¿El Diablo, un ser personal? Exorcismos 2.

Acepto sin más lo que dice el Papa, insistiendo con él en la importancia del Diablo (como puse de relieve en la postal de hace cuatro días: Exorcismo 1: 4.4.18).
Pero el Papa, que es "pastor", no tiene afinar críticamente las palabras, mientras yo que soy un pobre "teólogo" debo hacerlo, por cuestión de oficio:
a. Así cuando él dice que el Diablo es un "ser personal" yo debo matizar. Estrictamente hablando, personas son los seres humanos, y en otro sentido más hondo "persona el Dios" (¡tres personas!). Respecto al Diablo es mejor no entrar en el debate, y decir que es ciertamente una "entidad", y que es "real" (real y poderoso), pero sin decir que es persona o no. Personalmente me inclino a pensar, con la Biblia y con la gran Teología, que no es persona, en sentido estricto.
b. El Papa añade que el Diablo no es un mito ni un símbolo... Aquí me atrevo a disentir, por el valor de las palabras... Pienso que el diablo es un "mito", pero no en el sentido de "puro cuento", de simple "fantasía". Mito no es lo contrario a realidad, sino la realidad en sentido intenso. En esa línea añado que el diablo es un símbolo, es decir, una realidad de gran valor significativo, un principio de realidad (en sentido humano y social profundo).

c. El Papa dice, finalmente, que el diablo no es una idea... Ciertamente, el diablo no es una idea, en el sentido débil del término... No es puro fantasía mental, en la línea de un "espiritismo débil". Pero en sentido profundo, el diablo es una "idea poderosa", de tipo individual y (sobre todo) social. Está vinculado con el mundo de "ideas" de los hombres, pero de las ideas trans-personales, sociales...
Repito en esa línea que el Papa como "pastor cristiana" hace bien en emplear esos términos (persona, no mito, ni símbolo, ni idea...), pero la teología debe precisarlos, con la ayuda de la Biblia y de la tradición cristiana, acudiendo, al mismo tiempo, a la psicología y a la historia de la cultura y de las religiones. En esa línea se sitúan las reflexiones que siguen, que forman parte de mi Diccionario de las tres religiones, donde he dado gran importancia al tema. Siga leyendo quien piense que el tema merece la pena, aunque quiero decir ya desde ahora que lo que importa no es definir al Diablo en teoría, sino luchar en este mundo contra lo diabólico, como hizo Jesús de Nazaret.
1. Judaísmo

1. Introducción. La Biblia de Israel no posee una doctrina consecuente sobre Satán, a quien presenta básicamente como un tipo de fiscal (acusador, tentador) de su propia corte angélica (cf. Job 1-2; 1 Cron 21, 1; Zac 3, 1-2).
Satán no es un dios perverso, frente al Dios bueno (como suponen algunos tipos de dualismo, de origen quizá persa, que aparecen de algún modo en la literatura de Qumrán). No es tampoco un ángel malo, creado así por Dios, sino que ha empezado siendo un espíritu bueno que realiza funciones que son propias del mismo Dios. Pero, en un momento dado, por influjo de tradiciones del entorno religioso o por evolución de la experiencia israelita, los mismos judíos han elaborado en sus libros apócrifos una visión muy precisa de Satán, a quien consideran ya como un ángel perverso, enemigo de Dios. La razón de ese cambio y de esa perversión satánica se puede atribuir a tres factores.
(a) Deseo sexual: la tradición de Henoc y del libro de los Jubileos supone que algunos ángeles supremos bajaron al mundo para saciar su deseo sexual con mujeres y así se pervirtieron, convirtiéndose en enemigos de los hombres, como seguiremos viendo.
(b) Desobediencia. Un apócrifo judío, titulado “Vida de Adán y Eva”, supone que Dios mandó a los ángeles que sirvieran a los hombres; pero algunos de ellos se negaron, rechazando el mandato de Dios y convirtiéndose así en diablos.
(c) Envidia y rebelión directa contra Dios. La tradición más conocida, que ha pasado a gran parte de la teología posterior, supone que Satán, el ángel más perfecto (llamado también Belial o Luzbel, se rebeló contra Dios, queriendo ocupar su lugar, pero fue derrotado por → Miguel, que permaneció fiel a Dios (cf. Dan 12, 1; Ap 12, 7-9. En ese sentido se suele interpretar la elegía de Isaías contra Babilonia: «Cómo has caído del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Has sido derribado al suelo, tú que debilitabas a las naciones» (Is 14, 12) o la endecha de Ez 28, 13: «Estabas en el Edén, jardín de Dios…».
2. Los dos rostros de Satán. Tradición de 1 Henoc.
El libro que más ha desarrollado la satanología israelita antigua es 1 Henoc, apócrifo judío de los siglos III al II a. C., que empieza hablando de un ángel perverso llamado Semyaza (1 Hen 6, 3), para destacar después el influjo de Azazel (o Asael) a quien 1 Hen 8, 1 señala expresamente como «el décimo de los jefes» (cf. 1 Hen 6, 7; 8, 1), pero que en la tradición bíblica (Lev 16, 8) aparece como una especie de demonio del desierto que recibe (¿y origina?) los pecados del pueblo.
En 1 Hen 9, 49, esos dos satanes aparecen en paralelo, como difusores de secretos celestiales, violadores de mujeres, culpables de la sangre que se derrama sobre el mundo. Posiblemente, su dualidad y unidad perversa debe explicarse a partir de la convergencia de tradiciones diferentes, pero ella juega también un papel importante en el proceso de caída de los hombres.
(a) Azazel se muestra, por un lado, como instigador y causa principal de la perversión: «Se ha corrompido toda la tierra por la enseñanza de las obras de Azazel; adscríbele toda la culpa» (1 Hen 10, 8). Es claro que los hombres resultan inocentes; son víctimas de un mal que les invade. Culpable es Azazel, personificación del principio satánico o perverso de la vida. Por eso ha de ser arrojado a la tiniebla, enterrado en el desierto (cf. Lev 16, 8), consumido por el fuego del gran juicio, para que se vivifique (cure) la tierra por la acción de Rafael, medicina de Dios (1 Hen 10, 4-8).
(b) Semyaza aparece después como causante de esos mismos males y ha de ser luego juzgado (atado, sepultado, consumido para siempre) mientras surge para el mundo un nuevo tipo de justicia ya defi¬nitiva. Su antagonista es Miguel, representante de la lucha y victoria de Dios sobre los males de nuestra historia (1 Hen 10, 11-22).
3. Satán y la caída de los Vigilantes.
1 Hen 6-36 vincula a Satán (Semyaza y Azarel) con los Vigilantes, es decir, los ángeles custodios que Dios había puesto para «enseñar al género humano a hacer leyes y justicia sobre la tierra». No se sabe si ellos eran custodios personales, es decir, guardianes de cada individuo, como enseñará más tarde una tradición judía y cristiana muy documentada o guardianes de la humanidad en su conjunto (tal como está centrada en Israel).
La Vida de Adán y Eva (versión latina) dice que Dios creó a los hombres a su imagen y, por medio de Miguel, dijo a los ángeles: «Servidme y adoradme en ellos»; pero algunos ángeles se negaron a cumplir esa orden, convirtiéndose en seres satánicos.
El libro de 1 Henoc se sitúa en otra perspectiva, afirmando que los Custodios violaron a las mujeres:
«En aquellos días, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres, sucedió que les nacieron hijas bellas y hermosas. Las vieron los ángeles, los hijos de los cielos, las desearon y se dijeron: Ea, escojámonos de entre los humanos y engendremos hijos...Le respondieron todos: Jurémonos y comprometámonos bajo anatema...Entonces juraron todos de consuno y se comprometieron a ello bajo anatema. Eran doscientos los que bajaron a Ardis, que es la cima del monte Hermón, al que llamaron así porque en él juraron y se compro¬metieron bajo anatema. Estos eran los nombres de sus jefes: Semyaza, que era su jefe supremo, Urakiva, Rameel, Kokabiel... Tomaron mu¬jeres. Cada uno tomó la suya. Y comenzaron a convivir con ellas» (1 Hen 6, 1-7, 1).
Los ángeles de Dios, que (conforme a Jub 4, 14) tenían que haber sido maestros y custodios de los hombres, se han vuelto sus opositores o pervertidores: desearon tener lo que les faltaba; mujeres e hijos. Así corrompieron y siguen corrompiendo a los hombres, a través del deseo sexual y la violencia armada.
2. Cristianismo
1. Introducción.
La tradición israelita no había desarrollado una satanología unitaria, pero el entorno de Jesús aparece lleno de “espíritus perversos”.
Lo demoníaco es lo impuro (cf. Mc 3,11; 5,2; 7,25, etc.), lo que al hombre le impide realizarse en plenitud. Es demoníaca la enfermedad, entendida como sujeción, impotencia, incapacidad de ver, de andar, de comunicarse con los otros.
Es demoníaca sobre todo una especie de locura más o menos cercana a la epilepsia: ella saca al hombre fuera de sí, le pone en manos de una especie de necesidad que le domina. Pues bien, ayudando a estos hombres y haciendo posible que ellos «vivan», Jesús abre el camino del reino. Esa actuación no es un sencillo gesto higiénico, ni efecto de un puro humanismo bondadoso, sino una lucha fuerte contra el imperio de Satán (en griego Diabolos o Diablo), que se expresa en el poder de los demonios (que son como un ejército de espíritus perversos al servicio de Satán).
El Diablo se visibiliza y actúa por tanto en la enfermedad y la opresión del hombre. Contra ese Diablo no combaten ya los ángeles del cielo (como en la apocalíptica judía y en el texto simbólico de Ap 12, 7), sino el hombre Jesús y sus discípulos (cf. Mt 10,8 par). La lucha contra Satán se expresa allí donde Jesús y sus discípulos (y otros muchos hombres y mujeres) luchan contra aquello que destruye a los hombres. Avanzando en esa línea, algunos textos del Nuevo Testamento han supuesto que el Diablo o Satán forman un reino que se opone a Jesús, entendido ya como presencia de Dios (Mt 25,41).
Hay, por tanto, dos reinos opuestos, frente a frente: Cristo y sus ángeles que acogen a los justos; el Diablo y sus ángeles que expresan y motivan la caída de los malos. Satán ejerce ya funciones de Anticristo (el término aparece en 1 Jn 2,18.22; 4,3; 2 Jn 7). Esa función de Anticristo la explicitan los sinópticos presentando al Diablo como tentador del Cristo. No es un simple demonio el que se acerca a tantearle. Es el mismo Satán (Mc 1,13), príncipe de todos los demonios, al que en forma singular se le conoce como «ho diábolos», el Diablo (Lc 4,2.3.13; Mt 4,1.5.8.11). Mateo concretiza aún más su nombre llamándole «ho peiradson», el tentador por excelencia (Mt 4,3).
2. Lucha contra Satán. Exorcismos.
Jesús no ha desarrollado una teoría sobre Satán, sino que ha iniciado un movimiento de lucha contra lo satánico. En ese contexto se sitúan sus exorcismos, que deben entenderse desde la perspectiva de los exorcismos judíos de su tiempo, recreados desde el mensaje del Reino.
a. Los esenios de Qumrán introducían el exorcismo en la gran lucha contra los poderes sociales que oprimieron y oprimen a Israel, como muestra el Rollo de la Guerra (QM: Milhama), con su simbólica guerrera dualista: “amar a todos los hijos de la luz, odiar a todos los hijos de las tinieblas” (cf. 1QS 3-4).
Ellos vinculaban pureza israelita y violencia, conforme a principios militares, con batallones y estrategias de batalla. El exorcismo verdadero es una guerra, dirigida por sacerdotes, que marcan y sancionan los procesos militares: es una batalla teológica y angélica, en que el mismo Dios, con ejércitos celestes, vendrá en ayuda de los suyos. Por eso no pueden combatir los impuros, enfermos o manchados, como supone el Rollo, ampliando los principios de la vieja guerra santa israelita.
Es lucha de hombres de valor (jueces, oficiales, jefes de millares y centenas) y no caben en ella "contaminados, paralíticos, ciegos, sordos, mudos... porque los ángeles de la santidad están entre ellos" (Regla de la Congregación, 1QSa 2, 1-9; cf. Rollo del Templo, 1QT 45). En la asamblea pura, sin enfermos y manchados, surgirá el Mesías, Hijo de Dios (1QSa 2, 12-22).
b. Algunos celotas y/o pretendientes mesiánicos han preparado ese combate como lucha militar (anti-romana) y enfrentamiento teológico/divino, desde los principios de la → Guerra Santa, que aparecen en el comienzo de la historia de Israel.
La historia nos habla del surgimiento de pretendientes mesiánicos guerreros en los años del nacimiento de Jesús (Judas, Simón y Atronges en torno al 4 AEC) y en los que siguen a su muerte, en la Guerra judía (67-70 EC). Flavio Josefo ha detallado el poder y estrategia de estos celosos, poseídos por la fuerza de Dios, para combatir a los poderes del mal (siendo al fin derrotados).
En el fondo, entendida así, la guerra contra los enemigos del pueblo (que son enemigos de Dios) es una batalla en contra de Satán. Los buenos soldados de Israel no luchan contra hombres de carne y sangre (como ellos), sino contra las potencias del mal, como recuerdan todavía, de forma espiritualizada, algunos textos del Nuevo Testamento:
«Porque nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales. Por esta causa, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haberlo logrado todo, quedar firmes. Permaneced, pues, firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados vuestros pies con la preparación para proclamar el evangelio de paz. Y sobre todo, armaos con el escudo de la fe con que podréis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Tomad también el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (Ef 6, 13-16).
Muchos otros judíos del tiempo han espiritualizado también esta lucha contra lo satánico. Pero en el fondo de ella pervive el recuerdo de una guerra real, material, contra los enemigos del pueblo de Dios.
c. Jesús no ha querido crear una comunidad de pureza, como la de Qumrán: por eso ha buscado provocadoramente a los impuros, recibiendo en su comunidad a los posesos (locos) y excluidos del sistema. Tampoco ha organizado una lucha militar, como los celotas, sino que ha creado una comunidad mesiánica partiendo de los marginados del sistema nacional judío. Sólo así se entienden sus exorcismos como lucha contra el Diablo.
De esa forma ha sacralizado lo que parecía menos sagrado, encontrado a Dios entre aquellos a quienes se tomaba como abandonados de Dios (locos, posesos y enfermos), y ha desmilitarizado lo más militar (la batalla contra los enemigos del pueblo), iniciando su guerra anti-guerra a favor de los excluidos y rechazados de la sociedad, es decir, de aquellos que parecían dominados por Satán.
3. Doctrina católica actual. La tradición posterior de la Iglesia ha desarrollado una doctrina especial sobre Satán, a partir de algunos textos tardíos del Nuevo Testamento (Ap, 2 Tes…). Esa doctrina ha sido reformulada, de un modo consecuente, en los últimos años, por el Catecismo de la Iglesia Católica, que constituye actualmente uno de los testos más significativos sobre el tema:
«Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sab 2, 24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser (en el origen de esa voz) un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8, 44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. "Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali" ("El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos") (Conc. de Letrán IV, año 1215: DS 800). La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2, 4). Esta "caída" consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn 3, 5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3, 8), "padre de la mentira" (Jn 8, 44). Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina, lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (S. Juan Damasceno, f.o. 2, 4: PG 94, 877C)» (Catecismo, núms. 391-393.
Significativamente, esta visión del Catecismo de la Iglesia católica parece estar más cerca de algunos apócrifos judíos del Antiguo Testamento que del judaísmo bíblico y del mensaje de Jesús. Sea como fuere, el tema de Satán es muy importante y nos sitúa ante la posibilidad de un rechazo absoluto de Dios y, sobre todo, ante el enigma del origen del mal. Ese mal ¿lo han causado sólo los hombres? ¿hay un Mal superior y personal que les tienta? Esas preguntas pueden quedar abiertas en un diccionario como este, al menos desde el punto de vista cristiano.
4. Manual de exorcismos.
Gran parte de la Iglesia actual (incluso de la Católica), cree que la existencia y el poder del Mal se expresa a través de una serie de perturbaciones sociales e incluso personales que destruyen la dignidad y la autonomía de los hombres y mujeres.
Pero muchos teólogos no creen ya en la existencia de los “demonios” como espíritus personales que atormentan a los hombres y que han de ser combatidos a través de unos rituales sagrados de exorcismos, sino que afirman que el auténtico exorcismo es el amor mutuo, el testimonio de la vida y la ayuda personal, en la que pueden y deben vincularse rasgos de terapia más científica (medios psiclógicos) y rasgos de terapia más personal.
De todas maneras, la Iglesia Oficial de Roma sigue juzgando necesario el uso de exorcismos específicos de tipo ritual jerárquico, como ha puesto de relieve el Cardenal MEDINA ESTÉVEZ, en la promulgación de El nuevo Rito de exorcismos (26, enero 1999):
«El exorcismo constituye una antigua y particular forma de oración que la Iglesia emplea contra el poder del diablo… El exorcismo solemne, llamado «gran exorcismo», puede ser practicado sólo por un presbítero y con el permiso del obispo. En esta materia es necesario proceder con prudencia, observando rigurosamente las normas establecidas por la Iglesia. El exorcismo tiene como objeto expulsar a los demonios o liberar de la influencia demoníaca, mediante la autoridad que Jesús ha dado a su Iglesia. Muy diferente es el caso de enfermedades, sobre todo psíquicas, cuya curación pertenece al campo de la ciencia médica. Es importante, por lo tanto, asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, que se trate de una presencia del maligno y no de una enfermedad (cf. Código de derecho canónico, c. 1172)» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1673)… El exorcismo tiene como punto de partida la fe de la Iglesia, según la cual existen Satanás y los otros espíritus malignos, y que su actividad consiste en alejar a los hombres del camino de la salvación. La doctrina católica nos enseña que los demonios son ángeles caídos a causa del propio pecado; que son seres espirituales con gran inteligencia y poder: «El poder de Satanás, sin embargo, no es infinito. Éste no es sino una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del reino de Dios. Aunque Satanás actúe en el mundo por odio contra Dios y su reino en Cristo Jesús, y su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e, indirectamente, también de naturaleza física- a cada hombre y a la sociedad, esta acción es permitida por la divina Providencia, que guía la historia del hombre y del mundo con fuerza y suavidad. La permisión por parte de Dios de la actividad diabólica constituye un misterio grande, sin embargo nosotros sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que los amados (Rom 8, 28)» (edición on line en: vatican.va/ 1999-01-26_il-rito-degli-esorcismi).

(el tema seguirá en un próximo día)