Dijo Jesús “no juréis” (Mt 5) y sin embargo juramos (CEC 2154). Contra los juramentos en la Iglesia

Ofrecí ayer una visión de conjunto de Mt 5, 17-37. Hoy me ocupo de los juramentos (Mt 5, 33-37). Jurar ha sido y sigue siendo ocasion y lugar de pecado para las iglesias.

Jesús no juraba, sino que decía “si o no” porque así es la palabra de Dios. Pablo, en cambio, parece que juraba, pensando quizá que, con sus juramentos, por Jesús y en contra de sus adversarios, defendía a Dios, sin pensar que con ello iba en contra de Jesús. La iglesia posterior siguió jurando, en una línea de AT, también en contra de Jesús.

Estoy convencido de que, para ser fiel a Jesús,la iglesia  debe abandonar los juramentos (a pesar de lo que dice el CEC). No todos estarán de acuerdo con mi exposición y mis argumentos. Pero estoy seguro de que en este campo nos estamos jugando el futuro del cristianianismo.

Juramento antimodernista del Papa San Pío X - Motu Proprio Sacrorum  antiistitum (1910)

  1. INTRODUCCIÓN. CEC Y CLERECÍA DE SALAMANA

Yo no me había fijado en el tema, a pesar de que había escrito un par de libros sobre Mateo, en el que Jesús dice taxativamente que no juremos, hasta que el año 1992 J. Ratzinger y Juan Pablo II promulgaron el problemático Catecismo de la Ecclesia Católica (CEC) donde exponen brillantemente el tema (num. 2150-2155), sacando conclusiones que a mi juicio van en contra de Jesús, apelando sin razón a Pablo:

2153Jesús expuso el segundo mandamiento en el Sermón de la Montaña: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: “no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno... sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno» (Mt 5, 33-34.37; cf St 5, 12). Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones.

2154Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20),la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal). “El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia” (CIC can. 1199, §1).

2155 La santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles, y no prestar juramento en circunstancias que pudieran hacerlo interpretar como una aprobación de una autoridad que lo exigiese injustamente. Cuando el juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado. Debe serlo, cuando es impuesto con fines contrarios a la dignidad de las personas o a la comunión de la Iglesia.

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Éstos números del CEC recogen  una larga tradición de iglesia que ha jurado y ha exigido que se jure (en una línea de AT, como en los tribunales USA). Pero, a mi juicio, no responden a la intención más honda de Pablo a quien apelan, y además van directamente en contra del mensaje y de la vida de Jesús.

            Este Catecismo (CEC 1992) dice cosas muy buenas, pero en varios puntos no responde al evangelio de Jesús, como yo sentí aquel año cuando, como profesor de  la UP de Salamanca debía proclamar el Juramento Anti-modernista. Leí bien el juramente (sentí que era obsesivo y ofensivo) y cuando, en la gran ceremonia de la Clerecía del Espíritu Santo, vestidos de gala académica de varios colores, debíamos jurar, salí discretamente del lugar sagrado, de manera que algunos me preguntaron después si estaba enfermo.

LECTURA DE MATEO 5, 33-37. ¿POR QUÉ DICE JESÚS NO JURÉIS Y JURAMOS?

Los cristianos de cierta “responsabilidad” deben jurar con cierta frecuencia: Deben jurar los profesores para enseñar teología o religión cristianas, igual que los que asumen los que asumen cargos o responsabilidades de iglesia.

El tema e serio. Jesús dice que no juremos, que los juramentos (¡poner a Dios como testigo de una verdad humana, apelar a él para resolver nuestros conflictos!) es algo que viene del Diablo (del Maligno), porque Dios es afirmación (sí si, no no)… y el diablo la duda y mentira. Por eso, cuando la Iglesia pide a alguien que jure está dudando de él, sospechando de su verdad

 El AT incluye cientos de juramentos… (Lev 19, 12; Num 30, 3; Dt 23, 22.). En el mismo NT parece que Pablo jura y jura muchas veces, como si no hubiera escuchado a Jesús, diciendo “no juréis”. Y para colmo el mismo evangelio de Mateo (23, 16-22), en otro lugar, sin duda por instigación de cristianos que no estaban conformes con lo que había dicho Jesús, ofrece unas “aclaraciones sobre juramentos buenos y malos”, que parecen matizar lo dicho en 5, 33-37. Eso indica que a la Iglesia antigua le costó ya mantener la doctrina de  este texto central del Sermón de la Montaña:

Dom 13. II. 2011. ¿Por qué Jesús dice “no juréis” y la Iglesia manda que  juremos?

Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" (no perjurarás) y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: [ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo.] A vosotros os basta decir "si" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno (Mt 6, 33-37).

            El juramente aparece así como como un medio de “control” religioso: poner a Dios como testigo de algo, hacer que alguien invoque sobre sí el castigo de Dios para el caso de que no diga la verdad. Es una forma de utilizar la religión para ejercer un control social (la sociedad te obliga a jurar) y personal (de conciencia: alguien que jura tiene miedo de que Dios le castigue si no cumple su juramento). En esa línea jura y perjura Pedro, diciendo que no conoce a Jesús (cf. Mc 14, 66-72 par)

Contexto y contexto. Las antítesis de Mt 5, 17-48.

El evangelio de Mateo, que ha crecido en diálogo con el judaísmo legal, ha trazado en forma de antítesis las relaciones entre un tipo de judíos y cristianos.  En este contexto se entienden las seis antítesis que son para Mateo una aportación específica de Jesús al judaísmo. Quizá más que antítesis se podrían llamar síntesis, porque en general no niegan la ley anterior, sino que la profundizan.

Pero yo os digo que no juréis en absoluto"… – POR LA INTERCESIÓN DEL BEATO  TITO BRANDSMA

(a) Mt 5, 21-26. No matar… no airarse. Lo que se dijo a los antiguos (¡no matar!) es para Jesús insuficiente. No basta con evitar el asesinato externo, sino que es necesario que los hombres superen todo tipo de ira y violencia contra el prójimo.

(b) Mt 5, 27-30. No adulterar no desear mal. Para Jesús la maldad del divorcio no empieza en el hecho externo, sino en el mal deseo del corazón, que se deja llevar consciente y voluntariamente por la intención de “apoderarse” de una persona que vive otra realidad de amor y de familia.

(c) Mt 5, 31-32. Ley de divorcio  no divorciarse. La ley permite el divorcio, para regular el orden social. Jesús va más allá de la ley y pide fidelidad plena a un varón y a una mujer (aunque el texto de Mt modula esa fidelidad, suponiendo que veces no existe ya, no hay matrimonio).

(d) Mt 5, 33-37. No perjurar...  no jurar. La ley exige mantener el juramento, como acto religioso (pues Dios mismo es quien avala los juramentos). La prohibición de Jesús (¡no jurarás!), matizada por el mismo Mt en otro contexto (Mt 23, 16-22), tiene un sentido básicamente religioso: Dios no está ahí para avalar los juramentos, sino que tiene valor en sí mismo, por encima de ese tipo de palabras sagradas. La verdad religiosa del hombre se sitúa en el plano de la vida profana, sin necesidad de introducir una palabra religiosa (de juramento) para ratificar por ella las relaciones humana.

(e) Mt 5. 5, 38-42. Talión (ojo por ojo) no violencia. La Ley se sitúa en un plano de oposición, suponiendo que para vencer el mal hay que aplicar otro mal (ojo por ojo). De esa forma, la ley se sitúa en la línea del juicio, con la violencia que ello implica. En contra de eso, Jesús quiere que la vida de los hombres sea experiencia y expresión de gratuidad, renunciando de esa forma a la violencia.

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(f) Mt 5, 43-47. Amor al amigo al enemigo. La ley aplica el talión en el campo de las relaciones humanas, dividiendo a los hombres en amigos y enemigos (en buenos y malos para mí). En contra de eso, Jesús presenta la vida como don creador, que puede abrirse a todos, superando la división de amigos y enemigos. En el fondo de las antítesis se expresa la oposición entre la ley (que sostiene lo que existe a través de la fuerza y la venganza) y la gracia (que entiende la vida como fidelidad personal y amor activo). En sentido estricto, el Jesús de las antítesis no va en contra de la ley, ni discute sus implicaciones (como hará la tradición rabínica de la Misná), sino que (a no ser en el caso del divorcio, donde Mt introduce una cláusula exceptiva) se sitúa por encima de ella: busca y ofrece un principio de gratuidad creadora, que va más allá de la ley, en una línea de trasparencia y fidelidad humana. En esa línea, pide a los hombres que no juren, es decir, que renuncien a un gesto religioso muy significativo, como es el juramento.Los juramentos … pertenecen al plano de la religión. No es que sean malos, aunque pueden convertirse en malos. Hay juramentos bueno… y puede haber juramentos malos. Y en ese plano la ley del AT (y la ley de cierta iglesia posterior) quiere que los juramentos sean buenos y que siendo buenos se cumplan….

Pues bien, Jesús no quiere ese tipo de religión de juramentos… ni siquiera los buenos… No quiere que manejemos a Dios, sino que digamos la verdad por sí misma. Es evidente que la Iglesia (empezando por Pablo) ha tenido miedo a Jesús, ha tenido miedo a la gente no actúe bien (no sea responsable) sin juramentos… y así ha pedido y pide a sus fieles que juren.

Al pedir a sus obispos, provinciales religiosos, profesores de teología/religión y demás personas “responsables” que juren, la Iglesia está desconfiando de ellos, poniéndose así en contra de Jesús. Éste me parece un tema serio, un tema grave. Una Iglesia que así actúa no vive en un nivel de confianza y gratuidad, sino de sospecha. No es una iglesia sana, iglesia amiga, sino una sociedad obsesivamente enferma, neurótica, llena de  sospechas y miedos, exigiendo por eso a sus responsables el juramento (para sentirse así más segura, para atar a los creyentes bajo pecados que ella misma inventa). Matices del juramento.  

Ha de entenderse desde el trasfondo social. Recordemos que los judíos no podían jurar por Dios (pues a Dios ni se le nombraban), sino por realidades vinculadas a Dios. Por eso, en contexto judío, Mt ofrece una lista de cosas por la que no se puede jurar:

No juréis ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo

Catholic.net - No juréis en modo alguno

Ha dicho Jesús que no juremos, que digamos “si si, no no”, y que todo lo demás viene del diablo. No le hemos hecho caso, no le ha hecho caso un tipo Iglesia, que pide que se jure, siguiendo así al Diablo más que a Dios.

Se pueden ofrecer mil pueden dar cien matizaciones, y así ha podido hacerlo quizá el mismo  Pablo, que juraba, defendiéndose… Puede responder el mismo Mateo  23 cuando matiza la doctrina de los juramentos (e incluso Mc 14, 25) …  donde parece que Jesús jura. Pero que todo eso son al fin excusas. Si la Iglesia creyera de verdad en Dios y en los hombres, según el ejemplo de Jesús, dejaría mañana mismo de pedir juramentos a su gente.  

 DIOS, VERDAD DEL HOMBRE, NO NECESTAA JURAMENTOS  

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Entre las palabras históricamente más fiables de Jesús se encuentra ésta: “Habéis oído que se ha dicho a los antiguos “no perjurarás” (Lev 19, 12), sino cumplirás tus juramentos. Yo, en cambio, os digo: no juréis en modo alguno” (Mt 5, 33). Esta prohibición va en la línea de la trascendencia de Dios (y de la prohibición de la idolatría), pero, en sentido más estricto, va en contra de un rasgo importante de la Ley judía y, en general, de toda religión que no solamente se atreve a jurar, apelando a Dios en las discusiones humanas, sino que manda que se “jure” (poniendo a Dios como testigo) en discusiones y asuntos importantes, como si él tuviera que ser garante legal de las afirmaciones humanas.

 Ciertamente, la Escritura israelita condena los juramentos en los que se apela al nombre de Dios en vano o con mentira (Ex 20, 7; Dt 5, 11), pero permite y quiere que ratifiquemos nuestras promesas con juramentos, para así afirmarlas ante o desde Dios (cf. Lev 19, 12; Sal 24, 3-4). La religión (el Nombre de Dios) se utiliza según eso para fundamentar y “consagrar” un tipo de verdad o compromiso humano (cf. Num 30, 2; Dt 23, 31). Es como si Dios dejara de valer en sí mismo, como si no fuera experiencia directa de gratuidad y vida, poniéndose al servicio de intereses humanos, avalados por los poderosos del mundo, apelando a su castigo (castigo de Dios y castigo de los hombres) en caso de no cumplir lo jurado o prometido.

De esa forma, la religión del juramento pierde su carácter originario de admiración, gozo y gratuidad (entendida en forma de comunicación transparente entre los hombres) y corre el riesgo de convertirse en instancia de imposición (se obliga a jurar) y de miedo (en caso de no cumplir el juramente). Pues bien, en contra de eso, volviendo al origen de la experiencia sagrada, Jesús pide a los hombres que no juren ante/por Dios, porque Dios es principio de amor y es trascendente (no se le puede manejar) y, sobre todo, porque la verdad vale en sí misma, sin que debamos fundarla en un tipo de superestructura sagrada.

No hace falta ir al templo a jurar proclamando así la propia inocencia, como se supone en muchos salmos. Dios es siempre la verdad, la claridad, la trasparencia de la vida humana, en cualquier situación. Dios no necesita juramento humano para actuar como divino y los hombres no necesitan apelar al castigo de Dios para decir la verdad, sino que han decirla apelando a su propia honestidad humana: que tu palabra sea sí (sí es sí) o no (no es no, cf. Mt 5, 37; Sant 5, 12), sin tener que apelar a un Dios externo o a posibles castigos divinos y/o humanos en caso de no cumplimiento de lo jurado o prometido. Dios es la primera experiencia, la fuente de verdad, de vida, de esperanza, en amor. Está siempre presente en lo que somos y decimos, no necesita, ni exige, juramentos, religiones especiales de especialistas sagrados[1].

             El Dios de juramentos es garante de una religión que sirve para resolver conflictos (juicios), un Dios manejable, que empleamos para asegurar nuestros enfrentamientos y discusiones, como si la palabra humana no valiera a no ser que le añadamos un soporte divino. Pues bien, en contra de eso, profundizando en la norma del decálogo (es decir, en la santidad de Dios), Jesús prohíbe los juramentos:

«Habéis oído que se ha dicho a los antiguos “no perjurarás”, sino que cumplirás ante el Señor (apodôseis: le devolverás) tus juramentos. Yo, en cambio, os digo: no juréis en modo alguno» (Mt 5, 33; cf. 5, 15).

Esta formulación va en contra de un rasgo importante de la Ley judía y, en general, de toda religión que se atreve a jurar, apelando a Dios para resolver las discusiones humanas. Jesús no quiere que se jure en nombre de Dios, porque Dios es principio de amor y es trascendente (no se le puede manejar en modo alguno) y, sobre todo, porque la verdad vale en sí misma, sin que debamos fundarla en un tipo de superestructura sagrada. Dios se define, según eso, como principio de verdad y transparencia inmediata, gratuita, creadora entre los hombres, no sólo en un plano interior (cada uno en sí mismo es verdad de Dios), sino en la comunicación entre los hombres, judíos o no judíos, varones o mujeres, siervos o libres.

Dios concede a cada hombre o mujer (sea papa o barrendero) la garantía de la verdad, su garantía, su presencia, su verdad. Varones y mujeres son, según eso, portadores de la verdad divina, no simples buscadores de una verdad que se les escapa siempre, no son en principio mentirosos, como dice Sal 116, 11. Dios está presente, según eso, en la verdad del hombre, esto es, en su misma vida.

La presencia de Dios se vincula por tanto a la palabra (como sabe Jn 1, 14), pues la palabra de Dios se hace verdad en la vida de los hombres, en lo que ellos son, en lo que dicen, en las relaciones humanas, en sí mismas, sin apelar a una sacralidad superior (que vale por sí misma). Dios no necesita juramentos para actuar como divino; tampoco el hombre necesita superestructuras sacrales para ser humano, es decir, plenamente divino, pues no necesita invocarle de un modo especial para decir la verdad (que el sí sea sí, y el no sea no: Mt 5, 37).

 Esta exigencia (no jurar, no introducir a Dios en nuestras disputas) constituye un rasgo distintivo del mensaje de Jesús, que no sólo se opone a un tipo de Ley tradicional del judaísmo que permite los juramentos, sino que ha sido a veces ignorada por las iglesias, a pesar de Sant 5, 15, que ofrece el mismo testimonio Mt 5, 33-37)[2].

[1] Esta exigencia (no jurar, no introducir a Dios en nuestras disputas) constituye un rasgo distintivo del mensaje de Jesús, aunque ella ha sido ignorada en general por las iglesias (a pesar de Sant 5, 15, que no depende de Mt 5, 33-37), sino de una tradición común que viene de JesúsGrandes áreas del NT (cartas de Pablo, Ap) apelan a diversos juramentos, como si Jesús no los hubiera prohibido, y lo mismo hacen muchas iglesias cristianas. Sobre la autenticidad y sentido de la prohibición de juramentos en la historia de Jesús, cf. J. P. Meier, Judío marginal IV, 203-252.En este contexto debemos recordar que el mismo Mateo (23, 16-22), en otro contexto, parece aceptar los juramentos, discutiendo incluso sobre los motivos más apropiados para realizarlos (a no ser que se trate de un pasaje irónico, una crítica a grupos que emplean juramentos)

[2] Como signo de la dificultad que ha causa este dicho fundante de Jesús, El mismo Mateo (23, 16-22) incluye otro pasaje donde parece aceptar los juramentos, discutiendo incluso sobre los motivos más apropiados para realizarlos, a no ser que se trate de un pasaje irónico, una crítica a grupos que emplean juramentos). Grandes áreas del NT (cartas de Pablo, Apocalipsis) apelan a diversos juramentos, como si Jesús no los hubiera prohibido, y lo mismo hacen muchas iglesias cristianas. Sobre la autenticidad y sentido de la prohibición de juramentos en la historia de Jesús. Estudio crítico sobre la autenticidad del dicho de Jesús en J. P. Meier, Judío marginal IV, Verbo Divino, Estella 2019, 203-252.

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