Octavario por la unidad de los cristianos 18‒25 enero: Unidad de los cristianos, unión de religiones

Contra el fundamentalismo: Potenciar el fundamentos, dialogar desde la base

Resultado de imagen de Judaísmo, cristianismo, islam
Se celebra estos días el Octavario por la unidad de los cristianos, que culmina en la fiesta de la Conversión de San Pablo (25.1.2020). Nos preparamos, al mismo tiempo, para la Fiesta de la Palabra de Dios (26.1.2020), que se centra en la Biblia, pero se abre a todas las religiones y experiencias sagradas de lo divino. Con esa ocasión ofrezco una reflexión sobre  los fundamentos de la religión, en apertura al misterio, en diálogo de amor y de justicia, para superar así los fundamentalismos y guerras de las religiones.

Presento en esa línea cuatro fundamentos que nos permitan superar los fundamentalismos, para señalar después cinco experiencias o tareas básicas en el campo del diálogo de las religiones. Desarrollo al final unos principios sobre el fundamento y fundamento de la religión, desde la Palabra de la Biblia, para judíos y cristianos,

  1. CUATRO FUNDAMENTOS:

Resultado de imagen de fundamentalismo

El mejor antídoto contra el fundamentalismo es la renuncia a la verdad, sino la búsqueda de los fundamentos religiosos: Que las iglesias y las religiones sean “experiencias” (exploración de lo fundamental). No se trata de que ellas renuncien a su “esencia”, sino que sean “esencia pura”: Despliegue del misterio de la vida, valoración absoluta del valor humano, diálogo entre todas.

  1. En esa línea, judío de fundamento nunca ha sido ni será fundamentalista en el sentido estrecho, sino todo lo contrario: Cuanto más “crea” en su misión mesiánica de comunión para todos los pueblos, cuanto más de fundamento sea su experiencia, menos fundamentalista será en sentido negativo (de rechazo de los otros). Un judío que rechaza a otro pueblo pierde su sentido, deja de ser judío.
  2.  Un cristiano de fundamento deja de serlo en el momento en que se hace fundamentalista, en el sentido estrecho. Un cristiano que no ama a los “enemigos” (a los distintos), queriendo imponerles su verdad, deja de ser cristiano. Por eso, es necesario que el cristiano vaya a su fundamento, sabiendo que su religión es la verdadera en la medida en que él está dispuesto a dar su vida por los otros (para que todos tengan vida), como muestra el símbolo-dogma de Cristo.
  3.  Un musulmán de fundamento deja de serlo si quiere imponer su fe a los otros, dejando así de creer en el Dios de la Paz (Shalam, Islam) para creer en sí mismo, no es Dios. Por eso, no quiere que el musulmán abandone su fe (en sentido de radical), sino que profundice en ella, descubriendo en la radicalidad de Dios (¡Dios clemente y misericordioso!) el principio de su apertura todos los seres humanos.
  4.  Un judío, un cristiano, un musulmán que se aferren de un modo fundamentalismo a su verdad y no dialoguen con “creyentes” de otras religiosos (y con hombres y mujeres que no creen en sentido religioso) dejan de ser religiosos.  Una religión sólo es verdadera en la medida en que, buscando su fundamento, dialoga con las otras religiones, no en sentido superficial, sino desde su propio fundamento, al servicio del despliegue del “misterio” en que vivimos, nos movemos y somos, al servicio no solo de todos los hombres, sino de las otras religiones.

Resultado de imagen de religión

CINCO EXPERIENCIAS Y TAREAS BÁSICAS

  1. Las religiones no son experiencias de “colectividad” (donde los temas se resuelven por votos) sino experiencias y caminos de creatividad comunitaria. Experiencias que han nacido, en general, de la aportación y experiencia creadora de grandes maestros, como Moisés (y los profetas bíblicos), Jesús o Muhammad, Buda o Arjuna (el “guerrero pacífico” en cuyo nombre se ha escrito la Bagavad Gita) etc. etc. Ellos no han buscado una legitimación colectiva de su proyecto, sino que han ofrecido a los demás su experiencia radical de encuentro con lo divino, en comunión de libertad, sin imposición de grupo (con los matices que se deben precisar en cada caso y circunstancia).
  2.  Para que la comunicación (diálogo inter-religioso) tenga sentido tiene que darse una búsqueda de lo fundamental, en el sentido fuerte del término. En esa línea, (por poner un ejemplo) creer en Jesús como revelador de la verdad fundamental de Dios y del hombre (en su verdad absoluta, con perdón de ese término) implica creer en la comunión de todos, asumiendo la tarea de poner la propia vida al servicio de esa comunión universal, como dice el Sermón de la Montaña).
  3.  Con cierta frecuencia, los "anti-fundamentalistas" suelen ser fundamentalistas de otro tipo (en otra línea). Lo más parecido a un fundamentalismo de derechas es uno de izquierdas (valga esa terminología), lo más parecido a un fundamentalista musulmán es uno cristiano. El fundamentalista suele fijarse en aspectos marginales de la propia religión (y de la ajena). Por el contrario, el que busca y pone de relieve lo fundamental (lo sagrado/divino, el valor trascendente de la vida humana, la comunión entre todos los seres humanos…) puede siempre dialogar y dialoga en paz con los creyentes de otras religiones.
  4. El diálogo de religiones no debe hacerse negando las particularidades de cada una y conservando un cómodo común denominador (en línea de una sacralidad difusa), sino intentando que cada religión busque y desarrolle sus valores más hondos: el judaísmo la promesa mesiánica, el cristianismo la encarnación de Dios en la historia, el Islam la trascendencia de Dios… Allí donde un judío, un cristiano o un musulmán buscan de forma intensa sus raíces pueden no sólo encontrarse, sino dialogar de un modo fecundo al servicio de la humanidad. Un buen fundamentalista es siempre un hombre de comunión, pues busca en lo más propio aquello que le permite dialogar mejor con los demás.
  5.  El riesgo está en la búsqueda y cultivo de un aspecto marginal de cada religión, no en línea de “experiencia fundamental”, sino de puro fundamental-ismo… Cuando una religión olvida su centro (su núcleo inspirador) y se deja prender por aspectos marginales de su historia se vuelve fundamentalista. En ese sentido, ser fundamentalista es perder el “fundamento”, es olvidar la esencia. Por eso, el mejor antídoto contra al fundamentalismo es buscar y cultivar el fundamento de cada religión, en apertura hacia las otras, al servicio de la revelación del misterio de Dios, que es la plenitud de lo humano.

3. FUNDAMENTALISMO Y FUNDAMENTO BÍBLICO

    Desde ese fondo, a modo de expansión erudita que exponer el sentido, valores y riesgos, del fundamentalismo bíblico, judío y cristiano, tal como le he desarrollado en  X. Pikaza y A. Aya, Diccionario de las tres religiones (Verbo Divino, Estella 2009,  449‒452).  

Diccionario de las tres religiones

1. Judaísmo

 Siempre han existido en Israel grupos radicales de tipo pacífico, como los hasidim, muchos maestros de la Misná y del Talmud y algunos de los grupos más religiosos del judaísmo actual, que no son defensores del Estado de Israel. Entre los fundamentalistas en sentido político podemos citar algunos grupos antiguos, como los que están en el fondo de la reforma de Esdras-Nehemias y ciertos movimientos políticos del actual Estado de Israel.

1. Fundamentalistas antiguo: Esdras y Nehemías, el rechazo de los extranjeros.

El fundamentalismo social suele nacer del miedo a la pérdida de identidad. En un momento dado, entre el siglo V y IV a. C., los judíos que habían vuelto de exilio quieren establecerse como una comunidad de puros, marcando sus límites frente a los riesgos de disolución nacional, que pueden venir de fuera (mezcla cono otros pueblos del entorno) o de dentro (mujeres que no forman parte del grupo de los puros). En aquel momento, la identidad del pueblo se empieza a determinar a través de las mujeres (judío es el que nace de una mujer judía). Por eso resulta esencial el control sobre las mujeres no asimiladas, de manera que la presencia de extranjeras aparece en Esd 9-10 como el riesgo mayor contra la identidad judía.

El gran peligro para el pueblo no era un tipo de potencia exterior, ni la pobreza económica, sino las mujeres extranjeras que pueden pervertilo. Por eso, para conservar la identidad del pueblo, resulta absolutamente esencial crear una especie de “tribunal” de mujeres, expulsando de la comunidad a las extranjeras, que no son simplemente las de otra raza (de otros pueblos), sino las que no forman parte de la “golah” o comunidad pura de los que han vuelto del exilio.

De esa forma se establece el “pacto de separación” de Neh 9, con el triunfo de un particularismo judío: «Se comprometieron a caminar en la Ley de Dios que fue dada a través de Moisés, siervo de Dios, y a guardar y cumplir todos los mandamientos de Yahvé... y sus juicios y preceptos y a no dar nuestras hijas a extranjeros, ni a sus hijas tomarlas para nuestros hijos» (Neh 9, 30-31). Éste es un pacto fundamentalista, asumido por los sacerdotes-levitas y padres de familia que han vuelto del exilio (¡de fuera!) y que se imponen sobre el resto de los habitantes (¡judíos!) de la tierra. Ciertamente, el judaísmo de los que establecen este pacto no es el único que ha existido. Al lado de Esdras-Nehemías, la Biblia ha recogido el testimonio de otros libros más abiertos, incluso en línea sacral (como el 1 y 2 Crónicas) y en línea profética (algunos capítulos finales de Isaías). Pero en la historia de Israel ha existido casi siempre un elemento fundamentalista, que, en general, no ha podido imponerse de forma política, porque los judíos no han tenido poder político para hacerlo, de manera que este mismo pacto de Esdras-Nehemías ha tenido que ser avalado por el alto poder persa.

2. Fundamentalismo moderno: un tipo de Estado de Israel.

Los judíos han sido por siglos un pueblo en diáspora, que sólo ha podido conservar su identidad siendo “fundamentalista” en sentido religioso, pero sin violencia externa. Quizá se pueda decir que el judaísmo se ha mantenido porque ha conservado la separación de mesa (¡judíos son los que comen juntos, alimentos puros!) y de lecho (¡judíos son los que se casan con judías!). De esa forma han mantenido sus tradiciones y lo han hecho de un modo admirable, como pueblo distinto, en medio de los grandes imperios. Los imperios han pasado (babilonios y persas, griegos y romanos…), pero ellos permanecen como pueblo distinto, corriendo siempre el riesgo de ser perseguidos; de esa forma, al mismo tiempo, ellos han podido ser germen de utopía a lo largo de la historia: han alimentado las esperanzas de una parte considerable de la humanidad occidental.

Pues bien, a pesar de su actitud básicamente pacífica y habiendo sido mártires del mayor nacionalismo violento de este siglo (holocausto nazi: soah), esos mismos judíos (o, al menos, muchos de ellos) se han convertido en la segunda mitad del XX en un grupo fundamentalista, cerrado en sí mismo (en el estado de Israel), expulsando a cientos de miles de palestinos, para conservar ellos su pureza de religión y/o de raza. El pueblo de la utopía mesiánica (que se presenta a sí mismo como germen de reconciliación final del conjunto de la humanidad) se ha convertido en amenaza concreta de guerra, no sólo para aquella parcela de tierra (en Palestina), sino para todo el mundo. Éste es un fundamentalismo parecido al que aparece en los libros de Esdras-Nehemías, pero con algunas diferencias. Entonces, los judíos separados no tenían poder para luchar por sí mismos contra los enemigos del entorno (aunque contaran con el apoyo del imperio persa). Ahora lo tienen. Los judíos de entonces parecían más preocupados por el aspecto religioso de la vida. Los de ahora parecen más preocupados por el plano político.

De todas maneras, dicho esto, debemos volver sobre el concepto de fundamentalismo, distinguiendo de nuevo sus formas. Hay una minoría de judíos “religiosos” (sobre todo de la línea de los  hasidim), que son muy fundamentalistas en el plano de la lectura literal de la Biblia y del cultivo de la Ley, pero no apoyan el Estado de Israel, porque juzgan que sólo podrá establecerse cuando se cumplan las profecías de la paz mesiánica; por eso, a su juicio, el Estado actual de Israel, aún pudiendo tener algunos rasgos positivos, va en contra de la voluntad de Dios y de la verdadera tradición israelita. Hay otros judíos muy fundamentalistas en el plano político y militar que no son “religiosos”; ellos apoyan, más bien, un fundamentalismo político nacionalistas y están dispuestos a defender y propagar el estado judío de Israel con exclusiones y muros. De esa manera, su fundamentalismo se identifica, en el fondo, con otros tipos de exclusivismo político y nacional que se han venido dado y se dan en diversos lugares del mundo, aunque pocos de ellos tengan la radicalidad del fundamentalismo nacionalista del Estado de Israel. Hay también judíos que son fundamentalistas en el plano religioso y político. (X. PIKAZA)

2. Cristianismo

gran diccionario de la biblia (ebook)-xabier pikaza-9788490731642

1. Hay un fundamentalismo cristiano muy positivo, propio de aquellas reformas que a lo largo de los siglos han buscado la purificación de la Iglesia, volviendo a las raíces del evangelio. En esa línea se puede decir que algunos movimientos monacales, como el de Francisco de Asís y el de otros reformadores han sido y son fundamentalistas. Por otra parte, a veces se confunden los fundamentalistas con los defensores de doctrinas y prácticas religiosas tradicionales; pero debemos indicar que hay tradicionalistas que no son fundamentalitas y viceversa. En este campo es muy difícil separar líneas y conceptos. En sentido estricto, sobre todo en USA, suelen llamarse tradicionalistas a los defensores de una lectura literal de la Biblia, que va en contra algunos principios de la ciencia (como la evolución de las especies…). De todas formas, el concepto resulta mucho más amplio y así quiero evocarlo: 1. Puede haber un fundamentalismo jerárquico, vinculado al poder doctrinal y ministerial de las autoridades, en especial de la Iglesia católica. Éste es un tipo de fundamentalismo que puede vincularse con el “integrismo” de aquellos que quieren defender la doctrina “íntegra”, en un sentido que se dice tradicional (aunque a veces va en contra de la verdadera tradición). De la impresión de que fundamentalistas de tipo jerárquico tienen miedo de la democracia eclesial y del diálogo de la fe con la razón, de manera que defienden una visión cerrada de la Iglesia, propia de otros momentos de absolutismo político y de dominio de la Iglesia sobre la sociedad civil.

Se dice que dentro de la Iglesia católica este tipo de fundamentalismo está ganando terreno tras el Concilio Vaticano II. Parece que hay grupos que tienden a cerrarse en sí mismo, buscando la seguridad doctrinal e institucional. En esta línea hay que insistir en la existencia de un fundamentalismo jerárquico, cuyas notas básicas serían: (a) La defensa de la iglesia jerárquica como portadora de todos los poderes de Cristo; (b) La separación de la Iglesia católica respecto de las demás iglesias y comunidades cristianas, pues sólo la Iglesia católica es la verdadera. (c) El rechazo de las demás religiones, poniendo de relieve que sólo en la Iglesia Católica se puede dar y se da la salvación.

2. Puede haber y hay un fundamentalismo imperial,

vinculado de hecho a la pretendida supremacía de occidente y a la necesidad de mantener y aún de expandir los valores de un tipo de cristianismo occidental en todo el mundo, incluso por medio de las armas, volviendo al espíritu de cruzada, propio de algunos momentos de la Edad Media. Éste es el que domina en algunos sectores del cristianismo de Estados Unidos (y de otros países de occidente) y tiene un gran influjo en la administración y en la política de esos pueblos.

Puede manifestarse en tomas de postura impositivas en el campo de la moral sexual y en la lectura de la Biblia, que suele hacerse de tipo literal, sin verdadero diálogo y sin valoración de las posturas de los otros. Quiere asumir los valores de la modernidad ilustrada, pero en el fondo los rechaza, buscando un nuevo tipo de imposición de occidente sobre el mundo, como expresión de la misión cristiana; en esta línea fundamentalista se sitúa la defensa de la “guerra religiosa” o cultural contra los enemigos de la democracia, que serían, sobre todo, algunos países musulmanes o del lejano oriente.

Este fundamentalismo va en contra de los valores centrales del Sermón de la Montaña, donde aparece la exigencia de no juzgar y la invitación al amor a los enemigos (es decir, a los distintos). En este sentido, la defensa de los pretendidos “valores cristianos” tiende a identificarse con una forma determinada de ver y defender los intereses de occidente.

3. Puede haber un fundamentalismo sectario,

propio de pequeños grupos que tienden a absolutizar sus posturas de un modo agresivo e impositivo, tanto dentro de las grandes iglesias (grupos católicos de tipo integristas) como, sobre todo, fuera de ellas: sectas y movimientos eclesiales que se presentan como depositarias únicas de la verdad. Suelen ser grupos con fondo religioso, pero a veces esconden otros fines, de tipo económico y político. Suelen tomar sus posturas al pie de la letra, como verdad inmediata de Dios, sin respetar la trascendencia divina y los diversos aspectos de la revelación. Los miembros de estos grupos, que pueden terminar siendo violentos en la defensa de sus intereses y en el rechazo de las visiones religiosas y sociales de otros, pueden terminar acudiendo a medios violentos de coacción, sobre todo psicológica. Allí donde la religión pierde su hondura, dejando de ser experiencia de gratuidad, y donde los pretendidos creyentes son incapaces de asumir los valores “racionales” de un tipo de democracia (de respeto a las posturas de los otros) pueden surgir y surgen movimientos fundamentalistas. En esa línea, el mejor antídoto contra el fundamentalismo es la experiencia radical (fundamental) de la religión propia y la capacidad de diálogo con los que piensan y viven de una forma distinta.

4. Puede haber un fundamentalismo que se dice “antifundamentalista”,

vinculado básicamente a unos grupos radicales, que condenan todos los restantes fundamentalismos (imperiales, jerárquicos…), sin darse cuenta de que ellos se han vuelto intolerantes y sectarios. Suele ser propio de grupos radicales, que se dicen “de izquierdas”, que buscan un tipo de cristianismo purista, que se identificaría con su propia opción social, en la línea de una revolución anti jerárquica que acaba cerrándose en sí misma, perdiendo su propia base cristiana. Son fundamentalistas de este tipo los que condenan a todos los restantes movimientos cristiano, creyéndose a sí mismos portadores de la única verdad y utilizándola religión (el evangelio) como arma arrojadiza contra la historia y estructura actual de la iglesia (X. PIKAZA).  

Volver arriba