Espíritu Santo, Defensor de Dios (para una teodicea de la historia)

Comenté ayer el texto del evangelio de Juan (domingo 6 de Pascua) donde se dice Jesús prometió la llegada del Espíritu: ¡Os enviaré un defensor! En ese contexto me atreví a presentar unas preguntas y problemas, siguiendo las reflexiones de Benedicto XVI sobre la lucha de Dios con Israel/Jacob en el río Yaboq. Me fundaba en tres acontecimientos (que por rapidez no distinguí bien ¡gracias Alredol!):

a. El año 614 entraron los persas de Cosroes, irritados con Heraclio y el imperio bizantino, en Jerusalén y derribaron las basílicas cristianas (menos la de Belén, donde vieron mosaicos con reyes persas/magos), llevándose la "cruz" de Jesús. Con ese motivo se hicieron grandes lutos en la cristiandad

b. El año 627, Heraclio, rey bizantino, tras durísimas batallas, venció a los persas y entró con gloria en Jerusalén, llevando en hombros la "cruz" para instaurar un orden eterno de paz; con ese motivo se creó la Fiesta de la Exaltación de la Cruz (¡cruz que vence a los enemigos:14 VIII).

c. Pero el 636 (¡tras sólo nueve años!)los musulmanes inesperados llegaron y vencieron a las tropas de Heraclio, junto al río Yarmuk (¡no lejos del Yaboq)y a los dos años entraron en Jerusalén… hasta el día de hoy. ¿Venció la Cruz? ¿De qué manera? Ese motivo sigue inspirando de un modo o de otro nuestro cristianismo.


Ése era el entramado de fondo de mi post de ayer, pero el tema real era la forma en que viene (y puede venir hoy) el Espíritu Santo, prometido de Jesús, en este final de pascua del 2001. Para seguir planteando el tema quiero fijar hoy mejor los rasgos principales de la promesa de Jesús: ¡El Espíritu Santo!

(En días sucesivos trataré de la forma en que algunos “cristianos” pensaron que venía el Espíritu Santo: Montano, Mani, Mahoma…). Será un tiempo de reflexión sobre el Espíritu. Buen día a todos.

(Puse ayer y sigo poniendo hoy la imagen de la famosa Paloma/Espíritu de la Gloria de Bernini, en el Vaticano. Hoy coloco además otra paloma más natural al aire libre de la naturaleza. Ése es un post teológico, para reflexión. Buen día a todos)


Introducción. La promesa del Espíritu

Jesús fue un hombre lleno del Espíritu, hombre de experiencia carismática, capaz de expulsar demonios y realizar señales de Dios, desde su bautismo (cf. Mc 1, 9-11 par). El evangelio añade que quiso trasmitir esa experiencia y poder a sus discípulos:


[Exorcismos]

– «Les envió... con poder para expulsar demonios...
Les dio poder sobre los espíritus impuros (cf. Mc 3, 15; 6, 7)

[Palabra]

– Y cuando os lleven y entreguen, no os preocupéis por lo que tenéis que decir:
El Espíritu Santo hablará por vosotros...» (Mc 13, 11; Mt 10, 19-20).


La primera iglesia (de Pablo a Lucas, de Marcos a Juan) confirma esa palabra: Siguiendo al Jesús pascual, los primeros cristianos han sido carismáticos, han experimentado la presencia del Espíritu como poder de curación y comunicación, plegaria y entusiasmo escatológico.


1. Teodicea del Espíritu Santo.

Los primeros cristianos forman una comunidad carismática: El mismo Poder que les libera de los poderes satánicos, Espíritu de transformación interior y comunicación de amor, es para ellos la mejor prueba o argumento de la existencia de Dios y del carácter mesiánico de Cristo, superando la Ley nacional del judaísmo y la filosofía helenista (cf. Gal 3, 2; 1 Cor 1). Ellos afirman que hay Dios porque experimentan su acción en la vida. Normalmente, los judíos apocalípticos o rabínicos creían que el Espíritu de Dios irrumpiría al fin del tiempo, añadiendo a veces que el tiempo actual se hallaba vacío de Dios.

Ciertamente, algunos movimientos de tipo helenista o esenio (como Qumrán) hablaban de una experiencia presente de la Sabiduría de Dios o de su Espíritu en la vida de los fieles, pero no lograron convencer a los demás. Por eso, el judaísmo posterior, de tipo rabínico, tendió a relacionar a Dios con la Ley, dejando el aspecto carismático para el final de la historia. Pues bien, los cristianos sostienen que ese final ha llegado, de forma que pueden hablar de Pentecostés (cf. Hech 1-2) como experiencia ya realizada, vinculando el Espíritu de Dios con la pascua de Jesús:

1. Pablo interpreta el Espíritu (don de Dios por Cristo: cf. Gal 3-4) como principio y sentido de los carismas que se despliegan en la iglesia, culminando en el amor (1Cor 12-14). Los fieles aceptan al Dios de Jesús porque han recibido su Espíritu y pueden escuchar y decir su Palabra: Saben que hay Dios porque saborean y comparten su Amor, que es libertad y trascendencia interior (don de lenguas), Vida compartida que les capacita para convivir en fidelidad y paciencia, en gratuidad y comunión. Dios no es en Pablo y sus comunidades un objeto de teoría o razonamiento, sino principio y garante, fuente y verdad de una experiencia creadora de libertad y gracia. Así pueden afirmar, por vivencia y no de oídas, que «el Señor es el Espíritu, y que allí donde está el Espíritu del Señor está la libertad» (1Cor 3, 18).

2. Lucas (autor de Lc-Hech) ha situado la experiencia del Espíritu al comienzo de la Iglesia, entendiéndolo como fuente de conocimiento superior y de misión cristiana. Los discípulos buscaban la restauración de Israel, un mesianismo nacional (Hech 1, 6). Jesús les respondió: «Recibiréis el Poder del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hech 1, 8). Querían permanecer en Jerusalén, como restauradores de un mesianismo nacional; pero Jesús les ofreció su Espíritu para conocer a Dios y expandir su conocimiento de evangelio (buena nueva de Reino) en todo el mundo (Hech 2).

3. Juan evangelista (autor de Jn y 1Jn, distinto del profeta Juan del Ap) ha interpretado el Espíritu en forma de conocimiento de amor que vincula a los creyentes con Dios y los hermanos (cf. 1 Jn 4, 7-12). Sólo pueden encontrar a Dios quienes le aman, amando a los demás. La teodicea aparece así como experiencia carismática, conocimiento enamorado, en la línea del gran mandato israelita, donde el mismo Dios amante pedía a los suyos que le amaran «con todo el corazón, con todo el alma», no que le conocieran en teoría (cf. Dt 6, 4-5). La teodicea de Juan se encarna así en una comunidad de creyentes, que superan una sacralidad particular de grupo y descubren el Espíritu de Dios en el encuentro de amor universal, como supone la escena de la samaritana, ante el Pozo de Jacob (Jn 4).

Jesús ha venido a dialogar con los samaritanos, enfrentados a los judíos por la herencia de Jacob (el auténtico Israel). Los dos grupos se apoyan en una tradición antigua (tienen el mismo pozo de Pentateuco), pero están divididos por lugares rituales (monte Garicín, Jerusalén) y costumbres sociales; su mismo conocimiento de Dios o teodicea les enfrenta. Pero:

«Ha llegado la hora en que
ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre...
Pues llega la hora, en que... adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad.
Porque estos son los adoradores que el Padre quiere.
Dios es Espíritu y quienes le adoran deben adorarle en Espíritu y en Verdad» (Jn 4:21-24).

Sobre el Garicim había un adoratorio o templo rival de Jerusalén. Pero Jesús afirma que el tiempo de leyes y ritos particulares ha pasado, pues Dios es Verdad y Comunión universal, que nos permite dialogar con todas las naciones. Esto lo sabían los judíos helenistas (como Filón y Sab), pero no habían hallado la forma de expresarlo, ni habían abierto un camino que llevara al conocimiento y amor de todos los hombres en Cristo. Esta será la misión del Paráclito.


2. Conocimiento de Dios, gracia del Paráclito.

Al liberarnos de una ley particular (en línea de talión o sistema político-social), el Espíritu de Dios nos abre a todos los hombres, no por conquista o sumisión (como el imperio romano), sino por conocimiento vital: « Esta es la Vida eterna, que te conozcan a ti, el Dios Uno y Verdadero, y a tu enviado Jesucristo» (cf. Jn 17, 3). Así lo ha destacado Jn en los pasajes del Paráclito:

1. Espíritu de la Verdad: «Yo rogaré al Padre, y El os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros por siempre» (Jn 14, 16). Jesús había defendido a sus discípulos; pero ha culminado su camino pascual y no está con ellos como antes. Por eso pide al Padre que les envíe otro Paráclito, presencia interior y compañía (no os dejaré huérfanos: Jn 14, 18): el Espíritu de la Verdad, que el mundo, sometido a la mentira y división, no puede acoger, ni comprender, el Espíritu del Conocimiento de Dios, que vincula a todos los hombres (cf. Jn 17, 1-3) y defiende a los perseguidos en sus pruebas (cf. Mc 13, 11).

2. Os lo enseñará todo: Conocer a Dios. Los hombres tienden a luchar sin fin, en plano de sistema, porque no tienen la gracia de la libertad y comunión de Dios en Cristo. «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26). Ese Paráclito es Maestro interior que enseña a los fieles los dos mandamientos primeros: Conocer a Dios y amar a los hermanos. La teodicea recibe así un carácter carismático: sólo por experiencia interior, vinculada al magisterio personal del Espíritu (es decir, por carisma), podemos conocer a Dios, superando las razones y sistemas cerrados del mundo.

3. Verdad del Testimonio. «Cuando venga el Paráclito, a quien enviaré desde el Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio» (Jn 15:26-27). Los creyentes no demuestran a Dios con palabra racionales o teorías, sino que lo muestran con su vida: no son filósofos, sino testigos; no imponen un sistema sacral o social, sino que se presentan ellos mismos, como signo de la Vida de Dios en el Espíritu de Cristo, en experiencia de amor personal.

4. Conviene que me vaya... Jesús no se va para volver en forma apocalíptica (como podía suponerse desde 1 Tes, 1 Cor y Mc 13), sino para enviar su Espíritu. Aquí no se habla de un milenio particular (Ap 20) pues todo tiempo es milenio en el Espíritu: «Conviene que me vaya; pues si no me fuere el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16, 7). La ausencia de Jesús suscita una más honda presencia en libertad y recuerdo, en plenitud personal y comunicación comunitaria. Así podemos afirmar que Jesús vuelve desde su ausencia, fundando la comunión de los creyentes, en medio de un mundo al que convence «de pecado, justicia y juicio» (cf. Jn 16, 8-11), inaugurando así una teodicea de tipo pneumatológico, que se expresa y decide a lo largo de la historia, como seguiremos indicando.

Esta teodicea pneumatológica (o carismática) vincula conocimiento de Dios y comunión interhumana en el Paráclito, que es Gracia de Dios y Defensor de los creyentes, sobre una historia, dominada en lo exterior por el sistema. Esta es la Teodicea del Espíritu, sobre las razones y leyes particulares del Garicím o Jerusalén (de griegos y judíos), que siguen enfrentado a los hombres.

Es una teodicea de experiencia interior y testimonio personal. Nadie ha visto a Dios, pero Jesús, que estaba en el seno de Dios, nos lo ha revelado por su Espíritu (cf. Jn 1, 18). Nadie ha visto a Dios, pero aquellos que aman a los otros le conocen, porque Dios es Amor (1 Jn 4, 8.12). Dios es Espíritu y sólo en Espíritu y Verdad podemos adorarle (Jn 4, 24). No le conocemos sólo porque vendrá al fin del tiempo), sino porque ha venido y nos ha dado su Paráclito.

3. Reflexión teórica. Espíritu Santo, ruptura epistemológica y teológica.

Las formulaciones anteriores, de Pablo, Lucas (Hech) y Juan, presentan la experiencia de Dios como ruptura epistemológica, es decir, como nuevo conocimiento en libertad y gracia. Ellas muestran que la realidad es comunión y apertura escatológica, como indicaremos, retomando las categorías básicas de este libro

Teodicea del Espíritu, ruptura epistemológica.

Muchos han hablado de una crisis de la racionalidad, no para rechazarla, sino para enraizarla mejor. Descartes tuvo que apelar a Dios, más allá de las razones claras y distintas, para que no flotaran sobre el vacío. Kant descubrió la insuficiencia de la razón pura (incapaz de explicarse a sí misma) y buscó una razón práctica, que le llevó a postular la existencia de Dios. También Marx quiso superar la razón lógica (que acaba siendo ideología del sistema), para descubrir principios más hondos, de tipo económico-social. Especialistas de esa ruptura epistemológica han sido los filósofos judíos (Rosenzweig, Lévinas), que elevan frente al Todo (sistema) de la filosofía y ciencia un Infinito de trascendencia, que está cerca del Espíritu de Jesús.

Teodicea de la libertad y la gracia.

La tradición cristiana, representada por Pablo, ha vinculado de manera intensa esos aspectos, afirmando que sólo se puede hablar de libertad en contexto de gracia (y viceversa). Esta experiencia, elaborada en Gal y Rom, brota de la tradición israelita, de tal forma que Pablo puede presentarse como «hebreo, hijo de hebreos, fariseo según ley...» (cf. Flp 3, 5). Pero, en otro sentido, llevada hasta su límite, de un modo mesiánico, ella desborda las fronteras de un judaísmo histórico-nacional, centrado en sus tradiciones, para abrirse en Cristo a todos los hombres.

Entendida así, la libertad no es una simple ruptura del sistema (que nos lleva más allá del orden cósmico y social) y de los grupos especiales de elegidos (que Pablo vincula con la carne: Flp 3, 4), sino descubrimiento y despliegue de una creatividad gratuita, fundada en Jesús, abierta a todos los hombres. Dios es libertad, pero no desde la nada o el capricho, sino como Gracia y Amor que se revela en el camino de los hombres (cf. Shema: Dt 6, 4-5; Jn 3, 16). Por eso nos parece insuficiente el imperativo kantiano, que sigue en un plano de ley; como indicará el capítulo siguiente.

Teodicea de la comunión.

La sabiduría (griegos) y un tipo de ley judía (que Pablo llama carnal) dividía y enfrentaba a los hombres en sistemas de violencia, haciéndoles incapaces de dialogar. En contra de eso, Pablo, Lucas y el conjunto del Nuevo Testamento interpretan el Espíritu como Poder de comunión, que vincula a los hombres de un modo gratuito, superando el nivel de unas leyes que escinden, oprimen y expulsan a un tipo de personas. El tema de la teodicea define así la tarea principal de nuestro tiempo: defender a Dios significa crear comunión universal, superando un sistema de divisiones y violencia.

Se puede discutir si hay libertad y gracia, pero lo indudable es existe un riesgo muy grave de violencia. Hasta ahora, los hombres hemos venido manteniendo formas de solidaridad grupal o nacional fundadas en principios culturales y religiosos. Pero ellas parecen agotarse, como M. Weber y E. Durkheim dijeron ya a principios del siglo XX. Se han secado los viejos principios, no han surgido unos mejores (ni marxismo histórico, ni capitalismo actual). Por eso queda abierta la tarea de la teodicea, el amor que se expresa en una comunicación creadora (que engendre hijos en amor), abierta a todos los hombres, como suponía D. BONHÖFFER, Etica, Estela, Barcelona 1968, pp. 9-10.

Teodicea del Espíritu y apertura escatológica.

La teodicea está vinculada a la salvación humana: Saber que hay Dios significa afirmar el sentido de la historia. Por eso, ella no es arrojo suicida (no quiere el fin de todo lo que existe), ni pura búsqueda intimista, sino apertura al juicio de la historia. Estamos inmersos en un drama, amenazados por adversarios y jueces que no conocen a Dios y nos encierran en la caja de poderes del sistema, en línea de puro talión (ley y venganza). Pero tenemos un testigo más alto de Dios que es Jesús y hemos recibido su Paráclito, que enseña la verdad, dando testimonio de Dios, en favor nuestro (cf. Mc 13, 11) .

No conocemos a Dios por razones racionales o sociales (de sistema), sino cuando nos dejamos trasformar por su presencia. No le conocemos por teoría, sino cuando ponemos en él nuestra confianza y re-conocemos en amor a los demás, en el Espíritu. Dios es carisma, experiencia personal de los creyentes que se vinculan con Jesús, vinculándose entre sí de un modo universal .
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