Por un cón-clave sin-llave (1). Sermón de Jesús, Mt 25
La palabra cón-clave significa con-llave y se utiliza para indicar la reunión de cardenales, a quienes encerraban bajo llave, a pan y agua, hasta que eligieran nuevo papa, pues tardaban semanas, meses y años para hacerlo.
Yo quiero que el cón-clave se haga este año sin llaves, con luces, taquígrafos y cámaras que transmitan al instante, lo que digan y voten los cardenales en la Capilla Sixtina, ante los frescos de Mt 25, pintados en el XVI por Miguel-Ángel
Mucho dicen esos “frescos”, pero mucho más dice el sermón de Jesús no sólo a los cardenales de oficio este mayo 2025 sino a los miles miles de millones de con-clavistas (sin-clavistas) emplazados ante su vista/juicio final según este evangelio (Mt 25) que Miguel-Ángel pintó para la capilla que el Papa Sixto mandó erigir y decorar para las grandes ocasiones de “dignatarios” de iglesia en el Vaticano.
Tengo preparadas otras dos postales para el tema. Esta primera es un comentario de Mt 25, una interpretación de lo que él quiso decir en el año 30 de su vida, lo que, a mi juicio, él diría estos días de pre-cónclave cardenalicio 2025. Lo que los cardenales digan en su cón-clave, con-llave de apagón informativo y miedo (¿respeto?) a la luz a partir del día 7 se verá a su tiempo. Dentro de dos días sigo.
Mucho dicen esos “frescos”, pero mucho más dice el sermón de Jesús no sólo a los cardenales de oficio este mayo 2025 sino a los miles miles de millones de con-clavistas (sin-clavistas) emplazados ante su vista/juicio final según este evangelio (Mt 25) que Miguel-Ángel pintó para la capilla que el Papa Sixto mandó erigir y decorar para las grandes ocasiones de “dignatarios” de iglesia en el Vaticano.
Tengo preparadas otras dos postales para el tema. Esta primera es un comentario de Mt 25, una interpretación de lo que él quiso decir en el año 30 de su vida, lo que, a mi juicio, él diría estos días de pre-cónclave cardenalicio 2025. Lo que los cardenales digan en su cón-clave, con-llave de apagón informativo y miedo (¿respeto?) a la luz a partir del día 7 se verá a su tiempo. Dentro de dos días sigo.
| Xabier Pikaza

MT 25, 31-46. Sermón de Jesús, cardenales sin-llave
Este pasaje es un comprendió y culminación de la Biblia, recreada por Jesús-Verbo de todos los pueblos (πάντα τὰ ἔθνη, Mt 25, 32), encarnado en la palabra del hambre y sed, exilio y desnudez, enfermedad y cárcel:
- 25, 31 ss Pues cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria…
- se sentará en el trono de su gloria;
- y serán reunidas ante todos las naciones y separará a unos de otros,
- como separa el pastor a las ovejas de las cabras…, con las ovejas a la derecha, las cabras a la izquierdo
- El Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre…
- Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber;
- fui extranjero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis;
- enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
- Entonces los justos dirán:
- Señor cuándo te vimos hambriento y te alimentamos…?
- y el rey responderá: cada vez que lo hicisteis
- a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis.
Éste es el texto clave de la revelación del Verbo de Dios y de juicio de los hombre, elaborado por la Iglesia desde una perspectiva israelita de pacto, para condensar el mensaje de Jesús como experiencia de iluminación universal de Dios y de compromiso creyente de aquellos que le acogen y ayudan acogiendo y ayudando a los necesitados.

Las necesidades humanas aparecen vinculadas no sólo con la historia de Israel (según la ley y los profetas), sino con la humanidad en su conjunto. Son necesidades político-sociales, pero también personales, de cada ser humano, pues hombres y mujeres pueden vivir si dan y reciben comida-bebida desde que nacen, si acogen y educan, si cuidan y acompañan en la enfermedad y la cárcel.
Estas palabras, proclamadas según Mateo 25 en un contexto israelita abierto de modo universal por Cristo, pueden y deben aplicarse a toda la humanidad, pues no contienen nada exclusivamente judío, ni en su formulación (no hablan de Dios Yahvé, ni del templo…) ni en su desenlace, abierto a la humanidad entera que sólo puede subsistir desarrollase y subsistir si los hombres y mujeres se acogen y ayudan unos a los otros, pues de lo contrario se destruyen.

Este es un texto cristiano y eclesial, y, sin embargo, no contiene ninguna referencia a la Iglesia, ni a Jesús, entendido de un modo confesional, pues el juez final no aparece como fundador de una religión especial, ni siquiera como el Cristo cristiano, sino simplemente como Hijo del Hombre, esto es, como principio divino de la humanidad y signo (portador) de las necesidades y males de todos los seres humanos[1].
No contiene nada que sea exclusivo de la Iglesia, pero los cristiano pueden y deben entenderlo desde la perspectiva de Jesús, a quien ellos identifican con el Hijo de Hombre que ha compartido el sufrimiento de todas las naciones. Según eso, la sentencia final la proclama él como sufriente universal,Mesías de Dios, incluyendo en su “yo” necesitado (y al fin asesinado: tuve hambre, estuve encarcelado) la opresión, sufrimiento y muerte de todos los seres humanos.
Seis obras, toda la ley.os seis dolores expresan los sufrimientos reales de miles y millones de personas. Frente a ellos eleva nuestro texto las obras de ayuda que los hombres (juzgados) deben/deberían haber realizado, a fin de que la historia sea lugar y presencia de Dios. La tradición les ha llamado “obras de misericordia”, añadiendo una (enterrar a los muertos) para crea un septenario que ha definido la conciencia de la Iglesia, que ha respondido diciendo que estas obras de misericordia son fundamentales para “salvarse”, para que se cumpla el camino de la humanidad como justicia.

‒ Son obras de obras de justicia (de Jesús el Justo), como dice expresamente el texto, pues aquellos que las cumplen se llaman justos: “Entonces responderán los justos (dikaioi)”, es decir los de la derecha (25, 37), los que han dado de comer y beber a los necesitados…, expresando así la justicia de Dios. Al utilizar este lenguaje, el texto asume no sólo toda la tradición de la justicia del Antiguo Testamento (tsedaqa: ayuda a los necesitados), sino todo el mensaje de Jesús en el evangelio de Mateo, que es la Biblia evangelio de la justicia.
No son obra de “misericordia” aleatoria, algo que puede o no hacerse (a voluntad), sino expresión de la justicia y servicio (diaconía) de Jesús, como dice expresamente la pregunta de los “los de la izquierda”: ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento… y no te servimos” (kai ou diêkonêsamen soi; 25, 44). No se trata pues de obras discrecionales, sino de servicio esencial para la vida humana, pues de lo contrario nos condenamos no sólo para el infierno futuro, sino para el infierno del tiempo presente (mayo 2025). Jesús aparece en ellas y en todo el Nuevo Testamento como gran diaconía, aquel que ha venido a servir a los demás y ser servido, creando en amor un mundo nuevo para todos (cf. Mt 20, 28).
‒ Son obras de solidaridad e inter-comunión humana, en el doble sentido de entrega activa y acogida. En este contexto evoca el evangelio la palabra clave de la tradición judeo-cristiana, que es acogerse unos a otros, creando espacios de diálogo y convivencia, tal como pretendían las “sinagogas judías” como indica la palabra synagogein, reunirse, ser humanidad compartida. No se trata, pues, de ayudar simplemente desde fuera (como podría suceder dando sólo comida y bebida material), sino de acogerse mutuamente en abrazo de vida.

- Son obras que pueden y deben entenderse en un plano social, económico y político, abiertas a la humanidad, con sus diversos pueblos y naciones, enfrentados con problemas económicos, de hambre y sed, de comida y de bebida y problemas de comunicación, exilio y desnudez, enfermedad y cárcel. El camino de la humanidad comienza situándose en ese plano; para sobrevivir necesitamos comer y beber, con lo que ello implica de producción y organización económica, con pan y agua para todos, con acceso universal a los bienes de la tierra: que se acoja a todos, no sólo con pan y agua, sino abriendo espacio de comunicación, donde todos sean recibidos en la sociedad, con educación y unos medios que les permitan vivir en humanidad…

Estas son obras sociales, en el ancho sentido de la palabra. Pero, al mismo tiempo, pueden aplicarse y se aplican no sólo a la sociedad en su conjunto, sino a cada ser humano, a lo largo de su vida. Mt 25, 31-46 es un pasaje que, siendo de tipo económico-político tiene, al mismo tiempo, un sentido profundamente personal. Las obras aquí evocadas son revelación de un Dios a quien Jesús hijo de hombre, llama “mi Padre” y a quien presenta como principio de bendición para los justos.
Ésta es, quizá, la primera tabla social (universal) de derechos humanos, una Biblia de la ley de Dios. No son derechos de una nación, de un Estado particular, de una Iglesia, sino de la humanidad, pero no en sentido genérico, sino de los más necesitados de ella, empezando por los hambrientos-sedientos y terminando por los encarcelados. Éstos son ante todo los derechos de los pobres (hambrientos, encarcelados), no en sentido estatalista libertario (libertad, igualdad, fraternidad), que puede imponerse por la guillotina, sino de ofrecimiento y regalo gratuito de vida, que sólo puede cumplirse a través de una intensa meta-noia (cmbio de menta y de vida, cf. Mt 3, 11; 4, 17).
‒ Esos derechos marcan y definen el carácter divino de la vida humana, pues son derechos y deberes y del mismo Dios, en sentido pasivo y activo. Son derechos divinos, de un Dios que padece, tiene hambre en los hambrientos, sed en los sedientos… Pero, al mismo tiempo, son deberes activos de unos hombres y mujeres que han de responder dando comida a los hambrientos, bebida a los sedientos etc. El hecho de que Dios padezca en unos seres humanos hombres suscita en otros seres humanos el deber de ayudarle (alimentarle, acompañarse), conforme al primer principio del “shema” israelita traducido de forma antropológica[2].
‒ Estas necesidades no son de tipo religioso particular ni de estructura de iglesial (el problema de fondo no es la falta de evangelización estricta, buena religión o sacramentos…), sino de tipo humano universal, en el sentido básico del término. La iglesia cristiana, comprometida a cumplir estas “obras” (dar de comer, acoger al extranjero, visitar al encarcelado…), según el evangelio, ha de ponerse ante todo al servicio de la humanidad necesitada, por encima de un pueblo concreto (Israel, iglesia), no para negarlo, sino para universalizar su aportación, o por encima de la misma iglesia, como institución creyente, tampoco aquí para negarla, sino para indicar mejor el sentido universal de su experiencia de Dios y su tarea de servicio humano.

‒ Son obras abiertas a todos los pueblos, es decir, a todas las unidades sociales, entendidas en forma cultural o social, cada uno de esos pueblos con su propia identidad, conforme a una visión común del Antiguo Testamento, que divide a los hombres y mujeres en lenguas y naciones (no en imperios, estados o clases sociales), para vincularlos partiendo las necesidades de cada uno. Significativamente, este pasaje deja a un lado las grandes unidades políticas (imperios, estados, reino…) que son secundarias, para situarnos ante los pueblos, entendidos como unidades culturales y sociales de convivencia. Pero después tampoco los pueblos como tales importan, pues en contra de las grandes diatribas de los mensajes proféticos contra estados-pueblos (cf. Ez 25-32), aquí los mismos -pueblos desaparecen como tales de manera que ante el juez final quedan sólo hombres concretos, de cualquier pueblo o nación, con patria particular grande o apátridas.
‒ Son obras in crescendo, es decir, estructuradas de un modo creciente, entre el hambre y el encarcelamiento. Es importante poner de relieve el orden progresivo, como si las seis/siete obras formaran una “cadena”, es decir, un proceso o progreso que va desde el hambre a la cárcel, que aparece como culminación de todos los males de la historia. Este ordenamiento, pues nos permite descubrir que el hambre sigue siendo lo primero y la cárcel/infierno es el fin, con destrucción total de la humanidad si unos hombres no ayudan a otros.
Cada ser humano es no sólo presencia de Dios necesitado, sino parte de mi propio ser personal), como implica el mandato “amarás a tu prójimo como a ti mismo, porque es parte de tu “yo” más profundo que se identifica en sentido radical con el “yo” de Dios en Cristo, que dice “tengo hambre, estoy desnudo”. Cada persona (hambriento, sediento, desnudo…), que me habla con su sed, desnudez y llanto, como en el caso de un niño recién nacido, es el “yo de Dios”, que está pidiendo que le ayude, porque forma parte de mi propio ser de persona que escucha, se descubre interpelada y puede responder. Aquel que me llama y pide comida, acogida, presencia es el mismo Dios, necesitado (como Cristo que dijo a Pablo en Damasco: Yo soy Jesús a quien tú persigues: Hch 9,5).

- Tuve hambre y me disteis de comer (Mt 25, 35).Pedir comida (acogida, presencia) es la primera palabra de los niños cuando nacen llorando, esperando una respuesta. El mismo Dios habla y pide llorando, nace necesitando acogida, limpieza, comida, cariño de otros seres humanos. Este niño que así nace es la “biblia” de humanidad; evidentemente, pide “pan”, pero no solamente pan, sino todo tipo de palabra humana, como responde Jesús al Diablo tentador (cf. Mt 4, 1-4 par.). De este llanto de petición de pan/palabra viven los hombres desde el nacimiento, de manera que si no lo reciben mueren. Éste es el primer amor, el mayor signo y presencia de Dios. Así cuando decimos que “en el principio era el Verbo· estamos diciendo: En el principio era el llanto pidiendo de pan, acogida, palabra. · “Eso es Dios”.
- Tuve sed y me disteis de beber. Esta palabra es complemento de la anterior. Comer y beber forman las dos caras de la presencia de Dios en la vida, en el niño que pide, en el mayor que le responde y alimenta, al principio, a lo largo y al final de la vida. El hombre con sed a nuestro lado es presencia suplicante y necesitada de Dios y su sed es necesidad de agua, vida, dignidad y justicia. El hombre es un sediento y su sed, necesidad de Dios en su existencia. No saciar al sediento es destruir la presencia de Dios, destruirnos unos a (con) otros. De esa manera, lo más espiritual (Dios en nuestra vida) se identifica con el don material del agua (bebida de sedientos). Mientras hombres y mujeres sigan sin acceso al agua que apaga sed y enciende amor, en igualdad y justicia, no se puede hablar Dios en la vid.
- Fui extranjero y me acogisteis (Mt 25,35). Acoger se dice en griego synagô, recibir, reunir en grupo, formar familia. De esa raíz proviene la palabra sinagoga, reunión o comunidad, (familia, grupo, asamblea). Se trata de formar comunión personal de conversación y palabra, de enseñanza y afecto, trabajo y descanso, vida en todo plano. Un hombre o mujer sin comunicación, separado, aislado, sin conversación-amor no puede existir como humano. Vivir no es sólo comer y beber, sino con-versar, comunicar vida en palabra. Esa palabra en comunión de acogida y comunicación en varones y mujeres, mayores y niños es presencia de Dios, en el sentido de “verbo”, conversación, comunión, diálogo en camino abierto a la resurrección, que es la vida plenamente compartida de todos en Cristo.
- Estaba desnudo y me vestisteis. Desnudo nace el niño, sin protección física, personal, social hay que darle vestido, hábitos, capacidades de acoger palabras, de convertir el llanto en con-versación. Frente a los animales que nacen con instintos fijados, de manera que muchos son casi autónomos desde el nacimiento, los niños humanos nacen sin respuestas fijadas, que les permitan sobre-vivir, de manera que para hacerse humanos han de ser “revestidos” de “hábitos sociales”, habilidades, de cultura, a lo largo de varios años, hasta los siete-ocho, cuando sepan ya hablar y relacionarse de un modo básico con otros. Sólo de esa forma, dotando al ser humano de “hábitos sociales”, enseñándole un lenguaje (dándole palabra), se le dota de “órganos” de tipo cognoscitivo, laboral, social. Un niño sin ser “revestido” de esos hábitos de humanidad cultural es inviable, muere como humano, no puede actuar con libertad y amor personal, es un ser frustrado, en sentido humano, aunque al fin Cristo habla en su nombre, acogiéndole en su yo más hondo de Hijo de Hombre, según Mt 25, 31-46.
- Estuve enfermo y me cuidasteis (Mt 25, 36) o no me cuidasteis de mi (Mt 25, 32). Cuidar es acoger, proteger. No es solo dar al niño pan/ agua, sino acogerle en una comunidad de verbo, de conversación, ofreciendo una ayuda especial a los débiles, enfermos-dolientes…Ese es el sentido de la palabra aquí empleada (episkeptomai), que significa cuidar, “preocuparse por”, organizar las cosas para bien de todos, como supone el verbp hebreo de fondo (paqad) y el griego ya citado, del que deriva la palabra: episcopos, obispo, el que anima y coordina la con-vivencia (signo de Dios en la Iglesia, al servicio de los más necesitados). Conforme a este pasaje, el más el ser más importante en comunidad es el enfermo y necesitado a cuyo servicio han de ponerse los otros como “obispos.
- Estuve en la cárcel y vinisteis a mi (25, 36) y me cuidasteis (Mt 25, 43). La sociedad tiende a expulsar (encerrar) a los hombres o mujeres que parecen peligrosos (y que pueden serlo). En ese línea Jesús presenta al final de su lista de necesitados a los condenados a cárcel o expulsados, pues en ellos se condensan y culminan todos los males de la sociedad, que son signo del Verbo de Dios sobre la tierra. Este pasaje no presenta a los encarcelados como culpables (tampoco como inocentes), sino como “encerrados/expulsados”, es decir, como personas que están bajo confinamiento (phylakê), sin añadir ninguna reflexión moralista, judicial o social. Pues bien, estos encarcelados, a quienes la sociedad encierra (expulsa) como peligrosos, culminando con ellos el camino que empieza con el hambre y sed y sigue con el exilio, desnudez y enfermedad, son para Jesús la piedra angular de la comunidad mesiánica.
Anejo sobre encarcelados e infierno
En el contexto anterior se plantea la pregunta de si puede Dios condenar al infierno (cárcel eterna) a los “injustos”, dado que él pide a los hombres que “visiten” (=acompañen) sin excepción a los encarcelados en la tierra. Así parece interpretar este pasaje el pintor Miguel Ángel en sus grandes frescos del juicio de la Capilla Sixtina, donde los cardenales de la Iglesia católica celebran sus conclaves.
‒ Jesús pide a todos que visiten/ayuden a los encarcelados, no que les “castiguen” ni que les condenan. En esa línea, los cristianos deben no sólo perdonar en un sentido espiritual a los encarcelados (aún en el caso de que sean culpables), sino a cuidarse de ellos y ayudarles en gesto de visita/atención y recuperación, ofreciéndoles el perdón de Dios y cuidado de Dios. Eso significa que los cristianos no “condenan” a nadie, mandándole a un “infierno” irrecuperable, sino que han de entender la cárcel como espacio de ayuda a los necesitados y como lugar de terapia para los culpables.
‒ Pero al mismo tiempo, éñ amenaza a aquellos que no ayudan a los encarcelados con el “fuego eterno”, es decir, con una condena sin fin (con un infierno entendido como cárcel total y para siempre). Según eso, parece que el mismo Dios que ha de ser todo bondad va en contra de aquello que él mismo dice a los hombres. (a) Por un lado, él les pide que perdonen y ayuden a todos y de un modo especial con los encarcelados. (b) Por otro, en cambio, al final de los tiempos parece que condena para siempre los que mueren “en pecado”, creando una especie de cárcel eterna e inmensa (sin salida) para ellos. Esta paradoja nos sitúa ante la bondad exquisita del Dios de Mateo 25 que permite que los hombres se condenen a vivir encerrados en sí mismos, sin una “salvación” que no les gusta, que no quieren
Mt 25, 31-46 sabe que las cárceles son obra de los hombres, no de Dios, de manera Dios pide a los creyentes que ayuden a los encarcelados (que les atiendan, y perdonen). Por eso, conforme al espíritu de Mt 25, 31-46, parece que Jesús no puede condenar al infierno (cárcel suprema) a ningún ser humano, por perverso que parezca, como ratifica Pablo: al afirmar que en Adán muere todos, pero en Cristo todos serán vivificados (1 Cor, 15, 22 πάντες ζωοποιηθήσονται), Dios no condena a nadie, es principio, camino y meta de salvación, pero deja en libertad de “amor propio” a los que quieran su amor propio, no el amor de comunión de vida con todos, en comunión con Dios.