El cura de Pizarrales Don Jesús, cura de Pizarrales: Justicia social, dignidad de la mujer, atención a los enfermos

Acaba de morir Don Jesús, cura de los Pizarrales de Salamanca (cf. RD) y  quiero recoger en su memoria una páginas que escribí para él, sobre el cuidado de los enfermos y la dignidad de la mujer, en un contexto de justicia social, como la que él impulsó en su barrio pobre de la "culta" Salamanca.

Fue hombre de justicia (impulsó la transformación del barrio marginado),hombre de integración (buscó una iglesia de iguales, dirigida en especial por mujeres, comprometidas por el evangelio, como muchas que le acompañaron), un buen cristiano.

Se ocupó en especial de los enfermos, el eslabón roto de la sociedad en el que se incluían alcohólicos, drogadictos... De ellos y del reconocimiento de la mujer en la iglesia (¡las mujeres pueden ser ya monaguillos: acólitos y lectores!) tratan las reflexiones que siguen.

Don Jesús

Le acompañé varias veces en sus charlas educativas y congresos, y escribí para él algunas cosas sobre  el proyecto y camino de Jesús, a favor de la justicia, de las mujeres y  de los enfermos, empezando por el evangelio de Marcos. Conservo apuntes y esquemas de mis "ponencias", que desembocaron en un comentario sobre Marcos.

Entre esos esquemas está el "relato" de las dos mujeres aceptadas y elevadas (=sanadas) por Jesús: La hemorroísa y la hija de Jairo. Sirvan de homenaje de recuerdo y cariño a "don" Jesús, en estos días en que Jesús de Nazaret se extrañaría de que las mujeres puedan "oficiar" ya oficialmente de monaguillos (lectores y acólitos) en la iglesia. En el barrio de los Pizarrales de Salamanca (imagen del tiempo en que empezó a realizar don Jesús su tarea) ellas eran alma y vida de la Iglesia.

Un ensayo entre la memoria oral y la historia vivida – Conversacion sobre  Historia

DOS RELATOS DE MUJERES

Estos dos textos ofrecen la carta magna de la libertad que debe transformar al judaísmo, tanto en perspectiva de varón (ha de cambiar el archisinagogo para que viva su hija) como en perspectiva de mujer (hay que ofrecer un espacio de vida y/o libertad para la hemorroísa). Se trata, evidentemente, de una libertad que empieza por el cuerpo: es libertad para que las mujeres puedan ser ellas mismas, dentro de la comunidad, al interior de la iglesia. En el lugar donde la Misná judía sigue situando el viejo código Nashim (De las Mujeres), centrado en rituales que consagran el sometimiento femenino, ha colocado Mc estas dos escenas que avala para siempre la libertad de la mujer (y del varón) dentro de la iglesia[1].

Estos dos milagros están al servicio de la liberación mesiánica de la mujer dentro de la iglesia. Hay al fondo de ellos un recuerdo histórico, bien arraigado en la vida de Jesús. Pero más que el recuerdo de un hecho aislado importa la nueva visión de la vida que ellos ofrecen. Ha hecho falta un milagro, un tipo de transformación hermenéutica (o ruptura epistemológica) para que las mujeres encuentren su pleno lugar de pureza y libertad dentro de la iglesia. Este es el milagro, lo inaudito y creador de estos relatos: que estas mujeres puedan encontrar un lugar de plenitud y de esperanza dentro de la comunidad mesiánica. 

Barrio de los Pizarrales

1.- Mujer con hemorragia

Mucha gente le seguía y le estrujaba. 25 Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con los médicos y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, quedaré curada. 29 Inmediatamente se secó la fuente de su sangre y sintió que estaba curada del mal. 30 Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se volvió en medio de la gente y preguntó:

             - ¿Quién ha tocado mi ropa?   Sus discípulos le replicaron:Ves que la gente te está estrujando )y preguntas quién te ha tocado? 32 Pero él miraba alrededor a ver si descubría a la que lo había hecho. 33 La mujer, entonces, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le contó toda la verdad.

              34 Jesús le dijo:Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal (Mc 5, 24b-34)[2].

Es persona sin familia. Conforme a la ley sacral judía, su condición de hemorroísa (mujer con hemorragia permanente) le expulsa de la sociedad: no puede tener relaciones sexuales ni casarse; no puede convivir con sus parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro a su contacto: la silla en que se sienta, el plato en que come... Es mujer condenada a soledad, maldición social y religiosa.

El milagro de Jesús consiste en dejarse tocar, ofreciéndole un contacto humano, purificante. En el fondo del relato hay un recuerdo histórico: Jesús ha ofrecido a esta mujer (a otras mujeres marginadas) un espacio de vida, introduciéndola de un modo personal en la sociedad, igualitaria, de los seres humanos, para que pueda vivir en paz consigo misma y con los otros, conforme al tipo de convivencia que ella escoja.

Jesús no realiza con ella un milagro para llevarla a su grupo; no le dice que venga a sumarse la familia de sus seguidores, sino que hace algo previo: le acepta como mujer, acepta el roce de su mano en el manto, ofreciéndole el más fuerte testimonio de su intimidad personal; le anima a vivir y le cura, para que sea sencillamente humana, persona con dignidad, construyendo el tipo de familia que ella misma decida. No la quiere convertir en nada (a nada) sino que capacitarla para ser al fin y para siempre humana.

La hemorroísa, mujer con menstruación constante, estaba atada a la cárcel de su cuerpo, incapaz de crear comunicación en su entorno. La misma ley (Lev 15, 19-33) establecía las normas de su vida y sujeción femenina. La mujer en cuanto tal era un viviente cercano a la impureza, tanto por los ciclos de su menstruación como por el parto, sometida a leyes de carácter sacral hechas para mantenerla de algún modo atada a sus procesos naturales y a su condición de servidora de la vida (engendradora). Opresoramente impura era esta hemorroísa. Rescatarla para la humanidad, para las relaciones personales, para la familia, esta ha sido una conquista capital del evangelio. Por eso, su milagro aparece en Mc como paradigma, signo de aquello que es la mujer y de aquello que en la iglesia representan. Recordemos que Mc, como los restantes evangelios, no demuestra ni razona sino que narra y narrando muestra la nueva verdad del evangelio. Pero vengamos a la mujer: 

- Era hemorroísa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía sentarse en su asiento, tumbarse en su cama, acostarse a su lado, acercarse a su casa y convivir con ella. Como mujer solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá por siempre, en la más dura de las cárceles que ser humano haya imaginado. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la ha establecido como enferma, ha creado y ratificado su enfermedad. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse. Doce años son el tiempo en que una mujer puede dar a luz y educar a una hija para la vida (a los doce años madura ya esa hija). Tras doce años de menstruación irregular, esta mujer se puede sentir ya inútil: impura en lo social, estéril en su aspecto maternal.

-Es mujer sin curación humana, pues los muchos médicos (pollôn iatrôn) fueron impotentes para ella (5, 26). Es una mujer rica, parece independiente, pues puede emplear mucho dinero en un tratamiento que entonces resultaba caro. Debe tener cierta cultura: se supone que ha tratado con médicos de cultura griega (que eran los que se ocupaban de mujeres como ella). Pues bien, lo ha gastado todo en medicinas, pero no ha curado. Al fondo hay posible ironía frente a los poderes de la medicina de aquel tiempo. Pero más que la ironía destaca la impotencia. Da la impresión de que los médicos resultan mejores que los sacerdotes y escribas, pues al menos han intentado curarla. Pero al fin se han mostrado incapaces, a pesar del dinero que la mujer les ha dado: no pueden llegar a la persona en cuanto tal, no pueden penetrar (en cuanto médicos) en la raíz de la sangre manchada, fuente de todos los trastornos de la vida.

Es mujer solitaria, pues su misma tacto ensucia todo lo que toca, pero tiene un deseo de curación que sobrepasa el nivel de los escribas de Israel y de los médicos de los mundo.Lógicamente, su misma enfermedad se transforma en deseo de encuentro personal (que Jesús entenderá como fe). Ha oído hablar de Jesús y quiere entrar en contacto físico con él: ¿Si al menos pudiera tocar su vestido! (cf. 5, 27-28). No puede venir por delante, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, cuerpo a cuerpo, porque todos tenderían a expulsarla, sintiéndose impuros a su roce. Por eso viene por detrás (opisthen), en silencio (5, 27).

- Es mujer que conoce y sabe con su cuerpo (5, 29). Toca el manto de Jesús y siente que se seca la fuente "impura" de su sangre, se sabe curada. Alguien puede preguntar: ¿cómo lo sabe? ¿de qué forma lo siente, así de pronto?¿No será todo ilusión, allí en medio del gentío? Evidentemente que no. Lo que importa de verdad es que ella sepa, se sepa curada, que pueda elevarse y sentirse persona, por encima del tabú de sangre que la tenía oprimida, expulsada de la sociedad por muchos años. Por eso es decisivo que ella lo descubra y se descubra a sí misma curada, en contacto con Jesús, hombre distinto, que deja que emane de su cuerpo y de su manto, de toda su persona, un poder de curación y vida[3].

Jesús irradia pureza y purifica a la mujer al ser tocado (5, 30-32). También él conoce y actúa por su cuerpo, vinculándose a ese plano con la hemorroísa. Sólo ellos dos, en medio del gentío de curiosos legalistas, se saben humanos en perspectiva l de cuerpo. A ese nivel ha tocado la mujer, a ese nivel sabe Jesús que, más allá de los que aprietan y oprimen de manera puramente física, le ha buscado y encontrado una persona de forma distinta, pidiendo su ayuda; evidentemente, él se la ha dado (5, 31). Los discípulos no logran entender, no distinguen los roces de la gente: quedan en el plano físico del gentío que aprieta (5, 31). Jesús, en cambio, conoce y distingue con su cuerpo, de tal forma que sabe que ha sido un roce de mujer, pues antes de mirarla y conocerla se vuelve para descubrir tên touto poiêsasan, es decir, a "la" que ha hecho (5, 32). Estamos en el lugar donde más allá de toda posible magia (algunos buscan poderes por el tacto) viene a desvelarse el poder del encuentro personal, interpretado a nivel de persona.

Mc 5, 21-34: Curación de la hemorroísa – Escritura_Sagrada

-La mujer debe confesar abiertamente lo que ha sido, lo que ha hecho, lo que en ella ha sucedido (5,33). Era una mujer invisible, encerrada en la cárcel de su impureza. Ha venido a escondidas, con miedo, pues si alguien la viera podría castigarla (5, 27). Pues bien, Jesús reacciona obligándole a romper ese ocultamiento vergonzoso, hecho de represiones exteriores y miedos interiores. En otras ocasiones, ha pedido a los curados que no digan lo que ha hecho, para que el milagro no rompa el secreto mesiánico o se vuelva propaganda mentirosa sobre su persona (cf. 1, 34. 44; 3, 12). Pues bien, en este caso es Jesús mismo quien pide a la mujer que salga al centro y cuente a todos lo que ha sido su vida en cautiverio y cómo ha conseguido la pureza de su cuerpo. Ella debe exponer lo que ha pasado, lo que había sufrido como enferma y lo que goza como sana, mostrando así en la plaza pública, ante todos los hombres legalistas y de un modo especial ante el Archisinagogo, lo que fue el tormento de su vida clausurada en la impureza de su enfermedad y su contacto purificador con Jesús. No basta lo que diga Jesús, tiene que decir ella misma: tomar su palabra de mujer y persona, proclamando en el centro del mundo la verdad de su existencia. Una mujer que dice toda su verdad (pasan tên alêtheian) ante los varones de la plaza: este es el sentido más hondo de la curación, este es el principio de la nueva iglesia mesiánica, donde las mujeres pueden y deben hablar desde su propio sufrimiento y desde su voluntad de vida, en historia de dolor y esperanza que comparten con los varones [4].

-Jesús ratifica en forma sanadora el gesto de confianza y el contacto humano de la mujer que le ha tocado. No se atribuye la curación, no quiere ponerse en primer plano. Cariñosamente le habla, como un padre le anima: ¡Hija! Tú fe te ha salvado. Vete en paz (5, 34). Todo nos permite suponer que esta palabra ¡hija! resulta en este caso la apropiada, la voz verdadera. Quizá nadie le ha llamado así, nadie le ha querido. Jesús lo ha hecho, dejándose tocar por ella, reconociéndole persona (hija) y destacando el valor de su propia fe. Esa misma fe le ha curado. La fe es la que sana, vinculando a la mujer con todos los humanos de la plaza. Ella puede ir, con el rostro descubierto, y vivir como persona.

 Puede quedar pendiente el tema de la sangre menstrual interpretada en forma médica, es decir, en clave de enfermedad corporal (humana), pero ella ha perdido para Jesús su carácter de impureza religiosa. Esta mujer y las que son como ella han dejado de ser impuras (expulsadas de la vida social), para venir a presentarse como enfermas a las que sana su fe. La fe les define, la fe les convierte en personas (igual que a los varones), por encima de todas las restantes diferencias.

 Desde el nivel de la fe ha valorado Jesús a la mujer, superando una tendencia corporalizante (biologista) del judaísmo, codificada en Levítico y Misná. Frente a la mujer naturaleza, determinada por el ritmo normal o anormal de las menstruciones, encerrada en la posible violencia que su sangre evoca o simboliza (especialmente para los varones), ha destacado su valor como creyente que vive y de despliega a nivel de fe.

Jesús no se limita a definirla desde fuera, interpretándola a manera de cuerpo peligroso que se debe controlar sino que la recibe a su lado (en el contacto de su ropa y de su cuerpo) en su forma original; como persona: mano que puede tocar, mente capaz de expresarse y decir lo que siente, corazón que sufre y cree. Sólo una mujer a quien se deja que actúe y se exprese de esa forma ante todos los presentes, diciendo lo que ha sido su dolor, puede madurar como persona.

 Jesús no la retiene para su posible iglesia, ni le manda al sacerdote (para ratificar su curación sacral). Simplemente le dice que vaya sin miedo, que asuma su camino de mujer en dignidad. De ahora en adelante no la definirá su menstruación sino su valor como persona. Sólo así podrá crear familia verdadera y ser verdaderamente humana (hija, hermana, madre) dentro del corro de Jesús o de la iglesia (cf 3, 31-35), abriendo hacia los otros la fe que ella ha mostrado "tocando" a Jesús[5].

Un espacio de intimidad donde los humanos pueden tocarse en fe, es decir, relacionarse en clave de confianza: eso es la iglesia conforme a este pasaje. Los tabúes de sangre y menstruación pasan a segundo plano, pierden importancia las reglas que han tenido sometidas desde antiguo a las mujeres por la propia "diferencia" de su cuerpo. Ellas son capaces de creer y realizar la vida en gesto de confianza, igual que los varones.

Por eso, Jesús no le ofrece leyes especiales de sacralidad, piedad o pureza, como han hecho por siglos los diversos sacerdotes (especialmente judíos). Que ella sea simplemente mujer, que viva en libertad, como persona, eso es lo que Jesús le ha deseado (le ha ofrecido), dentro de una sociedad donde que la ley de enfermedades corporales y purificaciones de mujeres ha sido construida casi siempre por varones que quieren proteger sus propios privilegios[6].

2.- Jairo y su hija

21 Al regresar Jesús, mucha gente se aglomeró junto a él a la orilla del mar.22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies 23 y le suplicaba con insistencia, diciendo:- Mi niña está agonizando; ven a imponer las manos sobre ella para que se cure y viva.

              24 Jesús se fue con él.... 35 Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga diciendo:Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro. 36 Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:   -No temas; basta con que tengas fe.

              37 Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. 38 Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos, 39 entró y les dijo:   ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.

                       40 Pero ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña. 41 La tomó de la mano y le dijo: Talitha koum (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate).

                       42 La niña se levantó al instante y echó a andar, pues tenía doce años. Ellos se quedaron atónitos. 43 Y él les insistió mucho en que nadie se enterase de aquello, y les dijo que le dieran de comer (Mc 5, 21-24a. 37-42)[7]. 

 La escena (iniciada en 5, 21-24a) había quedado retrasada por el incidente de la hemorroísa (5, 24b-34). En un primer momento se podría pensar que ese retraso ha matado a la niña (5, 35). Pero es lo contrario: el testimonio de la hemorroisa curada, con la superación de la ley de "purezas" judías, permite situar y comprender el nuevo gesto de Jesús con el Archisinagogo y su hija.

Cuadro famoso La resurrección de la hija de Jairo - Iliá Repin - Pintores  famosos

Lahemorroísa vivía encerrrada en su enfermedad por su flujo constante e "impuro" de sangre menstrual, que duraba doce años (21, 25). Doce años de vida infantil había recorrido la hija del Archisinagogo Jairo (5, 42): hasta entonces se había sentido segura, se hallaba resguardada en el espacio de máxima pureza de Israel (casa de un jefe de sinagoga), y sin embargo, al descubrirse mujer, con el primer flujo de sangre que enciende su cuerpo, ella decide por dentro apagarse: no tiene sentido madurar a la vida y responsabilidad (sometimiento) de mujer en estas circunstancias.

Son muchas las mujeres que han sufrido y sufren al llegar a esa edad: es normal que sientan el temor de su propia condición, su cuerpo diferente ya y diferenciado, preparado para el amor y la maternidad, pero amenazado por un deseo feroz de posesión y por una ley de varones (padres y hermanos, vecinos y posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía; se saben objeto del deseo de unos hombres que no las respetan, ni escuchan, ni hablan.

Parece que esta niña no se atreve a recorrer la travesía de su feminidad amenazada; es víctima de su propia condición de mujer y judía y se siente condenada a muerte por el fuerte deseo de posesión de los varones (machos) y por la dura ley sacral de una sociedad que le convierte en víctima sumisa de las leyes de pureza y de los miedos, de los planes y violencias de los otros (los varones. Hasta ahora había sido feliz, niña en la casa, hija de padres piadosos (sinagogos), resguardada y contenta en el mejor ambiente. De pronto, al hacerse mujer, se descubre moneda de cambio, objeto de deseos, miedos, amenazas, represiones.

No necesita doce años de flujo irregular para descubrir su soledad, para sentir su impotencia y deseo de muerte. Le han bastado doce años de vida. Ha madurado de pronto, en la escuela de la feminidad amenazada y sabe (conoce con su cuerpo y/o su alma) lo que significa ser mujer en esa escuela. Ella padece en su cuerpo adolescente, que debía hallarse resguardado de todos los terrores, un tipo de terror que sufren de manea especial las mujeres amenazadas: hemorroísas, leprosas... Por su misma condición de niña hecha mujer empieza a vivir en condición de muerte.

Recordemos la sinagoga: lugar donde se escondía el poseso (1, 21-28), espacio donde el sábado valía más que la salud del hombre de la mano seca (3, 1-6). Para esa institución de ley vive este Archisinagogo. Parece tenerlo todo y, sin embargo, no puede educar a su hija, acompañándola en la travesía de su maduración como mujer: mantiene con vida a comunidad, pero tiene que matar (como nuevo Jefté) a su misma hija para conseguirlo.

La niña debería ser feliz, deseando madurar para casarse con otro Archisinagogo como su padre, repitiendo así la historia de su madre y las mujeres "limpias", envidiadas, de la buena comunión judía. Pero a los doce años, edad de sus sueños de vida, renuncia a la vida. No acepta este tipo de existencia; no tiene valor ni medios para optar por un camino diferente; no le queda más salida que la muerte, en gesto callado de autodestrucción que, por la palabra final de Jesús (¡dadle de comer!: 5, 43), parece tener rasgos anoréxicos. Así aparece como signo (paradigma) de miles y millones de adolescentes que empiezan a ser mujeres padeciendo el dolor de una opresión, un tipo de enfermedad llamada ser mujer en estas circunstancias. Es normal que esta niña haya enfermado.

Entramos en el centro de una crisis familiar. No sabemos nada de la madre (que aparece al final, en 5,40), aunque podemos imaginar que sufre con la hija, identificándose con ella. El drama se expresa y culmina en el padre: puede dirigir una sinagoga (ser jefe de una comunidad) pero es incapaz de ofrecer compañía, palabra y ayuda a su hija. Por eso, el verdadero milagro es la conversión del padre: tiene que hacer el camino de Jesús y transformarse, a través del testimonio de la hemorroísa, para acoger y educar a la hija de un modo distinto. Detengámonos, sigamos sus pasos[8]:

 - Está enferma la hija (thygatrion) de un Archisinagogo que va en busca de Jesús para pedirle que la cure (5, 22-24b). Esta niña, como la hemorroísa anterior, padece un dolor que brota del contexto social israelita. Tiene doce años, debía ser (hacerse ya) mujer y sin embargo el texto la presenta por dos veces como niña, en palabra significativa (paidion, korasion: 5, 40-41) que acentúa eso que pudiéramos llamar su rasgo infantil, presexuado. Es como si ella negara su maduración como ser mujer, intentando quedarse fijada en la infancia. Precisamente porque eso es imposible ella se muere. Como testigo de una estructura social y religiosa que no puede ofrecer vida a su hija, el Archisinagoga busca a Jesús pidiendo que le imponga las manos para que se salve (5, 23); dirige una sinagoga, encamina en espacio de ley a los fieles judíos, pero es incapaz de dar vida a su niña. Es padre que habita en el espacio de la contradicción, siendo causa de enfermedad y muerte para su niña. Por eso, como presintiendo su culpa, va hacia Jesús para pedirle su ayuda.

Jesús hace recorrer al padre un largo camino de fe (5, 35-36). Está la niña muriendo(eskhatôs ekhei) y sin embargo él se detiene con la hemorroísa (5, 24b-34). Lo normal que la niña muera y así se lo dicen al padre: ya no merece la pena que venga Jesús, no hay remedio (5, 35). Pero Jesús asume la dirección de la vida; ha venido para que la niña pueda asumir un camino distinto y por eso dice al padre: ¡no temas, sólo cree! (5, 36). En el caso anterior era la misma hemorroísa quien creía (¡tu fe te ha salvado!: 5, 34). Ahora es el padre quien tiene que creer, realizando con su fe el milagro. Se tiende de esa forma un nexo muy profundo entre dos personas que parecen encontrarnos en los extremos del arco social israelita: la hemorroísa impura y el puro Archisinagogo. A los dos se les pide lo mismo: (que tengan fe!.

B Jesús entraen la habitación de la niña con su padre y su madre (5, 37-40). Llegan a casa, viene la madre. Ambos, padre y madre, unidos e iguales pueden dar a la niña testimonio y garantía de futuro. Se ha convertido el padre, ha aceptado el gesto de la hemorroísa, está dispuesto a creer. Por eso entra con Jesús. Este es el milagro: que una niña se vuelva mujer, en estas circunstancias, que asuma con gozo la vida. En busca de Jesús había salido un padre viejo, vinculado a la vieja estructura sacral israelita. Ahora viene con Jesús un hombre nuevo, unido a su mujer (la madre de la niña). Ya no es un Archisinagogo, hombre de título social y ley externa; es simplemente un hombre que ha aprendido a ser padre, alguien que ha aceptado el gesto y curación (limpieza) de la hemorroísa, para ofrecer vida distinta a su niña adolescente.

Jesús toma consigo a tres cristianos (Pedro, Santiago y Juan: 5, 37). No van como curiosos, ni están allí de adorno. Son miembros de la comunidad o familia cristiana que ofrece espacio de respeto y garantía de solidaridad a la niña que se hace mujer. Significativamente son varones, pero ahora penetran como humanos (respetuosos, tiernos, deseosos de vida, no dominadores) en el cuarto de una enferma que probablemente ha muerto, está muriéndose, por miedo a los hombres. La presencia de esos discípulos convierte este pasaje en sacramento eclesial: superando la sinagoga judía (donde la niña parece condenada a morir) emerge aquí, con el Archisinagogo cambiado y su esposa compañera, una verdadera comunidad humana donde la niña puede hacerse mujer en gozo, en compañía. Antes de pedir que ella sea judía o cristiana, en clave confesional, la iglesia ha de ofrecerla gozo de vivir dentro de una comunidad donde nadie imponga su forma de ser sobre los otros. Este es un texto de iglesia, texto de familia: padres y discípulos penetran juntos en el cuarto de la enferma, ofreciéndole futuro.

- Sólo entonces (con el padre convertido, la madre presente y los discípulos formando comunión) puede realizar Jesús su gesto: agarra con fuerza la mano de la enferma (kratêsas) y dice (talitha koum!, niña levántate (5, 41). No basta una mano que toca limpiando (como al leproso: 1, 41); es necesaria una mano que agarra con fuerza y eleva (como a la suegra de Simón: 1, 31), rescatando a la niña de la cama donde había pretendido quedarse para siempre y diciendo: ¡Egeire!(levántate! Frente al llanto funerario preparado para celebrar la muerte (5, 38-40) se eleva aquí Jesús como portador de vida. Este es su signo, presentado aquí como promesa de pascua: al misterio de la resurrección de Jesús, proclamada en Galilea (cf 16, 7-8), pertenece esta niña devuelta por Jesús al camino de la vida. Por eso, este pasaje ha de entenderse el clave eclesial: lo que Jesús hizo a esta niña es lo que hacen los padres y la comunidad cristiana con las adolescentes, superando el ritualismo judío y la ley de las purezas de sangre. Cada niña que se hace mujer es en el fondo una experiencia de pascua, una auténtica resurrección (como es experiencia pascual cada varón que se hace persona en la línea de Jesús).

-Jesús pide que den alimento a la niña (5, 43), como insinuando que ella estaba muriendo de anorexia. Están en el cuarto los siete (los padres, tres discípulos, Jesús y la niña). Ella empieza a caminar. Jesús no tiene que decirla nada: no le da consejos, no le acusa o recrimina nada. Es claro que las cosas (las personas) tienen que cambiar para que ella viva, animada a recorrer un camino de vida fecunda, volviéndose cuerpo que confía en los otros y ama la vida. Tienen que cambiar los otros; por eso dice a todos (autois que incluye a padre y discípulos) que den de comer a la niña, que le inicien de forma difererente en la experiencia de la vida. Tiene que cambiar ella misma, tomando la comida, haciéndose persona en contexto de iglesia. 

Este es un milagro de iglesia y familia. Jesús acepta a los padres judíos, pero sabe que en ellos hay algo insuficiente: no pueden ofrecer vida a su hija. Por eso introduce a los representantes de la comunidad mesiánica en el hogar de muerte israelita, para ofrecer el testimonio supremo de la vida. Evidentemente, él no puede curar a esta niña si el padre no cambia, si no viene a su lado la madre, para ofrecerle nuevo nacimiento (5, 40), si no se comprometen otros miembros de la comunidad eclesial para ofrecerle un espacio de libertad y amor para el reino[9].

NOTAS

EVANGELIO DE MARCOS EBOOK | XABIER PIKAZA | Descargar libro PDF o EPUB  9788499456836

[1] Cf. M. Navarro, Cuerpos invisibles, cuerpos necesarios. Cuerpos de mujeres en la Biblia: exégesis y psicología, en Id. (ed.), Para comprender el cuerpo de la mujer , EVD, Estella 1996, 175-177.

[2] Mujer sucia, mujer limpio. Milagro de mujer. Más que el hecho externo del fin de la hemorragia, el texto ha resaltado la superación de un sistema religioso que mantiene a la mujer dominada, bajo códigos de impureza, unida a la sangre menstrual. Jesús se deja tocar por ella y en vez de quedar manchado purifica y limpia a la que parecía impura. Al menos veladamente, el texto aparece como crítica frente al orden legal de la mujer en el judaísmo.

[3] Sobre el tabú de la sangre menstrual, como fuente de vida y violencia cf. J.- P. Roux, La sangre. Mitos, símbolos y realidades, Península, Barcelona 1990, 51-82. Bella aplicación a nuestro texto en págs. 80-81.

[4] Jesús había pedido al leproso que se presentara ante el sacerdote, para realizar los gestos de purificación obligatoria y recibir el aval sagrado de la curación  conforme a Lev 14, 2-32. Ahora no pide a la mujer que vaya al sacerdote, para mostrar que ya está limpia (que ha cesado su flujo de sangre), a pesar de Lev 15, 28.30. No puede (no quiere) poner a la mujer de nuevo bajo el control sacral de sangre, sancionado por los sacerdotes. Es como si les quitara el dominio (dictadura) que imponían (imponen) sobre las mujeres a partir de una supuesta impureza de sangre.

[5] Este relato hay que entenderlo desde la nueva perspectiva de pureza que abrirá Mc 7, 19, en referecia a los alimentos. Había, conforme a ley judía alimentos limpios, propios de los buenos fieles, separados de los otros, y alimentos impuros que sólo los toman los paganos (gentes de otros grupos). Pues bien, desde la nueva perspectiva abierta por Jesús, aplicando a las enfermedades la sentencia de 7, 19-23 (no mancha lo que entra al cuerpo en comida sino lo que sale del cuerpo y destruye la vida de los hombres) se debería decir que no existe ninguna enfermedad que por sí misma haga al ser humano impuro. Ni la lepra ni la menstruación irregular, ni la locura ni el sida (para hablar en términos de nuestro tiempos) hacen al humano un ser impuro. Sólo es impuro lo que brota de un corazón malvado, destruyendo a los demás. Esta mujer con flujo de sangre, lo mismo que el leproso de 1, 40-45 pueden formar parte de la familia humana, tal como Jesús ha venido a establecerla.

[6] He estudiado el trasfondo general y el sentido (novedad) cristiana del tema en Hombre y mujer en las grandes religiones, EVD, Estella 1996. Sobre el mensaje de Jesús, con especial referencia a Mc, cf E. S. Fiorenza, En memoria de ella, DDB, Bilbao 1989; B. Witherington III, Women in the Ministry or Jesus, Cambridge UP 1994. Sobre Mc en especial cf. M. Fander, Die Stellung der Frau im Markusevangelium, MThA 8, Altenberg 1990. Sobre la hemorroísa de Mc ha escrito un bello libro M. J. S. Shierling , Woman, cult and miracle recital: Mc 5, 24-34, Saint Louis Univ. Press 1980.

[7] Milagro de Archisinago, vida de mujer. La niña está condenada a morir por el sistema religioso y social que define el momento clave de su maduración (a los 12 años). Su propio padre Archisinago es de algún modo causa de su muerte. Pero Jesús le da la mano y la levanta a la vida, en contexto eclesial, completando en ella el milagro de la hemorroísa. Signo de la plena incorporación de la mujer en la iglesia.

[8] Leído así, el texto ofrece una terapia de familia o quizá mejor una terapia de padre, en la línea de 9, 14-29. La niña está pasiva, se limita a recibir. Ella por sí misma no puede curarse; tiene que curarla el contexto social, debe cambiar su padre, el jefe judío de la sinagoga. Este Archisinagogo convertido podría aparecer como modelo de muchos padres que, buscando su propia seguridad, siguen dejando que sus hijos/as mueran o se destruyan, solitarios, angustiados. Es un padre que cambia, tiene que cambiar, para hacer que su hija viva.

[9] La hemorroísa estaba enferma según códigos sociales y sacrales del entorno judío. Jesús le cure y dice que vaya en paz y quede libre de su dolencia (5, 34), pero a fin de que ella sane y pueda vivir han de sanar (cambiar de mente y de conducta) todos los Archisinagogos del mundo. Para se cure la niña de doce años tiene que transformarse su padre, ofreciendo dignidad (espacio de vida y futuro) a las hemorroísas del mundo y abriendo su casa a la fraternidad del evangelio. El Archisinagogo es con Jesús el personaje central de la escena. Es él quien debe dejar su ley antigua y convertirse para admitir a la hemorroísa y dar vida a su hija. Para eso tiene que entrar en el cuarto interior de su casa con los tres discípulos de Jesús: sólo allí donde el buen judío acepta la pureza de la impura (hemorroísa) y la comunidad de los discípulos del Cristo puede curar a su hija. En esta línea diremos que Jesús no puede curar a la niña si los miembros del grupos (padres, representantes de la iglesia) no le dan comida, conforme a un tema central en Mc. Hemos aludido a la posible "anorexia" de la niña, en motivo que resulta imposible de ratificar o demostrar. De todas formas, es seguro el interés de Mc por la comida: come con los publicanos (2, 13-17) superando, en óptica de reino, el nivel de ayuno penitencial en que se movían fariseos y bautistas (2, 18-22); comparte (multiplica) el pan con los que vienen a escucharle (cf. 6, 6-8, 26); y al fin de su camino presenta toda su vida bajo el signo del pan y vino bendecidos (cf. 14, 22-26). Desde esta perspectiva ha de entenderse su interés por la comida y/o vida de la niña.

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