Riesgo y tarea de la religión: Veinte tesis La iglesia del futuro, morir para dar vida

La iglesia del futuro
La iglesia del futuro

20 tesis sobre el pasado y futuro de la religión

Vivimos en un mundo post‒cristiano, es decir, post‒religioso, dominado por la triple entente del poder creador del hombre (empresa), del comercio mundial (todo se compra y se vende) y del capital (el Dios dinero)

El tema no es que esté muriendo un tipo de Iglesia cristiana, sino el riesgo de muerte del hombre bajo la amenaza de la destrucción final de la triple bomba miltar-mercado-antivida que venimos fabricando

A pesar de lo anterior, pienso que este tiempo es un tiempo hermoso, pues el mismo despliegue del sistema de la triple bomba ofrece posibilidades de riqueza, libertad y comunicación que antes resultaban impensables

 En un sentido el cristianismo (es decir, la gran Iglesia cristiana, con las grandes religiones) está muriendo, o, mejor dicho, ha muerto ya. Vivimos en un mundo post‒cristiano, es decir, post‒religioso, dominado por la triple entente del poder creador del hombre (empresa), del comercio mundial (todo se compra y se vende) y del capital (el Dios dinero).  Estos son los tres poderes: 

Los tres artículos de fe de la nueva religión:

Fábrica humana: el hombre se crea a sí mismo, creando las cosas. Dios no hace nada, todo lo que somos lo hacemos los hombres, reunidos como gran “empresa”, fábrica universal de realidad, entendida como un producto de consumo y para el consumo. Los dioses han muerto, el mundo es una “gran fábrica” de realidades o productos de consumo para el hombre.

No hay más iglesia ni relación humana que el Mercado, en el que todo se compra y se vende. No hay nada que valga en sí mismo, todo se negocia, se compra y se vende. Tras la fábrica ha venido el mercado: Todo se compra y se vende: tierras y países, productos de consumo, “cuerpos y almas humana”. En este gran mercado de la tierra‒humanidad no hay nada que es gracia, todo es mercado.

El Dios único es el capital, dinero (Mammón) donde se fundamenta y culmina la gran empresa productora y el mercado. Por este Dios somos, en él vivimos, nos movemos y somos, de forma que valemos por aquello que tenemos. Cuando el dinero lo domine todo y se sitúe en el trono de Dios (se haga Dios) todo habrá terminado para el hombre, habrá acabado su ciclo humano. 

(Imagen 1: Tema del curso sobre fin de la iglesia, nueva iglesia, en Madrid, el próximo domingo2.Esquema de lectura de la biblia en clave de paz universal (del libro Ciudad Biblia, Verbo Divino, Estela    2019)

El tema no es la muerte de la religión (de la Iglesia), sino la muerte del hombre

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 El tema no es que esté muriendo un tipo de Iglesia cristiana (cosa evidente). El tema es el riesgo muerte del hombre, bajo la amenaza de la destrucción final de la triple bomba que hemos venido construyendo en los últimos decenios:

  1. Hemos fabricado la Bomba militar, atómica. Para defendernos hemos hechos, estamos haciendo, la bomba. Para sabernos poderosos e impedir la violencia de los otros, hemos ido construyendo una bomba de destrucción (de anti‒creación), de tipo atómico, a la que hemos divinizado. Hemos hecho la bomba que puede matarnos, somos dioses.
  2. La bomba del mercado humano. Pero quizá más peligrosa que la bomba atómica es la bomba del “mercado humano”. Hemos puesto a los hombres y los pueblos al servicio de un poder económico (del dinero), poniendo a unos hombres al servicio de otros (ingeniería genética, utilización de unos hombres, al servicio de los otros). La humanidad así dividida, oprimida y manejada bajo la ley del mercado puede estallar, de forma que nos matemos todos, unos a los otros.
  3. Una bomba anti‒vida, bomba “ecológica”. Hemos puesto el mundo, al servicio del dinero (del capital), y así podemos acabar matando al mundo… Somos “animales” biológicos (ecológicos) de la tierra. Pues bien, al utilizar la tierra para el servicio del dinero (el capital), podemos acabar teniendo un inmenso capital, pero matándonos todos como humanos, al destruir el equilibrio ecológico del mundo. 

La religión ha muerto, viva la religión.

A pesar de lo anterior, pienso que este tiempo (año 2019/2010) es un tiempo hermoso, pues el mismo despliegue del sistema de la triple bomba, tan duro en un nivel, ofrece posibilidades de riqueza, libertad y comunicación que antes resultaban impensables.  En las reflexiones que siguen no he querido he pretendido corregir y mejorar el sistema de la triple bomba (sistema de producción, mercado y capital….), pues de ello han de ocuparse economistas y filósofos, psicólogos y sociólogos), sino de entender mejor las religiones,  que acepten su muerte en un sentido, para que sean en otro lo que han de ser.

En esa línea, fundándome en la pascua de Jesús (desde mi tradición cristiana), he querido abrir caminos de esperanza.Contra el pesimismo puro de aquellos que hablan sólo caída de valores (occidentales) y de muerte del cristianismo (de la Iglesia cristiana) y de las religiones, pienso que la evolución histórica de los últimos decenios puede ayudarnos a vivir en medio del gran riesgo (de la triple bomba), para superarlo por dentro.

El riesgo es indudable: podemos destruirnos. Pero allí donde el riesgo es grande, puede ser mayor la tarea y la esperanza. Estamos ante un nuevo umbral, ante un cambio de paradigma, y el cristianismo (la religión, la iglesia cristiana) se encuentra ante una oportunidad como quizá no la había tenido en los últimos siglos, en los que se hallaba amenazado por principios legales y estructuras de poder, sin poder desarrollarse por sí mismo. Ahora puede y debe hacerlo, ofreciendo su regalo de gratuidad y su propuesta de reconciliación. Desde ese fondo he querido ofrecer veinte tesis de diálogo en la paz, para la paz. 

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Introducción: Violencia cósmica, animal, humana (Tesis 1-4).

Empiezo diciendo que Realidad resulta enigmática y que, inmersos como estamos en un proceso cósmico/biológico que es duro y conflictivo, nosotros, los hombres, seres de conciencia y comunicación, nos hallamos amenazados por el miedo de la finitud y de la muerte. Así lo han destacado las religiones cuando hablan de un pecado original y cuando buscan una utopía o futuro de paz interpretada como culminación o realización del ser humano. Estas cuatro tesis son de carácter abstracto y discutible. Quien no quiera detenerse en cuestiones teóricas pase al apartado siguiente (que empieza con la tesis 5ª). 

1. Teo-maquia o lucha de dioses. Hoy (siglo XXI) no creemos que una lucha de dioses; pero la Realidad se sigue revelando enigmática, múltiple, caprichosa, como si careciera de sentido, de manera que con frecuencia nos produce terror.

La primera guerra religiosa de la que hablaban los mitos era la teo-maquia o lucha entre los dioses (o entre ángeles y demonios), tal como se decía en casi todos los pueblos antiguos, de la India a Grecia, de México a China En principio, nosotros, los occidentales, no creemos ya en esa teo-maquia, pero los problemas de lucha y violencia que esos mitos planteaban siguen siendo hoy tan urgentes como antaño, aunque no los entendemos apelando a una guerra primigenia entre los dioses.

La Ilustración, propia del siglo XVIII, y los procesos ulteriores de la ciencia teórica y práctica, nos hizo abandonar los viejos mitos y muchos, en el siglo XIX y XX (de Comte a Bultmann, de Feuerbach a Engels), interpretaron ese cambio como positivo (¡seamos racionales, desmitologicemos!). Ciertamente, hoy no podemos volvernos atrás, pero somos menos optimistas: han caído los mitos antiguos, pero han surgido otros y nuestros problemas continúan, seguimos estando dominados por el miedo.

No creemos en dioses, pero nos sentimos amenazados, pues la Realidad sigue siendo múltiple y enigmática, como un monstruo ciego que a veces nos acaricia y otras nos combate, de forma que vuelven a nosotros los terrores y miedos ancestrales (oscuridad y fieras, tormenta y vacío) a los que acompañan nuevos miedos (depresiones y locuras, peste y bomba). Hemos conquistado racionalmente anchos espacios de la realidad (del átomo a la estrella), pero nuestra vida sigue siendo escenario de luchas y horrores que la literatura y el cine exploran y cuentan de forma ejemplar. Son muchos los que necesitan la ayuda de fármacos para sobrevivir, pues parecen hallarse inmersos en una lucha constante de monstruos interiores y exteriores. Más que implantados en el suelo de la vida y acogidos en los brazos del amor parecemos arrojados a la estepa inexorable de los miedos. No hay teomaquia o lucha de dioses, pero en nosotros combaten fantasmas y engendros violentos, estamos al borde de la locura colectiva. 

2. Bio-maquia o lucha biológica universal. No sabemos si la vida es en sí misma conflictiva (un "struggle of life). Pero ella es, sin duda, violenta y, al final, sabemos que morimos. Algunos afirman que al fondo del conflicto hay un proyecto de Vida. Pero lo cierto es que nosotros morimos y tenemos miedo.

Hemos avanzado en la cultura y a veces nos parece que hemos superado gran parte de los poderes adversos de la naturaleza, pues hemos sido capaces de crear nuestro propio mundo (dirigido por leyes de ciencia: un mundo virtual de informaciones, poderes y placeres que manipulamos según nos conviene); pero seguimos amenazados por terrores de tipo biológico, en medio de un proceso en el que todo tiende a presentarse como azar y necesidad, una especie de ruleta ciega que define nuestra vida.

Hemos creado, sin duda, una inmensa red de elementos culturales, de forma que, más que en el mundo natural, parece que vivimos en un mundo virtual de posibilidades infinitas; y sin embargo este nuevo mundo no logra responder a nuestras viejas preguntas de manera que nos sigue definiendo y dominando la lucha de la vida: ¿de dónde venimos, quienes somos, hacia dónde vamos?

Ciertamente, han sido y son muchos los que presuponen que el proceso de la vida se dirige y nos dirige hacia una plenitud de conciencia y felicidad. Pero no podemos estar seguros de ello. Quizá en el fondo no existe más que un proceso ciego de azar y necesidad, de dolores y violencias que tendemos a olvidar, pues si no lo olvidáremos sería imposible vivir, bajo la amenaza inexorable de la enfermedad, la vejez y la muerte. Así lo recordó Buda y tenemos que estarle agradecidos: por muchos mundos culturales y virtuales que inventamos, por muchos poderes que alcancemos, somos seres que desean, combaten y sufren. Llevamos la guerra en nuestra carne, es decir, en nuestra historia. Por un tiempo podemos olvidarnos, pero un día, antes o después, la guerra en la que estamos fundados retorna y nos muestra su rostro de miedo infinito.

Cosmos

Nadie ha logrado resolver el enigma de violencia suma, que es nuestra finitud personal (enfermedad, vejez y muerte), y nuestro mundo parece un eterno retorno de lucha infinita de la que no podemos evadirnos, por más que fabriquemos ideas hermosas o redes virtuales de información impersonal. Nada ni nadie nos puede salvar de la muerte. Somos resultado de procesos inconscientes de mutación y selección biológica, pero hemos nacido a la conciencia, descubriendo que nos morimos, sin saber por qué, ni cómo. No sabemos, en el fondo, si la fuerza de la Vida nos ama o nos odia, ni sabemos por qué ni para qué estamos aquí, si lo que ahora somos nos lleva a algún sitio o si nos deja simplemente donde estamos. Sólo sabemos que morimos y tenemos miedo. ¡Ciertamente, la vida es una lucha!

3. Novedad humana.Los hombres son conciencia y comunicación, que ellos mismos asumen y encauzan, como dueños de una nueva evolución (no biológica, sino cultural). De esa forma son muy fuertes (dueños del mundo), siendo muy frágiles, pues cualquier fallo o ruptura en la comunicación puede romperles.

No somos dioses en lucha sin fin (teomaquia), ni puros vivientes naturales inmersos en la lucha por la vida (bio-maquia). Hemos despertado a la conciencia y así somos dueños de nosotros mismos. Seguimos dependiendo del código genético (genoma) con su inmensa de informaciones biológicas inconscientes, que en el aspecto cuantitativo son muy parecidas a las del chimpancé o los otros animales. En otro plano hemos creado unos códigos culturales de comunicación que determinan nuestra vida cultural (una red mediática infinita). Pero en lo más hondo somos conciencia (nos conocemos y sabemos), siendo comunicación (pues existimos recibiendo y dando lo que somos), en un haz de relaciones frágiles y tensas, en el límite del miedo y la violencia.

Somos conciencia (auto-conocimiento, dueños de nosotros) y comunicación (nos conocemos y somos recibiendo, dando y compartiendo lo que somos). De esa forma, sobre el primer mundo de la naturaleza (hecho de pulsiones e informaciones genéticas), hemos elevado nuestro mundo personal (hecho de auto-conocimiento y relaciones), superando el nivel de la red de informaciones del sistema, que no sabe de sí (no es conciencia), ni tiene voluntad (no puede comunicarse)..

Estos elementos (conciencia y comunicación) se han entendido desde antiguo (o en principio) en clave religiosa, para indicar así que somos los seres más independientes, dependiendo totalmente de otros. Algunas religiones, como el hinduismo, han acentuado la conciencia (el conocimiento de sí, eso es lo Absoluto). Otras, como el cristianismo, destacan comunicación (amar a los demás, eso es Dios). Pero los dos elementos son inseparables: sólo un ser consciente puede comunicarse; sólo el que se comunica es conciente de sí, en un frágil y riquísimo equilibrio de vida amenazada. Por eso somos propensos a una violencia específicamente humana. Así habitamos en el límite de la violencia.

No tenemos un ser objetivo, una esencia natural, independiente de aquello que recibimos, conocemos y compartimos con otros al comunicarnos. Fuera de eso que sabemos al sabernos (auto-conciencia) y que damos al darnos (comunicación) no existe nada. De esa forma, siendo lo más fuerte (más que naturaleza), somos lo más frágil: dependemos de aquello que nos dan y que nosotros damos, en un borde donde se vinculan amor (encuentro) y guerra (rechazo de los otros), religión (conciencia trasparente y comunicación de vida) y violencia (todo aquello que rompe la comunicación personal).

4. Violencia de muerte. La conciencia y comunicación humana se encuentra especialmente amenazada por la muerte, que no es sólo un hecho biológico, sino una forma de imposición, una amenaza personal y social. Allí dondela muerte se entiende como violencia humana aparecen y actúan las religiones.

Las religiones y culturas del tiempo-eje (siglos VII‒IV a.C.), de las que seguimos viviendo todavía (hinduismo, budismo, judaísmo, racionalismo griego…), han descubierto, desde diversas perspectivas, la existencia de un corte o ruptura en la comunicación, de manera que ellas suponen que los hombres han quedado dislocados, separados de su centro, siendo como portadores de un deseo que no logran saciar o culminar.

(1) Los animales son pura comunicación (quizá mejor información) sin conciencia; por eso, no pueden enfrentarse a sí mismo (ni a los otros, en cuanto tales), ni pueden morir, pues estrictamente hablando no han nacido. Son sólo un momento del proceso o evolución de la vida que se expresa a través de ellos (nada se crea, nada se destruye; todo se transforma). En ese nivel, lo que llamamos violencia es un momento del sistema cósmico-biológico: los animales no se saben, ni sienten, ni sufren; no pueden programar su violencia.

(2) Los hombres son comunicación consciente y finita (amor, maternidad...), que ellos pueden asumir y desarrollar de un modo gratuito o negar y romper de un modo voluntario y organizado (individual y social) a través de una violencia específicamente humana, que puede programarse en forma de bomba de destrucción universal (atómica, genética, social).

Lo que era violencia de la naturaleza (transmutación energética, generación y corrupción de los vivientes), dentro de un todo auto-regulado (que el Tao interpretaba como paz cósmica), se transforma aquí en violencia cultural, vinculada al deseo de afirmación propia, al miedo de la muerte y al poder que nace de la capacidad de matar a los demás (a otro, a otros) para así ser uno mismo. La muerte y matanza biológica existían antes del hombre (unos animales vivían de otros: en sim-biosis que es sim-thanatosis). Pero sólo el hombre conoce su muerte y sabe que puede hacerse poderoso por ella (matando u oprimiendo a los demás, como afirma ya Gen 4).

Sobre este fondo han venido a elevarse las religiones patriarcalistas y guerreras de la antigüedad, lo mismo que la primera religión israelita, con su visión de la guerra santa; ellas suponen que la violencia es signo de poder sagrado, revelación de Dios. En una línea distinta se sitúan las religiones del tiempo-eje (en especial el hinduismo, budismo y cristianismo) que descubren a Dios más allá de la violencia, aunque en relación con ella. Quizá podamos decir que las religiones son una forma de entender la violencia y de querer superarla. 

Violencia o muerte

2. Propuesta religiosa: Conciencia de vida, camino de paz (Tesis 5-11).

El sistema económico/político (que culmina en la empresa, mercado y capital) puede organizar el mundo de un modo legal, ejecutivo y judicial, apelando a sus poderes de violencia retributiva y de esa forma crea espacios de equilibrio tenso (violento), presididos por el denario-capital y por la espada, pero es incapaz de dar vida, promoviendo experiencias de plenitud, de gozo humano y comunicación; por eso decimos que, cerrado en sí mismo, el sistema se enrosca y termina, en espiral de muerte. Por el contrario, las religiones, con otras experiencias fundantes que se sitúan en el mundo de la vida, como la estética y la erótica (pulchrum, bonum...), pertenecen al campo de la gratuidad, al espacio donde el hombre vale en sí mismo, sin ley de dinero, sin norma de espada. Ellas no niegan el valor del sistema en un plano de ley y retribución, ni quieren ocupar su lugar, haciéndose sistema, pero pueden y deben ofrecer su propuesta de vida y de paz, como indican las siete propuestas que siguen.

5. Propuesta religiosa. Las religiones del tiempo-eje incluyen una experiencia (conciencia) de paz fundante y ofrecen una propuesta de comunicación capaz de superar la violencia de la guerra, la amenaza de la muerte.

Esas religiones se han alzado, en el fondo, en contra de una sacralización de la guerra y se entienden como un retorno a la comunicación primera (antes que el hombre cayera en manos de su violencia), como una forma de crear relaciones de gracia entre los hombres. De modos diversos pero complementarios, las grandes religiones hablan de un "pecado original", entendido como descenso del alma a la materia (religiones orientales, platonismo) o como culpa histórica (religiones monoteístas). Entre las consecuencias de esa caída se encuentra la guerra que divide a los hombres. Eso significa que la guerra no es el principio, pero está muy cerca del principio, allí donde empieza a desplegarse la vida de los hombres y mujeres que nosotros conocemos.

Las religiones anteriores (patriarcalistas) habían divinizado la guerra, como reflejaba el comienzo de la historia de Israel y los mitos antiguos de Grecia o la India, por citar sólo dos pueblos: los hombres alcanzaban su poder venciendo a los enemigos y edificando sobre esa victoria un "orden de violencia", donde se fundan y sostienen todas las instituciones sociales, desde el primer estado hasta el sistema actual del capitalismo. Pues bien, en contra de ellas, las religiones del tiempo-eje han sido y son un proyecto de superación de la guerra; por eso hemos apelado en este libro a ellas, pues constituyen uno de los capitales más valiosos de la historia y la cultura humana: sin los profetas de Israel y los filósofos de Grecia, sin el budismo y el Tao, sin las Upanishadas y la Bagavad Gita no seríamos lo que somos, no nos habríamos conocido ni podríamos buscar hoy las maneras de vencer la guerra, para superar la dictadura del sistema. Esas religiones siguen siendo nuestra inspiración pacificadora.

6. Propuesta racional. Los hombres han buscado desde antiguo una forma racional de superar la violencia, en un camino de ilustración que es muy valioso, pero que, de un modo que parece fatídico ha culmina en la gran crisis actual del sistema de producción, de mercado y de capital (que pueden llevarnos a la muerte de la humanidad y del mismo mundo). Esa propuesta, muy valiosa en un plano, sigue dejando al hombre bajo el poder de la violencia.

En el campo de las religiones seguimos estando prácticamente donde nos dejaron nuestros antepasados, hace veinticinco siglos, cuando nacieron las grandes propuestas antropológicas y culturales del tiempo-eje: los paradigmas o modelos que entonces surgieron han sido ejemplares y siguen iluminando nuestra vida. Pero en el plano del razonamiento discursivo y práctico, que los griegos habían formulado ya de un modo también ejemplar, en aquellos mismos siglos, hemos avanzado de un modo que parece imparable, en una sola dirección, que nos ha llevado por el Renacimiento y la Ilustración al sistema actual de tipo capitalista que se ha extendido a todo el mundo.

En un sentido aceptamos los valores de la Ilustración, no podemos ni debemos volvernos atrás: queremos razonar, ser libres, vivir en democracia, decidiendo aquello que queremos... Esa Ilustración no ha sido sólo heredera de unos poderes patriarcales de tipo violento, sino que ha recibido también la aportación de las religiones (en especial del cristianismo) y ha desarrollado valores racionales de gran rigor, en un plano legal y discursivo.

Pero esa misma Ilustración, que defendió y sigue defendiendo los valores (libertad, igualdad, fraternidad), ha desembocado en un sistema capitalista violento que impide la fraternidad, destruye la igualdad y crea condiciones de opresión y lucha que resultan contrarias a la libertad de conciencia y a la comunicación universal de la vida. Es evidente que, en un plano, el sistema ha de buscar la manera de superar sus contradicciones; pero todo nos permite suponer que es incapaz de hacerlo por sí mismo, de manera que no puede conseguir lo que propone, esto es, la libertad, la igualdad y fraternidad (salvándose a sí mismo, por emplear un lenguaje teológico). Eso significa que, para ser fiel a sus propuestas ilustradas de base, necesita ser más que sistema, abriéndose a un nivel más alto de humanidad. Por eso, partiendo del mensaje de las religiones y, en especial, desde el cristianismo queremos proponer un camino de paz que supere la amenaza de muerte del sistema.

La Ilustración

7. Racionalismo ilustrado y religión. Una situación paradójica. Las religiones modernas (tras el tiempo-eje) se encuentran en una situación tensa y creadora: por un lado, ellas abren para los hombres un horizonte utópico de libertad y comunicación; por otro lado, ellas están limitadas por la dureza de la historia y por los riesgos del sistema racionalista.

Culturalmente venimos de las “grandes religiones”; pero, al mismo tiempo, venimos del racionalismo del sistema, que ha desembocado en la triple bomba de la producción, el mercado y capital. Desde ese fondo quiero presentar la paradoja del hombre, vinculada al hecho de que se han movido hasta ahora en medio de dos mundos.

(1) Por una parte, las religiones expresan y elaboran un paradigma universal de reconciliación, abriendo ante los hombres una conciencia superior de gratuidad (somos porque nos han dado la vida) y de transparencia (podemos darnos la vida unos a otros). En ese aspecto, podemos presentarlas como una consagración de paz.

(2) Pero, de hecho, las religiones no han desarrollado ese paradigma de manera consecuente, porque no han sido fieles a su inspiración y porque han quedado, en gran parte, cautivas de un sistema anterior de violencia (patriarcalista, guerrera) o del nuevo sistema ilustrado, que ofrece propuestas ineficaces de libertad-creatividad, en medio de unos riesgos mayores de globalización de la violencia (en la línea de las tres bombas ya indicadas).

En ese sentido, en contra de los que suponen que la etapa religiosa ha terminado (conforme al esquema ternario que propuso A. Comte), pensamos que puede empezar para ellas un tiempo más hondo de creatividad. Un racionalismo ilustrado, de tipo ingenuo y corto, viene profetizando, desde hace casi dos siglos, el fin de las religiones, que pasarán al museo de curiosidades y horrores de la historia. Pero ese augurio no se ha cumplido, ni tiene visos de cumplirse.

Es evidente que, con la Ilustración de las tres bombas (producción, mercado, progreso capitalista) , está muriendo un tipo de religión que se hallaba vinculada con esquemas de violencia y poder, que se sitúan en la línea del sistema (que tiende a volverse absoluto en su plano). Pero esa misma muerte puede volverse ocasión e impulso para un nuevo nacimiento y desarrollo, no sólo de las religiones del tiempo-eje, sino incluso de las anteriores (las de la Diosa Madre).

8. Riesgo de muerte, propuesta de vida.El sistema eleva su desafío titánico de conquista racional del mundo, pero corre el riesgo de destruir la gratuidad (y con ello la vida humana), a través de una destrucción ecológica, económica y social. En ese contexto debe situarse la, propuesta de las religiones, como ofrecimiento de vida.

La mayor limitación del sistema de producción‒mercado‒capital se encuentra precisamente allí donde muchos encuentran su ventaja: en su forma dictatorial de imponer un "pensamiento único", en su carácter excluyente (no tiene competidores), en su pretensión de verdad absoluta... Un sistema que así actúa no se limita a producir frutos malos, sino que es malo en sí mismo, por más que produzca algunos frutos de progreso espectacular. Por eso, como venimos diciendo, no sólo conduce a la muerte, sino que en sí mismo es solamente muerte, un despliegue de tumbas cada vez más grandiosas (como los ángeles-mísiles guerreros, como las ciudades fantasmas para super-millonarios separados), sin resurrección posible.

Pues bien, en este momento en que el sistema triunfa en una increíble carrera de victorias que conducen al abismo (como ha contado de forma escalofriante el friso de caballos-jinetes de Ap 6, 1-8), las religiones pueden y deben liberarse del lastre de rasgos no-religiosos que habían asumido (vinculados sobre todo a un tipo de autoridad impositiva), para ser simplemente lo que son: conciencia y comunicación gratuita de la Vida.

Ha pasado el tiempo en que ellas podían apelar a medios exteriores de coacción social o cultural para imponerse. Es bueno que hayan empezado a perder el dominio político (sobre todo en occidente) y que lo sigan perdiendo en todo el mundo (por ejemplo, en el área musulmana), para quedar rebajadas y, de esa forma, elevadas (por gracia) a lo que son: experiencias de gratuidad. Sólo la muerte de las religiones en su forma actual de dominio puede convertirse en principio de nueva religión (nueva iglesia, nuevo cristianismo).

Todo nos permite suponer que nos hallamos ante un cambio de paradigma, ante un umbral nuevo de conciencia gozosa y comunicación gratuita de la Vida, en la línea de aquello que habían iniciado las religiones del tiempo-eje que hemos estudiado. Estamos ante en un tiempo de gran desafío, amenazados por las bombas del sistema que cada vez se identifica más con su violencia. Este es un tiempo en el que puede ofrecerse y desarrollarse de manera más intensa la propuesta de las religiones, entendida como testimonio y despliegue de libertad y paz humana.

Luz espiritual

9. Propuesta religiosa, libertad sobre el sistema. Más allá de la caja de hierro donde parece encerrarnos el sistema capitalista (M. Weber), más allá de la caverna (Platón) donde los hombres se encuentren cerrados elevan las religiones una luz de libertad y comunicación gratuita para todos los hombres (y no sólo para unos pocos sabios).

El sistema opera con medios que parecen democráticos (discusión parlamentaria, votaciones, consensos), pero en su raíz no es ni puede actuar con libertad: las grandes instancias económicas no son democráticas ni en su fondo (sistema de producción,  comercio universal, capitalismo), ni en su forma (en la manera de excluir a grandes mayorías). Como M. Weber señaló lado hace casi un siglo, el sistema tiende a convertirse en una "caja de hierro" donde todos quedan encerrados, de un modo o de otro, como diría Heráclito: "la misma violencia hace unos reyes, a otros esclavos". No puede ser de otra manera, como dijo ya Platon en su República: estamos encerrados en una caverna de apariencias y de imposiciones, dominados por guardianes militares y por sabios que "piensan por nosotros", pues ven la luz del sol y deben gobernarnos.

Pues bien, en contra de eso, las religiones abren para los hombres y mujeres un espacio de libertad, más allá de la obediencia impuesta por el sistema, más allá de las jerarquías de sabios platónicos o guerreros del imperio. Ellas saben que los hombres son conciencia y comunicación de libertad, sobre toda imposición externa: son presencia de una paz que habita sobre toda acción violenta (Tao); están en contacto con la divina, más allá de las guerras que impone en lo externo el orden violento de la realidad (hinduismo de la Bagavad Gita). Las religiones permiten que el hombre se encuentre a sí mismo, superando el deseo que les ata al dolor de una vida encadenada (budismo); saben que Dios se revela como paz allí donde los hombres renuncian a la guerra (Israel) y que el esfuerzo religioso (Yihad musulmana) supera todas las formas de violencia...

Esta es la aportación, esta es la grandeza de las religiones que ahora, en este tiempo de globalización, pueden encontrar de una forma más honda su esencia, una vez que han podido liberarse del orden del sistema. Hasta ahora las religiones se hallaban mezcladas, estaban contaminadas por elementos exteriores, colonizadas por el sistema que se había infiltrado en ellas. Ahora podrán ser lo que son: radicalmente religiones, en un nivel de gratuidad, dejando a un lado todas las pretensiones de poder impositivo, que actúan en un plano de retribución y juicio. Sólo la experiencia radical de gracia (el gozo de la vida, más allá del sistema y su muerte) puede hacer que ellas expresen y desarrollen formas de comunicación gratuita, es decir, de paz humana.

10. Pluralidad de las religiones, diálogo de paz.El sistema de empresa‒mercado‒capital actúa a través de la unidad impositiva y de la fuerza: su misma impotencia le hace ser violento. Las religiones, en cambio, son poderosas porque no se imponen; ellas son diversas y así pueden dialogar.

En los números anteriores, he indicado ya que la mayor debilidad y peligro del sistema es precisamente aquello que parece su ventaja (su carácter único, su éxito y poder). Pues bien, de un modo correspondiente, quiero y debo señalar que la grandeza mayor de las religiones es su diversidad y su falta (aparente) de poder externo y éxito. Un verso famoso de la Ilíada afirmaba que era bueno que sólo hubiera un jefe (Agamenon), pues sólo así podrían triunfar en la batalla. Pero ese era un mando y unidad para la guerra, no para la vida, para las destrucciones sin fin, no para el amor de los hombres, como supo y dijo ya el mismo Homero en el conjunto de su obra .

Algunas formas concretas de religión (y en especial cierto cristianismo e Islam) han olvidado esto y han querido imponer sus proyectos sociales, con el intento de alcanzar un dominio total, utilizando inquisiciones y guerras religiosas para extenderse sobre el mundo. En la medida en que han actuado así han dejado de ser religiones y se han vuelto sistemas de poder económico, social o ideológico. Pues bien, en contra de eso, las religiones han de ser experiencias que se encuentran esencialmente abiertas a la pluralidad y al diálogo, como vimos al hablar Elefante y de sus "partes", de la Luz y sus frecuencias, de la Palabra y de las formas de escucharlas...

Hasta ahora, las religiones apenas habían puesto de relieve su necesidad de dialogar, porque no habían desarrollado en cuanto tales su dimensión planetaria: habían querido extenderse en formas jerárquicas (de manera que una pudiera imponerse y triunfar sobre las obras, sea el catolicismo, sea el Islam); o se habían mezclado a través diversos sincretismos (en los que no se respetaba la identidad de cada una); o habían quedado reducidas de hecho a unos espacios culturales, a pesar de que dijeran en teoría que eran universales. Ahora, en cambio, ha llegado el momento en que ellas pueden buscar la unidad sin unificación en un diálogo sin imposiciones, de manera que cada religión aporte lo mejor que ella tiene, no para que todas se nivelen, desde un común denominador, sino para que cada una aporte su diferencia y todas se enriquezca con la riqueza de las otras.

Religones en diálogo

11. Un diálogo en gratuidad. La envidia y el miedo definen al hombre que se siente amenazado y que responde construyendo un sistema (una Castillo como el de Babel, como el Kafka) donde todos temen a todos, en actitud de vigilancia mutua. Las religiones, en cambio, son caminos que se alegran de ser diferentes, pues en ellas se expresa la experiencia de complementariedad gozosa.

Las religiones solas no resuelven el problema humano, porque el hombre tiene en su vida otros aspectos, entre los que hallamos no sólo sistema, vinculado al denario y a la espada, sino formas de vida y acción que se sitúan en un plano de libertad, como son el arte y el juego, el erotismo y la amistad. Las religiones no son todo, pero son muy importantes, porque nos sitúan en un lugar de conciencia y comunicación (diálogo) que resultan esencial para el despliegue de la vida. Para que exista verdadero diálogo religioso han de cumplirse dos condiciones:

Condición de trascendencia. Precisamente por abrirse a lo infinito (al situarse ante aquello que la desborda), la religión no se puede convertir nunca en sistema ni dominar todos los planos de la vida humana. Ella sabe que hay cosas que no puede resolver, pues le desbordan: por eso deja que la razón sea razón y que resuelva (procure resolver) las cosas en su plano de economía o política; por eso deja que el arte y la amistad florezcan, sin imponerse a ese plano. En el momento en que una religión quisiera saberlo y resolverlo todo, no sólo se volvería violenta, sino que se destruiría a sí misma como religión.

Condición de complementariedad. Dado que su objeto es trascendente, cada religión se sabe verdadera, sabiendo que también son verdaderas otras y gozándose al saberlo. Hay una lógica de sistema, propia del "árbol del conocimiento del bien y del mal" que los hombres no debían comer en plano religioso (Gen 2-3). Conforme a esa lógica unívoca, situada en un nivel de juicio, el bien y el mal se oponen, lo mismo que se oponen lo verdadero y falsa: por eso, si una religión es verdadera y buena las demás tienen que ser falsas. Pues bien, en contra de ese tipo de pensamiento único, por abrirse a lo trascendente y expresarse de un modo gratuito, las religiones han de operar con una lógica dialogal, de tipo analógico, abierta a la riqueza de la realidad (como vimos en el signo de la Luz o el Elefante): cuanto más verdadera es una perspectiva, más verdaderas pueden ser y son las otras.

Siendo experiencia de gratuidad, las religiones pueden ser caminos de complementariedad y comunicación transparente, que nos llevan más allá de un pensamiento unívoco de identidad (una cosa se identifica sólo consigo misma) y exclusión (o esto o aquello). Por eso, la verdad de una religión no se opone a la verdad de otra, sino que ellas son verdaderas precisamente por ser distintas. Si sólo hubiera una religión verdadera, no sería ni verdadera ni religión. El hecho de ser distintas hace que las religiones queden liberadas de la pretensión de entender la verdad como exclusivismo y la defensa de la verdad como imposición. Las religiones se definen y distinguen por su experiencia de diálogo en gratuidad. Ellas sólo se expanden de verdad allí donde no quieren expandirse como tales, es decir, como distintas, según leyes de mercado. Ellas se expanden siendo lo que son, como experiencias de diálogo en gratuidad, sin necesidad de dinero de organizaciones poderosas o pretensiones políticas.

3. Propuesta cristiana, muerte y vida de la Iglesia. El camino de Jesús (Tesis 12-18)

He venido diciendo que cada religión debe asumir su identidad (experiencia de gracia: más allá del sistema militar y retributivo) en comunicación dialogal. Pues bien, el tiempo de diálogo global entre las religiones está empezando, de manera que aún no sabemos cómo se desplegará en el futuro. Más aún, ese es un camino en el que nadie puede decir a los demás cómo deben responder y comportarse, pues si lo hiciera emplearía estrategias propias de la dictadura del sistema. Dejemos que otros digan, que nos digan, y de esa forma podremos enriquecernos. Al mismo tiempo, debemos hacer un esfuerzo por ser lo que somos y presentar a los demás nuestra propia opción. Es lo que quiero hacer, en las siete propuestas siguientes que, partiendo de la raíz israelita, nos sitúan en el centro del cristianismo.

12. Superación de los pactos militares: no-violencia profética. El sistema de producción‒mercado‒capital culmina imponiendo a todos su ley (quizá alcanzada por métodos de democracia política). Por eso actúa en el nivel de la retribución y tiene que apelar a los "pactos" militares. Conforme al testimonio de Israel, la religión tiene que situarse más allá de esos pactos, en un plano de absoluta gratuidad y comunicación.

Con esta tesis pasamos al campo de la tradición israelita, tal como ha sido asumida por el cristianismo, sabiendo que desde otras tradiciones se pueden y deben ofrecer argumentos semejantes. Hemos presentado ya el tema en el capítulo segundo de este libro, donde empezábamos destacando la fuerte tensión de guerra santa, propia de un momento en que los israelitas quisieron defender e imponer su religión por fuerza. Pero más tarde, quizá como contrapeso a esa violencia, algunos profetas, apoyándose en la experiencia de la soberanía de Yahvé, el único capaz de salvar a los hombres desde su trascendencia de pura gratuidad, superaron esa forma de entender y practicar la guerra. En esa línea, asumiendo elementos propios de la teología del éxodo los profetas pidieron a los israelitas "que no pactaran" con los imperios militares del entorno, es decir, que abandonaran el mundo de guerras y pactos de fuerza, propios de los estados del sistema, quedando de esa forma desarmados, sin más potencial de vida que su fe, en medio de los imperios militarizados del entorno.

Los herederos de aquellos profetas (judíos, cristianos y, quizá, musulmanes), dialogando con otras religiones, han de actualizar actitud, que marca una ruptura radical en la historia de la humanidad. Desde su propia perspectiva, el sistema tiene que defenderse (no en vano lleva espada, como decía san Pablo: Rom 13, 1-6). Pero los que quieren ser testigos del Dios de la gracia deben renunciar a la espada: desarmarse del todo, respondiendo de manera activa, pero sin violencia militar o judicial.

En esa línea, las iglesias cristianas tienen que romper todos sus pactos con las instituciones militares, renunciando a vincularse cualquier tipo de agresión y de defensa armada. Esto no significa que ellas deban luchar contre el ejercito, ni satanizarlo, sino algo muy distinto: los cristianos y los hombres/mujeres religiosos (que quizá en este contexto sólo pueden ser minorías) han de actuar siempre como objetores de conciencia, desertar del ejército, negarse a la guerra, con todas las consecuencias que ello implique. Desde ese fondo, la existencia de obispos o capellanes castrenses nos parece anticristiana por principio: lo único que un obispo a un presbítero puede decir a los soldados es que dejen de ser soldados; que Dios abrirá (que ellos abrirán) formas de convivencia diferentes. Esta exigencia de ruptura con los pactos militares es una palabra antigua, que viene de Isaías y Jesús; pero es, al mismo tiempo, la palabra más nueva que pueden ofrecer las religiones.

Camino

13  Educar para la paz, es decir, para la comunión interhumana. Más que un punto de partida y una meta, la paz es un proceso educativo, un camino de humanización, como supieron los profetas de Israel. En esa línea se sitúa la propuesta cristiana: la iglesia no debe educar para su propio triunfo (ni apelar al estado para transmitir su enseñanza), sino que ha de ofrecer su testimonio de un modo gratuito, sin pedir para sí misma nada.

Asumiendo la dinámica del número anterior (salir del sistema militar), avanza esta nueva palabra esencial sobre el desarme y la cultura de la paz: «Venid, subamos al monte del Señor: Él nos instruirá en sus caminos... De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (Is 2, 2-4). Para superar la violencia del sistema hace falta un don de Dios (nos instruirá...) y un compromiso de educación humana, que se expresa en dos momentos: uno más teórica (instrucción de Dios: no se adiestrarán para la guerra), otro más práctico (de las espadas forjarán arados...). Esa nueva praxis (definida aquí en forma negativa: ¡no se adiestrarán...!) no puede ser el resultado de un pacto del sistema, pues, como señalaba el número anterior, los pactos del sistema han de ser sancionados por la fuerza (necesitan una espada para que se cumplan).

Los hombres religiosos tienen que "salir" del espacio de esos pactos, asumiendo de un modo unilateral la iniciativa de la paz, como lo han hecho por siglos los mejores judíos y muchos cristianos, a pesar de que el conjunto de las iglesias oficiales, quizá por poca fe, aceptaron desde antiguo, para su seguridad mundana (no cristiana), el escudo defensor de las espadas. En esta línea podemos y debemos dialogar con el Tao y el budismo para iniciar caminos convergentes de experiencia y comunicación gratuita de la vida. La "educación para la paz" no es una asignatura más, dentro del currículo educativo al servicio del sistema, sino un presupuesto y camino de vida (que se transmite y enseña con la misma vida, no con el tipo actual de escuela).

14. Economía para la paz. La iglesia cristiana acepta la existencia de un sistema económico ("dad al César lo que es del César...": Mc 12,17, cf. Rom 13, 1-6), pero ella se sitúa en otro plano ("dad a Dios lo que es Dios"), en absoluta gratuidad. Para ser signo de paz, ella, en cuanto tal, no puede poseer legalmente (tomar para sí, defender por juicio) ningún tipo de bienes del sistema.

La imposición militar resulta inseparable del poder productivo (armas, bomba) y económico: para defender el denario se inventó la espada y viceversa. Ambas realidades, espada y denario, son necesarias en un plano de sistema legal, retributivo, de juicio. En esa línea, Jesús y los grandes fundadores religiosos, del Tao a Buda, no han satanizado el sistema, pero saben que el dinero (propio del sistema) es incapaz de "salvar" a los hombres, que sólo son plenamente humanos si reciben, regalan y comparen de modo gratuito la vida. Por eso las instituciones religiosas como tales, en la situación actual del mundo, no pueden poseer bienes económicos: la única "economía" realmente cristiana es el don compartido y encarnado de la Vida, como ha puesto de relieve la teología trinitaria.

Las Cartas Pastorales (1 y 2 Timoteo; Tito) suponen que ministros cristianos pueden tener autonomía económica: no buscan la iglesia para encontrar un puesto de trabajo, pero ella les ofrece su solidaridad económica (como a todos los creyentes, creando entre ellos un espacio de bienes compartidos). De esa forma se vinculan dentro de la iglesia dos movimientos complementarios. (1) Gratuidad externa: los seguidores de Jesús regalan sus bienes a los pobres (cf. Mc 10, 21). (2) Comunicación eclesial los cristianos comparten entre ellos lo que tienen (cf. Mc 10, 28-31).

Las riquezas se convierten así en medio de gracia y comunicación (dad a Dios lo que es de Dios), invirtiendo la tendencia de los bienes del César que se vuelven signo de imposición (impuesto) y que deber defenderse con la espada (Rom 13, 1-6). El César antiguo o el capitalismo moderno, que sigue en su línea, buscan la ley del dinero (vinculada a la producción, a la posesión  y a la espada). La iglesia, en cambio, no puede tener bienes económicos por ley (en ella todo es gratuito y común), sino sólo para compartirlos y regalarlos (cf. Mt 5-7; Lc 6, 17-48): no puede exigirlos legalmente, ni mantenerlos con violencia, sino que ha de darlos de forma generosa. Para ser cristiana, la iglesia debe superar el plano legal de la retribución, el mundo donde reina el "juicio", no sólo el malo, propio de los injustos, sino el buen juicio del buen derecho "canónico".

Dentro del sistema, todo está relacionado: la posesión de bienes resulta inseparable de una dinámica de ley y retribución que, en último término, depende del ejército. Por eso, en cuanto forman parte del sistema, los cristianos pueden poseer y administrar sus bienes (sabiendo que a ese plano no son libres, pues el dinero que poseen y administran resulta inseparable del orden de violencia de este mundo). Pero en cuanto cristianos (como iglesia), ellos no pueden tener nada: todo lo regalan y comparten. Eso significa que unas iglesias que fueran dueñas de fortunas más o menos cuantiosas, administradas en bancos y servicios del sistema, no serían cristianas ni podrían servir a una paz que sólo es posible donde los hombres se sienten capaces de pasar del nivel de la ley (posesión y retribución económica) al plano de la gratuidad.

15 Jesús, mensaje y presencia del Reino de Dios.Las reflexiones anteriores (sobre ejército, educación o economía) han de entenderse desde la "mutación" de Jesús, que se ha expresado en el Sermón de la Montaña; el mismo Dios de la gracia se presenta así como un tipo de "genoma" o principio de surgimiento y comunicación humana, más allá del sistema.

Los judíos decían dicho: "¡Dios vendrá! Estemos mientras tanto separados y cumplamos su Ley mientras no llega". Jesús, en cambio, ha proclamado: "¡Dios llega! ¡Vivamos a la luz de su venida, abiertos a los pobres y excluidos del sistema!" (cf. Mc 1, 14-15 par). En este contexto se expresa la novedad radical del evangelio, como experiencia teológica (Dios es fuente inmensa de riqueza y gratuidad para los hombres) y como experiencia social (los hombres pueden comunicarse y compartir la vida de un modo gratuito, a partir de los más pobres: cojos, mancos, ciegos...).

El evangelio no es una ratificación del ser actual del mundo (con sus modelos de religión-sistema: templo e imperio), sino un descubrimiento gozoso del amor de Dios Padre/Madre y un movimiento de comunicación universal, que Jesús ha iniciado con su vida y ha ratificado con su muerte. Desde la perspectiva anterior podemos precisar mejor los tres rasgos del evangelio.

(1) Es culminación temporal: el tiempo se ha cumplido, que ha terminado la espera, de forma que los hombres pueden ya comunicarse, compartiendo la Vida.

(2) Es culminación teológica. Antes no sabíamos cómo era Dios; le veíamos envuelto en luchas, imposiciones y venganzas. Ahora, en cambio, le hemos descubierto como Padre-Madre: vida infinita, generosa, gratuita, que hace posible que los hombres puedan darse y compartir la vida.

(3) Es, culminación antropológica. Los hombres se encontraban antes inmersos en leyes y poderes exteriores y parecían condenados a vivir respondiendo con violencia a la violencia, amontonando bienes para asegurarse (ley del capital), organizando ejércitos para defenderse (ley del imperio) y buscando razones para justificarse (ideología). Ahora que Dios ha venido, según el evangelio, el hombre puede ser sencillamente lo que es: conciencia de comunicación.

Jesús no ha presentado su idea en un mercado de ideas, sino que ha iniciado un proceso de comunicación (amor compartido) para todos los hombres. Desde un rincón de la tierra (como grano de mostaza, simiente sembrada) ha descubierto y expresado el camino de Dios. Por eso le hemos llamado mutación antropológica, pues supera el mundo viejo de violencia y lucha mutua, introduciendo en la historia un "genoma de evangelio": que es vivir desde la gracia, de un modo que todos los hombres pueden vincularse, dándose la vida unos a otros.

Así le llamamos Palabra, aquel en quien pueden vincularse, en diálogo personal y entrega mutua, todas las palabras de los hombres. Desde un rincón del Imperio (pero sin contar con el imperio), sabiendo que ha llegado el tiempo de la profecía de Israel (tiempo de Dios, humanidad universal), Jesús ha expandido su proyecto religioso (humano) de comunicación total para los hombres. De esa forma asume y comienza a realizar en su vida aquello que los israelitas esperaban para el tiempo mesiánico, traduciendo la Palabra (amor) de Dios en forma de comunica­ción (entrega) humana.

Palabra

16. Pascua de Jesús, movimiento cristiano.La "mutación" cristiana se identifica con la confesión práctica de la divinidad de Jesús, es decir, de su poder salvador, expresado en su vida como don (regalo) y en su muerte como ratificación suprema de ese don. El signo mayor de impotencia consiste en matar a los demás para acallar su voz. La forma suprema de comunicación es morir ofreciendo y compartiendo de forma gratuita la vida, como Jesús, sin denario ni espada.

Jesús vivió y sembró su camino de Reino en una provincia aparentemente marginada del imperio (Galilea), entre campesinos y pescadores, enfermos y expulsados de la buena sociedad. Otros hubieran esperado la llega del Reino en Alejandría o Roma, grandes ciudades imperiales. Pero los cambios radicales no suelen darse allí donde parece que las condiciones son mejores en línea de poder o ciencia. Además, como hemos visto al hablar del judaísmo y de Jesús, Galilea (y Palestina en su conjunto) era una zona donde se cruzaban los impulsos más fuertes de aquel tiempo. Fue buena tierra para sembrar, lugar de encuentro de judíos y gentiles, fenicios y griegos, sirios y romanos. Por otra parte, Jesús no quedó en Galilea sino que, asentada su obra, subió con su mensaje y proyecto de Reino a Jerusalén, sin armas, sin dinero, sin justificaciones ideológicas, como un particular (un campesino, un marginado, un carismático), con un grupo de amigos y un proyecto de humanidad reconciliada.

Para mantener sus privilegios y seguir dominando como hacían, los poderes establecidos que controlaban las redes sacrales (sacer­dotes) y e imperiales (soldados) mataron a Jesús, pensando que así deshacían su obra y acallaban su mensaje. De esa forma mostraron su impotencia: se negaron a dialogar con él. Sacerdotes y soldados podían apelar a fuerza, pero no tenían palabra ni proyecto de vida compartida. Mataron a Jesús, pero no pudieron destruir su mensaje, ni su vida, sino todo lo contrario: hicieron posible que Jesús mostrara y desplegara radicalmente su proyecto, como nuevo comienzo de vida (grano de trigo que cae en la tierra...: Jn 12, 24).

Subió Jesús sin armas ni dinero a la ciudad de las promesas. De igual forma, los hombres religiosos de este tiempo pueden y deben ofrecer su tarea de humanidad (comunicación y paz) al margen de las grandes instituciones militares, políticas y económicas, elevando, sin embargo, ante ellas su proyecto y su mensaje.

(1) Para promover la paz, las religiones no necesitan mejores ejércitos, sino todo lo contrario: deben renunciar a los ejércitos, que sólo sirven para realizar su tarea, siempre ambigua, según ley violenta, de una forma limitada y peligrosa.

(2) Las religiones no tienen necesidad de asumir los poderes del mundo, ni en la ONU ni en la UNESCO, ni tampoco en otras instancias militares y gubernamentales (sentándose con príncipes y reyes), sino todo al contrario: deben promover la paz desde unos principios de pura humanidad, desde los pobres y excluidos de la tierra.

(3) Las religiones tampoco necesitan dinero, pues aquello que se adquiere con dinero continúa situándose en un plano de la ley, dentro del sistema. Sólo así ha podido presentarse como "hombre de vida compartida", creador de humanidad pacificada.

17. Novedad y universalidad cristiana, la alternativa del Crucificado. Jesús no fue un héroe, ni un superman, ni un santo asceta o moralista..., sino sólo un hombre que vivió en plenitud por los demás, abriendo un cuerpo o comunión de humanidad compartida. Esta es la propuesta de la paz cristiana.

En un sentido, Jesús murió como tantos millones y millones de asesinados de la historia; según la tradición cristiana, murió con otros dos crucificados, igualmente queridos de Dios. Afirmar que tenía más mérito o que era mejor que los demás carece de sentido; es algo que se opone a todo lo que aquí decimos sobre la gracia religiosa y la superación del principio legal. Pero, en otro sentido, siendo uno de tantos (cf. Flp 2, 6-11), Jesús ha sido y sigue siendo aquel en quien muchos hemos descubierto la gracia que es Dios y la comunicación de amor que somos (que podemos ser) los hombres.

Este es el tesoro (capital no monetario), esta la fuerza (imperio no-militar) de los cristianos: Jesús resucitado como presencia (conciencia) de Dios y "cuerpo" donde pueden comunicarse todos los hombres (cf. 1 Cor 12-14). Las iglesias cristianas han buscado muchas formas de extender la paz mesiánica de su Fundador: han apelado a los poderes civiles para defenderse, han creado instituciones sacrales y sociales, con aparatos de poder administrativo y legal, han edificado catedrales, han creado grandes obras de cultura... Pero en el fondo todo eso es secundario, pues sólo hay un camino de paz: la gracia de la Vida, la Vida compartida, no como información de noticias y datos, sino como entrega personal.

Por eso, la experiencia pascual es el triunfo de la comunicación. Ante la tumba vacía de Jesús (lo que ha pasado en un nivel externo con su cuerpo no interesa), algunos de sus seguidores y amigos (sobre todo unas mujeres) descubrieron que él era (que él es) la Palabra, la Vida compartida. Esta es la verdad, esta la novedad divina y/o humana de la pascua: la Vida se muestra (es divina) allí donde se entrega; el Amor es pleno cuando muere por los otros. Por eso, la paz de los cristianos no necesita instituciones centrales (pues en ella todo es centro y todo periferia), ni nuncios políticos o pactos especiales con los poderes del sistema (que apelan siempre a las armas para defenderse). Ella necesita sólo comunidades cristianas donde el mismo amor mutuo de los fieles sea testimonio de la gracia y del impulso de la fe cristiana, esto es, de la fe en el hombre.

Pascua

18. Diferencia cristiana: No tener diferencia; vida de la Iglesia, morir como iglesia particular de poder. Puede formularse en términos cristológicos: Jesús es el Mesías, es decir, la humanidad compartida. Jesús es la presencia de Dios, es decir, la vida que se comunica acogiendo y dando vida, un cuerpo abierto a todos los pobres y excluidos de la historia. También puede formularse en términos teológicos: Jesús, Palabra encarnada, es "conciencia de Dios", siendo conciencia de comunicación trinitaria.

La “diferencia cristiana” consiste en negar toda diferencia particular, todo poder propio… La diferencia cristiana está en promover (simbolizar, expresar) la comunión universal de vida de los hombres,  como Dios que es Luz en los colores, como la  Palabra que es la comunicación de todas las palabras. De manera sorprendida y gozosa, los cristianos han traducido el mensaje de Gen 1, 1 (en el principio, Dios creó...) en claves de "comunicación personal” intradivina: “en el principio era la Palabra...”, de tal manera que Dios mismo es Palabra que se da, se acoge, se comparte (Jn 1, 1).

Esto es la diferencia cristiana. Judíos y musulmanes siguen dejando a Dios en el silencio, como Nombre que no puede nombrarse (YHWH), Voluntad en la que nunca podemos entrar. Por eso ellos extienden en torno a Dios un halo de silencio, situándole más allá de todas las palabras: no sabemos quien es, siendo el gran desconocido; por eso, en principio, podrían tolerar la violencia y la guerra desde el ser divino. Los cristianos, en cambio, creemos que Dios es Amor comunicado y compartido que se expresa y encarna allí donde nosotros nos damos la vida, como el Cristo. Por eso, afirmamos que Dios es Trinidad: Comunicación personal, Palabra de gracia que se da (Padre), que se acoge en amor (Hijo) y se comparte (Espíritu Santo).

Dos coclusiones: La paz es palabra, L Iglesia ha de morir para (porque) es comunicación universal  (Tesis 19-20)

He querido culminar esta propuesta con dos conclusiones sencillas que, a juicio de algunos, podrán ser decepcionantes. No propongo grandes tratados, ni acuerdos espectaculares, ni estrategias militares, políticas o económicas, pues todo ello pertenece al orden del sistema, que podrá ser valioso en su nivel pero que, al fin, resulta insuficiente, pues deja al hombre en manos de unas formas nuevas de violencia. Desde una perspectiva religiosa, en línea cristiana, la paz es Palabra y Evangelio.

19. El futuro del hombre (es decir, de la religión) es la Palabra encarnada, esto es, la vida compartida, no un no argumento racional, ni un poder económico. El argumento, en cuanto palabra separada de la vida, es una ideología que plantea por encima de la humanidad, como una ley que se impone sobre ella. En contra de eso, la iglesia sólo puede ofrecer paz siendo ella misma palabra encarnada de paz.

El cristianismo cree solamente en la Palabra: vive de ella y la comparte con los hombres, como espacio y camino de comunicación donde ellos puedan encontrarse (si es que quieren). Por eso, la propuesta de paz que en este libro hemos querido formular desde las religiones y en especial desde el cristianismo es una propuesta de palabra. No contamos, ni queremos contar, con otra cosa: pactos políticos, ejércitos, dinero... Pero tenemos algo anterior y superior, universal: la palabra. Ella es el principio y base de la propuesta cristiana de paz.

Por eso, el cristianismo no condena a las otras religiones, ni quiere destruirlas o convertir a sus creyentes por la fuerza, pues la fuerza es lo contrario a la palabra universal del evangelio. La verdad del cristianismo es su oferta de palabra; por eso, allí donde triunfara por imposición habría fracasado. La finalidad del cristianismo no su triunfo, ni la extensión de una iglesia que dice llamarse cristiana, sino que los hombres y mujeres puedan darse vida y compartirla en gratuidad, siendo así Palabra encarnada y comunicada, de un modo directo, inmediato, sin la mediación impositiva de una ideología, de un capital, de un ejército.

La paz cristiana es la Palabra de Dios encarnada en la vida de los hombres, de forma que todos puedan ser "hijos de Dios", con Jesús, en el Espíritu. Que puedan ser (=ser conscientes) de su identidad, en gratuidad de amor, comunicándose la vida unos a otros, sin más tesoro que la Palabra que ellos son al decirse y al darse, de un modo desnudo y luminoso, cuerpo a cuerpo, sin imposiciones ni ventajas propias. Por eso, una iglesia que utilizara algún poder para imponer o expandir su pretendida verdad dejaría de ser cristiana. La verdad solo es "verdadera" allí donde no apela a su verdad, donde no toma ni impone ningún tipo de ventaja (cf. Mt 12, 18-21). Por eso, si los cristianos buscaran el triunfo de su iglesia como institución dejarían de ser evangélicos y la iglesia no sería ya cristiana. Ellos no quieren su bien, sino el de los otros, no quieren su paz, sino la paz de los demás, para compartirla con ellos. Eso significa que quieren el triunfo del budismo y el Islam, del hinduismo y de los otros caminos religiosos, siempre que sean caminos de Palabra encarnada, compartida, esto es, de paz humana.

20  La iglesia ha de morir como iglesia particular, como estructura de poder, para ser espacio y camino de comunión universal y de esperanza de futuro. La iglesia no tiene que dar lecciones a otros, ni resolver problemas en un plano de sistema, diciendo a políticos o economistas, a militares o jueces lo que ellos han hacer en sus respectivos campos. La iglesia debe limitarse a ser iglesia, espalcio de diálogo de paz con otros movimientos religiosos y humanos que también la buscan, escuchando y ofreciendo de manera esperanza su propuesta, es decir, su Buena Noticia.

La verdad de la iglesia no es un dogma separado, sino su misma vida, que ella ofrece y comparte con todos los hombres. Ella no está para decir cosas (doctrinas, teorías), sino para presentarse a sí misma como itinerario de paz, lugar donde es posible la palabra. Ciertamente, hay en la iglesia creyentes que acentúan el aspecto sacral y presentan la fe como una cosa que está fuera de ellos, como un depósito casi objetivo de verdades y sacramentos que los jerarcas cristianos deberían custodiar y proponer y los simples fieles recibir agradecidos y sumisos. La fe tendría un sentido y consistencia (realidad) en sí misma, fuera de la comunicación creyente. En contra de eso, conforme a todo lo que he venido destacando, pienso que el "contenido" de la fe no se puede separar de su comunicación. No hay primero fe cristiana, sin comunicación personal ni diálogo gratuito, y luego comunicación, porque el contenido de la fe es la misma comunicación, es decir, el amor mutuo entre los fieles y todos los hombres.

Por eso, una propuesta de comunión cristiana que fuera independiente de la vida de la Iglesia o viniera después, de forma separada,, como una consecuencia que brota de otros contenidos, no sería cristiana. Este es el contenido de la fe evangélica: que los hombres se amen, dándose la vida, en camino pascual de paz. Otras religiones pueden ofrecer una propuesta convergente, como hemos dicho, pues todas deben compartir sus experiencias, es decir, comunicarse (como hemos seguido diciendo). Pero aquí no hemos querido hablar de otras religiones o comunidades, sino básicamente de las iglesias cristianas entendidas como comunidades de comunicación gratuita de la vida, comunidades cuya única tarea y meta es el despliegue y surgimiento de la vida humana, en comunión de paz, entre todos los hombres. No hay verdad cristiana independiente del amor. No hay amor cristiano sin oferta y despliegue de paz. Así culmina nuestra propuesta cristiana de paz.  

Comunidad liberación

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