Verdadero erotismo: Dios-amor encarnado en la carne de los hombres

El tema del falso misticismo, como degeneración del amor y manipulación  erótica (=pornográfica)  ha sacudidos un tipo de conciencia católica, salpicando a ciertos “medios” con aires inquisitoriales, como he mostrado en RD y en FB. Cf. 3.01.24 (Rota y Caso Garrido) y 14.01.24 (caso V. Fernández, Doctrina de la fe).

No quiero volver a la “letra” maliciosa, sino defender en ambos casos lo que es necesario defender, partiendo de la revelación bíblica y de la tradición cristiana, representada por San Juan de la Cruz, Doctor supremo del Amor-cristiano, entendido como erotismo de Dios. Presento hoy la primera parte de mi reflexión. Dejo la segunda para dentro de dos o tres días.

AMOR DE HOMBRE, DIOS ENAMORADO. SAN JUAN DE LA CRUZ: UNA ALTERNATIVA ...

Introducción

 La tradición cristiana ha dicho siempre que Dios es amor, pero a veces (desde el neo-platonismo antiguo hasta cierta mística modernos), muchos han separado del amor del mundo (especialmente expresado en formas de erotismo en gratuidad)mundo y así lo ha desencarnado, por influjo maniqueo o por miedo a la vida. Pues bien, asumiendo las intuiciones fuertes de la Biblia, desde la experiencia de Jesús, quiero entender a Dios como Amor que se encarna en la carne de los hombres.

El amor no es un signo externo de Dios, sino Dios en nosotros. No es puro espíritu, en contra de la carne, sino la experiencia total de la vida que es gracia, don compartido y gozado con otro (con otros)[1]. Poder enamorarse, perdiendo así la libertad para ganarla en el amado o en la amada: eso es para los cristiano creer en Dios.

Así lo ha mostrado San Juan de la Cruz, en su Cántico Espiritual[2], presentando a Dios como fuente/deseo de amor y al creyente como buscador apasionado/enamora de Dios.. Situados a esta luz, los problemas clásicos de la teodicea (sentido del dolor, mal en el mundo), no quedan superados ni negados, pero reciben un sentido más hondo. Los hombres están «hechos» (llamados) para amar en el dolor, de forma apasionada, bella. En ese camino de pasión puede decir, el amante enamorado: ¡Hay Dios![3].

  Teodicea enamorada  (Cant 1-12)

EJERCICIO DE AMOR. RECORRIDO POR EL CANTICO ESPIRITUAL DE SAN JUAN DE ...

 En un sentido, Juan de la Cruz (= SJC) conserva una visión platónica del amor  y del ascenso amoroso hacia las realidades superiores (cielo). En otro sentido, se adelanta a la visión moderna (kantiana) del hombre, como ser que cuestiona su camino, pero no por imperativo de ley, sino por gracia de amoro encuentro enamorado.

De esa forma desarrolla la más intensa teodicea de la gratuidad, mostrando que Dios se despliega y revela allí donde hombres y mujeres pueden amarse, por encima, no en contra, sino en la base del verdadero erotismo, que es signo y presencia de amor: Es Eros siendo Agape, como sabe la teología cristiana, desde Orígenes y Gregorio de Nisa hasta Benedicto XVI, Dios es amor[4].

El creyente/amante enamorado  o quiere resolver problemas abstractos, ni ofrecer visiones generales sobre el amor, sino cantar (narrar) poéticamente el camino de su vida, como encuentro enamorado. De esa forma, desde la tradición bíblica y humanista, ha razonado y elaborado SJC su experiencia enamorada, elaborando una teodicea testimonial y poética, confesional y estética, que desborda el nivel de la ley y del razonamiento intelectual, como indicaré evocando las primeras estrofas del Cántico B (=Cant)[5].

Juan de la Cruz no quiere demostrar la existencia de Dios  como la ontología clásica, ni postular a Dios como premio por el deber cumplido  como Kant, sino que ofrece el testimonio enamorado de su encuentro con Dios.

Tan grande es la pasión amorosa de Dios que en ella recibe su sentido la pasión humana, quedando así transfigurado el dolor y el mal que muchos toman como crítica suprema contra Dios. SJC no responde a esos críticos con argumentos filosóficos; hace algo más hondo, canta su amor:

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Principio de amor: «¿Adónde te escondiste / Amado y me dejaste con gemido?» (Cant 1). El a priori de Platón eran las ideas eternas, contempladas en un mundo superior (anterior), cuyas sombras advertimos aquí abajo. Kant quiso estudiar el a priori de las estructuras de la mente, capaz de conocer-actuar-sentir.

SJC ha destacado el a priori del amor del que nacemos: Del amor que somos y debemos alcanzar en este mundo (no saliendo de él, como quería Platón). Porque nos han hecho capaces de amar y buscamos al Amado, sabemos que hay Dios. Eso significa que existe, antes de todo deseo o palabra, un encuentro primero, que no se puede contar en la historia o como historia, porque es anterior a ella y la pone en movimiento.

Ha existido un impulso, una llamada o mirada precedente, un a priori o proto-historia, que es fuente de todo lo que existe. Del amor venimos, por el amor hemos sido despertados a la existencia humana, y por eso lo buscamos, de manera que somos en concreto un gran deseo, tensión suma de amor. Sentido y principio, impulso y meta de nuestra tensión de amor, eso es Dios para SJC[6].

Entendimiento de amor: riesgo y belleza del mundo (Cant 2-3). El amor es lo primero y sólo por su herida podemos comprender y recorrer la vía del conocimiento del Amado, desde los dolores y riesgos del mundo. No estamos aislados en amor, no somos solitarios. Por eso, debemos empezar pidiendo la ayuda de aquellos que saben o tienen experiencia: «Pastores los que fuerdes / allá por las majadas al otero; / si por ventura vierdes / aquel que yo más quiero / decidle que adolezco, peno y muero» (Cant 2).

Pastores son los que se afanan guardando el ganado de la vida (entes concretos, no el ser de Heidegger) sobre el mundo. Ellos no resuelven la pregunta del Amante, pero son sus aliados, en una geografía de inquietud que va de las majadas (lugar de reunión y fatiga) al otero (altura de amor). Van y vienen, organizan quizá el mundo (ganados de la vida), pero no saben decir lo esencial. Por eso, el amante continúa: «Buscando mis amores / iré por esos montes y riberas;/ ni cogeré las flores / ni temeré las fieras / y pasaré los fuertes y fronteras» (Cant 3). Esta decisión y deseo de amor define su existencia, abre el camino de Dios, en un nivel de entendimiento[7].

Práctica de amor: acción enamorada (Cant 3). Sigue el deseo de amor como primer impulso de la vida. El hombre de Kant era voluntad auto-creadora: capaz de realizarse a sí misma, desde el imperativo, al servicio de la humanidad. Ciertamente, su estética abría un espacio de gracia, una experiencia de finalidad sin finalidad, sobre las leyes del mundo o de la mente, en línea de contemplación, pero acababa siendo secundaria respecto a las leyes de ciencia y moral: amor o belleza no podían centrar su filosofía. En contra de eso, SJC ha situado la acción de amor sobre toda ciencia y ley humana, antes de todo conocimiento y deber. Tienen su valor las muchas flores del camino, importa superar las fieras. Pero hay algo más valioso: la revelación y despliegue de amor en el camino. De esa forma, superando el nivel de lógica y moral, por puro amor, en experiencia radical de gratuidad, exclama y decide diciendo: Buscando mis amores, iré... (Cant 3)[8].

Creatividad de amor: estética del camino (Cant 4-5). Kant estudió la belleza en un tercer momento, tras teoría y praxis moral. SJC la coloca al principio del camino enamorado, pues ella expresa y despliega el entendimiento verdadero. Por eso, el hombre que va buscando sus amores (cf. Cant. 3) pregunta a las cosas más bellas:«¡Oh bosques y espesuras / plantadas por la mano del Amado! / (Oh prado de verduras / de flores esmaltado! / Decid si por vosotros ha pasado» (Cant 4).

Lo que otros ven como campo de miedo o confusión (bosques y espesuras), es para el Amante espacio de belleza. Signo y presencia del Amado-jardinero son los árboles y plantas de la tierra. El amor tiene ojos para ver y lengua para preguntar, tanto a las realidades impenetrables (bosques y espesuras) como a las que parecen más abiertas a los ojos y pies del caminante (prados y flores). El amor proyecta y descubre en las cosas su belleza, pues ellas son signo y presencia de Amado, prenda de Dios, y así se les puede preguntar: decid si por vosotros ha pasado[9].

Herida de amor: enfermedad y salud (Cant 6). El amor es camino integral, espacio de belleza, como saben las estrofas anteriores. Pero también es camino de dolor y búsqueda, deseo de mayor belleza, pues anhela plenitud o eternidad. Por eso, el Amante se duele pidiendo: «¡Ay! ¿quién podrá sanarme? / Acaba de entregarte ya de vero. / No quieras enviarme / de hoy más ya mensajero, /que no saben decirme lo que quiero» (Cant 6). Con una herida de amor comenzaba el poema (Cant 1) y ella sigue influyendo en su trama.

 El amante es enfermo de amor, no para morir y acabar, sino para curarse y vivir. La misma dolencia es medicina de salud. Sin la herida de amor, el hombre moriría, no sería persona, volvería a su pasado prehumano. Ella le mantiene activo, haciéndole capaz de escuchar la voz de los mensajeros, cuyos mensajes de belleza son necesarios, como signo de amor que va llamando a los hombres, pero al fin resultan insuficientes: no saben decir al Amante lo que deben. En este lugar de grandeza y limitación, que las estrofas siguientes interpretan como vida y muerte de amor, se formula la pregunta clave de la teodicea, el paso de los mensajeros al Dios del mensaje (Cant 8-11).

Comunicación de amor: antropología compartida (Cant 7). En un sentido, el amor es soledad radical y radical desprendimiento (cf. Cant 35-36); pero en otro sentido el amor es comunicación plena, pues hace que el hombre se abra al mundo (belleza) y de un modo peculiar a otros seres humanos, varones y/o mujeres. En un primer nivel, sobre el escenario compartido de la naturaleza, sólo hay dos protagonistas (Amante y Amado), sin más influjos ni presencias. Pero el camino se llena después de evocaciones: El Amante llama en su ayuda a los pastores (Cant 2) y después a otros testigos (jóvenes, compañeros del ejido: Cant 25, 29 etc), que le responden evocando un misterio de amor:«Y todos cuantos vagan / de ti me van mil gracias refiriendo, / y todos más me llagan, / y déjame muriendo /un no sé qué que quedan balbuciendo» (Cant 7)[10].

Teodicea de amor, experiencia cristiana (Cant 8-12). Todo amor, pero especialmente el de dos enamorados que comulgan/comparten su existencia, es parábolade Dios, presencia de misterio. Vivir es aprender a querer, vivir intensamente es querer con intensidad. Por eso, la existencia humana es una inmensa paradoja: ¿Cómo mantenernos así, tan limitados, si sabemos que el amor nos llama y lleva a la presencia del Amado?

El hombre sin amor se angustia ante la muerte, mensajera de la nada (Heidegger). El enamorado, en cambio, espera en el Amado que le recibe (y resucita como a Cristo). Por eso dice el canto: «Mas ¿cómo perseveras / ¡oh vida! no viviendo donde vives, / y haciendo por que mueras / las flechas que recibes / de lo que del Amado en ti concibes?» (Cant 8)[11]. Se inicia así un camino de profundo engendramiento. Las flechas del Amado matan dando vida. El enamorado está grávido de Dios: Lleva en el alma (en su existencia) la herida de amor que es medicina radical de la persona.

 Estos siete momentos condensan dramáticamente la teodicea de amor de SJC y constituyen la base de su antropología y teología. Hemos querido desarrollarlos sobre un fondo kantiano, para mostrar su novedad moderna, en la línea del argumento de este libro, superando así el vacío de amor que Freud había destacado. Ellos vuelven a ponernos en el centro de la teodicea israelita, tal como ha sido fijada por los profetas y por el Cantar de los Cantares. SJC mantiene elementos platónicos y medievales. Pero su inspiración es bíblica y moderna, postkantiana.

Juan de la Cruz sigue ofreciendo ofrece quizá la expresión más alta de una teodicea post-ilustrada y universal del amor enamorado, que asume el sentido del mundo y del nacimiento a la vida, respondiendo a las preguntas y cuestiones del dolor del mundo, del mal de la existencia. Quien ama sabe que la creación de Dios y el Dios de la creación tiene sentido, respondiendo con amor (no con razones teóricas) a las preguntas de aquellos que buscan y sufren[12].

NOTAS

[1] Del amor como revelación de Dios en la Biblia (Cantar de los Cantares) ha escrito el judío F. Rosenzweig, La Estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997, pp. 246-252, las páginas más bellas, superando un dualismo, que separa cuerpo y alma, enamoramiento y oración En esa línea he querido evocar San Juan de la Cruz.

[2] El amor tiene otros rasgos (en línea personal, sexual y social), pero en su raíz es una experiencia teológica: «Amémonos Amados, porque el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios; el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1Jn 4, 7-8).

[3] Este amor apasionado, enamorado, está inserto en el proceso de una vida cósmica, definida por la fragilidad y la muerte. Por haberlo vivido y entendido a sí, queremos presentar a San Juan de la Cruz como testigo máximo de una modernidad que sólo puede cumplir sus promesas si se deja transformar en amor, superando el puro pensamiento (Descartes) y ley moral (Kant).

La experiencia de amor enamorado es una revelación de Dios, que no niega el dolor, sino que lo asume, como indicaré acudiendo de nuevo a los temas básicos de mi libro El «Cántico Espiritual» de San Juan de la Cruz, Paulinas, Madrid 1992. Cf. J. Baruzi, San Juan de la Cruz y el problema de la experiencia mística, Junta de Castilla y León, Valladolid, 2001; G. Morel, Le sens de l'existence selon Saint Jean de la Croix, Aubier, Paris 1960/1961; M. Ofilada, San Juan de la Cruz: el sentido experiencial del conocimiento de Dios, Monte Carmelo, Burgos 2002; E. Pacho, San Juan de la Cruz y sus escritos,  Cristiandad, Madrid 1969;  F. Pepin, Noces de feu. Le symbolisme du «Cántico Espiritual» de Saint Jean de la Croix à la lumière du «Canticum canticorum» , Bellarmin, Paris-Montréal, 1972; S. Rollán, Éxtasis y purificación del deseo en San Juan de la Cruz, Fundación Duque de Alba, Ávila 1992; F.  Ruiz Salvador, Introducción a San Juan de la Cruz. El escritor, los escritos, el sistema, BAC, Madrid, 1968, E. Stein, La Ciencia de la Cruz. Estudio sobre San Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos 1994; P. Thompson, El poeta y el místico. Un estudio sobre el «Cántico espiritual» de San Juan de la Cruz, Swan, El Escorial 1986; Id., Canciones en la noche. Estudio sobre san Juan de la Cruz, Trotta, Madrid, 2002; Vv.Aa., Actas del Congreso Internacional Sanjuanista I-III, Junta de Castilla León, Valladolid 1993.

[4]Se puede comparar a SJC con el último Kant, que intentaba culminar y en el fondo superar ciencia y ley moral (primeras Críticas), desde la experiencia de lo sublime, finalidad sin finalidad y pura admiración, en su Crítica del Juicio. SJC empieza allí donde acaba Kant, entendiendo la sublimidad de la belleza como gracia de encuentro enamorado. De esa forma asume, desde su experiencia amante, las páginas más hondas de la Biblia (profetas y Cantar de los Cantares) e interpreta a Jesús, como testigo del amor de Dios.

SJC vive inmerso en un orden de belleza ideal, casi platónica, pero él es ante todo un enamorado cristiano que interpreta el amor desde el encuentro personal, no como elevación y separación de lo sensible. Su filosofía es el mismo camino de su vida, planteado y recorrido de un modo gozoso y dramático, a través de una purificación de las facultades, entendimiento por fe, voluntad por amor, memoria por esperanza (Subida al Monte Carmelo).

[5]Kant suponía que la vida tiene sentido por imperativo o deber. El hombre busca lo universal (bien de todos), pero no alcanza la felicidad. SJC sabe que la vida despliega su sentido por el amor enamorado, centrado en Dios (= Cristo) y abierto a todos los hombres. Lógicamente, Kant debe exponer su pensamiento en forma teórica. SJC lo hace en poesía. 

[6] Puede pensarse que el primer amor nos ha sido dado por la madre (padres) y por aquellos que nos han ofrecido mirada, caricia y palabra, abriendo así para nosotros un camino de existencia que sólo en amor puede recorrerse. Pero al mismo tiempo el origen de ese amor nos desborda, transcendiendo lo que conocemos y podemos. Así salimos buscando y decimos «¿A dónde te escondiste Amado, habiéndome herido?». Esta herida de amor es el a priori universal, la ruptura antropológica.

El hombre no ha nacido de la idea (Hegel) o mímesis violenta (R. Girard), ni es pastor del ser (Heidegger), sino que nace de una llamada de amor:No sabemos cómo, no podemos explicarlo, pues las explicaciones vienen siempre en un segundo momento, pero es claro que Dios nos ha engendrado del amor y para el amor. Antes que razón pura y práctica, antes que saber de ciencia y hacer de moral, somos pregunta de amor, itinerario de encuentro enamorado.

[7] El mundo es búsqueda y camino para el enamorado. Ciertamente, es campo de trabajo (los pastores van entre majadas y otero), pero sobre todo es escenario de amor multiforme: Alturas y profundidades que el Amante debe recorrer (iré por esos montes y riberas); lugar de escisión, de gozos y peligros que pueden cautivarle (ni cogeré las flores, ni temeré las fieras); campo de riesgo y batalla, donde eleva sus signos la guerra (fuertes y fronteras). El Amante había preguntado a los pastores. Ahora no pregunta, se decide a recorrer los caminos del amor, sin que nada pueda detenerle, descubriéndose capaz de subir y bajar (montes-riberas), superando los riesgos personales (flores-fieras) y sociales (fuertes-fronteras).

La tradición aristotélica decía que el amor (poder de cohesión universal) mueve las estrellas. Aquí mueve sólo al Amante enamorado, que camina buscando y preguntando. Pudiéramos decir que conoce porque ama y quiere amar mejor, dentro de un mundo que es campo de belleza y riesgo donde se inicia y despliega un proceso de enamoramiento. En vez de razón pura hay aquí Razón Amante: El enamorado sabe y camina y así puede conocer y superar los riesgos de la realidad y de la historia militar (fuertes-fronteras).

[8] Este iré define la acción enamorada como búsqueda de Amado. Heidegger acentuaba la decisión de ser, como experiencia base que pone en pie al hombre (en línea existencial). SJC ha colocado al principio del camino este deseo y decisión de amor, que define al hombre como buscador enamorado. Este deseo y decisión están al principio de la vida humana, como gratuidad contemplativa, sobre todo imperativo de ley, como presencia del Amado, que despierta en amor al Amante. Así emerge por amor lo que Kant llamaba noumenon, realidad en sí, experiencia de gracia (ser en sí) que define al ser humano. Dios aparece vinculado a una decisión existencial de amor.

[9] El Amante había dicho no cogeré las flores (Cant 3) y ciertamente no las coge, pero pregunta; y ellas, las flores del prado y los árboles espesos, le responden: «Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura / y yéndolos mirando / con sola su figura / vestidos los dejó de hermosura» (Cant 5). El paso del Dios alto, Amor supremo, por los sotos o espacios inferiores define y configura lo que existe, es principio de la teodicea estética y Amante de SJC. En este contexto emerge la palabra clave: Hermosura. Descubrir y acoger esa hermosura del paso de Dios en las cosas constituye la tarea y gozo principal del hombre, es la belleza.

[10] Las noticias de la gracia del Amado, transmitidas por los que vagan, no contentan al Amante, pues el amor sólo se sabe (saborea y conoce) por encuentro directo. Estos vagantes de amor son testigos, más que simples mensajeros: Han superado el nivel de trabajo y faenas del mundo (como el Amante en Cant 28-29) y pueden hablar por experiencia. Así vagan  liberados del amor. Pero ni ellos pueden aquietar al Amante o curar su inquietud, pues él desea al Amado en persona. 

[11]  El canto había empezado con un ciervo fugitivo que hería al Amante (cf. Cant 1). El Amado es ahora flechador, conforme a la imagen del amor arquero: La herida de amor no es pecado, sino fuego que enciende en más deseo al Amante.

[12] Quien pueda cantar estos versos, expresando en ellos su trama personal, en una historia que tiende hacia las bodas del Cordero, podrá decir que hay Dios por una teodicea de experiencia. 

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