Capítulo nuevo en la Iglesia católica romana Sínodo de Amazonia 1. Hombres "probados", sin necesidad de celibato

Viri probati: probados/aprobados por las iglesias (Cartas Pastorales)

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El Sínodo de la Amazonia (10,2019), cuyo texto retomará, interpretará y ratificará en breve el Papa Francisco, dándole así valor oficial, marcará un antes y después en la visión y praxis de los ministerios “ordenados” de la Iglesia católica, a partir de los “hombres probados”. La nueva doctrina se contiene en el núm 111:

Muchas de las comunidades eclesiales del territorio amazónico tienen enormes dificultades para acceder a la Eucaristía. En ocasiones pasan no sólo meses sino, incluso, varios años antes de que un sacerdote pueda regresar a una comunidad para celebrar la Eucaristía, ofrecer el sacramento de la reconciliación o ungir a los enfermos de la comunidad. Apreciamos el celibato como un don de Dios (Sacerdotalis Caelibatus, 1) en la medida que este don permite al discípulo misionero, ordenado al presbiterado, dedicarse plenamente al servicio del Pueblo Santo de Dios. Estimula la caridad pastoral y rezamos para que haya muchas vocaciones que vivan el sacerdocio célibe. Sabemos que esta disciplina “no es exigida por la naturaleza misma del sacerdocio… aunque tiene muchas razones de conveniencia con el mismo” (PO 16). En su encíclica sobre el celibato sacerdotal san Pablo VI mantuvo esta ley y expuso motivaciones teológicas, espirituales y pastorales que la sustentan. En 1992, la exhortación postsinodal de san Juan Pablo II sobre la formación sacerdotal confirmó esta tradición en la Iglesia latina (PDV 29).

 (Pero…) Considerando que la legítima diversidad no daña la comunión y la unidad de la Iglesia, sino que la manifiesta y sirve (LG 13; OE 6) lo que da testimonio de la pluralidad de ritos y disciplinas existentes, proponemos establecer criterios y disposiciones de parte de la autoridad competente, en el marco de la Lumen Gentium 26, de ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable, para sostener la vida de la comunidad cristiana mediante la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica. A este respecto, algunos se pronunciaron por un abordaje universal del tema (Sínodo para la Amazonia 111). (cf. https://www.romereports.com/2019/10/26/texto-completo-con-las-propuestas-del-sinodo-sobre-la-amazonia/ )

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            Este número, que marcará la nueva doctrina y praxis de la Iglesia Católica Romana (las iglesias católicas y ortodoxas de Oriente y las evangélicas tienen sus propias costumbres) renueva las “normas” que fijan el acceso y función los ministerios ordenados y deberá ser estudiada y aplicada de un modo mucho más preciso. Pero, desde una perspectiva general, puedo y quiero ofrecer una lectura de sus elementos principales, a la que añadiré como apéndice una visión del tema desde la “cartas pastorales” de la tradición de Pablo (1‒2 Tim y Tito).

1. CONTEXTO Y SENTIDO

 1. Retomando el Vaticano II y abrogando (=superando) la interpretación de Pablo VI y Juan Pablo II.

            El texto asume como base la doctrina del Vaticano II, entendiendo y alabando pero superando la interpretación restrictiva de los dos papas citados. El Vaticano II dejaba abierto el tema del celibato, estrechado después de un modo jurídico (y a mi juicio anti‒conciliar) por esos papas. El Sínodo vuelve al Vaticano II y a los principios de la Iglesia, desde la perspectiva de la primacía de la Eucaristía sobre el celibato y desde la situación pastoral y antropológica de la Amazonia (teniendo, sin duda, muy en cuenta la problemática afectiva del clero universal, desde el gran golpe de atención que ha supuesto el riesgo y cierta práctica extendida de una pederastia, vinculada en parte al “orden” de lo seminarios.

            Esta doctrina está pensada en principio desde y para la Amazonia, pero tiene desde el principio un sentido universal que puede aplicarse y se aplicará sin duda no sólo en África (donde es urgente un sínodo parecido), sino en los países más “adelantados” (perdónese la palabra) del mundo occidental, por ejemplo en Alemania, donde el Sínodo de la Iglesia alemana está viendo que los temas del Amazonas se aplican de un modo semejantes en las tierras del Rin y el Danubio.

 2. El Sínodo vuelve a la Iglesia primitiva, más allá del “giro gregoriano” imperante en la Iglesia católico‒romana desde el siglo XI.

La norma y ley del celibato ministerial (con la visión de un Sacerdocio Jerárquico, en forma de “nobleza feudal”, más pagana que cristiana) ha tenido diversos motivos y orígenes en las iglesias “romanas”, pero su “imposición” viene ligada al giro gregoriano, con la interpretación de los ministerios en clave de poder “clerical”, vinculado a la separación de los “ministros varones”, que de hecho no forman parte de las comunidades, sino que se imponen sobre ellas, en virtud de una superioridad y primacía de “orden”.

Superando el “paréntesis” gregoriano, imperial y feudal, de las Iglesias, con sus “sacerdotes” entendidos como “nobleza cristiana” (un tema aun visible en la Cámara de los Lores de Inglaterra), el Sínodo vuelve a situar a los “ministros” (varones o mujeres) en la vida de las comunidades, de las que surgen, no por “encima de”, sino “en ellas y para ellas”, desde el mensaje del evangelio. En ese contexto, el celibato (que puede ser y es muy importante en otro plano, como don carismático, experiencia clave de la la vida monacal) se vuelve en sí innecesario para los ministros de las iglesias.

3. Superación implícita de los “seminarios” tridentinos, en los que se “forma” a los aspirantes a clérigos en vida separada (superioridad de orden) y en celibato.

En su forma los seminarios separados para la formación (imprinting) de ministros célibes varones provienen del Concilio de Trento (siglo XVI), y han realizado un servicio muy eficaz y positivo en muchas iglesias, pero han tenido siempre un carácter ambiguo de separación y de riesgo jerárquico y de limitación afectiva. De hecho los seminarios tradicionales están desapareciendo (o han desaparecido) en los últimos años (o cambiando de un modo radical). Han cumplido en parte una buena función, pero en su forma tradicional han perdido su fondo evangélico.

En ese sentido, el Sínodo ratifica y vuelve a identificar el seminario “tridentino” con las mismas comunidades cristianas, donde se forman y de donde surgen las “llamadas” (vocaciones) ministeriales, de varones y o mujeres, sin “jerarquía” de “orden”, desde el fondo de la misma vida cristiana, al servicio del evangelio, expresado en la fraternidad y celebrado en la eucaristía. Los “aspirantes” al ministerio surgen de la vida de las comunidades, que son el verdadero semillero de las vocaciones.

 4. Una vuelta a la praxis de la Iglesia primitiva, tal como se establece en las cartas “pastorales paulinas” y de algún modo en la 1 Clemente romano.

      Hay en la Iglesia primitiva otros textos y prácticas que han de estudiarse con cuidado, pero en el fondo del texto del Sínodo está la praxis de 1 Timoteo y Tito,  donde el “Pastor” (tomando la autoridad de Pablo), define que la misma comunidad (dirigida por pastores como Timoteo o Tito) establezca ministros idóneos (supervisores/obispos, presbítero y diáconos), que surgen de la misma comunidad. Los textos suponen (aunque no dicen expresamente) que los primeros ministros (obispos/presbíteros) sean varones (viri), que en principio han de ser casados, pues la administración eclesial es como una “casa grande” donde el patriarca/varón organiza la vida del conjunto. Esos mismos textos suponen en cambio (aunque tampoco dicen expresamente) que los diáconos pueden ser mujeres.

            Esos textos de 1 Tim y Tito son muy significativos para el nuevo ordenamiento pastoral del Sínodo, pero han de tomarse con mucho cuidado, como el sínodo hace de hecho: (a) Esos textos suponen y ratifican un tipo de patriarcalismo romano/helenista que no es evangélico (va en contra del mensaje de Jesús) y que debe ser superado, como hace de hecho el Sínodo. (b) 1 Tim y Tito  ofrecen una primera “ordenación” de los ministeriales, pero en línea comunitaria, no sacerdotal. Hablan de ministros (obispos/presbíteros/diáconos), pero no de sacerdotes. En contra de eso, el Sínodo sigue hablando de “sacerdotes”, pero lo hace en un sentido muy genérico, que ha de precisarse y ampliarse, pues para las iglesias primitivas, y en concreto para las Cartas Pastorales (para formar “pastores” de Iglesia), los ministros no son “sacerdotes” en sí, sino que participan del sacerdocio común de Jesús y de la Iglesia confesante (en la línea de Hebreos, 1 Pedro y Apocalipsis).

 5. En contra de la gran expectación formada por los “viri probati” (varones probados), célibes o casados, el Sínodo no habla de “viri”, sino de “hombres”, con lo que en sentido estricto, los ministerios se pueden aplicar por igual a varones y mujeres.

La tradición de los “viri probati” proviene de la Carta de Clemente (secretario de la Iglesia de Roma), entre el siglo I y II de.C., escribe a los Corintios diciéndoles, en medio de una fuerte disputa clerical, que los apóstoles habían una norma según la cual, a su muerte “otros hombres probados recibieran en sucesión su ministerio” (1 Cor 44, 2).  He traducido “hombres”, pero el texto griego dice “dedokimasmenoi andres”, en latín “viri probati”, que en sentido restringido significa “varones probados”,

            Tanto el griego como el latín distinguen bien entre varones (andres, viri) y seres humanos (anthropoi, homines)… De todas formas, en muchas ocasiones, el término masculino (andres, viri) se podía aplicar a todos  los hombres (varones y/o mujeres), como hace, en nuestro caso, la traducción castellana más significativa de I Clemente romano (Ciudad Nueva, Madrid 1994, 125). Pues bien, en medio de la expectación de la ordenación de viri probati, el Sínodo traduce y amplia esa palabra de Clemente (a quien algunos toman como tercer Papa de Roma) como “hombres”, no como varones.  En esa línea, en sentido estricto, deja abierta la posibilidad de ordenación ministerial (de obispos y presbíteros, no sólo de diáconos) para hombres (varones  y mujeres).

 6- Este número del sínodo habla de los “ministerios de la Iglesia establecida”, es decir, que surgen de esa misma Iglesia, pero supone la función de unos “apóstoles” como Pablo, es decir, de unos creadores de Iglesia.

Este Sínodo legisla sobre lo que “hay”, es decir, sobre iglesias que existen ya, que han sido creadas, iglesias de las que deben surgir (como de un semillero de vida) unos ministros “ordenados”, que no tienen obligación de un celibato especial, ni forman una “jerarquía superior”, sino que son animadores de vida cristiana y de eucaristía. Ha de ser "hombres probados", es decir, hombres de experiencia, aprobados por las comunidades (conforme al texto de 1 Clem 44 que dice dedokimasmenoi, aprobados por su buen testimonio, por las mismas comunidades que les eligen.

Deja abiertos muchos temas, como el de la posible ordenación de la mujeres (y el de la función más concreta de las mujeres/diáconos o presidentas/animadoras de comunidades), que en principio podrían y deberían presidir/animas la eucaristía. Pero da un gran paso en el despliegue cristiano de las iglesias.

            Pues bien, como digo, ese “despliegue ministerial ordenado” de las iglesias presupone una función anterior de tipo carismático, que no puede regularse de esa forma. Es la función de los “apóstoles”, creadores de iglesias, como Pablo, que en principio no son delegados de las comunidades (que testifican su valor, que les ponen al frente de la vida comunitaria), sino que crean comunidades. Estos apóstoles carismáticos, cuya vida no se puede regular por ley (como fueron María Magdalena y Pablo, por poner dos ejemplos) fueron y siguen siendo creadores de Iglesia, en el Amazonia o en China.

2. RETOMAR EL PRINCIPIO. CARTAS PASTORALES (TRADICIÓN DE PABLO)

El Sínodo  de Amazonia 111 ha marcado un camino de retorno al principio y de vuelta al futuro de las iglesias. Es un documento profético, promovido por el Papa Francisco, pero fundado en el clamor de cientos y miles de cristianos que vienen remando y navegando en esa línea desde el Vaticano II (1963‒1965), a pesar de las dificultades de un post‒concilio poco atento a la libertad creadora del evangelio y a la vida real de la Iglesia.

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              Entre esos muchos que han querido avanzar en esa línea quiero situarme, pues he escrito algunos libros sobre el tema, entre ellos Sistema, Libertad Iglesia (1999) en el que defendía muchas de las cosas que ahora ha ratificado el Sínodo de Amazonia. Por aquel libro (rechazado por el entonces presidente la CEE) tuve que abandonar la enseñanza oficial en una Universidad de la Iglesia.  He vuelto al tema a principios de este mismo año 2019, en un libro titulado La Novedad de Jesús, situando  en esa línea la aportación (problemática y necesaria) de las Cartas Pastorales,  como presento, a modo de apéndice, en las reflexiones que siguen:

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Cartas pastorales: ministerios de la comunidad[1]

       Esas cartas (1 Tim y Tito) conciben la iglesia como institución mesiánica, fundada en la revelación de Dios en Cristo, por la acción misionera de Pablo. Pero la ven, al mismo tiempo, como institución honorable, que puede y debe pactar con el Imperio. Desde esa perspectiva y desde la misma situación de las comunidades, amenazadas por un tipo de herejía gnóstica, se entiende su insistencia por los buenos ministerios. Ciertamente, existen y actúan presbíteros, que pueden reciben el nombre de obispos, es decir, vigilantes o inspectores; cada iglesia tiene además un consejo presbiteral (senado o gerousía), pero no es claro si hay un presbítero superior que preside como obispo monárquico, sobre el resto de presbíteros e iglesia.

     A favor de que exista ese presbítero-superior está el que "Pablo" escriba a Timoteo y Tito, presentándoles como tipo de autoridad episcopal y el hecho de que, a diferencia de Flp 1, 1 y Hech 20, 29, el obispo aparece en singular y los presbíteros en plural. En contra está el hecho de que las funciones de obispo y presbíteros parecen iguales: si el autor quisiera distinguirlas debería haberlo hecho más expresamente (como hará Ignacio). Pero, en sentido estricto, más que fijar la organización monárquica o colegiada de los ministerios, el autor de estas cartas quiere conservar (guardar, organizar) la vida de las iglesias ya existentes.

Resulta significativo el hecho de que, asumiendo una postura patriarcalista, no haya querido fijar con más precisión jurídica la organización de las iglesias, limitándose a ofrecer unas líneas generales que nos permiten replantear hoy (2019) el tema con gran libertad, optando por un tipo de celibato del clero (como ha hecho la iglesia latina posterior) o por la obligación de que los clérigos sean hombres casados (como quieren las pastorales…) o por otro tipo de soluciones. Por otra parte, defendiendo un tipo de organización institucional de las iglesias, las cartas pastorales no son jerárquicas ni sacerdotales, en el sentido estricto de la palabra.

 ‒ Esas funciones ministeriales de la Iglesia no son jerárquicas, no establecen en modo alguno un tipo de “orden” superior de los ministros, sino que se limitan a organizar las funciones especiales de algunos (que pueden ser temporales, y siempre muy concretas) al servicio de las comunidades, sin crear un cuerpo especial de funcionarios sacrales.

Esas funciones no son sacerdotales, en el sentido del sentido del Antiguo Testamento, ni del mundo romano-helenistas, ni en el sentido posterior de la Iglesia, pues los “ministros” de la Iglesia actúan como servidores comunitarios, en una línea evangélica muy sobria, muy concreta, al servicio de todos los creyentes, especialmente de los pobres, sin elevarse sobre ellos.

      Desde ese fondo, queremos evocar algunos textos y temas de 1Tim y de Tito, para poner de relieve su aportación en el camino de la Iglesia antigua, y para insistir en la necesidad de aplicar (actualizar) su función en nuestro tiempo. No se trata de normas permanentes, sino que ellas han de ajustarse a las circunstancias posteriores de la Iglesia, desde una perspectiva evangélica y social. En todo esto, resulta muy significativo el hecho de que la opción de fondo de estas cartas (los ministros eclesiales han de ser hombres casados) no haya sido seguida por las iglesias de occidente.

Palabra y salario.En un momento anterior dominaba el carisma, el servicio voluntario y gratuito de todos hacia todos. Pero ahora resultan necesarios unos ministerios más permanentes al servicio de las comunidades. De esa forma, Pastorales nos sitúan en el centro de una problemática social y religiosa que se destacará en los tiempos posteriores.

Los presbíteros que presiden (=gobiernan, organizan) bien son dignos de doble honor (=paga), principalmente los que trabajan en la predicación y enseñanza. Porque la Escritura dice "no pondrás bozal al buey cuando trilla" y "el obrero es digno de su salario" (1Tim 5, 17-18).

              Estos presbíteros ejercen una tarea (predicación, enseñanza) al servicio de la comunidad, a la que se vinculan y de la que reciben un salario por su dedicación a la iglesia, que aparece según eso como institución con fondos propios. Ellos se distinguen y definen no sólo por edad y autoridad en general, sino por su acción concreta al servicio de los restantes cristianos. No son misioneros (portadores de la palabra hacia fuera), sino servidores de unas iglesias que han crecido y tienen una estructura social definida, de manera que deben ser bien gobernadas, no ya por unos carismáticos espontáneos e improvisados, sino por presbíteros proestôtes (=presidentes), es decir, por personas que reciben un encargo especial para ello:

 −Serán varones de Palabra, hombres de consejo, que destacan por su conocimiento, pues se dice que predican y enseñan. La Palabra que transmiten no va unida a su carisma personal, como en Pablo, sino que surge y ha crecido con el estudio y sabiduría de los años.

 −Pueden vivir del trabajo pastoral. La iglesia es capaz de mantener a sus servidores con un dinero fijo, para que ellos puedan vivir, superando (o reinterpretando) lo que sucedía en la misión de Galilea, donde había un intercambio improvisado (no salarial) entre itinerantes y sedentarios (cf. Mc 6, 7-13 par), aunque se citara la sentencia: "el obrero es digno de su salario" (Mt 10, 10 y Lc 10, 7)[2].               

      Nuestro autor ha fijado así los rasgos de estos presbíteros. 1) Identidad: han de ser "ancianos" probados, que trabajan bien (kalôs) al servicio de la comunidad. 2) Función: están liberados básicamente para la palabra, no para temas de organización económica o social, ni para dirigir el culto, sino para el mensaje y enseñanza. 3) Mantenimiento: la iglesia (que se ha vuelto institución estable, con funcionarios pagados) puede y debe liberarles de otros oficios para que se dediquen totalmente a la tarea evangélica[3].

Elección y condiciones. Antes no las había: Jesús llamaba al servicio a quien quería; Pablo invitaba y acogía a los voluntarios. Ahora, con ministerios pagados, hay aspirantes y condiciones:

Quien aspira al episcopado, hermosa tarea desea. Pues el obispo: (1) debe ser irreprochable, marido de una mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospitalario, capaz de enseñar, no bebedor ni pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso; (2) buen gobernante de su casa, con hijos sumisos en toda dignidad, pues si no sabe presidir su propia casa ¿cómo cuidará la Iglesia de Dios? No sea neófito: no se envanezca y caiga en condena del diablo. (3) Tenga buena reputación entre los de fuera, para que no caiga en descrédito y lazo del diablo (1Tim 3, 1-7)[4].

        Este "obispo" está encargado de la supervisión eclesial, como padre de familia del conjunto de los fieles. Se supone así que en cada iglesia (y comunidad doméstica) hay alguien que preside, enseña y representa a los cristianos. Quizá no ha surgido todavía una estructura monárquica estricta, pero del grupo de ancianos (cf. 1Tim 5, 17-19) destacan algunos que "presiden" como obispos. El texto anterior afirmaba que han de hacerlo bien (kalôs: 5, 17); éste precisa que su tarea es buena, hermosa (kalou: 3, 1). Estas han de ser sus cualidades:

 −Quien aspira al episcopado...El ministerio se ha vuelto apetecible, pues confiere honor a quien lo obtiene. Estamos lejos de la tradición mesiánico-profética de Mt 8, 18-22 par: "las aves tienen nidos, las zorras madrigueras, pero el Hijo del humano no tiene donde reclinar la cabeza", "que los muertos entierren a sus muertos". El obispo se vuelve personaje honorable, padre ejemplar de una familia extensa, bien jerarquizada. Es normal que surjan candidatos.

 −Desea una tarea hermosa: nombramiento ¿Quién lo elige? ¿Hay un rito especial de investidura? Es probable que intervenga un profeta o carismático, escogiendo "en Espíritu" al más adecuado (cf. Hech 13, 1). Tiene que haber asentimiento de la comunidad. El rito es una imposición de manos del presbiterio, que tiene autoridad colegiada y la delega en el obispo (1 Tim 1, 18; 4, 14). Todo se realiza en contexto de plegaria (1Tim 5, 22; cf. Tit 1, 5).

 −Buen patriarca. La tradición sinóptica exigía ruptura familiar para seguir a Jesús. Ahora en cambio se pide que el candidato sea de “buena familia” y que esté bien casado, como patriarca sobre su esposa, sus hijos y criados, pues el matrimonio es el mejor "seminario" de formación episcopal. En contra de una tendencia ascética (celibato posterior), 1 Tim supone que sólo puede ser "obispo" (y presbítero o diácono) un buen padre de familia: varón probado, capaz de educar y dirigir a su mujer, hijos y criados. Lógicamente, en este contexto se aplican los códigos domésticos (patriarcales) evocados en las Cartas de la Cautividad. La iglesia ha querido dialogar con la cultura del ambiente y una forma de hacerlo es asumir su esquema patriarcal, de forma que los cristianos aparezcan como institución honorable.

 −Capaz de enseñar. El obispo ha de ser hombre de palabra. Eso supone que debe tener conocimientos, no ya por experiencia pascual (¡ha visto al Señor!: cf. 1 Cor 15, 3 ss), sino por un aprendizaje establecido dentro de la iglesia. No se manda expresamente que sepa saber leer o que conozca de manera directa la Escritura, pero el contexto lo supone, como muestra 2 Tim 3, 15-16: frente a las novedades de "los últimos días", el trabajador del evangelio ha de estar afianzado en la Escritura, para enseñar la verdad.

 −Hospitalario, hombre de paz. La iglesia es una casa que acoge a los que llaman y, de un modo especial, a los cristianos del entorno. Por eso, el obispo ha de ser hospitalario: más que el mensaje hacia fuera (misión paulina) importa aquí el testimonio de vida y acogida personal. La comunidad es casa abierta, lugar de paz; en esa línea se sitúa el resto de las cualidades del obispo (no bebedor ni pendenciero, sino amable; no contencioso, ni avaricioso). Vimos que el buen presbítero merece "doble paga" (1 Ti 5, 17-18); por eso es bueno que no sea avaricioso[5].

Faltan en esta descripción cualidades más tarde exigidas por la iglesia: no se dice que el obispo sea un digno presidente de la eucaristía (esa no parece una función episcopal); tampoco se le atribuye la disciplina penitencial (que parece propia del conjunto de la comunidad). El "obispo" de 1Tim es un servidor comunitario y un hombre de palabra (capaz de enseñar). Todavía no aparece como jerarca sacral.

Presbíteros y obispo(s). La función del obispo (como responsable de la casa de la iglesia) es individual, mientras los presbíteros forman un cuerpo (senado, gerousía) de varones mayores que dirigen en conjunto la vida de la iglesia (como suponía 1Tim 4, 14). Esto nos lleva a plantear la diferencia y relación entre esos ministerios. Muchos investigadores (de Harnack a Campenhausen) han dicho que había comunidades más judías (dirigidas por un consejo de ancianos o presbíteros) y otras más helenistas (con epíscopos o vigilante). Esa distinción es sugerente, pero no parece del todo adecuada, pues la comunidad judía de Qumrán contaba con un tipo de vigilante-obispo (Mebaquer) y muchas instituciones helenistas tenían un consejo de ancianos o notables[6]. Es posible que el modelo episcopal y presbiteral hayan coexistido, como supone el discurso de Pablo en Mileto (Hech 20, 17-36) y el texto anterior (1Tim 5, 17-18), que completamos con el que sigue:

          Te dejé en Creta, para que organizaras rectamente lo restante y designaras presbíteros en cada ciudad, como te mandé: alguien que sea irreprensible, marido de una mujer, con hijos creyentes, no acusados de disolución ni rebeldía. Porque el obispo debe ser irreprensible como ecónomo de Dios, no soberbio ni iracundo, no borracho, pendenciero ni deseoso de dinero injusto, sino hospitalario, hombre de bien, prudente, justo, santo, continente, que acoge la palabra hermosa de enseñanza, pudiendo así exhortar con sana doctrina y refutar a los contradictores (Tit 1, 5-9)[7].

       No resulta clara la distinción entre presbíteros (en plural) y obispo (en singular). Estrictamente hablando, ambas funciones pueden identificarse: los presbíteros aparecen en plural por su función y sentido colegiado; el obispo en singular, aunque esa forma puede tener un carácter genérico y referirse a uno o muchos, en general. Por otra parte, al establecer presbíteros en cada ciudad se podría suponer que uno de ellos asume funciones de obispo. De todas formas, el tema no está claro y quizá el mismo autor ha querido dejarlo así, pues conoce formas distintas de organización de iglesias (presbiterales, episcopales) y no quiere inclinarse por un modelo y otro.

     Por una parte, parece que las funciones del presbiterio (colegio) y obispo (monarca) se solapan y complementan: el obispo ha de ser buen presbítero. Por otra parte, Timoteo (misionero en línea paulina, prototipo de obispos) aparece en 1Tim 4, 12 como joven: "que nadie desprecie tu juventud". Esta referencia casual puede evocar un enfrentamiento entre los presbíteros (en principio más ancianos) y el obispo que, por su misma función administrativa y trabajo, tiende a ser más joven, como afirma Ignacio, Magn 3, 1 (no abuséis de la poca edad de vuestro obispo...) y supone de 1Clem (posible rebelión de los jóvenes contra los presbíteros).

     No podemos resolver el tema, pero vemos que la organización de la iglesia se ha convertido en asunto crucial para las comunidades fundadas por Pablo. La tarea básica de su enviado (Tito) será establecer una estructura ministerial en Creta (Tit 1, 5), para mantener la herencia paulina, pues la misma libertad del evangelio debe suscitar instituciones.

     Las iglesias paulinas han corrido el riesgo de escindirse, por disputas de tipo judaizante, mezcladas con cierto gnosticismo y ambiciones personales (cf. Ti 1, 10): los enfrentamiento y herejías amenazan a las comunidades (cf. 1Tim 2, 1-4, 1). En esta situación, los herederos de Pablo no han querido apelar al principio comunitario de Hech 15, 28 (nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros), ni a la práctica disciplinar de Mt 15, 15-20 (¡llama a la iglesia!), sino que deciden apoyarse en la autoridad de estos "pastores" (Timoteo, Tito) y/o presidentes de las comunidades. Pueden cambiar los modelos de organización; parece clara la exigencia de fortalecer la autoridad. Lo que pudo ser solución de emergencia se volvió praxis habitual: pasaron aquellos problemas, las institución permanece.

Diáconos/diaconisas. El término (diácono, diakonia)[8] evoca servicios comunitarios, realizados por cristianos especiales (cf. Hech 1, 17.25) o por el conjunto de la comunidad (cf. Hech 20, 24; 21, 19). La tradición cristiana ha entendido el servicio como un elemento de todo discipulado: los seguidores de Jesús son diáconos o servidores unos de los otros (cf. Mc 1, 31 par; 9, 35 par; 10, 43.45 par; 15, 41 par; Mt 25, 44); las mujeres que siguen y sirven a Jesús (cf. Mc 15,41; Lc 8, 1-3) son ministros del evangelio. Pero en un momento dado ese nombre toma un sentido específico, como expresión de un ministerio nuevo, junto al de presbíteros/obispos de 1Ti 3, 1-7:

 Lo mismo, los diáconos: dignos, sin doblez, no dados al mucho vino, ni amantes de ganancias torpes, guardando el misterio de la fe con limpia conciencia. Que también éstos sean probados primero y luego actúen como diáconos, si son irreprensibles. Lo mismo las mujeres: dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo. Los diáconos sean maridos de una mujer, que gobiernen bien sus hijos y sus propias casas. Pues los que han servido bien de diáconos obtienen para sí un lugar honroso y gran confianza en la fe en Cristo Jesús (1Tim 3, 8-13)[9].

     Al principio, el servicio o diaconía no era un ministerio, sino esencia de la vida cristiana. Pero después la iglesia ha organizado ciertos servicios y ha creado diáconos especiales, para bien de la comunidad, siguiendo el modelo de otros grupos del tiempo (ciudades y asociaciones, sinagogas y templos), que tenían servidores o criados para funciones comunitarias. En principio, se podía afirmar que la iglesia no necesitaba servidores, pues todos los cristianos lo son. Pero la complejidad de la vida, con la asistencia a huérfanos y viudas y la comunión económica (mesas), los hizo necesarios (cf. Hech 6, 1-6).

              Estos diáconos (criados y ecónomos) de las comunidades formarán pronto un grupo preciso de ministros de la iglesia. Es normal que se les pida fidelidad económica y personal (que sean personas de confianza). Todo nos permite supones que diaconisas, como después en la iglesia de oriente (en especial para el bautismo de mujeres), aunque el contexto patriarcal nos invita a ser cautos, pues texto podría referirse a las esposas de los diáconos. Sea como fuere, esta iglesia ha perdido la libertad de Jesús (presente en Pablo, Marcos y Juan) respecto a las mujeres: así reaparecen y aumentan las diferencias de varones y mujeres, marcando así el camino de la iglesia posterior:

 −Las mujeres tienden a aparecer como mujercitas, en el sentido peyorativo del término. Los "buenos" obispos patriarcales les tienen quizá miedo: no saben cómo interpretar su libertad y actitud de autonomía y por eso se oponen a sus pretensiones, condenándolas sin molestarse en escucharlas (cf. 2Tim 3, 6-7).

 −Las mujeres callen en la iglesia (1Tim 2, 11-15). Ellas aparecen como sexo pecador: han pervertido a Adán; por eso están condenadas al silencio comunitario, sometiéndose a sus maridos, que aparecen como portadores de la palabra de Dios para ellas. En esta línea se sitúa la glosa de 1Cor 14, 33-36.

 −Viudas servidoras (1Tim 5, 3-16). Ciertamente, el autor de 1Tim reconoce la existencia de un "orden" de viudas que sirven en la iglesia, pero reacciona ante ellas a la defensiva: han de ser mayores de sesenta años, bien probadas; las más jóvenes han de casarse de nuevo, para no dar escándalo a la iglesia y fuera de ella.

      Estos textos reflejan una actitud antifeminista, que irá creciendo en la iglesia posterior, que se volverá en este campo más dura que el mismo entorno judío y helenista (romano), de manera que muchas mujeres de aquel tiempo perdían libertad haciéndose cristianas. Es evidente que esta visión de Pastorales no puede seguir definiendo nuestra actitud ante las mujeres, en plano de doctrina (muchas mujeres enseñan hoy en la iglesia) y dirección comunitaria (ellas han de acceder a todos los ministerios, como he destacado en otro lugar: Hombre y mujer, 275-300). Por eso, más allá de Pastorales, debemos recuperar la actitud de Jesús y de Pablo, quien (a pesar de la ambigüedad de algunos de sus textos) concedía autonomía personal a las mujeres, haciéndoles capaces de vivir en libertad (sin casarse) y de enseñar el evangelio a sus maridos (cf. 1 Cor 7, 1-40; 11, 1-15).

Conclusión. El carisma paulino pervive en Pastorales, pero sus autores parecen tener miedo de un tipo de libertad cristiana (quizá por temor al gnosticismo). Por eso apelan a la autoridad patriarcal, tanto en línea de tradición (mantener lo dado) como de organización (obedecer a presbíteros, obispos), para establecer las iglesias como grupos honorables, con orden y limpieza administrativa, siguiendo el ejemplo del buen judaísmo (retornan a un tipo de ley, que Pablo había superado) y el testimonio del imperio romano, sistema eficiente de personas y pueblos, vinculados en una ecumene o espacio de comunicación social.

     En esa línea, la iglesia empieza a suscitar una administración en cuya base sigue estando el ideal evangélico y la urgencia misionera de Pablo, pero donde se vuelve primordial un tipo de organización parecida a la que existe en el entorno. Lógicamente, la Pastorales no promueven un tipo de misión cristiana directa (en ella no hay apóstoles), ni la experiencia inmediata de Jesús (no hay profetas), sino que mantienen el depósito de la fe, la buena doctrina de la tradición, con unos ministerios buen estructurados[10].

     El proceso de organización institucional ha empezado: los ministerios de la iglesia se entienden a la luz del sistema de honor social romano. Tanto presbíteros-obispos como diáconos son honorables patriarcas de la casa eclesial y el evangelio queda integrado en la tradición jerárquica del entorno. Ciertamente, la novedad mesiánica sigue al fondo, como fuerza de transformación gratuita, igualitaria, en claves de comunión personal. Pero la iglesia se integra en el contexto patriarcal, de manera que las notas de buena armonía y estructuración cobran cada vez más fuerza en un camino que culminará cuando la iglesia se instituya como un tipo de “sociedad perfecta”, de tipo religioso, con elementos “imperiales”[11].

Esta Cartas Pastorales abre un camino necesario de “organización ministerial” al servicio de las comunidades, y en esa línea pueden y deben ayudarnos en el momento actual (año 2019),cuando la Iglesia está buscando y ensayando formas nuevas de testimonio y acción evangélica en el mundo. Algo semejante a lo que hicieron los autores de estas cartas ha de hacerse en nuestro tiempo, recreando los ministerios en forma no patriarcal, ni jerárquica, ni sacerdotal en el sentido posterior del término. En esa línea, las Cartas Pastores son un tesoro esencial para la visión y vida de las iglesias.

NOTAS DE LA SEGUNDA PARTE

[1] He desarrollado el tema en Dios y el dinero, Sal Terrae, Santander 2019. Cf. Campbell, Elders; Campenhausen, Ecclesiastical; M. Guerra, Epíscopos y presbíteros, CSIC, Madrid 1962; E. Käsemann, "La fórmula neotestamentaria de una parénesis de ordenación", en Ensayos Exegéticos, Sígueme, Salamanca 1978, 123-131; MacDonald, Comunidades, 235-328; R. I. Pervo, Pablo después de Pablo, Sígueme, Salamanca 2012; Roloff, Kirche, 250-268; Apostolat,236-270; Schlier, Eclesiología, 187-195; E. Schüssler F, En Memoria de Ella, DDB, Bilbao 1989, 339-351; D. C. Verner, The Haushold of God: the Social World of the Pastoral Epistles, Scholars, Chico CA 1983; Vielhauer, Historia, 231-253.

[2] Pablo había defendido ese derecho con la cita de 1Tim 5,18 (no pondrás bozal al buey que trilla: 1Cor 9, 1-18; cf. Dt 25, 4), pero no quería utilizarlo para no poner impedimento al evangelio. El mantenimiento de los ministros de la iglesia se ha podido realizar de varias formas. 1. Intercomunicación mesiánica (cf. Mc 6, 6-12 par). Cada creyente ofrece colabora a su manera, todo se comparte (cf. Mc 10, 29-31: ciento por uno). Este no es modelo de mendicidad, sino de división de funciones y comunicación no salarial: el misionero no está obligado a un trabajo económicamente productivo, pues todos comparten palabras y haberes. 2. Servicio eclesial gratuito, con trabajo exterior retribuido (1 Cor 9). El misionero ganará con otro oficio su salario (Pablo teje lonas o telas de cabra), realizando la función eclesial en el tiempo libre, como ha seguido haciendo el rabinato judío (los grandes maestros han sido trabajadores manuales) y el monacato cristiano más antiguo. 3. Servicio retribuido. Modelo salarial. Aparece en nuestro texto (1Ti 5, 18): la iglesia paga con sus medios a quienes trabajan para ella, con dedicación permanente; este modelo ofrece ventajas, pero corre el riesgo de profesionalizar las tareas de evangelio.

[3] El tema del salario ministerial marcará profundamente a las iglesias, vinculando los ministerios a un honor que puede terminar traduciéndose en forma económica y creando un “ordo” de cristianos superiores.

[4] La tarea eclesial se ha hecho apetecible, pues la función es hermosa (kalôs) y exige candidatos adecuados por su vida y familia (hombres de paz, bien casados), capaces de realizar un servicio social (hospitalidad, enseñanza). La comunidad es una familia extensa y el obispo ha de ser marido-padre de todos los cristianos.

[5] Cf. B. Rawson (ed.), The Family in Ancient Rome, Helm, London 1986; L. M. White, Building God's House un the Roman World, J. Hopkins UP, Baltimore 1990.

[6] Cf. B. E. Thiering, "Mebaqqer and Episkopos in the light of the Temple Scroll": JBL 100 (1981) 59-74.

[7] Como había hecho en Éfeso (según Hech 20), Pablo confía su tarea, por medio de Tito, a los presbíteros, que sobresalen por sus buenas relaciones familiares: sólo un "patriarca" probado en matrimonio y paternidad puede presidir la iglesia. Se supone que los (algunos) presbíteros actúan como obispos y se les piden cualidades que aparecían en 1Tim 3, 1-7: han de ser hombres de paz (capaces de establecer la iglesia sobre bases dialogales), de acogida (deben distinguirse por su hospitalidad) y palabra (pueden aprender y enseñar, como dirigentes de una escuela de vida cristiana)

[8]Cf. H. W. Beyer, "Diakoneô": TWNT 2, 81-93; K. Hess-L., "Servicio": DTNT IV, 212-221; J. N. Collins, Diakonia: Re-interpreting the Ancient Sources, Oxford UP, New York 1990

[9]Aparecen junto a los presbíteros-obispos y han de tener sus cualidades. Se les pide, ante todo, que sean hombres de confianza, en palabra, comida (vino) y dinero. Han podido desear su función, como los obispos; para ejercerla deben superar una prueba. Las mujeres a las que alude el texto pueden ser diaconisas ellas mismas, o quizá mujeres de los diáconos. Sea como fuere, la iglesia asume así los principios y exigencias del honor social, que Jesús había superado, realizando así un tipo de inversión cristiana.

[10] Los presbíteros/obispos padres de la casa eclesial, acogen y enseñan. En la línea de Hech 6, son servidores de la palabra/oración. Por ahora es difícil distinguir la función colegiada de los presbíteros (tradición y estabilidad comunitaria) y la individual de los obispos (acogida y predicación de la palabra). Los diáconos son funcionarios de la comunidad y/o servidores de su acción social; la misma comunidad suscita servidores, que: pueden aparecen como subordinados a los obispos o acabar convirtiéndose en dirigentes principales de la iglesia

[11] Estas cartas Pastorales no han precisado aún la identidad legal de los ministros, ni su autoridad jerárquica, ni si misión sacerdotal, cosa que se hará en los siglos siguientes, en línea monárquica y/o sacerdotal, que nos sitúa ya fuera del Nuevo Testamento y del origen de la Iglesia.

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