simplemente vivir y formar comunidad ante Dios o desde Dios, hacerse iglesia, presencia compartida de Jesús. De esa forma vinculan y unifican la plegaria dirigida a Dios y la comunicación fraterna, de manera que su Iglesia se instituye a modo de comunión orante. Por eso, la autoridad de Cristo no se encarna en algunas personas superiores, sino en la misma comunión de los hermanos. Ciertamente, en la Iglesia de Mateo hay ministerios personales (doctores, profetas, escribas: cf. Mt 23, 34), pero ellos vienen en un segundo momento. La comunión de hermanos, reunida en oración, en nombre de Jesús, es autoridad suprema.

Un camino arriesgado. Desde finales del siglo II, un tipo de iglesia más atenta al estilo jerárquico del entorno socio-cultural, ha vuelto a convertirse en un sistema sagrado muy eficaz, organizado de forma unitaria (desde arriba), pero ha podido perder esta raíz fraterna y evangélica de Mateo, que quiere ser fiel a Jesús, en sintonía con aquello que están empezando a realizar (a finales del I d.C.) muchos judíos de la federación de sinagogas. También los cristianos forman federaciones de Iglesias, cada  una de las cuales constituye un espacio o campo de fraternidad completa, capaz de acoger nuevos miembros y de vivir con ellos en gratuidad y comunión personal[7].

Otras líneas de cristianismo (Marcos o Pablo, Santiago o Apocalipsis, Juan o pastorales) no han sentido la necesidad de trazar un pasaje de organización eclesial como éste de Mt 18, 15-20, pero en el fondo de ellas se expresa, con matices algo distintos, un mismo estilo de autoridad fraterna. Este esquema de organización comunitaria ha sido después parcialmente abandonado, por influjo de un tipo de autoridad mística y social, derivada del ambiente. Pero este pasaje de Mt 18 ha ejercido y sigue ejerciendo un gran influjo, suscitando una fuerte dinámica eclesial, que aún no se ha desarrollado plenamente, como están mostrando muchos movimientos comunitarios de la actualidad (año 2020)[8].

 NOTAS

[1] Así puede concretarse este pasaje: (a) Parábola,oveja errante 18, 12-14. Dejando a las noventa y nueve en el  “redil”, el buen pastor busca y   perdona a la errante sin imponerle condiciones, por pura gratuidad, aunque esperando que ella, a su vez, sepa perdonar a sus deudores (como supone la parábola posterior: 18, 21-35). (b) Ley del perdón (Mt 18, 15-20). Ésta es la tarea más alta: crear una comunidad que se rige por el perdón mutuo y que, para defenderlo, ha de estar dispuesta a dejar fuera de ella a quienes no perdonan.  (c) Nueva parábola: El siervo perdonado 18, 21-35: Pedro pregunta cuántas veces ha de perdonar y Jesús responde “siempre”, contando desde ese fondo esta nueva parábola: el hombre perdonado  (como la oveja de la parábola anterior) debe perdonar a su vez a los demás.

[2] D. R. Catchpole, Reproofand Reconciliation in the Q Community. A Study of the Tradition-History of Mt 18.15-17, 21-22/Lk 17.3-4: SNTU 77 (1983) 79-90; W. DoskocilDer Bannin der Urkirche: eine rechtsgeschichtliche Untersuchung, Hueber, München 1958. F. García, La reprensión fraterna en Qumrán y Mt 18,15–17: Filol.Neot 2 (1989) 23–40;H. GiesenZum Problemder Exkommunikation nach dem Matthäus-Evangelium, en  Glaube und Handeln.Beiträge zur Exegese und Theologie 1 (1983)17-83; L. M. White, Crisis Management and BoundaryMaintenance, en D. L. Balch (ed.)Social Historyof the Matthean Community,Fortress, Minneapolis 1991, 201-247.

[3] Para que la gracia lo sea, y para que esa gracia y el perdón puedan seguirse ofreciendo a los mismos que la niegan debe establecerse aquí ese límite, de manera que quienes no la aceptan quedan fuera del camino de Jesús. Eso supone que la Iglesia no puede ocupar todo el espacio social (como sabe la parábola del trigo y la cizaña en Mt 13), de manera que quienes no perdonan no son Iglesia, no pueden vivir sin más dentro de ella, aunque están invitados siempre a volver a la patria del perdón, que es esa iglesia. Los fundamentalismos o inquisiciones que han condenado a muerte a los que no aceptan un tipo de perdón se oponen totalmente al evangelio.

[4] En el origen de la Iglesia de Mateo se encuentra la decisión fundacional de Pedro (16, 17-19). Pero después, cada iglesia o comunidad debe instituir ese perdón, organizando su propia vida, conforme a la mejor tradición del judaísmo rabínico que se establecerá tras la caída del templo (70 dC) como federación de sinagogas. En esa línea, cada Iglesia es toda la Iglesia, en federación (comunión) con las demás.

[5]He desarrollado el tema en Sistema, libertad, iglesia (Trotta, Madrid 1999).Cf. también  R. Banks, Paul's idea of Community, Paternoster, Exeter 1980; C. K. Barret, Church, Ministry and Sacraments in the NT, Paternoster, Exeter 1985; R. A. Campbell, The Elders. Seniority within Earliest Christianity, Clark, Edinburgh 1994; H. von Campenhausen, Ecclesiastical Authority and Spiritual Power, Black, Edinburgh 1969; F. Fusco, Le prime Comunita Cristiane, EDB, Bologna 1995: J. Roloff, Die Kirche im NT, GNT 10, Vandenhoeck, Göttingen 1993; L. Schenke, La comunidad primitiva, Sígueme, Salamanca 1999.

[6] Cada comunidad cristiana, en diálogo con otras, puede y debe organizarse en línea de evangelio, pues los hermanos reunidos en nombre de Jesús son autoridad para admitir nuevos miembros, celebrar la eucaristía y declarar, si fuere necesario, la exclusión de aquellos que se excluyen a sí mismo, si no quieren ser iglesia (si no aceptan el perdón).

[7] Por situarse en el centro de Mt 18, este pasaje (18, 15-20) sigue recordando que la autoridad comunitaria resulta inseparable del valor de los pequeños-excluidos (18, 1-14) y del perdón universal (18, 21-35). Al servicio de aquellos que el sistema rechaza y como sacramento de gracia (no para imponerse sobre nadie), la iglesia ha de ofrecer su experiencia de comunión, pues la misma comunidad es fuente de “derecho” evangélico. En la línea de Frankemölle, Jahwebund, he destacado la riqueza comunitaria de Mateo en Hermanos, 394-422. En contra de esa experiencia dialogal,  cierta iglesia posterior ha creado un tipo de lógica de grados (de órdenes sagrados), que deriva del pensamiento jerárquico del platonismo y de la administración romana, que regula desde arriba la vida de las comunidades. De esa forma, el evangelio, que debía ser espacio de gratuidad y comunicación personal para todos, ha podido convertirse en un sistema religioso, dominado por expertos o jerarcas, que parecen elevarse sobre el conjunto de la comunidad.

[8]  En ese contexto podemos recordar los pasajes que Mateo ha dedicado al tema de las llaves (lo que atareis, lo que desatareis…):

(a) Llaves de Pedro (Mt 16, 17-19). Han servido para abrir el Reino a los pobres, gentiles e impuros, fundando así la universalidad del evangelio.

(b) Llaves de cada comunidad (Mt 18, 19-20). Son las que el Jesús de Mateo concede  para atar–desatar a cada una de las comunidades cristianas (donde estén dos o tres reunidos en mi nombre...).

(c) Llaves de los escribas y fariseos (Mt 23, 13-14) son las de aquellos que quieren cerrar de nuevo la puerta universal del mensaje cristiano, para exigir que los cristianos de la gentilidad se hagan previamente judíos. Según eso, las llaves de Pedro se concretan y despliegan en las llaves de cada comunidad, formada por hermanos y hermanas que se reúnen en nombre de Cristo, orando a Dios Padre y resolviendo sus problemas (en comunión con otras iglesias, pero sin subordinarse a ellas). Cada Iglesia es responsable de su camino de oración, comunión y decisión, creando instituciones para la solución de problemas que no pueden delegarse en otra iglesia, aunque todas han de ser solidarias y han de unirse entre sí no sólo porque invocan al mismo Cristo, sino porque ese Cristo las vincula en comunión. Esta forma de entender las iglesias ha sido formulada de un modo específico por Mateo, pero responde igualmente a la teología de los herederos de Pablo, en una línea evocada de un modo especial por Efesios.

Dos o tres reunidos en mi nombre

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