Falsos santos, carismáticos falaces: don de lenguas, profecía, grandes obras

Los carismas son fundamentales, como Pablo ha puesto de relieve en 1 Cor 12-14. Pero en medio de su gran despliegue, describiendo lo que ellos aportan, Pablo se detiene y traza, en tres frases famosas, tres riesgos de carismáticos que se buscan a sí mismos, tres riesgos de "santos":
-- falsos santos que hablan “lenguas” (de místicos),
-- falsos santos que tienen “profecías” (piensan saberlo todo)
-- falsos santos que se exaltan a sí mismos por sus grandes obras.
− a. Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles,
si no tengo amor, sería como metal que resuena o címbalo que retiñe.
b. Y si tuviera profecía
y viera todos los misterios y toda la gnosis,
y si tuviera toda la fe, hasta para trasladar montañas,
si no tengo amor, nada soy.
c. Y si repartiera todos mis bienes
y entregara mi cuerpo para ser quemado,
si no tengo amor, nada sirve (1 Cor 13, 1-3)
Éstos son los carismáticos perversos. Parecen tenerlo todo, pero les falta el amor.Sobresalen por su don de lenguas (los que dicen conocer todo misterio o trasladar montañas) y por sus grandes profecías y sus obras... pero se buscan a sí mismos, no buscan a los otros, no tienen amor.

Ciertamente, al lado de estos carismáticos falaces, falsos santos, hay también en la iglesia honrados y veraces carismáticos, hombres y mujeres que ponen su capacidad de misterio y profecía al servicio de los demás. Honor a ellos. Pero Pablo trata aquí de los falsos "santos":
No quiere una iglesia de héroes en religión y misterio, gobernada por carismáticos famosos. Por eso le parecerían secundarios (e incluso peligrosos) los gestos de aquellos que por entregarse en sacrificio pretendieran dominar sobre los otros.
No busca virtuosos de la ascética o mística, sino hombres y mujeres capaces de amar en gratuidad. Tampoco quiere administradores perfectos para una organización dirigida o gobernada a modo de sistema, sino personas que saben acoger el amor de Dios y responden en consecuencia.
Introducción. Entorno y riesgos del amor: mística, profecía, martirio
Muchos cristianos han pensado que lo principal es la experiencia extática (hablar en lenguas); de esa forma se sienten superiores a los otros, que no logran hablar como ellos, en palabras que provienen del mundo de los ángeles.
Otros, en cambio, valoran la profecía y la colocan en el centro de la vida de la iglesia, como expresión de plenitud y perfección definitiva. De esa forma, unos se enfrentan con los otros, corriendo el riesgo de convertir la iglesia en campo de disputa en torno a la perfección de unos y de otros.
En este contexto, hay otros que piensan que sólo importa la entrega externa de los bienes y la vida. Estos también han convertido la vida cristiana en una especie de carrera por la perfección. Pues bien, Pablo descubre que todos ellos corren el riesgo de perder lo más importante, la experiencia del amor.
Pablo nos sitúa así ante las tres grandes falacias de un amor aparente, que toma en la iglesia formas de bien para imponerse sobre los demás y engañar mejor a los creyentes. De esa forma realiza un ejercicio fuerte de sospecha (nos enseña a descubrir lo malo que se esconde en aquello que parece bueno), para ir advirtiendo no, no, no (como hará después San Juan de la Cruz, de manera también impresionante en la Subida al Monte Carmelo: nada, nada, nada).

Pablo no combate así el mal de los malos, aquello que se ve a primera vista como perverso, sino el mal de los buenos, el riesgo de apariencia ideológica de aquellos que aprovechan las 'formas exteriores" buenas para hacer mejor lo malo . Pablo no le tiene miedo al pecado, pues quiere que la iglesia sea lugar donde se acoge (como hacía Cristo) a los pecadores y excluidos de la tierra, sino al engaño del amor, que se disfraza de obra buena, para destruir a los creyentes. Desde este fondo podemos volver ya a nuestro texto, para evocar más en concreto sus tres unidades principales .
Pablo las analiza de un modo muy preciso, acudiendo a la primera persona, de manera que todo su discurso aparece como encarnado en su propia vida: si 'yo' hablara, si 'yo' tuviera, si 'yo' diera... Este yo de Pablo es, evidentemente, un yo literario y eclesial, como aparece, por ejemplo en un famoso capítulo de Romanos: "yo vivía fuera de la ley...; yo no hago lo que quiero, sino aquello que no quiero..." (Rom 7, 9.20). Es como si Pablo no se atreviera a hablar de otros, sino de su propia experiencia y riesgo de cristiano. Por eso, cuando condena el riesgo de los demás, está hablando en el fondo para sí mismo, está realizando el más hondo examen de conciencia sobre su amor de apóstol, dentro de la iglesia.
a. Falacia carismática I. Don de lenguas
Si 'yo' hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles (13, 1).
La primera ideología o falsedad del amor es la vinculada a una perfección mística, que parece importante, pero que es sólo una palabra vacía, propia de aquellos que dicen conocer y hablar las lenguas de los hombres (en plano de mundo) y de los ángeles (en plano de perfección espiritual). Estos son los que todo lo hablan, dominando los lenguajes, con apariencia de verdad y superioridad, para sentirse a sí mismos perfectos, dejando en un segundo plano a los demás, pobres hombres de la baja tierra, que se sienten incapaces de comunicarse.
Estos 'hablantes de lenguas' son hombres y mujeres poderosos, en sentido psicológico o social. Pablo nos discute en ningún momento sus capacidades, pero nos diría que ellas pueden interpretarse con medios psicológicos, para-psicológicos (de penetración mental), e incluso demoníacos (de posesión diabólica).
Estos 'expertos en lenguas' escuchan y hablan de un modo distinto, llegando incluso a creerse lo que dicen (son 'creídos' en el sentido radical de la palabra). En nuestro tiempo se podría afirmar que controlan las redes informáticas, los grandes canales de la propaganda, como si fueran dueños de la palabra que debe escucharse. Y en algún sentido lo son: la voz de sus falsas campanas parece la única que suena en todo el mundo. Pero es palabra de pura propaganda, al servicio de sí mismos. En realidad están vacíos, no tienen nada que decir, son como puro metal que suena sin contenido humano verdadero, o con el contenido de la violencia dominadora (del bronce de campana hecho cañón para la guerra).
Este no es un peligro que Pablo condena en el mundo exterior, aunque es evidente que existe a ese plano, sino que lo ha visto y condenado dentro de la misma iglesia, que debía ser institución de transparencia. Es claro que en la iglesia hay otros pecados, que Pablo ha puesto de relieve a lo largo de sus cartas, pero aquí ha destacado el de los buenos, es decir, de los mejores: de aquellos que dominan y dirigen la palabra, queriendo controlar la iglesia desde su oración más honda.
Este es el peligro de la falsa mística, propia de aquellos que se creen haber recibido arriba, por visión, la esencia de las cosas, sin haber entrado en la dinámica del amor, que es encarnación de vida, entrega mutua, diálogo humilde de personas, en la línea de Jesús.
b. Falacia carismática 2. La profecía, la mística, los milagros
Y si 'yo' tuviera profecía... (13, 2).
Posiblemente, esta segunda oposición trataba, en principio, sólo de la profecía, pues de ella y de las 'lenguas' en la iglesia se ocupa el capítulo siguiente (1Cor 14). Pero Pablo, o la fuente que él emplea, ha ensanchado el sentido del tema, construyendo desde aquí un espléndido retablo de 'virtudes' o poderes superiores que se pueden convertir en vicios y vacío (son nada, me hacen nada) si es que en ellas falta el amor. Los motivos son tres (como en otros casos) y están muy bien ensamblados, formando un tríptico armónico:
a. Si 'yo' tuviera profecía... En sentido externo, la profecía es algo que 'se tiene', como cualidad que adviene, sin identificarse con la propia persona. Por eso, acabará diciendo el texto, "el que tiene profecía y no ama no es persona", es una profecía ambulante, pura máscara sin interioridad.
Es evidente que los verdaderos profetas (como Jeremías o Juan Bautista, y el mismo Pablo, por no hablar de Jesús) habrían protestado, diciendo que no podían separar su entrega profética y su vida: para todos ellos, la profecía no era más que amor hecho persona. Pero Pablo sabe también que puede haber, y hay con frecuencia, una profecía separada de la vida, hecha negocio sin amor, como se ha dicho desde antiguo al hablar de los 'falsos profetas', condenados con gran fuerza por el evangelio (cf. Mt 7, 1; 24, 11 par) .
b. Y si 'yo' viera todos los misterios y tuviera toda la gnosis... La profecía, especialmente en los apocalípticos (como en los libros de Daniel o Henoc apócrifo) está llena de revelaciones, de tal forma que, en tiempos de Jesús, los profetas eran consideramos videntes que penetraban en los misterios (que expresan lo que ha de ser al fin de los tiempos) y en la gnosis (que es, en el fondo, el conocimiento del Dios escondido). En el Nuevo Testamento el vidente por excelencia es Juan, autor del Apocalipsis, que ha visto y ha dicho los misterios y conocimientos más hondos, centrados en el Cordero Sacrificado.
Pues bien, Pablo dice no sólo que ha visto a Jesús resucitado (cf. 1Cor 15, 3-7), sino que ha sido raptado al tercer cielo donde ha visto y escuchado palabras indecibles (2Cor 2, 1-11). Por eso puede hablar en primera persona, pues ha contemplado los misterios y la 'gnosis', es decir, la realidad más honda de lo cognoscible. Pero, al mismo tiempo, sabe que esa visión sin amor es 'nada' si no tiene amor(como destacó Juan de la Cruz) .
a'. Si 'yo' tuviera fe hasta para trasladar montañas... Pasamos de nuevo del ver (misterios, gnosis) al tener, aplicado ahora a la fe. Estrictamente hablando, este lenguaje no parece propio de Pablo, que no concibe la fe como algo que se tiene (posesión de la que uno puede estar orgulloso), sino como un modo de ser en Dios, en gratuidad y donación de vida.
Pero aquí, lo mismo que en 1Cor 12, 9, Pablo habla de fe (pistis) como de un don especial, propio de algunos que pueden hacer cosas milagrosas, en el sentido de aquella fe que mueve montañas, de la que trató el mismo Jesús (Mt 17, 20 par). Pues bien, esa fe puede vaciarse de sí misma, siendo pura realidad externa sin amor, como sabe el mismo evangelio (cf. Mt 7, 22). En este contexto se puede hablar del gesto externo de las montañas que cambian de sitio y de milagros diabólicos (de los que trata el relato de las tentaciones: Mt 4 par), sin amor... Pues bien, un milagro de ese tipo, sin amor, no sirve nada, sino que es destructivo .
c. Falacia carismática 3. El engaño económico
Y si yo repartiera todos mis bienes...
De las lenguas (mística) y de la profética (visiones poderosas) pasamos al nivel de la comunicación económico-personal. Muchos piensan que todo se arregla en el mundo con dinero, desde la guerra de Afganistán, hasta la delincuencia de Estados Unidos o el terrorismo de otros lugares.
Es claro que en parte tienen razón, como la misma Biblia sabe cuando pide que demos a los pobres aquello que tenemos, para que así puedan saciar sus necesidades (cf. Mc 10, 17-22; Mt 25, 31-46).
Pero el simple 'dar' material no es suficiente, como saben los textos anteriores: hay que dar como Jesús (cf. Mc 10, 17-22), iniciando un camino que lleva no sólo a la mesa común sino a la acogida de los extranjeros y a la liberación de los encarcelados (Mt 25, 31-45). En el fondo del relato de las tentaciones parece expresarse un Diablo 'panadero y político', es capaz de convertir las piedras en pan y de organizar el mundo según ley (sistema), pero en contra del amor, con el fin de tener a todos mejor sometidos (Mt 4; Lc 4).
En esa línea se sitúa este pasaje, que lleva hasta el límite el engaño del dinero sin amor (dinero que destruye el amor, pues sólo se busca a sí mismo bajo apariencia de bien), y el engaño del martirio, cuando se convierte en modo de auto-elevación, forma de satisfacción egoísta a costa de los otros.
Éste es el lugar de la patología del amor, el lugar del engaño supremo de los que parecen emplear medios mejores y más desprendidos (costosos) para así imponerse por encima de los otros.
− Don y riesgo de patología económica: 'si repartiera todos mis bienes...'. Pablo emplea aquí una palabra muy precisa (psômisô), que significa entregar las posesiones (ta hyparkhonta) para alimentar a los necesitados, quedando así sin nada, en pobreza absoluta. Se ha dicho que el hombre es 'lo que tiene' y que la vida ha de expresarse en forma de 'generosidad económica', superando las leyes de un sistema como el de este tiempo (neo-liberalismo), que tiende a la ganancia de sí mismo y de sus privilegiados, mientras una tercera parte de la humanidad está sufriendo en el límite del hambre y de la muerte.
¿No sería bueno que aquellos que tienen lo dieran todo para bien de los necesitados? ¡Evidentemente! Pero en el fondo de ese gesto puede esconderse una trampa: un deseo de dominio más alto, un egoísmo . Pues bien, en contra de eso, Pablo sabe que el dar verdadero, en un nivel de humanidad mesiánica, sólo tiene sentido cuando es gratuito, sin más finalidad que el dar y compartir y dialogar, en igualdad y amor.
− Don de la vida y riesgo de patología martirial: "y si entregara mi cuerpo para ser quemado.". El libro de Job ha destacado ya la diferencia entre tener o perder unos bienes externos y dar la propia vida. Pues bien, Pablo ha querido destacar ese motivo, realizando uno de los análisis más poderosos del amor que nunca se hayan hecho. Se ha dicho desde antiguo que el martirio es la prueba suprema de fidelidad: 'nadie tiene más amor que el que da la propia vida por sus amigos' (Jn 15, 13) y aún más 'por sus enemigos' (cf. Rom 5, 10; 8, 32).
Pero en el fondo de ese 'don de la vida' puede haber y hay a veces un engaño más alto, allí donde uno se sacrifica con el fin de mostrar su propia razón o su superioridad, no por el bien de los demás, en amor gozoso, abierto a todos. Esta patología martirial es más común de lo que se cree y así aparece en los penitentes que se buscan a sí mismos en su penitencia. Este es el sacrificio de aquellos familiares-funcionarios que viven de manera austerísima, pero luego pasan factura de aquello que han hecho y humillan a los receptores de sus beneficios...
Pablo nos ha dejado casi sin aliento, al buscar y descubrir así los riesgos de una vida eclesial sin amor, en esos tres campos privilegiados de la mística, la profecía y la acción social. Todo se puede corromper, pero la corrupción de lo mejor (que es el amor) viene a ser lo peor, como sabe la tradición antigua. Y así culmina la parte negativa del argumento de Pablo, que nos ha estado hablado del amor como si hablara de Dios (y de eso hablaba); por eso lo ha presentado de manera negativa, pues de Dios sabemos mejor lo que no es que lo que es. A partir de aquí hablará del amor en forma positiva.