M. 2. Domingo-Francisco. Paz de Cristo sobre la Cruzada

El siglo XII, que había comenzado con la conquista cristiana de Jerusalén (año 1099), terminó con la victoria de Saladino en los Cuernos de Hittin (1187), sobre el mar de Galilea, y la conquista posterior de Jerusalén. Terminó sin llegar a cien años el "sueño" cristiano de victoria militar y cristiandad centrada en Jerusalén.

Los cristianos supieron que habían perdido la guerra de Oriente y no podían (no debían) extender el Reino de Dios por las armas, y así comenzó en Occidente una nueva era, con su grandeza, con sus límites: El siglo XIII, tiempo de Universidades y Catedrales, de burguesía (ciudades), con el poder naciente de los estados ya casi modernos frente a la Iglesia.

Los espíritus más lúcidos encajaron n la derrota militar en “Tierra Santa”, y empezaron a trazar otros caminos de comercio, cultura y desarrollo humano. Quedaba atrás la vieja cristiandad organizada de un modo feudal, con los templarios y los monjes guerreros. Había que arriesgar nuevas formas de presencia cristiana.


En este contexto destaca dos testigos y fundadores providenciales: Domingo de Guzmán y Francisco de Asís, cuya memoria y cuyas obras (Dominios y Franciscanos) ha marcado todo el cristianismo posterior. Como recuerdo y actualización de ese cambio en las nuevas circunstancias del siglo XXI, el Papa Bergoglio ha querido llamarse Francisco. Quizá podía haberse llamado Domingo Francisco.

De esos dos testigos cristianos, y en especial de Francisco trata esta postal, continuación de la de ayer y preparación de la de mañana, que estará centrada en Pedro Nolasco y la Virgen de la Merced, redentora de cautivos, con la que culminará esta miniserie.

1. DOMINGO DE GUZMÁN, HERMANOS PREDICADORES (OP)

Un hombre (1170-1221)


Era un clérigo castellano, de Caleruega (Burgos). Estudio en el “Estudio en el Estudio General de Palencia” (precursor de la Universidad de Salamanca) y fue canónico del Burgo de Osma. Sabía latín, sabía leyes, vida cristiana. Caminando por el sur de Francia, con una embajada del Rey de Castilla, pasó por una zona de guerra entre Albigenses y cruzados católicos. Era una guerra de exterminio; los soldados del rey de Francia y muchos obispos querían matar a todos los albigenses, por herejes y distintos (peligrosos), pensando que hay un tipo de problemas de violencia que sólo se arreglan por las armas, destruyendo de raíz la mala simiente del Diablo en el mundo.

Pues bien, Domingo pensó que la división entre católicos y albigenses, el gran tema de las disputas religiosas y sociales, debe resolverse a través de la palabra y por eso quedó en el lugar de las disputas, como predicador ambulante, diciendo a unos y a otros que podían resolver las diferencias a través de un más hondo conocimiento de la verdad.

Para expandir su labor, creó una fraternidad de predicadores ambulantes, que iban pueblo a pueblo, sin bienes materiales ni influjos exteriores, como "mendicantes", es decir, como mendigos del evangelio. Sólo más tarde, estos hermanos pobres predicadores se fueron convirtiendo en una Orden bien organizada, con intelectuales y profesores de universidad, para expandir y propagar la verdad por la Palabra. Santo Domingo de Guzmán es el santo del conocimiento liberador, que no destruye a los demás, que no les impone una verdad, sino que les ayuda a penar y vivir en libertad.

Una obra

Frente a la violencia de la cruzada en contra de los albigenses, los Hermanos Predicadores de Domingo defienden y propagan la verdad por el anuncio (predicación). Han descubierto que las oposiciones no se pueden resolver por fuerza: no hay cruzada que convenza, ni ejército que pueda conquistar la paz por guerra, a no ser matando a los enemigos (como los caballeros “católicos” hacen matando a los albigenses, en una durísima “cruzada”, en la que don Pedro II, rey de Aragón, lucha a favor de los herejes, muriendo en la batalla de Muret, año 1213).

En contra de eso, Domingo quiso extender el camino de Jesús a través de la palabra. Por eso, los hermanos de Domingo estudian y predican para expandir el evangelio a través de la predicación (son OP, Ordo Predicatorum). Viven en pobreza, rezan juntos y caminan por los pueblos como mendicantes, sin posesiones ni grandes monasterios. Son mensajeros andantes de Jesús y así redescubren la verdad central del cristianismo, tal como se expresa en el mandato misionero de Jesús (cf. Mc 6, 6–13; Mt 10, 5-15): ofrecen con el evangelio de un modo gratuito, sin más riqueza que su palabra, sin más poder que la ayuda humana (curaciones), poniéndose así en manos de otros hombres y mujeres que acogen (o rechazan) su mensaje (cf. Liber Consuetudinum, en M. Gelabert y J. M. de Garganta (eds.), Santo Domingo de Guzmán visto por sus contemporáneos,. Madrid 1947, 864).

En la raíz del gesto de Domingo y sus Hermanos Predicadores está la exigencia de anunciar el evangelio sin poder externo, sin riqueza ni violencia, sin guerra alguna (oponiéndose así a la guerra de cruzadas). Según el evangelio, los misioneros no llevan espada, ni alforja (dinero), ni repuestos de tipo cultural o social (vestidos, libros...).

Los hermanos de Domingo son mendicantes, dan de balde lo que tienen (su palabra) y reciben aquello que les pueden ofrecer (comida, casa), quedando indefensos en manos de los hombres y mujeres a quienes se dirigen. Son itinerantes, como el Cristo, por gracia de Dios (o de la vida) y no por miseria, pues quieren compartir bienes y vida con la gente del entorno. Saben que toda imposición es mala y que el triunfo que se logra por medios militares constituye en el fondo una derrota. Por eso ofrecen gozosamente lo que tienen y quedan a merced de aquellos que escuchan o no escuchan su palabra, como quiere el evangelio.

2. FRANCISCO DE ASÍS, HERMANOS MENORES (OFM)

Un hombre (1181/1182-1226)


Nació en Asís, Umbria (Italia). Se llamaba Giovanni/Juan, y era hijo de un rico comerciante vinculado por su negocio con Francia. Por eso, y quizá porque cantaba como un provenzal le llamaban Francesco (el Francesito)... De joven se fue a la guerra y le hicieron prisionero. Tuvo una experiencia grande del poder perturbador de una riqueza que esclaviza a los hombres, que divide a los pueblos, para acabar descubriendo que la libertad de la vida sólo puede conseguirse y cultivarse allí donde los hombres y mujeres se liberan del afán de la riqueza para volverse hermanos todos.

El dinero lleva a la división a la lucha; para ser hermano hay que aprender a compartir: este es el secreto de Francisco; él ha dicho y ha las cosas más bonitas que se han escrito acerca de la pobreza y de la fraternidad. Por eso quiere que los hermanos trabajan pero que nunca exijan salario, que reciban lo que les dan y que compartan lo que tienen, como hermanos pobres (mendicantes). Su "mendicidad" no consiste tanto en pedir a los otros sino en compartir con todos, incluso con el hermano ladrón. De tal manera que al compartir los bienes surge la paz. El ideal de Francisco fue profundamente misionero, como el Domingo de Guzmán, pero no a través de una predicación de palabras, sino de la misma pobreza y fraternidad hecha palabra.

Francisco y sus hermanos predican con el ejemplo, sin pedir nada, sin exigir nada. De esa forma pudo organizar un tipo de misión nueva misión entre infieles y de un modo especial entre musulmanes, enviando a sus hermanos pobres a la Tierra Santa y a otros lugares, no para conquistar el país o vencer a los "infieles", sino para compartir con ellos la vida en humildad y pequeñez. Dijo a sus hermanos que fueran como los discípulos primeros de Jesús: sin llevar consigo absolutamente nada, sin conquistar, sin imponer, sin obligar (cf. Mt 10). Más aún, le puso como norma que no discutieran con los musulmanes, que no quisieran convertirles, sino simplemente estar con ellos. Así lo dice su regla para los misioneros:

"que no promuevan disputas que se sometan a toda autoridad por Dios y que confiesen que son cristianos, pero sin discutir ni provocar; sólo cuando les pregunten, digan qué es ser cristiano".

El problema es el dinero.

Francisco sabe que el gran problema entre cristianos y musulmanes no es la fe, sino el dinero, el deseo de poseerlo todo, el ansia de conquista. Por eso inicia una “cruzada” en Italia, en el lugar donde está comenzando el nuevo capitalismo (espíritu comercial) que puede traer grandes conquistas económicas, pero destruirlo la humanidad (como estamos viendo ahora, en el siglo XXI). La guerra entre cristianos y musulmanes no es guerra de Cruz (cruzada), sino lucha económica por el dominio del mundo. Así fue en el siglo XII-XIII. Así es ahora. Por eso, desde una perspectiva occidental, la lucha contra la guerra tiene que comenzar en el corazón del mundo capitalista. Esa fue la intuición de Francisco.

Francisco no quiso crear una “orden religiosa” en el sentido posterior de la palabra, sino un movimiento de fraternidad cristiana, superando los imperativos e injusticias de un trabajo que se convierte en capital y que destruye a los mismos trabajadores. Sabe que en el base de toda la injusticia y lucha de la tierra hay un ingente anhelo posesivo: el enemigo de la fe no es la presencia musulmana, es la avaricia de los creyentes, la espiral de riquezas y poderes que amenazan la vida de los fieles.

La guerra, igual que la mentira y opresión intelectual, nace de la codicia. En contra de eso, la paz verdadera es gracia: sólo conoce de verdad y encuentra al Cristo, transcendiendo la violencia de la tierra, quien rechaza la opresión de las riquezas. Desde este fondo, condenando el ideal de conversión por la violencia que late en las cruzadas, Francisco ha formulado nuevamente los principios de la paz cristiana:

Los hermanos, dondequiera que se encuentren sirviendo o trabajando en casa de otros, no sean mayordomos ni cancilleres, ni estén al frente de la casa en que sirven... Y por el trabajo pueden recibir todas las cosas que son necesarias, menos dinero. Y cuando sea menester, vayan por limosna, como los otros pobres. Y pueden tener las herramientas e instrumentos convenientes para sus oficios... Guárdense los hermanos, dondequiera que estén, en eremitorios o en otros lugares, de apropiarse para sí ningún lugar, ni de vedárselo a nadie. Y todo aquel que venga a ellos, amigo o adversario, ladrón o bandido, sea acogido benignamente (Francisco de Asís, Regula, I, 7. Edición y traducción en J. A. Guerra, San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época. Madrid 1978. Reglas, en págs. 91-118.).

Por eso, ninguno de los hermanos... tome ni reciba ni haga recibir en modo alguno moneda o dinero ni por razón de vestidos ni de libros ni en concepto de salario por cualquier trabajo... Empéñense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de Nuestro Señor Jesucristo y recuerden que nada hemos de tener en este mundo, sino que, como dice el apóstol, estamos contentos teniendo qué comer y con qué vestirnos (1 Tim 6,8). Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja condición y despreciada, con los pobres y los débiles, y con los enfermos y leprosos y con los mendigos de los caminos (Ibid I, 8. 9)..


Principios de una economía franciscana

A partir de Cristo-pobre, Francisco no compite contra nadie: vive en actitud de entrega confiada con (entre) los pobres. De esa forma redescubre y explicita desde el evangelio una serie de valores universales, no sólo cristianos. La “cruzada” frente al Islam empieza en occidente, pero de tal forma que al fin se descubre que no es necesaria una cruzada militar, sino un camino compartido de solidaridad humana, desde el trabajo común, desde la posesión común de los bienes. Estos son sus elementos principales:

– Ley del trabajo. Como los pobres del mundo, los Menores de Francisco deben trabajar: llevan su herramienta y la utilizan allí donde alguien pide o necesita su servicio, como verdaderos proletarios; pero ellos no venden su trabajo, como harán más tarde los obreros explotados, sino que lo regalan, dándolo de balde, allí donde alguien pide o necesita su servicio.
– Superación del sistema salarial. Los Hermanos no rechazan el salario por sentirse superiores, ni tampoco por principios teóricos, sino porque se ponen muy abajo, en la más honda pobreza de la tierra: ofrecen lo que tienen y después no exigen nada, nunca obligan, no se imponen. Regalan su riqueza y confían recibir la de los otros. De pronto, sobre el viejo mundo roto por la lucha del dinero ellos suscitan un camino de esperanza.
– Rechazo del capital. Conforme a lo anterior, los Hermanos no se apropian cosa alguna como propietarios, ni siquiera se hacen dueños de la tierra donde duermen (cf. Mt 8, 10): quieren compartir trabajo y bienes, caminos y pobreza, con los habitantes de su entorno. De esa forma los descubren como hermanos, en fraternidad que abarca a bandidos o ladrones, herejes, musulmanes o paganos...

Presencia de cristianos en tierra de musulmanes.

Según eso, no es precisa la cruzada militar. El evangelio no se puede vincular a las batallas. Los Menores de Francisco extienden el Reino con su propia pobreza y su experiencia de encuentro fraterno con los pobres. Así fue Francisco a tierra de musulmanes, así deben ir los cristianos. En esta línea ejercen su misión:

"Así, pues, cualquiera hermano que quiera ir entre sarracenos u otros infieles vaya con la licencia del ministro... Y los hermanos que van pueden comportarse entre ellos espiritualmente de dos modos.
– Uno, que no promuevan disputas y controversias,sino que se sometan a toda creatura por Dios (1 Pe 2, 13) y confiesen que son cristianos.
– Otro, que cuando les parezca que agrada al Señoranuncien la palabra de Dios para que crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo..." (Regula, I, 16).


Lo Hermanos Menores de Francisco invierten el esquema de cruzada. No van como señores, no pretenden dominar ninguna tierra, ni se empeñan en librar Jerusalén de musulmanes, pues actúan como hermanos de todos los vivientes (humanos) de la tierra, sin poderío, ansia de riqueza o deseo de conquista ideológica, económica, política. No extienden la verdad por razones, no suscitan controversias de tipo intelectual o social, sino que ofrecen el ejemplo de una vida liberada, fraterna, trabajadora, gozosa, sin deseo de codicia o dominio del capital.

Así confían, como pobres entre pobres, como portadores del gozo de Dios, ofreciendo un silencioso y fuerte testimonio de Jesús entre pueblos que otros juzgan enemigos, pero que son pueblos de Dios, de hijos de Dios. Allí donde vinieron los cruzados a imponerse por las armas, llegan ellos desarmados, siendo anuncio de Jesús en Palestina.

Reflexiones finales

1. El Espíritu de Asís (que es el espíritu de muchos musulmanes y que el Papa Francisco quiere retomar desde el evangelio) no puede imponerse por la guerra. Exige una “yihad” distinta, un esfuerzo de desprendimiento y fraternidad, que se abre a todos los hombres, por encima de religiones y culturas.

2. La alianza de civilizaciones o culturas ha de ser, ante todo, una alianza económica: que nadie amontone a costa de los otros, que nadie domine a los otros por dinero. Ciertamente, hay muchas culturas y no sabemos si unos son mejores que otras. Pero la auténtica cultura que vincula a todos es el “cultivo de la tierra” y de sus valores para compartirlos. Poder trabajar y comer juntos, gozando del don de la vida, sin imponerse unos sobre otros, eso es la cultura.

3. El ideal de Francisco no se puede imponer de un modo militar o político (no puede convertirse en razón de Estado) pero puede inspirar por igual a cristianos y musulmanes, en gesto de acogida y servicio mutuo. Es un ideal cristiano, siendo universal (pudiendo ser musulmán). Ciertramente, Francisco es cristiano, pero es también un "sometido a Dios", en la línea de los buenos musulmanes.

4. Este camino de Francisco constituye uno de los testimonios fundamentales de la historia de occidente (de la historia humana) en el camino de la paz. En esa línea situaremos mañana el Camino de la Merced de Barcelona, con Pedro Nolasco.
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