Ensoñación de Adviento, con Descartes, Kant y Hegel

Cuando de niños íbamos “haciendo” el Nacimiento (pesebre) poníamos de fondo a los Tres Magos con regalos para el Niño, es decir, para nosotros.

Más tarde, algunos nos dijeron que esos magos eran los filósofos modernos, que tenían la tarea de ilustrar al niño de Dios con su magia de ciencia (Descartes), de  práctica  (Kant), de historia dialéctica (Hegel).

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El otro día (14.12.22) empecé presentando Descartes, dialogando ante Jesús, con San Juan de la Cruz (=SJC), en la casa de la Virgen (Loreto).   Hoy sigo hablando de los otros dos (Kant y Hegel, teniendo también como guía a SJC; con Kant de niño, con Hegel de mayor

KANT, EL MAGO DEL DEBER…  

Muchos  católicos y protestantes, le han propuesto como instructor (profesor) y le han dejado con Jesús niño que le enseñe los deberes. Pero dicen que Jesús no quería deberes, sino amor, con José y María, y con los niños y niñas de Belén.

Descartes,que había llegado antes, le había dicho a Jesús “piensa”; pero el niño no quiso pensar demasiado, en las tablas cartesianos, de forma que se alegrando viendo que Kant entraba por la puerta trasera con la tabla de deberes, empezando por el imperativo categórico. Eso prometía ser  más interesante que el discurso del método y las meditaciones cartesianas.

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Kant le empezó diciendo,“debes, luego existes”,tú tendrás que enseñarles a los hombres y mujeres de este mundo los deberes. Jesús le pregunto ¿cuáles son? Y Kant le respondió: Aquí tienes mi libro, se llama “crítica de la razón práctica. No te basta la pura de Descartes; esta es la práctica verdadera. Mira lo que tienes que hacer.

             Dicen que Jesús se puso a leer la “Crítica de la razón práctica”, pero que apenas la entendía, hasta que  al final encontró la página famosa donde hablaba del cielo superior de estrellas y del corazón interior de leyes; cielo estrellado arriba, corazón dentro. Le pareció bien (cielo y corazón), pero tampoco logró convencerle tal como Kant lo explicaba.

            Por eso llamó a Kant y y le pidió un libro que fuera más divertido. Y Kant le trajo otro llamado “Crítica del juicio”, diciéndole sólo:  No creo que te interese. Te lo dejo por un tiempo. Míralo, sin te parece. Volveré al cabo de unos días y hablamos. Ya me dirás.

            Volvió Kant, como dijo y, con gran asombro, descubrió que el niño le estaba esperando, para decirle que eso de la sublimidad y la tormenta le interesaba, que a lo mejor podían hablar de ello. Él quería provocar una tormenta de amor entre los hombres.

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            Pero al cabo de un tiempo vino otra veaz, y el Niño ya había crecido. Era mayor, tenía unos 25 años y estaba leyendo a Hegel, un libro titulado Fenomenología del Espíritu.

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Como he dicho, Kant volvió después de mucho tiempo, ya muy mayor. Jesús estaba, en cambio, en la madurez de la vida. Recibió a Kant muy contento, y le dijo:

  Este Hegel me parece algo alocado, incluso peligroso, pero dice cosas importantes. Ha venido SJC y me ha enseñado  a discernir algunas. Perdona que te habla con su lenguaje, vomo verás he crecido, y puedo hablar con lenguaje  de hombres como tus discípulos. Déjame que siga. Y siguió de esta manera:

Hegel quiso desarrollar el tema básico de la relación afectiva en sus obras juveniles, cuando pensaba y decía que sólo el amor puede vincular a los hombres, de forma que ellos vivan los unos en los otros, superando el esquema objetivista de las substancias y sujetos absolutos de la escolástica y la ontología racionalista.

Por eso estaba interesado, casi obsesionado, por descubrir los principios de una existencia compartida donde pudiera superarse la escisión que separa a los vivientes desde  su misma entraña, desde este mismo mundo, en el camino de la historia. Así quiso trazar una filosofía del amor, partiendo de las categorías del encuentro afectivo, pero no logró cumplir lo que intentaba, quizá por la dificultad del tema, quizá por las propias limitaciones de su modelo filosófico.

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            Le pareció que las categorías afectivas no valen para organizar de forma racional la vida humana, ni para entender el conjunto de la realidad. Por eso abandonó el modelo del amor y elaboró un sistema dialéctico, de despliegue y vinculación racional, utilizando para ello claves de violencia, esto es, un tipo de guerra (tesis-antítesis), donde los hombres son amos y esclavos (y no amados y amantes)[1].

Eso significa que el encuentro enamorado constituye un elemento derivado, como una enfermedad momentánea de dos seres, que se olvidan por un breve momento de la guerra universal en la que viven, engañándose a sí mismos al decirse que se quieren, pues en las condiciones de la vida actual todo amor es mentiroso. Los pretendidos amores de hombres y mujeres (de personas) forman siempre parte de una guerra. Eso significa que el principio no es la paz, ni el ser del hombre es amor, sino oposición entre conciencias o sujetos. La verdad del hombre no es pensamiento (Descartes), ni imperativo moral (Kant), sino el enfrentamiento de sujetos o conciencias[2].

           Este planteamiento tiene un elemento positivo, pues como SJC me ha dicho Hegel ha querido situarnos en el punto de partida donde se decide la existencia, el fenómeno del espíritu, allí donde emergen las conciencias o personas, al relacionarse entre sí mismas. Pero hay una diferencia.

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(1) SJC suponía que la relación más honda, modelo y principio de todas, es una relación de amor concreto, valiosa en sí mismo, porque ser es amar, de tal manera que Amado y amante constituyen la clave de todo lo que existe.

(2) Hegel, en cambio, supone que la primera relación ha sido y sigue siendo de violencia, pues cada persona se busca a sí misma, utilizando a las restantes, para encontrarse ella mejor, en un proceso o batalla por el reconocimiento, porque el ser es lucha, de manera que los hombres se dividen ya desde el principio en vencedor y vencido, amo y esclavo[3].

Esta visión postura tiene un rasgo bueno, porque pone de relieve el hecho de que un hombre depende de otro (u otros) para realizarse: toda existencia verdadera (sobre todo en su nivel más alto) ha de entenderse como relación. Cada hombre nace de los otros, desde ellos vive, para ellos existe. Pero nos parece negativo el hecho de que implique siempre una violencia, empiece siendo conflictiva. Hegel no cree en el amor como posibilidad de encuentro enamorado en el que se revela Dios[4].

En un capitulo genial y funesto (Fenomenología del Espíritu, IV), que está influyendo mucho en el pensamiento posterior del mundo, Hegel describe la primera relación  entre los hombres (hombres y mujeres) en forma de batalla, como una lucha que enfrenta a dos seres humanos por el dominio (reconocimiento) y que termina y se acaba sólo cuando uno de ellos se eleva como dueño-señor y el otro queda sometido como esclavo. Donde había dos para quererse al fin sólo queda uno, sin querer a nadie, sin que nadie le quiera. Está el sólo, un tipo de hombre, como la estatua de metales huecos del campo de Babilonia, en el libro del profeta Daniel[5].

Hegel describe las primeras relaciones de los hombres en un tipo de crónica de guerra, no en un canto de amor, como hacía SJC. Así investiga y razona lo que ha visto en el comienzo de los tiempos, como principio de un camino que los hombres posteriores deben invertir para alcanzar la reconciliación final, que no se logrará ocultando las luchas anteriores, sino llevándolas hasta su meta, de manera que la misma violencia se vuelva principio de paz. En contra de eso, SJC ha entendido al hombre como un ser que nace porque le llaman en amor, interpretando el despliegue y proceso de su vida como camino enamorado, como hemos visto al comentar el Cántico.

A juicio de Hegel, la historia del hombre no es proceso de gozo afectivo, aprendizaje de amor, ni camino de enamoramiento y presencia entrañable de Dios, sino tiempo de choque violento, tesis y antítesis, campo de batalla donde sólo la guerra, llevada hasta el final, puede crear una reconciliación o síntesis más alta, donde se conserva y eleva (transfigura) la violencia anterior[6]. Este modelo de oposición o lucha de conciencias (de la que proviene la batalla armada) ha marcado la historia posterior del pensamiento y la política del mundo. Este es el modelo que, de formas diversas, sigue dominando en nuestra sociedad, a través de un tipo de marxismo o de liberalismo, que en el fondo acaban siendo semejantes[7].

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            Este esquema de Hegel ayuda a entender la historia humana, pero, llevado hasta el límite, destruye esa misma historia, tanto en línea marxista como neo-liberal: el modelo marxista, que era peligroso por su forma de aplicar la dictadura del sistema, fracasó, en sus formas concretas, al menos hasta el momento actual; ahora (comienzos del siglo XXI) parece imponerse el modelo liberal, fundado en la libertad del mercado, pero, en vez de llevarnos a la reconciliación, que Kant y algunos discípulos de Hegel habían prometido, suscita unos enfrentamientos personales y sociales cada vez mayores.

Pues bien, en contra de Hegel (y de sus versiones: marxista o liberal), SJC había propuesto un modelo de amor enamorado, suponiendo que el principio de la historia y de la vida humana no es una batalla, sino un camino (palabra y promesa) de amor enamorado. Ciertamente, en un nivel, tiene razón Hegel: muchos hombres y mujeres sólo viven combatiéndose, de forma que regulan sus mismas relaciones laborales y sociales como lucha; pero la verdadera revolución del hombre sólo puede realizarse y desplegarse en una historia enamorada, allí donde ser sabe que ser es amar.

Esta es la experiencia y mensaje del Cántico Espiritual, que se eleva ante nosotros como revelación de amor (del ser, de Dios) y no como discurso argumentativo. SJC no resuelve los problemas en línea de sistema, ni quiere enseñarnos a pensar de un modo dialéctica, ni a ganar la Gran Guerra, ni a organizar el buen Estado, sino que hace algo previo y mucho más importante. Nos conduce a la raíz de nuestra esencia, al Ser que es Amor (infinito don), diciéndonos que somos si queremos, es decir, si nos queremos. Allí donde la Realidad viene a mostrarse en trasparencia, allí donde el Ser (que es Dios) se manifiesta, nosotros le encontramos como Amado, descubriéndonos así amantes y amados, esto es, como seres que son en la medida en que se aman, pues, como ya hemos dicho, ser es amar.

            Este descubrimiento del amor es originario: no se puede probar con razones, ni demostrar con ciencia, pero se canta y vive con la propia existencia. Esta es la alternativa de la vida transparente que canta el gozo del amor y que lo ofrece a los demás, para que lo compartan. Este es el don que se multiplica al darse, el don que nadie puede robar ni amontonar de un modo egoísta, pues allí donde se amontona se pierde y donde se invierte en forma de cálculo egoísta. Esta es la alternativa, la revelación del Cántico primero y más hondo de la vida[8]. 

Moraleja

   Así siguió hablando Jesús… Miró a Kant, por si le seguía escuchando y vio que se había dormido. Se había hecho muy viejo.  Miró por la ventana, y vio que estaba pasando Napoleón con Hegel, la razón montada a caballo, sobre el mar infinito de muertos… Siguió  mirando y vio que Hitler y Stalin luchaban sobre el campo de la estatua muerta, a grandes garrotazos.

María y José le estaban mirando asombrados, con lágrimas casi en los ojos, y le preguntaban: ¿Por qué nos has dejado con esos? ¿No sabías que te estábamos buscando? Jesús les miró con amor  y les dijo:

- Seguid queriéndoos mucho. Descartes ya no está, se fue hace tiempo y sigue perdido en el campo de las Meditaciones metafísica. Kant ya veis, está en esa esquina, pero está dormido, postulando la llegada y juicio del Dios de su práctica fría… Hegel anda por ahí, con sus Amigos/Enemigos, Napoleón I y III, con Hitler y Stalin, con americanos y chinos. Con su dialéctica a palos no puede resolverse el tema de Dios y de los hombres.

María, entonces, le preguntó: ¿Qué vas a hacer? José y yo podemos esperar, estamos acostumbrados, nos seguimos haciendo compañía

Jesús le respondió: Voy a mirar el nacimiento que están montando los niños… Mirad, está en aquel lado. Ya se acercan los tres reyes magos, los de verdad. Estos tres que me han venido a decir cosas y enseñarme (Descartes, Kant y Hegel) no han sabido responderme. Descartes no encuentra el método, Kant se me ha dormido, Hegel anda a caballo con su razón violenta… Ya he pasado demasiado tiempo con ellos. Voy a montar un rato el Belén con los niños. Después tendré que buscar a mi  primo Juan Bautista, que tiene algunas ideas. Y después, muy pronto, empezaremos. Vendrá a buscaros, hay que celebrar la Navidad.

Archivo:Duelo a garrotazos, por Goya.jpg - Wikipedia, la enciclopedia libre

Notas para eruditos

[1] Hegel acabó pensando que al principio no hubo paz (un paraíso), de manera que los hombres no han nacido por haber sido queridos. A su entender, el punto de partida del hombre actual no es el amor (ni una Palabra divina creadora, encarnada en la historia, en la línea de Jn 1, 1-14), sino una forma de lucha o dialéctica de acción y reacción violenta. Por eso, su primer modelo o signo antropológico no fue el encuentro dolorido y emocionado, tierno y fuerte, radicalmente gozoso de dos enamorados (como suponía SJC, Cántico), sino el enfrentamiento mortal, duro y duradero, de amo y esclavo, opresor y oprimido.

En el comienzo de la historia no estaba según eso el amor, la búsqueda mutua y el regalo compartido de la vida, sino la lucha mutua. El primer himno de la humanidad no fue el de los amantes del Cantar, ni el del Hombre-Adán cuando admiraba la belleza deseada de la Mujer-Eva, carne de su carne, (cf. Gen 2, 23-24), sino el duro peán militar que Lamec y los otros hijos de Caín entonaron sobre el ancho desierto del mundo: un himno de guerra sin fin, de violencia y venganza que retorna sin pausa, setenta veces. De esa forma, el “amor” entre un hombre y una mujer o viceversa (el amor de dos personas, sea cual fuere su sexo) ha de entenderse desde el interior del odio y de la lucha más profunda de unos contra otros.

[2] El encuentro directo y gozoso (inocente) de un hombre con otro resulta imposible, pues todo amor está inmerso en un enfrentamiento, es como una pausa engañosa en medio de la guerra o como una estrategia de lucha entre dos personas que se enfrentan por la posesión de una tercera que las divide y relaciona. El amor es sólo una tregua pequeña y mentirosa dentro de una guerra sin fin, que es la verdad del hombre.

[3] Hegel supone que Kant era un ingenuo cuando buscaba la reconciliación universal a través del imperativo o de unos procesos de egoísmo compartido, por los que buscando cada uno su interés podrían compaginarse todos los en una La paz perpetua, como se titula uno de sus libros breves más famosos.

A juicio de Hegel, esa paz resulta imposible, pues los intereses de los hombres no se coordinan para el bien común (ni llevan a la concordia de los enfrentados), sino que cada hombre quiere que los demás le reconozcan y para lograrlo tiene que imponerse, luchando contra ellos, como he mostrado en Dios es Palabra. Teodicea cristiana, Sal Terrae, Santander 2003. Hegel ha situado bien el tema, cuando afirma que el problema básico del hombre es el deseo de reconocimiento. Pero se equivoca cuando sigue diciendo que todo reconocimiento se logra por violencia, a través de un enfrentamiento o batalla en la que dos seres humanos (varón o mujer, dos personas) se definen y distinguen luchando. SJC podría haber destacado también la importancia del tema, pero habría añadido que el reconocimiento más valioso es aquel que se realiza de un modo gratuito, por amor, en donación y entrega voluntaria. Un hombre o mujer sólo se encuentra y sabe quien es cuando deja que otros le amen, recibiendo y regalando su vida.

[4] En otro sentido, las experiencias y afirmaciones de Hegel concuerdan con la intención más profunda de SJC, que ha buscado también la reconciliación final de los hombres. De un modo u otro, ellos han planteado el primero y más importante de los problemas de la humanidad. ¿Cómo se relacionan dos personas, cómo se hablan y entienden, cómo se llaman y se responden? ¿Se buscan mutuamente para agradecer la vida y compartirla? ¿Se rechazan y combaten, matándose entre sí?.

[5] Es evidente que Hegel no ha podido probar sus afirmaciones. No demuestra lo que dice, sino que lo describe, en forma de narración fundante (como hacen los primeros capítulos de la Biblia: Génesis 1-4), pero lo hace como si al principio de la historia hubiera existido un proceso de lucha por el reconocimiento, cuyas consecuencias siguen definiendo todavía nuestra vida. De esa forma nos lleva de las grandes reflexiones sobre el pensamiento abstracto (Descartes) o la ley universal (Kant) al campo de las relaciones personales, como SJC.

[6] En este contexto podría aplicarse aquella famosa sentencia si vis pacem para bellum, si quieres la paz prepárate para la guerra. Hegel interpretaría: si queréis la paz, luchad intensamente, de tal forma que, culminando el proceso del enfrentamiento, seáis capaces de alcanzar una paz donde no existan vencedores ni vencidos, una paz entendida como síntesis racional y violenta de la misma violencia y no como amor gratuito de personas con personas, una paz que sea la victoria del Todo sobre cada uno de los individuos.

[7] El marxismo supondrá que la oposición entre conciencias debe acelerarse de un modo económico y político. La oposición entre amos y esclavos se expresa a través de la lucha entre burgueses y proletarios que, a través de una revolución radical, desembocará en la dictadura del proletariado y por medio de ella en la supresión de la propiedad privada de las clases sociales, de manera que todos puedan reconocerse de un modo directo, en igualdad, hasta que llegue así la reconciliación final. El liberalismo,que impera actualmente, de un modo capitalista, supone que esa lucha puede y debe resolverse al estilo “kantiano”: dejando en libertad a cada uno, dentro de un mercado que regulará y superará las diferencias actuales. El marxismo pensaba que la paz final llegaría por la negación del mercado, a través de una dictadura económica igualitaria. Por el contrario, el liberalismo supone que sólo la libertad del mercado es capaz de superar los enfrentamientos actuales, de manera que a través de una libertad agresiva, los hombres alcancen la reconciliación o justicia que ansían.

[8] Situado ante nuestro tiempo, SJC nos diría que un pensamiento que condena a los hombres a luchar como amos y esclavos es falso y que una propaganda que supone que no existe más respuesta que la guerra, es mentirosa. Él ha sido testigo y cantor de una antropología que se funda en la gracia enamorada: no estamos condenados a ser lo que actualmente somos, ni a luchar como actualmente luchamos, sino que podemos nacer y crecer de un modo diferente, pues nuestro ser es amor de vida, no lucha a muerte.

Ícono de la Natividad – El Visitante

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