Jesús hizo campaña por el Reino de Dios. Pero "perdió" las eleccines y le mataron
Carl von Clausewitz (1780-1831) afirmaba que la política "democrática" era una continuación de la guerra, con métodos quizá menos armados, pero igualmente mortales, con mentira y engaño, opresión y violencia. Algo de eso sienten hoy algunos ante la guerra de Ucrania y ante la campaña de votaciones de España (23.J.23).
No desarrollo esa temática. Pero me ha parecido conveniente precisar desde ese fono algunos rasgos de la “campaña de reino” de Jesús de Nazaret. Propuso su mensaje, lo avaló con su vida y los delegados de Roma y del Templo de Jerusalé le condenaron a muerte a través de unas votaciones aparentemente limpias que se celebraron a mano alzada y grito pelado en la plaza de Jerusalén bajo la dirección de P. Pilatos.
| X. Pikaza

Proyecto político/mesiánico de Jesús. Cómo fue "democráticamente condendo" por un tribunal abierto de Jerusalén. El otro candidato era Jesús Barrabás. Triunfó limpiamente Bar-Abbás. Jesus fue condenado a muerte y ejecutado.
Le condenaron y mataron porque su vida y mensaje era un peligro para el sistema dominante del templo de Jerusalén y del Capitolio de Roma. Su palabra clave (derribaré este templo, destruiré este sistema fue el motivo principal de su condena a muerte
Jesús no quería que sus seguidores, empezando por los Doce, fueran sacerdotes de Templo ni gerentes de Imperio , sino animadores de vida común, al servicio de los pobres, enfermos y excluidos del sistema socio-económico
No vino a purificar el templo para reformarlo y consagrarlo de nuevo (como quiso el libro de Daniel), sino para anunciar su destrucción, anunciando la llegada de un santuario diferente, “no hecho por manos humanas” (cf. Mc 14,2 8). Ese templo de Jerusalén se hallaba entonces internamente vinculado con el sistema económico, ideológico y militar de Roma.
Jesús no tomó el templo por las armas, ni criticó sus sacrificios por falta de legitimidad legal (como hacían algunos de Qumrán), sino que dijo y realizó un gesto más hondo: Mostró que ese templo de Jerusalén, con las legiones y capital de Roma habían perdido su sentido.
Jesús vio el templo de Jerusalén y el Capitolio de Roma como signo de patología políticco-religiosa,engaño ritual al servicio de la opresión y de la muerte, controlada por los poderosos del sistema político-sacral.
En un sentido, la destrucción que Jesús anunciaba podría interpretarse como cambio de función: el templo perdería su carácter sacrificial y sus vinculaciones con el poder, para convertirse en lugar de encuentro orante para todos los pueblos, empezando por los pobres, en la línea de Ez 40-48.Pero no se trataba de un cambio de función, sino de una destrucción.
1. Jesús no quería tomar el poder como rey político- militar, en el sentido usual del término, como los macabeos o celotas. No se habría convertido en emperador o regente político, ni en sacerdote poderoso de una nueva religión . Ciertamente, él podría presentarse como “virrey”, delegado y representante de un Dios-Rey, pero no en forma patriarcal e impositiva, sino como madre-hermano-hermana de los hombres, es decir, como amigo, animador de una iglesia o comunidad de iguales, hermanos y hermanas, sin padres/patronos, ni siervos (cf. Mc 3, 31-35). En esa línea podemos añadir que habría sido signo y representante del Hijo del Hombre, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna[1].
2. Su proyecto implicaba un cambio interior, pero, al mismo tiempo, nuevas relaciones humanas, con el surgimiento de, una comunidad de hermanos/hermanas, ofreciéndose entre sí vida, una comunidad de itinerantes del Reino de Dios y sedentarios, de sanadores y pobres…. No habría necesitado instituciones militares, ni estructuras económicas de poder. En un primer momento (en un sentido externo, militar, político, económico) el imperio de Roma podría haber seguido funcionando con sus medios militares y administrativos, de manera que los seguidores y amigos del reino de Jesús podrían haberse establecido y extendido a través de una red de conexiones personales de tipo no-gubernamental, no-militar, sin levantamiento armado. Sería algo nuevo, una comunidad no existente hasta ahora, en los intersticios del poder, en línea testimonial, alternativa[2].
3. Jesús no habría destruido con armas el orden militar (y económico) romano, ni habría rechazado de un modo directo los impuestos del César (cf. Mc 12, 17), pues sus “cosas” (las de Dios) se realizan de un modo gratuito y por contacto personal, no a través de mecanismos de un dinero, que tiende a convertirse en ídolo más alto, en mamona (Mt 6, 14). No se puede decir con seguridad lo que habría sucedido, pues las cosas solo “suceden” en la medida en que va avanzando el camino, pero es evidente que el de Jesús habría terminado “triunfando” sobre el orden imperial de Roma, a modo de “mutación antropológica”, de tipo personal y social, en línea de “resurrección”, esto es, de nuevo y más alto surgimiento humano[3].

4. Jesús promovía una trasformación radical no de personas aisladas, ni de estructuras sistémicas de tipo político-religiosas, sino de relaciones sociales, una mutación mesiánica, en la que debían estar implicados no sólo unos hombres y/o mujeres particulares, sino el mismo Dios de la vida, en un camino de resurrección o eternidad” como la que proponían muchos salmos Su proyecto de Reino no era una sencilla adaptación, al interior del sistema que venía operando hasta el momento, para culminar en la religión del templo y en el orden político/militar de Roma, ni una evolución parcial, con cambio de algunos elementos y del sistema, sino, una mutación divina de la vida humana, en una línea de superación de la muerte, como veremos en el capítulo final al tratar de la resurrección[4].
5. No quiso establecer un nuevo estado pues los estados pertenecen al orden violento de la economía y la política, vinculada a guerras y pactos en línea de poder, y tanto una cosa como la otra siguen siendo variantes de una misma violencia de base que Jesús ha superado. Sabemos cómo surgen y caen los imperios, dentro de una historia de sucesión de reinos/bestias (Dan 2. 7; babilonios, persas, macedonios, sirios…). Lo que debe llegar es algo distinto a todo lo que conocemos, no un reino con más poder, sino la superación de todos los poderes imperiales, con el surgimiento de un reino de humanidad como presencia de Dios, despliegue de la verdad del hombre como gracia, no imposición de los santos del Altísimo.
6. Fue condenado por aquello que había proclamado y realizado. Entenderion bien su campaña de ReinoNo le mataron por casualidad, ni por ignorancia, sino a sabiendas, de forma que la palabra “perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 24) no puede entenderse en sentido histórico sino teológico, pues históricamente aquellos que dictaron, ejecutaron o avalaran su condena (el gobernador, los sacerdotes) sabían (o permitían) lo que hacían, ya que pues tenían datos suficientes para juzgarle culpable de alterar el orden público, poniendo en riesgo el “sistema” de poder en Palestina (Jerusalén)[5].
7. Fue ajusticiado por orden del gobernador imperial, conforme el "derecho romano", que se sigue manteniendo básicamente en España. Poncio Pilato cumplió su deber como funcionario del Imperio, porque (desde su nivel de jerarca imperial) que un hombre como Jesús un rebelde político, provocador y peligroso para la “pax romana”, fundada en el “orden” de las armas y en la superioridad económico‒política del imperio (cf. Mc 10, 41‒45). Todo intento de disculparle resulta equivocado y falso. Pilato hizo lo que hacen los imperios, como han mostrado los capítulos anteriores de esta teología[6].
8. Promovió un movimiento de paz, pero su proyecto estuvo “rodeado” (amenazado) de brotes de violencia. Para los violentos, el mayor de todos los peligros es la no-violencia activa. Los violentos pueden pactar entre si, y repartirse los poderes… para bien de ellos mismos, en contra de los promotores de la justicia, y de la paz con la entrega de la propia vida. Los violentos pueden vencer a otros violentos, pues unos y otros actúan. Por el contrario, ellos no pueden vencer ni acallar a los no violentos como Jesús.
9. El conjunto del NT sabe que los discípulos de Jesús le abandonaron y escaparon,aunque no resulta claro que lo hicieran todos, pues el gesto ha sido interpretado a la luz de Zac 13, 7), “heriré al pastor y se dispersarán las ovejas…”, cf. Mc 14, 27‒28 par.) y de la historia posterior de la Iglesia. De todas formas, no parece que Pilatos ordenara una persecución sistemática contra los discípulos de Jesús, sino que debió pensar que la muerte del “maestro” y de algunos compañeros bastaría para que se detuviera de su movimiento. Sea como fuere,, según la tradición de fondo de los evangelios, buena parte de sus compañeros directos (en especial los Doce) tuvieron miedo y/o se desvincularan de Jesús[8]
10 Por hacer lo que hacía le mataron. Dentro de unos límites, Roma podía mostrarse tolerante, pero debía mantener su paz amenazada, acudiendo a la tortura y al asesinato (cf. Mc 14, 2) para mantener su autoridad. A diferencia de los macabeos (cf. cap. 1), poderosos en el campo de batalla, Jesús no pacta con Roma, defendiendo una parcela de poder. No pacta con nadie, no impone ni exige condiciones para realizar su tarea, sino que ofrece una alianza personal de amor con todos, sin poner condiciones por ellos. Un tipo de judaísmo rabínico y sapiencial pactó con el imperio/gobierno de Roma (como hará más tarde la iglesia cristiana).
En contra de eso, Jesús no firmó pactos de interés con nadie, vivió en alianza de amor con todos. No estaba en juego una pequeña disputa sobre leyes especiales (como las de Hilel y Shammai), en torno a ritos y calendarios, diezmos y purificaciones etc. De manera sencilla y radical, sin discusiones de detalle, Jesús declaraba superada una forma de entender la Ley nacional y la sacralidad del templo, el pacto de Israel con el imperio y la misma autoridad de Roma, y por eso, por envidia y miedo ante su amor no violento (que desenmascara la violencias de los poderosos) acaban condenándole a muerte[9].
– Al convocar para el Reino a excluidos, impuros y pecadores, Jesús “ofendió” a los justos y puros (cf. Mc 2, 17; Lc 15, 4-10; Mt 7, 36-47), que defendían unas leyes que les favorecían, para así mostrarse dignos de la elección de Dios; Jesús en cambio ofrecía solidaridad mesiánica y promesa de reino a los expulsados de un pacto de pretendidos justos, mientras otros lo reforzaban, separándose de los impuros.
– Jesús supera (niega) así no sólo la violencia del imperio, sino un tipo de orden sagrado del templo, donde no acude para ofrecer sacrificios, reconociendo así el poder de los sacerdotes, sino para enfrentarse con ellos, buscando de esa forma una fidelidad más honda a la alianza de Dios, centrada especialmente en los pobres y excluidos (judíos o no judíos), de manera que las autoridades se vieron obligadas a rechazar su propuesta, condenándole por traidoral pueblo[10]
11. Porque era libre (y no necesitaba de ellos:s oldados del Capitolio, sacerdotes de un templo prticular)) le mataron. Jesús rechazó la autoridad de aquellos que ponían un tipo de ley sacral (Israel) o política (Roma) por encima de la curación de los posesos, cometiendo así un “pecado” de rebelión contra la autoridad. No se opuso a una ley particular, sino a la misma identidad de ley (violencia) de Israel y Roma, tal como la interpretaban soldados romanos y sacerdotes/rabinos judíos. Desde un nivel humano, una conducta como la de Jesús era suicida en un mundo como aquel donde se hallaban bien establecidas las funciones sociales de israelitas y romanos[11].
El proyecto de Jesús resultaba peligroso pues, con la excusa ideal de crear una comunidad para el Reino, rompía de hecho un tipo de ley (autoridad) de templo y de imperio. Jesús aceptaba en un plano las leyes, pero insistía, por encima de ella, en la importancia de los excluidos, enfermos y oprimidos. Ciertamente, él respetaba también en un sentido el templo, pero añadiendo que debía “purificarse” (o incluso destruirse, en su forma actual), poniéndolo al servicio del Dios del Reino que no necesitaba templos como Jerusalén, ni imperios como Roma[12].La ley garantiza el orden del sistema, defendiendo la estructura social de Israel… de forma que imperio y templo podían pactar, completándose entre sí. En contra de eso, Jesús proclamaba una alianza de vida sobre imperio y templo.
12. Muerte anunciada. En su forma actual, los vaticinios de muerte de los evangelios (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33-34 par) han sido creados por los evangelistas, pero recogen el mensaje de Jesús, y empalman con la persecución de los profetas, tal como ha sido formulada por la escuela del Deuteronomio. Esos vaticinios no son un retrato anticipado de aquello lo que sucederá, sino premoniciones de su muerte: Los que quieren triunfar siempre (en línea de ley) han de emplear para ello estrategias de poder, sacrificando a los demás (como los sacerdotes) o imponiéndose sobre ellos (como el Imperio r). Jesús, en cambio, no quiso triunfar, sino enseñar y preparar el Reino de Dios, arriesgando al hacerlo su propia vida, y así sube desarmado, quedando por (en) amor en manos de los poderosos

13. Jesús ha defendido con su vida y enseñanza una experiencia peculiar de Dios (y de la verdadera humanidad), que no avala ningún pacto de privilegio de grupo, sino que actúa a favor por los pobres, enfermos, pecadores a los que Jesús ofrece salvación, mientras eleva su amenaza contra sus opresores
‒ Lógicamente, los sacerdotes y otros grupos de poder, se han opuesto a esa enseñanza, y lo hacen con razón, pues el Dios a quien apelan es garante del orden nacional del templo (que ha pactado en el fondo con el Imperio de Roma). Lógicamente, ellos pensaron que, al romper o debilitar los lazos de la vida nacional israelita, insistiendo en los pobres por encima de la santidad del eterno Israel, Jesús era una amenaza para el pueblo.
Esta revelación de Dios (del reino) en los hambrientos, desnudos, emigrantes sin tierra, enfermos y encarcelados iba directamente en contra del signo y función del templo, casa de Dios, lugar de su presencia y pacto sobre la tierra. Pues bien, en gesto poderoso de revelación mesiánica, Jesús vino a Jerusalén para decir que su templo sería destruido por Dios, pues el auténtico templo de Dios son los pobres y excluidos de aquel templo de riqueza y poder sobre el pueblo. Los sacerdotes y ancianos de Jerusalén entendieron bien la amenaza que Jesús representaba contra ellos. Personalmente podía ser buen judío, pero su doctrina y programa de vida iba en contra del poder sacral del templo y de las leyes nacionales de un tipo de rabinos[13].
El Dios de sacerdotes y rabinos estaba al servicio del orden establecido, mientras el de Jesús iba en contra de un tipo de ley nacional de templo y/o de una ley universal de Imperio (es decir, del Capitolio) . Jesús no rechazaba la interpretación particular de algunas leyes (como hacían Hillel y Shammai); ni se oponía a un calendario religioso de ritos (como algunos esenios), ni se preparaba para luchar con armas contra Roma (como los celotas), pero ponía en riesgo, desde un plano más alto, el orden socio-religioso del templo judío (e incluso del orden de Roma).
Roma imponía su imperio sobre todos, apelando a las armas y sacralizando en el fondo la violencia. Por su parte, un judaísmo oficial quería mantener su identidad sagrada, condenando a los desviados por culpables. En ese contexto, Jesús quiso abrir una escuela universal de humanidad, por encima del imperio, por encima del templo, al servicio de los pobres y excluidos. Los defensores del sistema (pensadores imperiales, sacerdotes y escribas de ley) defendían un orden de Dios, y en esa línea, habrían comprendido y aceptado casi todo: un asceta duro, como Juan en el desierto; un vidente apocalíptico, experto en destrucciones; un esenio separado, un político realista, aliado a Roma... Pero ni unos ni otros pudieron aceptar la enseñanza mesiánica de Jesús desde los pobres y excluidos del sistema[14].
14. Nos faltan modelos para imaginar este reinado de Jesús, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político y económico. Jesús pudo haber dicho que ha venido a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37); pero la verdad de su Reino no sería de sabios sobre militares y trabajadores (Platón, República VI), sino verdad de amor compartido, desde los más pobres, con meta-noia o cambio radical de todos (Mc 1,14-15).
[2] No habría destruido con armas las redes de dominio económico, pero se habría situado en un nivel más hondo, creando formas de convivencia y colaboración personal, de manera que, quizá poco a poco (la estrategia concreta no podía planearse de antemano), el orden político de Roma se habría vuelto innecesario.
Este surgimiento eclesial no se habría realizado por guerra, sino de un modo más peligroso para el orden imperial, en una línea esbozada (imaginada) por el Apocalipsis. En sentido externo, al menos en un primer momento, Jesús se ocuparía de aquello que el orden romano dejaba normalmente a un lado, fuera de los intereses del sistema de poder (enfermos, mendigos…).
[4] El proyecto de Jesús no se centraba en un nivel de conflictos y cambios militares, sociales o económicos dentro del sistema, sino que exigía (implicaba) una mutación radical de vida en clave de gratuidad.
[5] La declaración “no saben lo que hacen” de 1 Cor 2, 8 ha de entenderse en sentido cristiano, como ignorancia del misterio de Dios y de su revelación: Ni los “ángeles cósmicos”, ni los gobernantes del mundo pudieron captar el sentido del mensaje de Jesús, ni lo que Dios estaba realizando en él.
[15. Le mandó matar P. Pilatos, juez militar de Roma. Los sacerdotes y otros grupos pudieron colaborar, más por omisión que por “comisión directa”, pero ellos no le mataron (apedrearon, según ley judía), sino que fue crucificado por el Imperio (Roma), con una muerte propia de esclavos y rebeldes, como un “lestês”, bandido y jefe de bandidos (no como “hereje” judío). De todas formas, siendo expresión de fidelidad mesiánica, la muerte de Jesús, fue y sigue siendo un momento clave de conflicto intra-israelita”, como he puesto de relieve en cap 1. ce las disputas de macabeos y Daniel (cf. cap. 2 y 3).
[7] La muerte de Jesús se inscribe dentro de la conducta básic de las potencias imperiales (¡le ha condenado Roma, sucesora de la antigua Babilonia, cf. 1. Ped 5, 13 y Ap 17‒18).
[8]De un modo comprensible, cierta tradición cristiana ha destacado la culpa de las autoridades judías, no por resentimiento, sino por exigencia teológica, pues Jesús había presentado su mensaje y propuesta al judaísmo en su conjunto y no a Roma. El problema de los cristianos no era que Roma condenara a muerte a Jesús, sino que las autoridades de Israel (en especial las del templo) no le hubieran creído y acogido, inhibiéndose en el fondo ante su condena.

Es normal que, en momentos posteriores, cuando buscaban un lugar donde integrarse en paz en el Imperio, los seguidores de Jesús tendieran a suavizar la culpa de Roma, afirmando que Pilatos no quería matarle, pero que se vio impulsado (casi obligado) por los sacerdotes del templo de Jerusalén. Pero el mismo hecho de que Pilato le ejecutara, pudiendo no hacerlo, constituye la prueba de su responsabilidad. Es normal que, en momentos posteriores, cuando buscaban un lugar donde integrarse en el Imperio, los seguidores de Jesús tendieran a suavizar la culpa de Roma, afirmando que Pilatos no quería matarle, pero que se vio impulsado (obligado) por los sacerdotes. Pero el hecho de que le ejecutara, pudiendo no hacerlo, es una prueba de su responsabilidad.
16. Por “revelación” de Dios, Jesús declaró acabado el orden nacional de ley y templo, iniciando un camino de Reino desde los enfermos y excluidos. El orden del templo había pactado con Roma y constituía una religio licita, legal (como en tiempo de los persas). Jesús se opuso a ese “orden” por eso el Gobernador de Roma le le condenó, conforme a la ley (cf. Gal 3, 13).
Los escribas querían establecer su Ley y así la defendían, insistiendo en la prioridad de los “justos”. Jesús, en cambio, quería iniciar un proceso “instituyente” de Reino, precisamente a partir de los excluidos (como en el principio de la historia de Israel). Pero un proceso instituyente como aquel resultaba peligroso para un pueblo sagrado bien establecido, como el judío de aquel tiempo.
17. Había en Israel diversos grupos (esenios, saduceos, incluso celotas…), pero todos buscaban en el fondo forma el triunfo de la comunidad nacional, centrada en el templo. Pues bien, en contra de eso, conforme al mensaje y camino de Jesús no era necesario un orden sagrado del templo, ni un poder como el de Roma. Eso le hizo incómodo y peligroso para un tipo de judaísmo establecido. No criticó a los «escribas y fariseos» desde el exterior, sino por dentro, porque formaban parte de su pueblo o de su iglesia. No les criticó por una interpretación particular de la ley (las interpretaciones eran muchas), sino porque ellos querían fundar su vida (y la de Israel) sobre una ley que deja fuera a los pobres, pecadores e impuros.
18. Jesús no condenó algunos aspectos concretos del sistema para mejorarlo, sino que rechazó el mismo sistema (con sanedrín de sacerdotes, escribas y ancianos ricos). Lógicamente, para defender a su Dios, sacerdotes y oligarcas (ancianos) de Jerusalén optaron por deshacerse de Jesús. En un sentido, fue buen israelita, pero llevando hasta fin esa enseñanza, Jesús puso en riesgo la identidad de Israel como nación de pacto particular con Dios. Los sacerdotes podían pensar que era buena persona, pero el problema no era su bondad privada, sino la utilidad de la nación establecida Muchos judíos del siglo XX (J. Klausner, G. Vermes, J. Neusner) han podido que, en un sentido, Jesús tenía razón, para añadir que los principios de su movimiento iban en contra de la vida concreta del pueblo.