5.3.24 Luis Argüello, Presidente de la CEE

La CEE (Conferencia Episcopal Española) acaba de nombrar presidente a Luis Argüello, arzobispo de Valladolid.

  Quiero aquí felicitarle en RD y FB porque ha recibido la confianza de sus compañeros obispos. Desde San Morales donde resido, me siento unido a ti, en oración y compromiso de evangelio. Felicidades, Don Luis, buen trabajo.

Nuevo secretario general de la CEE: «La Iglesia no son solo los obispos ...

Jesús no fue obispo. La cuadrilla de Jesús

No fue obispo al modo actual, sino un lego, hombre del pueblo, que retomó los símbolos básicos de la vida, el pan y vino compartido, el amor a los necesitados, la gratuidad.

No tuvo una conferencia de obispos a su lado, sino un grupo de compañeros, amigo y hermanos, que se le juntaron por afinidad. No quiso crear instituciones sacrales mejores, ni un orden de ritos nuevos, sino iniciar y recorrer abrir un camino de amor para todos los humanos... 

No fue obispo, pero estuvo rodeado de un grupo variante y variable amigos, compañeros y colaborados, como vengo destacando estos días al presentar un libro titulado significativamente Compañeros y amigos de Jesús. La Iglesia antes de Pablo. Ese libro empieza así

compañeros y amigos de jesús-xabier pikaza-9788429331905

En el principio de la iglesia está Jesús con sus compañeros y amigos galileos, entre los que destacan unas mujeres que fueron a ungir (despedir) su cadáver en la tumba, gritando emocionadas: ¡Está vivo! (Mc 16, 1-8).

Partiendo de su grito y experiencia de las mujeres, ellas y otros amigos, compañeros y hermanos retomaron el proyecto de Jesús y recrearon su camino. Entre esos compañeros/amigos destacan Pedro con sus Once (Mt 16, 17-18; 19, 28), Santiago/Jacob, hermano de Jesús, con algunos familiares (1 Cor 15, 3-8) y, más tarde, vendrá Pablo con un grupo organizado de nuevos apóstoles.

            En un pequeño vídeo de propaganda de ese libro (FB Xabier Pikaza, 03.03.2024) he dicho de pasada que  el principio de la iglesia fue una cuadrilla de  compañeros y amigos de Jesús. Ese lenguaje ha extrañado a muchos, pero me gusta mantenerlo; así lo han destacada muchos lectores de mi FB, matizando el término, quizá más utilizado en el norte de Burgos, Euskadi y Navarra, en sentido amistoso, social e incluso administrativo:

        En principio, la iglesia fue una cuadrilla de amigos-compañeros de Jesús, que se reúnen y ayudan, que celebran y comparten la vida desde Dios, en amor mutuo, de un modo espontáneo, artesanal (como suele decir Francisco), a pie de calle, de vida concreta, con mucho amor mutuo, con algo de comidas compartidas, con ayuda social, conforme al ideal de Jesús y de sus primeros amigos-compañeros-hermanos, por revelación de Dios, más que al servicio de Dios, que no quiere servidores.

De un modo lógico, a partir del siglo II d.C. la iglesia ha insistido en la necesidad de organizar sus ministerios, introduciendo una diferencia de ley entre varones y mujeres, clérigos y laicos (reinterpretando de forma nueva la unidad de todos los creyentes a la que apela Pablo en Gal 3, 28).

De esa manera, hemos clericalizado las funciones administrativas de la comunidad, poniendo al frente de ellos un “orden” (ordo) de funcionarios, introduciendo dos divisiones básicas: una primera de obispos, más selecta; otra de presbíteros, menos importante. 

Ha terminado un ciclo histórico.

  Estamos quizá ante la última generación de ministros (obispos y presbíteros) clericales o sacerdotales de la iglesia, tal como han ido surgiendo a lo largo de los siglos, para estabilizarse en la forma actual a partir de la separación de iglesias (oriente y occidente) y de la Reforma Gregoriana (siglo XI-XII d.C.).

Los signos de los tiempos (Juan XXIII), la nueva comprensión de la Escritura y Tradición de la Iglesia, con la reforma sinodal que propone Francisco nos sitúan ante una generación nueva de cristianos, liberados para un tipo de ministerio evangélico, que no sea jerárquico (Dios no es poder, sino amor expansivo, como decía Benedicto XVI).

En el surgimiento y despliegue evangélico y sinodal de los ministerios lo que importa de verdad es el evangelio, no un tipo de legislación general, ni un tipo de “democracia moderna”, que ofrece muchos valores, pero también problemas de opresión, guerra, injusticia y muerte. En este momento parecen necesarias algunas reformas.

Esa reforma de los ministerios ha de partir de las mismas comunidades, sin condiciones previas de celibato, sin discriminación de sexo/género (varones o mujeres, casados o célibes), para que surja una generación nueva de servidores y ministros del evangelio para la nueva evangelización

En principio, no parece que los cambios han de venir en principio de la “cúpula/cúpula” clerical, a pesar de que el Papa Francisco quiere cambios en la cúpula. Los cambios están viniendo en parte de algunas Conferencias Episcopales (como la alemana), siendo muy discutidos en ciertos medios y lugares.

No es tiempo agradable para obispos y presbíteros, hay una prensa que les trata mal, les echa la culpa de muchos males, aunque la mayoría de ellos son hombres muy honrados, bien preparados, buenos cristianos. Sea como fuere es bueno que haya un cambio en la forma de presentarse y actuar los ministros eclesiales.  

El cambio no puede venir por “votación” simple entre obispos y presbíteros… Hay presbíteros de muchos tipos, y obispos también distintos, con lobbies y grupos de presión, con fuertes críticas de un lado y de otro. Como digo no son buenos tiempos. Estamos ante grupos de iglesia parcialmente crispados, donde el “deporte” principal de algunos clérigos es criticar de otros, incluido el papa. Las disputas que había al principio entre partidarios de Apolo, Pablo y Pedro:1 Cor 1-2)  eran un juego de niños en comparación con lo que hoy se ve y escucha en ciertos medios.

La renovación verdadera ha de venir desde el evangelio, en la línea del mensaje y camino de Jesús en Galilea, tal como ha sido ratificado en la “pascua”, que nos lleva de Jerusalén a la nueva montaña de Galilea (Mt 28, 16-20) para extenderse desde allí a todas las naciones. Tenemos que volver al principio del evangelio, a la puerta de todos los servicios eclesiales que es Jesús.

Insisto en esto: Volvamos al centro del evangelio, partiendo de Jesús, con las mujeres que le siguieron, con los Doce que andaban con él (aunque al fin le abandonaron… y sólo volvieron por misión de las mujeres)… Volver a Jesús, por Pablo y Pedro, por Juan los demás, en libertad de evangelio. 

Un cambio posible y necesario

Se ha dicho y se dice que ese cambio es imposible, que la iglesia (como todas las instituciones sociales de prestigio) se mantiene por sus jerarquías de poder... Pues bien, en contra de eso, la iglesia ha de mostrar que ella es distinta, que puede instituirse a modo de comunión personal, sin estructuras de imposición fijadas como un corsé o armadura que aprieta.

Por eso, en el principio de la iglesia esta la meta-noia, que significa cambio de mene y ce comportamiento… Un cambio en la forma de reunirse y amarse/acompañarse los creyentes.

No estoy defendiendo un angelismo, la pura improvisación: dejar que cada uno viva y haga como quiera, llamándose cristiano. Como toda institución humana la iglesia necesita un “ordo” (ordenar la fraternidad) y una “economía” (así se habla hasta de un Dios o Trinidad que es “inmanente”, siendo en sí mismo, y un Dios/Trinidad económico, como tesoro de vida para los cristianos).

La iglesia no es un “sistema de poder”, sino una experiencia de libertad y vida compartida. La iglesia no nace por poder de unos y obediencia de otros, por identidad de pueblo/nación, sino por “nuevo-nacimiento” (=bautismo), por opción libre de llamada, de escucha de Dios, de creación de grupo de vida/amor, no como simple creación de un club de baile o poder, de una institución de dominio social

 Nadie es en ella función de nadie; no hay en la iglesia una clase de élite y tropa, no hay clase de jerarquía, de vips, de primera y segunda (El Camino). Pero puede y debe haber en ella un tipo de “servicios”, en línea de evangelio. 

Los servidores o “ministros” de la iglesia han ser hombres y/o mujeres que han tenido experiencia de Jesús. Por eso, la autoridad de los ministros eclesiales sólo puede interpretarse y vivirse como un “don”, una forma de regalo de vida. Los ministros de la Iglesia son “expertos” de Jesús, quieren ser y vivir como él, como portadores de su Palabra y servidores de su Vida, gratuitamente, por llamada o vocación de Jesús (del Dios de Jesús).

Esos han de ponerse al servicio de los demás, en especial de los pequeños y excluidos, necesitados, según el evangelio. No consagran o defienden lo que existe, sino que quieren cambiarlo, como Jesús en una línea de acogida, animación sanación, con palabras y con obras. En esa línea se ha dicho que los primeros en la iglesia son los apóstoles (cf. 1Cor 12, 28): enviados de Jesús para ofrecer palabra y pan, esperanza y dignidad a los excluidos del orden familiar y social, sacral y económico del mundo.

Todos  han de ser servidores y amigos/compañeros, unos de los otros dentro de la “compañía de Jesús” (tipo Ignacio de Loyola), es decir, de su “cuadrilla” de voluntarios. Según eso, todos en la iglesia son (debemos ser) ministros de evangelio. Pero es normal que las iglesias (las comunidades cristianas) elijan y “empoderen” a ministros “oficiales”, imponiéndoles las manos como signo de confianza, de presencia del Espíritu de Cristo, confiándoles así unos servicios establecidos, por un tiempo determinado o mientas puedan realizarlos.

No se trata de sometimiento, sino de escucha y de afiliación voluntaria,  para disfrutar juntos del amor de Dios, que se expresa en forma de amor mutuo. Por eso, los ministerios de la iglesia brotan de la fraternidad y están a su servicio, tanto en el aspecto externo (misión, apostolado) como en el interno (cuidado pastoral de los creyentes). Por eso, siendo enviados de Jesús y servidores de los pobres, actúan como portavoces y animadores de una comunidad que les envía y escucha. 

 Los clérigos no son representantes de un poder superior (¡Dios no es poder!), ni funcionarios de un sistema sacral, sino representantes de Jesús y de una iglesia, en cuyo nombre actúan, y han de hacerlo de un modo gratuito, generoso, transparente. No tienen poder, pero pueden y deben tener mucha autoridad en línea de evangelio

Nombramiento concreto. Conferencia de obispos

La comunidad “nombra” a sus representantes u obispos. Antes que los obispos está la iglesia, esto es, una comunidad responsable y gozosa de personas que comparten la palabra, se ayudan mutuamente y celebran el misterio de la pascua de Jesús y la fraternidad universal en forma de eucaristía. No son los cristianos para el obispo, sino el obispo para los cristianos Por eso no se puede hablar de Iglesia si sus miembros no saben dialogar, si no dialogan y escogen sus propios “ministros” o animadores, como signo de diálogo, de comunión, de unidad, de libertad. Si no son capaces de hacerlo, no pueden llamarse en verdad iglesia de Jesús, sino sólo una delegación subordinada de poderes exteriores.

En un mundo de disputas y enfrentamientos como el nuestro (año 2024), la iglesia sólo será signo de reconciliación y futuro evangélico si ofrece ejemplo de diálogo personal y social. Si no lo pueden hacer, si sus fieles se encuentran de tal forma divididos que resultan incapaces de escoger, desde el mensaje y ejemplo de Jesús, unos ministros, ellos no son dignos de llamarse cristianos. 

Conferencia de obispos, conferencia episcopal. En un sentido, las iglesias son “conferencias” (cuadrillas) de creyentes. Conferencia viene del latín con-ferre, llevar en común un asunto, dialogar. En su sentido actual, las “conferencias” episcopales han sido creadas tras el Vaticano II y suelen aplicarse conforme a las divisiones de cada nación o estado. Todas formas, las conferencias episcopales han existido desde siempre. Por definición, las diátesis (cada una con su obispo) no se encuentra nunca aislada, sino que se han dado desde siempre “agrupaciones” especiales de diócesis y obispos.

Por eso, en la “ratificación” (ordenación) de un obispo participan, como testigos de la transparencia y comunión de las iglesia y como garantes de continuidad apostólica y unidad creyente, los obispos de las comunidades cercanas. Sin esta presencia y ratificación de los ministros de las comunidades del entorno (de eso que llamaríamos hoy archidiócesis o provincia eclesiástica) no habría verdadero nombramiento de pastores.

En esa línea, son  los obispos vecinos los que imponen las manos o consagran al que ha sido nombrado, ofreciéndole así una tarea y una gracia que viene de Jesús, desde el principio de la iglesia. Es posible que surjan a veces tensiones entre grupos cristianos de una diócesis y entre una diócesis y los obispos vecinos; pero ellas tienen que arreglarse siempre hablando, en diálogo fundado en la verdad del evangelio que se expresa en el pan compartido, en la mesa común, como decía Pablo (cf. Gal 2, 5.14).

 Desde ese fondo (conforme a la normativa actualmente vigente) se entiende la elección y nombramiento de Mons. Argüello como presidente (animados, unificador) de la CEE.

Es normal que se comunique el nombramiento al obispo de Roma, no para que Roma “nombre”, sino para que acoja el nombramiento, no en gesto de sometimiento sino de comunión.Es evidente que el ministerio episcopal está fundado en Dios, brota de Cristo. Pero esa fundamentación no significa que lo deba nombrar el Papa. También los cristianos que lo eligen dentro de la diócesis actúan como portadores del Espíritu, no como simples ciudadanos de una democracia formal. 

Ampliación y desarrollo

Los obispos (y en su plano los presbíteros) deben animar la vida de unas comunidades concretas de creyentes que comparten palabra y amor (eucaristía), en diálogo de transparencia, donde todos los problemas se expresan y arreglan hablando, pues no hay una instancia mayor que el amor mutuo. Pero, al mismo tiempo, ellos son testigos de un Jesús que proclamó el evangelio a los pobres (cf. Lc 4, 18-19), de manera que su primera tarea consiste en acoger a los excluidos y humillados, a los disidentes, distintos y oprimidos.

 Por eso, los ministros de la iglesia han de responder a Palabra de Jesús: no son portadores de los resultados de una asamblea, ni simples portavoces de un grupo, sino creyentes que expresan y expanden aquello que han creído. Pero, al mismo tiempo, reciben el encargo de la comunidad de creyentes que les confía su tarea de amor comunión cristiana; por eso, expresan en su vida la vida y comunión de los creyentes de su iglesia. Esos aspectos se encuentran vinculados: los ministros de la iglesia son testigos de Jesús y portadores del amor comunitario. En ambos planos, ellos son trasmisores un amor directo, de una comunión en la que sólo importan las personas, por encima de todas las presiones ideológicas o generales del sistema[2]:  

El sistema político-económico tiende a crear estructuras de poder impersonal, resolviendo de esa forma sus problemas, en línea de producción y administración. Así puede manejar a sus miembros, elaborando ideologías que sirven para ocultar la verdad y oprimir de manera sistemática a muchos. Pero, en otra perspectiva, puede ayudar y ayuda a muchos de sus miembros, sobre todo en occidente donde ha suscitado y ofrece mejores condiciones de vida: trabajo más fácil, bienes de consumo, tiempo libre para el diálogo y encuentro cara a cara, en el nivel del mundo de la vida.

La iglesia ha de situarse en el nivel de la comunicación personal directa. Ella no es sistema social, ni organización de burocracia para aportar servicios espirituales a quienes lo pidan, sino comunión directa de personas que escuchan la voz de Dios y dialogan sin más finalidad que vivir humanamente, en amor y contemplación. Por eso, todas sus estructuras están al servicio de la comunión personal. Eso significa que ella ha de crear espacios donde los creyentes, animados por la gracia y el perdón de Cristo, puedan compartir el amor y dolor de la vida, dialogando desde la Palabra de Jesús (que es de todos, no de algunos solos), en comunicación encarnada (eucaristía). 

La iglesia es comunidad de personas, no sistema de poder sagrado. Ella existe solamente en el nivel de las relaciones personales, de conocimiento, comunicación y amor concreto. Nadie es iglesia por carta o ficha, internet o delegación, sino por experiencia de fe en el Dios de Cristo y comunión de amor con otros creyentes, que cultivan esa fe en diálogo mutuo.

De manera consiguiente, una iglesia a la que nombran desde fuera sus obispos y/o presbíteros no es comunión de creyentes responsables, encuentro de personas, sino delegación sagrada de una dictadura, que sólo puede (podría) aceptarse para períodos breves de crisis, como sabían los juristas de la república romana (para poner un ejemplo vinculado al sistema que intentamos superar). La presencia de Cristo y la "autoridad" apostólica de la iglesia se expresan a través de la comunidad, que es portadora de un don y palabra trascendente. Pues bien, esa verticalidad (nivel contemplativo) se expresa por la mediación comunitaria, a no ser en los fundadores (puros apóstoles) que evidentemente no pueden brotar de la comunidad (que aún no existe). 

De aquí se deducen algunas consecuencias:

Los ministerios de la Iglesia deben “organizarse” con normas establecidas, de manera que no quede en manos de la espontaneidad o dictadura de algunos…Por eso es necesario que haya instituciones “mediadoras”, conferencias de obispos, que sirvan para garantizar el buen orden del conjunto… Sin que se entienda como castigo el hecho de un obispo deje de serlo tras unos años de servicio, pues no hay jerarquía superior, ni un orden de personas episcopales por principio (por ordenación, por ontología) por encima de los simples fieles. La división permanente de jerarcas y simples fieles, de claro y laicado va en contra del evangelio de Jesús.

Cada iglesia-comunidad sólo existe en el diálogo directo de sus miembroses comunión de personas que sienten el gozo de juntarse en fe y amor, sobre la base de Jesús, cuya memoria han transmitido los apóstoles (Pedro y Pablo, los evangelistas etc).  Las comunidades no son delegaciones de la iglesia-universal, ni partes de un todo superior, sino asambleas autónomas de creyentes que comparten la fe y celebran el amor (eucaristía), en federación con las restantes del entorno y del mundo, conforme a la tradición apostólica.  

 Conforme al sistema imperial el único Emperador nombraba a sus delegados o funcionarios a lo largo y a lo ancho del imperio. En contra de eso, el modelo de federación o comunión de iglesias pone de relieve la unión dialogal: los fieles de cada iglesia comparten y resuelven sus problemas; las diversas iglesias se unen en la misma comunión (Cuerpo del Cristo), en diálogo fraterno, para bien de los más pobres. Se suele decir que cada iglesia tiene derecho a unos ministros que expresen y celebren en ella el Don de Cristo. Ese lenguaje me parece inexacto: no es que cada iglesia tenga derecho, sino que sólo es iglesia verdadera si acoge y expresa, si celebra y expande en forma comunitaria el misterio de fe y comunión de Cristo, nombrando para ello los ministros (obispos, presbíteros) que fueren necesario.

 No es que cada iglesia tenga derecho a que le concedan desde arriba o desde fuera, por condescendencia o control de otra iglesia, unos ministros, sino que ella misma, como expresión de la gracia de Cristo, puede y debe expandir y celebrar la fe y esto implica necesariamente ministerios. La elección y nombramiento de ministros no es asunto de simple democracia, pero la praxis de las iglesias debe ser ejemplo de transparencia participativa y dialogal, pues los ministerios no brotan sólo de un poder horizontal del pueblo (=demo-kracia), sino que de la gracia Cristo; por eso, cada iglesia nombra a sus ministros desde el de don Cristo y para bien de los excluidos del sistema.

Volver arriba