Espiritualidad y práctica liberadora Cautiverio y liberación(2). Sólo los cautivos pueden liberar a sus cautivadores

 Cautiverio es una situación social  presora y degradante, que va en contra de la libertad y del despliegue pleno de la persona humana;

El cautiverio nace de principios,sistemas sociales y personas que se oponen a la  dignidad y libertad de hombres y mujeres.

Así entendido el cautiverio destruye la "fe"  de los hombres, no sólo de los cautivos, sino de los cautivadores;

El cautivo puede ser libre y cristiano en su cautiverio; el cautivador, en cambio, no puede ser libre, cristiano ni persona, por más honores que se atribuya

El cautivo puede "liberar" (perdonar) al cautivador. El opresor, en cambio, no puede  liberar al oprimido, a no ser que cambie radicalmente, dejándose perdonar por el oprimido

Estas notas retoman el motivo y principios de la postal anterior y ofrecen los fundamentos de la libertad/liberación humana, muy discutidos en la iglesia católica desde el Vaticano II a la actualidad

Espiritualidad y práctica liberadora

La liberación es un concepto muy extenso en el que pueden caber diversas interpretaciones de la vida humana. A manera de esquema, y empleando unas ideas mucho más desarrolladas en Camino de liberación. El modelo mercedario (Verbo Divino, Estella, 1987, págs. 27-45), quiero hablar aquí de varios tipos de acción liberadora que, en gran parte, se encuentran implicados, para ofrecer al final unas conclusiones prácticas.

De esta forma paso del nivel de los principios generales (Biblia y Magisterio) al campo de la interpretación histórica de la tarea liberadora. Tomo cinco planos y proyectos de liberación, que ya han sido ensayados en la vida de la Iglesia, especialmente por religiosos de la Orden de la Merced y de la Trinidad. Esos momentos y proyecto de acción liberadora (redentora) tienen que ser nuevamente expuestos y ensayados, en este tiempo crucial en que estamos viviendo, a comienzos del tercer milenio.

En esa línea, retomando principios y caminos ensayados por la Merced en sus ocho largos siglos de existencia, quiero presentar aquí algunos rasgos de lo que puede ser el camino mercedario en la nueva etapa de iglesia y sociedad que comienza en este momento, especialmente en países y grupos sociales donde este proyecto de vida parece más urgente, como Brasil, Centroamérica o Mozambique.

 Siguiendo el estilo de las reflexiones anteriores, he renunciado a la discusión teórica y a la confrontación bibliográfica. Quienes estén interesados de manera especial en esos temas podrán consultar otros estudios ya existentes sobre teología de la liberación, lo mismo que los libros que he citado al comienzo de este ensayo. y así vengo ya a los seis modelos (o planos) de la acción liberadora.

1. Liberación económica.

Para algunos, el problema del hombre es la riqueza: nos esclavizamos unos a otros por dinero. Por eso, la liberación auténtica se encuentra vinculada al desprendimiento monetario que conduce a la plena gratuidad, es decir, a la no posesión y a la existencia compartida. Esta es la línea de Francisco de Asís y de todos los que ponen como inspiración de su camino la utopía de un Dios que se explicita y se revela por medio de la "dama pobreza".

Sólo hay libertad donde el creyente se libera del apego de los bienes, donde asume y desarrolla el gran misterio de la vida como gracia que se abre por encima de la muerte y nos permite también relacionarnos sobre la tierra en un nivel de gracia. Pudiéramos decir que Francisco de Asís ha sabido situarnos allí donde el mismo Jesús nos situaba al proclamar en el principio de todo su mensaje la bienaventuranza de los pobres, en su doble versión de Lc 6,20 y Mt 5,3: felices los pobres que no tienen nada (Lc) y también aquellos que escogen un camino de pobreza por solidaridad con los más necesitados, en gesto de apertura liberadora, dentro de la Iglesia (Mt 25, 31-46).

2. Liberación cultural.

Para otros el problema principal es la verdad. Los hombres viven dominados por la herida del error y la ignorancia, como ha presupuesto Domingo de Guzmán: lo que al hombre libera es la verdad, es decir, una enseñanza y cultura abierta al evangelio. Tomados en sí mismos, los bienes de este mundo nos separan, nos dividen y esclavizan. Por el contrario, la ciencia más profunda vincula a todos los vivientes, situándolos sobre un plano compartido de búsqueda y de diálogo.

Sólo hay libertad donde el saber se expande, abriéndonos en autonomía a la verdad, entendida en sentido fuerte, como sabiduría. De manera normal y consecuente, los hombres liberados viven de la gracia y del amor de la "dama ciencia", en un camino que se funda sobre el evangelio. Más allá de un conocimiento instrumental que divide y se pone al servicio del poder (la técnica y dominio egoísta de este mundo) se eleva ahora el ideal del conocimiento verdadero que convierte a los humanos en contempladores de la verdad, en hermanos.

Esto significa que Domingo de Guzmán está en la línea de eso que en tiempos más recientes se llamará la revolución cultural: el cambio decisivo de los hombres no se alcanza por transformaciones de infraestructura (economía), sino a través de nuevos ideales de conocimiento (en la superestructura). En otras palabras: lo que mueve al mundo son las ideas. Ellas mueven y unifican a los hombres, en línea de búsqueda compartida de la suprema verdad y luz divina que encontramos en Cristo.

CAMINO DE LIBERACION. El modelo mercedario

3. Liberación religiosa.

Para otros, más allá de la riqueza que divide y del error que separa, lo que de verdad martiriza y destruye a los hombres es la herida de la falta de atención religiosa. Los domina y condena, dejándolos sin esperanza, la superstición religiosa, la herejía cristiana o la falta de presencia de una Iglesia que no quiere o no sabe presentarse como portadora de Cristo sobre el mundo.

La liberación vendrá mediada por un nuevo tipo de encuentro con la con el Dios de la religión,  vinculado de un modo especial al en clave de servicio sacral, de anuncio de la palabra, de celebración de los sacramentos. Son muchos los que piensan de esta forma. Quizá puedan tomar como patrono a Ignacio de Loyola, empeñado en promover una especie de "nueva cruzada", no militar sino misionera, al servicio de la presencia eclesial de Cristo sobre el mundo. Lo que esclaviza es la falta de cristianismo. Lo que libera es presencia de la Iglesia, interpretada y realizada como espacio donde todos puedan recibir la gracia de Cristo y liberarse.

 Por eso, el primer camino de liberación es la presencia y desarrollo de la Iglesia: ella se presenta así como lugar en el que puede vivir se en comunión la gracia, compartiendo al mismo tiempo los bienes de la tierra; ella aparece como espacio donde se anuncia y se comparte la verdad. La acción liberadora de Jesús se ha encarnado sobre el mundo y tiene un nombre: es la Iglesia, es decir, la comunión de aquellos que acogen su palabra y comienzan a expresar (a realizar) su acción en esta tierra. Crear Iglesia: esto es liberar en un sentido auténtico; así hablan muchos que hoy en día quieren presentarse como seguidores de Ignacio de Loyola, dentro o fuera de su Compañía de Jesús.

4. Liberación, una como experiencia espiritual.

Lo que al hombre acabaría esclavizando, más allá de la pura riqueza, la ignorancia o la ruptura eclesial, es ahora su misma soledad interna y su egoísmo. Ambos gestos se vinculan. El que sólo se busca a sí mismo termina destruyendo su propia vida. No logra derribar los muros de su prisión interna, no puede abrir sus ojos hacia la verdad de Dios que habita en sus entrañas. Se encuentra ciego y mudo, en una especie de muerte anticipada. Esto sería lo que han visto Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, por citar sólo dos santos significativos. Ellos saben que al hombre le esclaviza su pecado entendido como falta de diálogo con Dios.

El hombre enferma porque no ama ni se deja amar por Dios, y de esa forma no consigue traducir el misterio del amor en claves de apertura confiada hacia los otros. Son problema las riquezas y también los errores. Pero ellos se resuelven sólo donde el hombre aprende a amar y ser amado. La experiencia del amor es, por tanto, principio de liberación: capacita al hombre para encontrarse consigo mismo, abriéndole a los otros, en gesto de gratuidad compartida. Sólo el místico es libre y puede ser liberador porque se encuentra enamorado de la misma "dama amor" que es Cristo (el Dios de Cristo).

Nos esclavizamos unos a otros y nos destruimos personalmente porque no sabemos amar en clave de  gratuidad de encuentro primordial con Dios. Las riquezas se encuentran fuera de nosotros. La misma verdad se mantiene en nivel de periferia. Hasta la hondura radical de nuestra vida sólo llega el amor místico. Por eso, por falta de amor y reinterpretando 1 Cor 13, podemos afirmar que el mundo se encuentra lleno de falsos liberadores (falsos cristos, como dice Mc 13,21; Mt 24, 5, 23): les falta el amor de gratuidad y quieren redimir a los demás: así terminan por llevarles a nuevas esclavitudes. Místico es aquel que no se encuentra esclavizado por nada ni por nadie: es el que sabe amar en gratuidad, en gesto transparente de amor donde no existen ya intereses falsos, antiguas o nuevas idolatrías. Por eso, siguiendo en la línea de Juan de la Cruz o Teresa de Jesús, los místicos cristianos tienen que poner su potencial de amor liberador al servicio de la causa de los pobres.

5. Conocimiento de las cautividades actuales.

Todo lo anterior puede ser cierto, pero en el fondo los hombres viven esclavizados por poderes y estructuras de violencia, en clave de cautiverio social que lleva a la destrucción de la persona.

Así lo vieron a principios del trece san Juan de Mata y  San Pedro Nolasco, comerciante enamorado de la libertad. Esta es la herida que destruye a la mayor parte de los hombres: no pueden ser libres porque el contexto no se lo permite; están esclavizados en un tipo de cautiverio social que los marca y dirige, moviendo su vida en una determinada dirección. Los esclavos del sistema son mayoría. El camino de liberación consiste en ayudarlos a que rompan las redes de la trama en que se encuentran cautivados, para que puedan realizarse por sí mismos, en plena libertad. Es evidente que esta libertad es importante: desprendimiento económico, verdad compartida, espacio de encuentro eclesial, vivencia de amor. Pero todo eso resulta derivado. En el principio se encuentra la exigencia de decir a los hombres que sean, que se atrevan a vivir, que no tengan miedo a su responsabilidad. Lo que importa es ofrecerles, así, espacios de vida liberada.

            En este lugar se ha situado la obra mercedaria de San Pedro Nolasco. Antes de pedir a los hombres que vivan en pobreza, busquen la verdad, se integren en la iglesia o amen, les han dicho simplemente que sean humanos, es decir, que asuman su propia libertad. Y para ello, a fin de que esa libertad sea posible y tenga un lugar donde realizarse, Juan de Mata y Pedro Nolasco han ofrecido a los cautivos su presencia y ayuda su ayuda liberadora: con el propio riesgo de sus vidas los han rescatado o redimido del lugar de cautiverio en que se hallaban, situándolos después en un espacio de vida liberada (es decir, en ámbito de iglesia).

Llegamos de esa forma a la raíz del cristianismo, al lugar de la primera y más valiosa creación. Antes de recibir ninguna nota calificativa, los hombres han de ser sencillamente "humanos", es decir, dueños de sí, libres para escoger y realizarse. Para custodiar eso existe la Iglesia, para eso están los liberadores: ellos quieren pedir a los cristianos que se realicen sin miedo sobre el mundo, asumiendo su propia responsabilidad, en clave de apertura creadora hacia los otros.

La palabra se hizo Carne: Teología de la Biblia

6. Un camino de liberación.

Para que haya verdadera libertad es necesario ofrecer liberación: abrir espacios de vida compartida, poniendo las nuevas estructuras sociales al servicio del hombre. Esto sigue siendo lo que hacían Juan de Mata y Pedro Nolasco y, en ese sentido, son todavía nuestros santos "inspiradores". Pero resulta necesario aplicar y actualizar su acción en nuestro tiempo, dentro de las nuevas circunstancias culturales y sociales. Es lo que intentamos hacer de una manera muy sencilla en lo que sigue, traduciendo el viejo modelo de acción redentora (ayuda a los cautivos) en principio de actuación liberadora: se trata de ofrecer un germen de liberación más amplia dentro de esta sociedad que hallamos cautivada por las nuevas esclavitudes que a los hombres les impiden realizarse en libertad y amor de un modo gratuito a sus hermanos.

Sigue siendo necesario el camino de Francisco de Asís: sin un desprendimiento abierto a la vivencia de la fraternidad, no puede hablarse de liberación entre los hombres. También es importante el camino de Domingo de Guzmán: no hay liberación si subsiste la mentira, no hay plenitud del hombre con engaño; sólo allí donde se busca la verdad con transparencia puede hablarse de grandeza y plenitud humana. Lo mismo podemos afirmar del camino de la Iglesia: queremos que ella sea espacio de comunicación transparente, lugar donde los hombres pueden compartir y celebrar la experiencia de Jesús en clave de vinculación personal y misterio. Más aún, debemos indicar que los caminos anteriores han venido a culminar de alguna forma en la experiencia de la comunicación primera de la mística. Teniendo eso en cuenta, venimos al centro del problema, al lugar donde se unen liberación y mística cristiana.

La libertad humana, interpretada como experiencia de autonomía personal, va unida al encuentro amoroso con Dios, en línea de diálogo personal. Ciertamente, los dos rasgos nunca pueden confundirse. U a cosa es libertad como dominio de sí y otra la gratuidad mística, como experiencia de pérdida y recuperación del propio ser en lo divino. Pero después de explicitar las diferencias debemos afirmar que ambos aspectos se vinculan: el hombre sólo puede ser y realizarse en Dios (mística) porque es responsable de sí mismo y dueño de su propio camino (libertad). De esa forma viene a perderse y encontrarse en lo divino. De manera correspondiente, en el sentido más profundo de ese término, el hombre sólo puede descubrir su libertad fundante en la medida en que descubre su vinculación a lo divino.

El mismo Dios le libera a los hombres de las esclavitudes del mundo, permitiéndole ser dueño de sí mismo, esto es, persona. Pero dejemos el plano de teoría general y volvamos al nivel concreto de la realización humana, al lugar donde se vinculan libertad y liberación. Como punto de partida tomemos la experiencia de trinitarios y mercedarios que han venido definiendo en estos últimos años el sentido de las nuevas formas de cautividad, para explicitar así su trabajo o compromiso redentor: Se dan allí donde hay una situación social en la que concurren las siguientes circunstancias:     

  1. Cautiverio es una situación social  presora y degradante, que va en contra de la libertad y del despliegue pleno de la persona humana;
  2. El cautiverio nace de principios,sistemas sociales y personas que en pensamiento, palabra o obra van en contra de la libertad humana
  3. Así entendido el cautiverio va en contra de la  dignidad y de la "fe"  de los hombres, no sólo de los cautivos, sino de los cautivadores;
  4. El cautivo puede ser libre y cristiano en su cautiverio; el cautivador, en cambio, no puede ser libre ni cristiano (ni persona) por más honores que pretenda tener.
  5. El cautivo puede "liberar" (perdonar) al cautivador. El opresor, en cambio, no puede  liberar al oprimido, a no ser que cambie radicalmente, dejándose perdonar por el oprimido (Cf. Magníticat,  Const. Merced  16).

 Hay cautividades que pueden degradar al cautivo hombre, poniéndole en peligro de perder la fe en la vida. Pero la vida del cautivador está internamente degradada, a no ser que se con-vierta, en el sentido radical de la palabra.

Ciertamente sabemos que la fe es un "don de Dios" que nunca puede comprarse con factores externos, de tipo económico y social. Pero también sabemos que ella se encuentra vinculada a la gracia y libertad del contexto social.

Por eso, el mejor modo de afianzar y defender la fe de los cristianos es servirlos y ayudarlos, en gesto de amor gratuito, dirigido a los más necesitados (es decir, a los cautivos y oprimidos), transformando al mismo tiempo la situación opresora en que Viven. Sin gratuidad y libertad no existe cristianismo.El principio de la liberación liberación cristiana es el perdón de los cautivos y la transformación radical (conversión) de los poderosos cautivadores.

La Iglesia sólo puede extenderse allí donde los fieles de Jesús se aman, en gesto de liberación que tiende a ofrecer espacio de libertad (comunicación de bienes, verdad compartida y encuentro eclesial) a los que están más necesitados. En esta línea volvemos a encontrar las dos palabras siempre citadas de liberación y libertad. Ahora podemos distinguirlas con mayor cuidado:

 7. Planos de la liberación

 El gesto de liberación ha de expresarse en un plano social: trata de sacar al hombre de su estado de opresión o cautiverio para crear sobre la tierra estructuras de justicia que no sigan condenando a los más pobres a la pura lucha por la vida, al hambre o la violencia. Esto es lo que la tradición mercedaria llamaba redención del cuerpo: ella consiste en rescatar a los cautivos y arrancarlos del lugar (o situación) donde no pueden realizarse libremente.

Las Esas liberaciones corporales o sociales están encauzadas hacia la gran libertad o redención que nos ofrece Cristo con su muerte, viviendo en todos y por todos, transformando en gratuidad a cautivos y cautivadores, a cada uno según su circunstancia.

. Sabemos ya que el hombre no se salva por las circunstancias o las obras exteriores, sino sólo por la gracia de Jesús, recibida y asumida en libertad, en lo más hondo del alma. Pero la tradición cristiana sabe desde antiguo que esa liberación externa o corp01'al es signo y principio de la redención plena de Cristo. Así nos situamos en el campo donde se vinculan actuación de Dios (gracia salvadora) y esfuerzo liberador del hombre.

 8. Estás ya redimido, un camino de gratuidad

Sabemos con la Iglesia que ya estamos redimidos: Dios nos ha ofrecido su vida y plenitud en Cristo, de manera que somos desde ahora propietarios y herederos de su reino. Pero, al mismo tiempo, los pobres y cautivos de este mundo son señal privilegiada de la gracia de Dios sobre la tierra, como hermanos más pequeños de Jesús (Mt 25,31-45) y centro de la Iglesia (cf. 1 Cor 1,26-31; Mt 18,1-9).

Pues bien, la misma gracia de Dios así expresada en la vida de los pobres viene a convertirse en principio de liberación o ayuda humana para los ricos opresores, en gesto donde pueden destacarse tres aspectos o momentos:

La gracia es fuente de nueva gratuidad. Dios nos hace portadores y testigos de aquel mismo amor que nos ha dado. Así mostramos nuestra fe en el Salvador: ofreciendo ayuda gratuita, precisamente a los que no pueden respondernos de la misma forma, pues no tienen medios para ello (los pobres y perdidos de la tierra, cf Lc 14,7-13); indicamos que toda nuestra vida está apoyada en el amor gratuito de Jesús, en su evangelio.

Si creemos que Dios ama a los pobres y cautivos, también nosotros debemos ofrecerles nuestro amor, para ser de esa manera imitadores y testigos del mismo Dios sobre la tierra. Eso significa que no los amamos para salvarlos, sino para salvarnos a nosotros mismos, siendo fieles al evangelio, recibiendo y descubriendo a Dios en el lugar en el que Dios mismo se encuentra, es decir, entre los últimos y pobres de la tierra.

En ese sentido, la acción liberadora viene a ser anuncio de evangelio: ayudándoles a desarrollarse en libertad, queremos que los hombres puedan vivir y desplegar en plenitud su fe cristiana. La misma acción liberadora puede ayudarles a expresar mejor su fe, descubriendo y gozando la libertad de Cristo, en compañía con los restantes fieles de la iglesia. No queremos estrechar la redención de Cristo, entendiéndola tan sólo en un nivel de pura transformación histórica o social. No queremos convertir el evangelio en una especie de manual intimista, de puro consuelo interno de los pobres, sin cambio personal y social más profundo.

 9. El don de la vida

La redención de Cristo es don de Dios, es gracia escatológica. El proyecto de amor y libertad que ofrece la Iglesia del Señor desborda todas las limitaciones de este mundo y sólo puede asumirse y proclamarse en gesto de fe intensa. Pero la fe en Cristo y la gracia de su salvación ha de expresarse y de alguna forma también anticiparse en gestos y estructuras de justicia y liberación humana. De esa forma actualizamos las señales que Jesús fue realizando sobre el mundo. Sus milagros eran signo de esperanza escatológica del reino, siendo, al mismo tiempo, acciones muy concretas de amor y ayuda humana: Jesús mostraba la bondad de Dios liberando bondadosamente a los más necesitados de su entorno.         

Pues bien, de un modo semejante, los nuevos liberadores queremos predicar la redención plena de Cristo (su resurrección de entre los muertos) a través de nuestra ayuda muy concreta a los pobres y cautivos. Sólo allí donde se sirve de verdad al hombre, en gesto de amor liberador se expresa y ratifica la fe del evangelio. Ahora podemos volver al tema de la cultura, ya indicado al tratar de Domingo de Guzmán.

Estamos en el centro de una especie de gran lucha cultural. Ciertamente, sigue habiendo batalla en el nivel de lo económico: conflicto por la posesión, distribución y control de las riquezas de la tierra. Hay también conflicto político-social, centrado en la búsqueda del poder y en la manera de ejercerlo sobre el mundo, en claves militares. Pero la batalla decisiva de lo humano parece estarse dando en el nivel de la cultura. Muchos están empeñados en imponer a los demás una determinada concepción de la vida, utilizando para ello medios culturales (educación y propaganda, control informativo, etc.).

El poder supremo de este mundo es quizá la comunión de palabra y vida, entendida en un sentido extenso: dominan y controlan a los otros aquellos que manejan eso que pudiéramos llamar la "nueva subjetividad" de la ciencia y la técnica, pudiendo modelar de esa manera la mente de los hombres. Estamos ante un reto de dimensiones incalculables. A través de una nueva "genética mental"(o educación dirigida sólo en una línea) los dueños del sistema podrían imponer su criterio sobre el resto de la población de la tierra, manteniéndola, de algún modo, en una especie de sometimiento cultural, mucho más peligroso que los sometimientos anteriores. Parece que ya estamos avanzando en esa línea, en un camino donde al fin no habría ya lugar para la fe y para el amor, puesto que todo estaría dominado por un tipo de gran máquina impositiva que terminaría haciéndonos a todos sus esclavos.

10. Educación liberadora

Esta educación liberadora nos sitúa en el espacio de la creatividad cultural: queremos ofrecer a los hombres razones para esperar, impulsos para vivir, modelos de comunicación en libertad. Todo eso implica un programa fuerte y muy comprometido de maduración humana. Los cambios exteriores (de estructura económica o política) resultan insuficientes. Para liberar es necesario que empecemos suscitando un tipo de hombre nuevo, a la luz del evangelio. Tres son, a mi entender, los momentos principales de este proceso educativo que se dirige a todos los cristianos, pero que de un modo especial quiere alcanzar a los más comprometidos, en la línea de una presencia eclesial liberadora.

a) Educar para ver, tanto en plano de conocimiento científico (ayudado por la sociología y el derecho, por la economía y la política) como en el plano de la participación personal (a nivel de encarnación concreta). Como especialista en libertad, el cristiano sabe mirar hacia los hombres y problemas actuales, descubriendo así los aspectos y problemas del nuevo cautiverio.

b) Educar para discernir  en clave de discernimiento teórico y sabiduría práctica: el cristiano sabe conocer las formas y las causas del nuevo cautiverio, para superarlo a partir del Evangelio, y sabe también planificar su acción y realizarla de un modo efectivo, al servicio de la libertad del hombre

c) Educar para liberar.  El educador es un simple teórico que traza los planes desde arriba, ni un eterno aprendiz que no hace más que prepararse. Por imperativo de evangelio, el cristiano es un hombre que se compromete en la acción liberadora y la realiza con la fuerza del Espíritu Santo. Esos tres planos se encuentran mutuamente entrelazados: sólo se mira y comprende de verdad (plano del ver) allí donde se aprende a discernir y se realiza, al fin, una obra activa.

     Sólo estando inmersos, encarnados en el mundo y trabajando por cambiarlo, podemos entender rectamente los principios de la liberación cristiana. Sólo quien se entrega por la causa de la libertad, hallándose dispuesto a morir por los demás, comprende la miseria de la esclavitud o cautiverio de este mundo y se vincula de verdad al Cristo Redentor. Esta acción liberadora brota a nivel cristiano de una espiritualidad de seguimiento: sabemos que Jesús continúa padeciendo en los cristianos oprimidos y cautivos, expuestos a perder su fe, y también en todos los hombres oprimidos de la tierra.

Ciertamente, Jesús se manifiesta ante todo en la Escritura y nos ofrece el misterio de su vida en la liturgia (Eucaristía). Pero dando un paso más, los cristianos liberadores quieren venerarle y encontrarle en los cautivos. Por eso le siguen en su gesto de amor fuerte dirigido hacia los pobres, enfermos y oprimidos. Esta oración viene a expresarse como una visión ampliada de los sufrimientos salvadores de Jesús, viniendo a presentarse como una contemplación redentora. Ya no vemos a Jesús aislado, como alguien que murió hace tiempo por nosotros. Le miramos y le vemos padeciendo en aquellos que padecen: hambriento en los hambrientos, cautivo en los cautivos, torturado en aquellos que se encuentran torturados. Por eso, a los ojos del creyente, los males de este mundo ya no tienen sentido puramente antropológico o social: ellos reciben un sentido cristológico.

La contemplación redentora descubre a Jesús en la opresión y muerte de los hombres de la tierra: le venera en los cautivos y le ama al amar a los que están necesitados. Normalmente pasamos por la vida ciegos, sin llegar a descubrir la hondura y la tragedia de la muerte y opresión ajena. Pues bien, el evangelio nos enseña a mirar con ojos nuevos: descubrimos a Cristo en los cautivos y allí mismo le ayudamos, en gesto de oración y acción liberadora que ahora van profundamente entrelazadas.

La gloria de Dios se transfigura y brilla precisamente en aquello que pudiera parecernos lo contrario a lo divino: en la miseria de los hombres oprimidos de la tierra; al servirlos y ayudarlos nos hacemos colaboradores de la obra creadora de Dios sobre la tierra. Sin esa muy intensa oración liberadora el compromiso activo pierde su valor cristiano: una acción de tipo redentor que no se encuentre fundada en el misterio de ese Cristo que padece en los cautivos corre el riesgo de acabar diluyéndose muy pronto en egoísmos personales o de grupo, en el cansancio impotente o en el puro juego de política.

 Por eso, los que quieran ser liberadores, deben cuidar con gran empeño los momentos de contemplación, como experiencia de encuentro con el Cristo que sigue padeciendo en los cautivos. En esta perspectiva, a modo de conclusión, podemos y debemos recuperar los otros planos de la espiritualidad cristiana. Es fundamental la inspiración de Francisco de Asís: sin desprendimiento económico y apertura al nivel de la gratuidad no existe liberación cristiana. También es importante el camino de verdad de Domingo de Guzmán: la confianza en la palabra como principio de convencimiento y liberación.

Desde aquí debemos evocar también la vía de experiencia mística de Juan de la Cruz y Teresa de Jesús: sin encuentro de amor no hay liberación; sin apertura confiada hacia la gracia de Dios que se ha entregado por nosotros no es posible dar la vida por los hombres. De un modo especial recordamos a Ignacio de Layola, con su compromiso al servicio de la Iglesia; todo lo que hemos venido diciendo tendrá sentido y podrá realizarse en la medida en que la misma Iglesia se presente como camino de liberación para los hombres; por eso, pertenencia eclesial y servicio en favor de los demás vienen a encontrarse y, de alguna forma, se identifican. Aquí nos sitúan Juan de Mata y Pedro No/asco, con su gesto concreto de liberación: redimen a los cautivos para introducirlos en la Iglesia activa, para que dentro de ella puedan realizarse en libertad, actualizando de esa forma el evangelio de Jesús sobre la tierra. (Texto base: Cautividades de ayer y esclavitudes de hoy:http://www.revistadeespiritualidad.com/upload/pdf/220articulo.pdf  )

Volver arriba