Temas de merced 4. La paz es palabra

Ayer, 19 del IX, introduje este post. Pero un "duende" se lo llevó. No he logrado encontrar una copia en el google. No lo había conservado en mi disco duro. Por eso lo rehago, pues forma parte de los nueve o diez días de paz que estoy desarrollando. Decía ayer que la paz es palabra y así lo sigo diciendo ahora, a pesar del refrán: obras son amores y no buenas razones. La palabra de paz de la que hablo aquí no es una "razón" (en el sentido de razonamiento), no es ni siquiera una "palabra de pacto" (en el sentido de hacer las paces), sino la experiencia radical de comunicación, como escucha y diálogo, es decir, como vida compartida. En ese sentido se puede y debe hablar de hacer la paz en el sentido evangélico de los pacificadores, es decir, los hacedores de paz por la Palabra, según la bienaventuranza. Por eso, la primera merced es dar y acoger la palabra que es paz y libertad para los hombres y mujeres, su mayor tesoro. Sólo es de verdad rico quien es palabra.

Introducción


Los objetivos anteriores (paz económica y militar) sólo son posibles a través de la palabra, como supone y proclama el evangelio. La autoridad de la Iglesia no es el dinero, ni el ejército (cf. Hech 3, 6), sino la comunicación personal sanadora, pues sólo esa comunicación convoca y vincula a los hombres y mujeres, haciéndoles capaces de entenderse y así de convivir. En esa línea, debemos añadir que la paz de la Iglesia se expande desde el principio y centro de la vida específicamente humana, definida por la comunicación verbal y afectiva, como paz que no se logra con medios coactivos, sino con la palabra, que potencia y gratifica, que perdona y vincula amorosamente a los hombres y mujeres, haciéndoles capaces de vivir en felicidad compartida .


He desarrollado el tema básico en Dios es Palabra, Sal Terrae, Santander 2003. Sobre el poder sanador y pacificador de la palabra, cf. B. ANDRADE, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerigmática, Secretariado Trinitario, Salamanca 1999; M. HENRY, Encarnación. Una filosofía de la carne, Sígueme, Salamanca 2001; Yo soy la verdad. Para una filosofía del cristianismo, Sígueme, Salamanca 2001. He querido desarrollar mi argumento a partir de los evangelios de Marcos y Juan.
En este contexto, quiero evocar el libro clásico de K. RAHNER, Oyente de la palabra, Herder Barcelona 1967. Hay un código lingüístico de fondo que se expresa en muchos idiomas particulares y en una variedad prácticamente infinita de conversaciones y comunicaciones. Pero a través de todas ellas se trasmite y despliega un mismo camino de humanidad, hecha de diálogos abiertos (o rotos). Sólo en ese contexto de conversación (donación de palabra y afecto) pueden surgir nuevos seres humanos, naciendo a la vida personal y a la paz, desde la Palabra.


De la palabra nacemos y vivimos.

El hombre sólo existe (nace y se despliega) al interior de una comunión verbal, hecha de vinculaciones múltiples. Ya existía una red de relaciones entre todas las realidades, en plano físico (energético) y vital, de tal forma que la misma realidad podía interpretarse como comunicación, tanto en plano macro-físico (estrellas) como micro-físico (mundo subatómico). Esa red parecía culminar en las conexiones de tipo sexual, alimenticio y laboral de algunos animales, capaces de establecer vínculos sutiles de apareamiento y organización, a través de signos y movimientos muy desarrollados. Pero sólo con el homo sapiens ha nacido el verdadero lenguaje, separado de las necesidades inmediatas de alimentación-reproducción, un lenguaje cuya finalidad consiste en vincular simbólica y personalmente a los hombres.

Ésta ha sido la mutación antropológica: hombres y mujeres han nacido y se han desarrollado como vivientes, distintos de todos los restantes que nosotros conocemos, a través de un tipo nuevo y específico de comunicación verbal y afectiva, que les hace personas, capaces de crear una paz más alta (o de matarse todos en una guerra sin fin). Por eso decimos que los hombres (los niños) nacen no sólo de la sangre y vida de los padres, sino también, y sobre todo, de su palabra de llamada y comunicación. Hombres y mujeres se definen como seres que reciben (escuchan, acogen) la palabra. De ella nacen (no por pura biología), por ella se transmiten la vida y la comparten .

Guerra de palabras: Santiago

La primera violencia (Abel y Caín: Gen 4), nació de una palabra fracasada, de una carencia de comunicación y esa carencia o rechazo de la comunicación sigue pesando como fondo y principio de todas las violencias, dentro de un mundo duro, donde corremos el riesgo de que se imponga sobre todos un pensamiento único (dominador), que impida crear redes pacíficas, como sabe la Carta de Santiago:

Si alguno no ofende en palabra, éste es hombre cabal, capaz también de frenar al cuerpo entero…. La lengua es un fuego; es un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y es la que contamina el cuerpo entero. Prende fuego al curso de nuestra vida, y es inflamada por el infierno. Pues fieras y aves, reptiles y criaturas marinas de toda clase pueden ser domadas, y han sido domadas por el ser humano. Pero ningún hombre puede domar su lengua; porque es un mal incontrolable, llena de veneno mortal… Ésta no es la Sabiduría que desciende de lo alto, sino que es terrenal, animal y diabólica; porque donde hay celos y contiendas, allí hay desorden y toda práctica perversa. En cambio, la sabiduría que procede de lo alto es primeramente pura; luego es pacífica, tolerante, complaciente, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial y no hipócrita. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz (cf. Sant 3, 1-18) ((Cf. L. T. JOHNSON, James 3:13-4:10 and the Topos peri fzonou, Novum Testamentum 25 (1983) 327-347))


Ésta es la sabiduría que proviene de la lengua, es decir, de la palabra que no ofende, sino que dice y escucha con justicia y misericordia, haciendo la paz. Es grande el riesgo de la lengua mala, origen de todos los pecados (en la línea de Rom 1, 18-32). Pero Santiago sabe que hay también una lengua buena, relacionada con la Sabiduría de la Palabra, propia de aquellos que hacen la paz (poiousin eirênên: Sant 3, 18), siendo pacificadores (eirênopoioi: cf. Mt 5, 7). Desde ese fondo queremos evocar la función de Jesús como creador de paz.

Sembrador de Palabra.

Los evangelios le presentan como Mesías/Palabra (Logos), en un proceso de profundización fascinante, que puede empezar en Mc 4 (Palabra de siembra) y culminar en Jn 1, 14 (la Palabra se hizo carne). Él es sembrador de la Palabra, no sólo de palabras que pueden manipularse o caer bajo el dominio de algunos (cf. Mc 4, 14). Cierta teología posterior ha podido entender esa Palabra en sentido metafísico, viendo a Jesús como el Logos ontológico e intemporal (estoico o platónico), pero ella es Palabra encarnada, histórica y creadora, y de esa forma se siembra y da fruto.

La Palabra se siembra en tierras distintas, pero es siempre una, siendo múltiple. La Palabra es Dios que se revela en la vida de los hombres y mujeres en forma de comunicación. De ella nacemos, en ella somos, por ella renacemos. Fuera de ella no tenemos verdad ni salvación posible, ni siquiera humanidad. Ella es la raíz de la paz cristiana, la Alianza originaria y, de esa forma, suscita un movimiento de unificación universal, de manera que en torno a ella se abre un espacio para todos, en el corro de su iglesia (cf. Mc 3, 31-35). Esto es lo que Jesús ofrece, ésta es la riqueza que trasmite a los hombres y mujeres: la palabra que les permite comunicarse y vivir unos en otros. Los seguidores de Jesús alcanzan así su identidad: son los que entienden y comparten la Palabra, frente a los de fuera que no quieren compartirla: no entienden ni se entienden (cf. Mc 4, 33-34). Éste es en el fondo el único dogma de la Iglesia: la fe en la comunicación, la comunicación activa, pacifica, amorosa .
Todos los que aceptan la Palabra como principio de convivencia gratuita y de paz son y pueden llamarse cristianos. Jesús siembra la Palabra sobre el ancho campo del mundo, pero los hombres pueden negarse a recibirla, cerrándose en el puro poder o la violencia. Cristianos (mesiánicos) son los que viven desde la Palabra.

¿Contenidos de la Palabra básica de Jesús?

El único dogma (teórico y práctico) es la Palabra y, en esa línea, Marcos y Juan (y Pablo) suponen que los contenidos (en plural) son secundarios, pues la misma Palabra es su contenido: que los hombres y mujeres se comuniquen en paz, dialogando, de un modo gratuito. En ese sentido, debemos recordar que Jesús no ha discutido sobre verdades aisladas. Él no ha creado una biblioteca, como los esenios de Qumrán, pues los elementos centrales de su enseñanza no exigen biblioteca; tampoco ha comentado la Biblia con discusiones de detalle, pues el contenido de su Biblia es la comunicación de amor entre todos los hombres y mujeres, partiendo de los pobres.

No ha querido crear otra religión, ni ofrecer revelaciones secretas, antes ignoradas, sino que ha vivido en plenitud la experiencia de la comunicación, desde su pueblo (Israel), ofreciendo una palabra de gracia sanadora y comunicación donde cabían todos, en aquel momento y circunstancia, partiendo de los pobres de la Galilea marginada. Las cosas que decía, por aislado, eran conocidas, todos los elementos de su mensaje se habían dicho ya y se hallaban al alcance de cualquiera. Y, sin embargo, sólo él fue capaz de formularlos y vivirlos como Palabra de encuentro universal, concretada en tres “palabras”: Padre, tú, nosotros:

a. Abba, Padre. El Dios de Jesús no es Zeus, ni Osiris, sino aquel a quien todos pueden llamar “padre” (padre/madre), en su propia lengua, porque es principio de comunicación universal. Para muchos de entonces (y de ahora), la religión permite subir místicamente a la altura supra-humana, o cumplir unas normas sacrales y/o sociales. Pues bien, en contra de eso, como niño que empieza a nacer, hombre que ha vuelto al principio de todo (cf. Mc 10, 6), Jesús se atreve a situar su vida y la vida de aquellos que le escuchan en las raíces de Dios, a quien descubre y llama ¡Madre, Padre!, para así entender y asumir (recrear), de forma nueva, las relaciones y deberes de los hombres entre sí, a través de la palabra compartida (cf. Mt 11, 25-27). Cristianos son aquellos que, como el Jesús “manso” (prays) de Mt 11, 29, son capaces de decir “Padre”, heredando y compartiendo la tierra, desde su mansedumbre (cf. Mt 5, 5). La singularidad de esta palabra (Abba) es su falta de singularidad. No es una formulación secreta, cuyo sentido deba precisarse (como Yahvé en Ex 3, 14). No es una expresión sabia, de eruditas discusiones, que sólo se comprende tras un largo aprendizaje, sino la más sencilla, la que el niño aprende y sabe al principio de su vida, al referirse de manera cariñosa y agradecida al padre/madre, que es dador de vida.

b. Tú eres mi prójimo. Creer que Dios es “padre” significa descubrir que cada hombre o mujer es un “tú” (hijo de Dios) y comprometerse a favor de aquellos que no tienen nadie que les diga “tú” (que se haga prójimo de ellos). Jesús es aquel que dice “tú”, dirigiendo la Palabra a los expulsados de la palabra. No ha sido un pensador intimista, dedicado al cultivo de su experiencia superior, sino un hombre comprometido al servicio de los otros, especialmente de los pobres y expulsados del sistema, rechazados incluso por los sacerdotes y levitas (como muestra la parábola del Buen Samaritano, que es el propio Jesús: cf. LC 10, 30-37). Más que el valor infinito del alma en general (en sentido gnóstico o existencial, moralista o burgués), le ha interesado el bien de los otros en concreto, a quienes llama a la vida, llamándoles “tú”, haciéndose prójimo de ellos Se ha dicho a veces que el mensaje de Jesús se condensa en el descubrimiento del valor infinito del alma, como resaltaba A. VON HARNACK (1851-1930) en Das Wesen del Christentums (La esencia del cristianismo), el año 1900. Pero Jesús ha destacado más el valor infinito del otro, de cada uno de los otros. No ha venido a fortalecer el sistema (nación, pueblo unificado, sacerdocio…), sino a cuidar (curar, animar) a los otros en concreto y, muy en especial, a los expulsados del sistema, incapaces de mantenerse y vivir en aquellas condiciones económicas, sociales y culturales de Galilea e Israel. No ha sido un gnóstico (dedicado al encuentro y cultivo de Dios en el fondo del alma), ni un idealista o moralista (en una línea de moralidad burguesa), sino un hombre para los demás, alguien que ha sabido vivir y ha vivido dedicando su vida a los otros, como ha puesto de relieve una cristología de la pro-existencia (más que de la pre-existencia).

c. Nosotros somos: Iglesia. Del Padre-Dios y del tú-otro surge un nosotros donde nadie es puro “ello”, un objeto que se puede dominar (conquistar, manipular), sino que todos y cada uno siguen siendo un tú y un yo, en comunión de vida. Ciertamente, en nivel de sistema, los hombres y mujeres se hacen “ello”, un objeto. Pero en el plano del mensaje y de la vida de Jesús (en el centro del mundo de la vida), los hombres y mujeres siguen siendo siempre “yo-tú”, de manera que así forman (formamos) un “nosotros” donde nadie es pura cosa (un ello, un condenado o rechazado, un enemigo), pus todos siguen formando parte de mi yo. En ese sentido, toda violencia contra los otros es violencia contra mí mismo, pues los otros, como tales, nunca existen separados, sino que forman parte de nuestro “nosotros”, como seguiremos viendo, en especial al referirnos al amor a los enemigos. Advertirá el lector que estoy evocando a M. BUBER, Yo tú, Galatea, Buenos Aires 1956, pero vinculándolo a la propuesta de E. LÉVINAS, Totalidad e infinito, Sígueme, Salamanca 1995. Para todo lo que sigue, cf. B. ANDRADE, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerigmática, Sec. Trinitario, Salamanca 1999


La Iglesia, Palabra de paz .

Jesús ha sembrado la paz como Palabra y esa debe seguir germinando en la Iglesia, como indica Mc 4 (cf. Mt 13). En ese contexto podemos decir que ella es el “nosotros” que surge allí donde la Palabra originaria (Padre) nos enseña a decir “tú”, manteniendo siempre con el tú unas relaciones personales, un “nosotros” en el que nadie sea puro otro (enemigo).

a. La Iglesia es un Dialogo donde todos los hombres y mujeres son Palabra (participan de ella), sin que nadie imponga su palabra sobre otro (no hay en ella puro otro). Por eso, la paz cristiana no es ausencia de guerra, sino experiencia de comunicación siempre amorosa y abierta a los otros. En esa línea, la Iglesia no es un parlamento de opiniones contrastadas, que reflejan intereses de diverso tipo, sino expresión de la Presencia más alta de la Gracia, que convierte a los creyentes en Palabra compartida. Los creyentes son Iglesia (existen como tales) al decirse unos a otros, comunicándose la Vida, en intercambio gratuito de afecto y realidad (en un Nosotros que es el mismo Espíritu de Dios). La Iglesia es ante todo un lugar de diálogo, donde todos pueden ser y vivir, haciendo vivir a los otros (que son siempre “tú” dentro de un nosotros) y de esa forma ella misma es Diálogo. Siguiendo en esa línea, decimos que los cristianos son Iglesia (=convocación) desde la Palabra, que se vuelve transparente en ellos, capacitándoles para ser y decirse de un modo directo, yo-tú, haciéndose Diálogo (Nosotros) en una conversación donde nadie queda expulsado, sino que todos “son” al decirse unos a otros, compartiendo su realidad (no argumentos racionales).

b. La Iglesia es Diálogo encarnado en el Pan compartido. Así decimos que ella se concretiza y expresa en la Eucaristía, entendida como memoria celebrativa de Jesús y comida real, en el doble sentido interior (comunidad hacia adentro) y expansivo (comunidad abierta a los de fuera). Es necesaria la unidad orante, en un plano de misterio; pero si no desemboca en la unidad de mesa (palabra y comida, diálogo y canto) ella se devalúa. No se puede empezar buscando la paz a través de estrategias, de alta o baja política, pues ella sólo nace allí donde los hombres y mujeres comen juntos, recordando de esa forma al Cristo, en una comida real y tendencialmente universal, que se abre a todos y de un modo especial a los más pobres. Éste es el doble reto de la Iglesia en el camino de la paz .

((Sobre el trasfondo teológico de las afirmaciones anteriores, cf. H, MÜHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia, Secretariado Trinitario, Salamanca 1998 (= Una Mystica Persona. Die Kirche als das Mysterium der Identität des heiligen Geistes in Chrístus und den Christen: Ene Person in Vielen Personen» Paderborn 1964); Der Heilige Geist als Person. In der Trinität, bei der Inkarnation und im Gnadebund, Aschafendorff, Münster 1966)).



Éste es el milagro de la Iglesia. Por eso, ella debe pasar de la jerarquía que dice palabras desde arriba, para que los demás las escuchan (iglesia sagrada, obediencia impositiva), a la Palabra compartida por todos los creyentes, que se comunican, de un modo vital y personal. Unos cristianos que no comparten la palabra, sino que luchan entre sí (o contra otros hombres y mujeres), han dejado de creer en el evangelio, por más que acepten ciertos dogmas y se llamen ortodoxos. Una Iglesia que utiliza un tipo guerra para expandirse ha dejado de creer en la Palabra, que es Jesús y, en el Nosotros del Espíritu ((La Iglesia ha conservado la ortodoxia conciliar (muy válida) y la continuidad estructural (sucesión apostólica), pero ha corrido a veces el riesgo de perder su identidad, que es el mismo Jesús, Palabra encarnada en un Diálogo siempre mantenido, donde unos hombres y mujeres se regalan la vida y la comparten. Allí donde algunos (jerarcas o no) detienen el diálogo para apelar a otras razones (de tipo impositivo, sean cuales fueren), estrictamente hablando, ellos dejan de ser cristianos (aunque la Palabra que es Jesús les siga llamando y acogiendo). Parece que cierta Iglesia no ha creído del todo en la Palabra de Jesús (en el diálogo pacíficador, entre todos los hombres y mujeres) y por eso ha utilizado palabras de fuerza, justificando incluso la violencia militar)).
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