Guerra de Ucrania, pactos militares. Reflexión bíblica

El ataque militar del imperio ruso es sin duda perverso. Pero muchos no aprobamos tampoco el ataque o contra-ataque  del pacto militar USA, expresado en forma de OTAN. Según la Biblia, el mal son los estados  que quieren ser imperios y los pactos militares para dominar el mundo con armas, leyes impuestas, falsa propaganda y dominio de dinero.

            Para la Biblia (AT) los pueblos son buenos, creación de Dios y de la vida. Los estados, en cambio, convertidos en imperios (Egipto, Asiria, Babilonia, Persia,imperio helenista de Siria...), son malos.  

Éste es su mensaje central de la Biblia, desde Amós e Isaías (siglo VIII a.C.) hasta el Apocalipsis (I d.C.), mensaje manipulado hasta el día de hoy, por estados y poderes,  de formas que han sido y siguen siendo idolátricas,  tanto en el ataque como en el contraataque de la OTAN y Rusia. Evidentemente, si no nos “convertimos” moriremos todos, no por castigo de Dios, sino a pesar de su gracia y bondad.

Invasión rusa de Ucrania. Se avecina un largo invierno - Viento Sur

Principio

Los israelitas  descubrieron que Dios no necesita armamentos, como los hombres; ni soldados, como los imperios de la Tierra, pues su forma de presencia y de victoria es diferente, sin guerra ni imposición triunfante.

Este ha sido, a mi juicio, el mayor descubrimiento de la historia de Israel, una revelación que nosotros (judíos y cristianos), descendientes de aquellos grandes israelitas de los siglos VIII al V a. de C. apenas hemos valorado todavía: el verdadero protagonista de la nueva guerra (de la superación de la guerra) es Dios, es decir, el Amor fuerte que actúa a través de los hombres; por eso éstos deben renunciar a imponerse como imperios, defenderse de un modo violento (con armas y soldados) y a defenderse con violencia, pues la vida y victoria de la humanidad se sitúa en otro plano.

Insumisión, rechazo de los pactos militares

Esta renuncia a la guerra ofensiva y a un tipo de guerra defensiva que puede ser igualmente destructora se expresa en forma de objeción de conciencia e insumisión militante, no en forma pasiva (cruzándonos de brazos), sino muy activa: transformando en amor y fidelidad (en alianza) la vida de los hombres, en los que se revela Dios (la “no guerra”),  regalando y compatiendo la propia carne y sangre (Jn 6).  

Esta respuesta de la Biblia es lógica y sorprendente. (a) Es lógica: la  guerra no es “cosa” de Dios, pues él no actúa como tendemos a pensar  (no nos concede la victoria externa, de tipo militar, para que dominemos a los pretendidos enemigos), sino al contrario, dándonos su propio ser, haciéndose vida de nuestra propia vida, para que nosotros podamos ser carne y sangre de los otros. (b) Es sorprendente, pues el Dios de la Biblia nos sitúa ante una búsqueda supra-militar de victoria y paz humana. 

«¡Ay ! de los que bajan a Egipto por auxilio, confiados en su caballería...

      Los que buscan su seguridad y su reposo en las armas de los grandes imperios (Egipto Babilonia….) se destruyan a sí mismos, pues, los egipcios son “hombres” (seres mortales y no dioses) y sus caballos (armas militares) son carne que muere, y no espíritu» de vida (Is 31,1-3)[1].Los que bajan a Egipto son los que quieren pactar con el poder militar de los egipcios, para así defenderse.

     Lo que el profeta condena de esa forma es el mismo poderío militar en cuanto tal, la confianza que los hombres ponen en sus armas (en este caso en las de Egipto). Según eso, lo contrario a Dios, lo peligroso y antidivino, es el mismo imperio militar de Egipto o Babilona (de Rusia o de la OTAN) son las armas imperiales, impositiva, violentas, como tales, , no el culto de sus templos o sus ídolos aislados, que pueden ser y son mentirosos. Por eso, los idólatras más peligrosos no son aquellos que adoran a dioses de piedra, de leño o de barro, sino los que ponen su confianza en un ejército, en las armas de conquista utilizadas para dominar la tierra (y someter a los pueblos).

xabier pikaza. el camino de la paz. año: 2010. - Comprar Libros de religión  en todocoleccion - 313546378

La guerra de Dios es no-guerra

La batalla de Yahvé, esta nueva versión de la guerra santa, no es ya un combate con armas y soldados en contra de otras armas y soldados, sino que implica un rechazo de todas las armas y soldados, con los caballos y carros de combate (cf. Is 2,7-9) que son signo de violencia  humana. El profeta está evocando así una guerra que solo se gana cuando no se lucha, como dice el profeta Isaías al rey de Jerusalén, amenazado por los reyes de Damasco y Samaria, unz guerra al servicio de la vida, es decir, del niño que va a nacer: 

«Ten cuidado, estate tranquilo, no temas, que no desmaye tu corazón... He aquí que la doncella concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, Dios con nosotros» (cf. Is 7,4-14)[2].

JOSÉ LUIS SICRE: Los dioses olvidados. Poder y riqueza en los profetas  preexílicos

     Este pasaje invierte el sentido de la antigua guerra santa de los israelitas antiguos. Antes había fe en la guerra (las tribus luchaban confiando en el Dios que les daría la victoria). Ahora se pide fe sin guerra, como pone de relieve la tradición del Éxodo (Ex 14-15), donde se dice que los israelitas desarmados pusieron su defensa en Dios y fueron liberados[3]. En este contexto han surgido y se entienden las palabras más realistas y utópicas, más exigentes y esperanzadoras del Antiguo Testamento: el poderío militar de los imperios resulta antidivino, de manera que, si confía en Dios, Israel no puede confiar su defensa en las armas[4]. Por eso, cuando Dios se manifiesta en plenitud, las armas acaban:

Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor...   hacia él confluirán naciones, caminarán pueblos numerosos. Dirán: venid, subamos al monte del Señor;            él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas...   Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos.            De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.    No alzará la espada pueblo contra pueblo,  no se adiestrarán para la guerra (Is 2, 2-5; cf. Mi 4,1 ss.).

Allí quebró el arco, la espada y la guerra

violencia y religion en la historia de occident - Comprar en todocoleccion  - 45068932

     Sobre la montaña simbólica del templo se manifestará el mismo Yahvé, abriendo ante los hombres un camino de paz para siempre, de manera que ellos dejarán las tácticas de guerra, licenciarán los ejércitos y convertirán las armas en instrumento de trabajo pacífico, al servicio de la vida:

Venid a ver las obras del Yahvé, sus prodigios en la tierra:            pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,

            rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos.            Yahvé es conocido en Judá; su fama es grande en Israel,            su refugio está en Jerusalén; su morada, en Sión.   Allí quebró los relámpagos del arco  el escudo, la espada, la guerra (Sal 46, 9-10; 76, 2-4)[5].

     El mismo Dios rompe los arcos y quiebra las lanzas. En este contexto, los ejércitos, que antes podían parecen sagrados (si eran israelitas), aparecen ahora como idolatría, un poder que quiere divinizarse de forma opresora, al servicio del dominio destructor de unos sobre.

El verdadero Dios se manifiesta en Sión (en Israel) como portador de una paz sin armas, es decir, de una concordia superior, hecha de comunión y de perdón, es decir, de reconciliación (cf. Jr 31,31-34). Así culmina la más honda experiencia israelita, de manera que Dios viene a presentarse como padre, amigo, esposo que cuida de sus fieles. Por eso, aquellos que ponen su confianza en las armas y quieren defenderse con ellas confiesan que no confían en Dios, negándole de hecho (cf. Os 8,14; 10,13; Mi 5,9-10; Ha 1,16; Za 4,6). Dios se introduce así como fuente de paz suprema en la vida de los hombres y mujeres de su pueblo que, precisamente por ser pueblo de Dios, ha de renunciar a luchar y defenderse como los restantes pueblos.

xabier pikaza. el camino de la paz. año: 2010. - Comprar Libros de religión  en todocoleccion - 313546378

Este rechazo de las armas se expresa en la condena de los pactos militares.

     Con realismo político mundano, los reinos de Israel y de Judá, incapaces de garantizar su defensa  por sí mismos, en un plano militar mundano, fueron pactando con los imperios del entorno (Asiria, Egipto, Babilonia...). Pues bien, los profetas rechazaron esos pactos (cf. Os 5,12-14; 7,8-12; 8,8-10; Is 30,1-5; 31,1-3; Jr 2,18.36-37; Ez 16,26-29; 23,1-27), no por miedo a que el culto se contaminara o porque ellos, buenos israelitas, tuvieran que invocar a los dioses paganos, sino porque los pactos como tales iban en contra de Dios, eran idolátricos, pues ponían la defensa de Israel en manos de los imperios, atribuyendo a las armas algo que solo era de Dios (la capacidad de sostener, pacificar y completar la vida humana)[6].

     La fe yahvista exigía el desarme y el rechazo de cualquier pacto militar con los imperios que fundan su paz sobre bases de violencia. Solo en ese contexto se puede formular la gran esperanza de reconciliación cósmica (“pastarán juntos el oso y el cordero..., y un muchacho los pastoreará…”; cf. Is 11,6-9) que el texto final del libro de Isaías vincula al banquete del fin de los tiempos: «El Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos un festín de manjares suculentos...»(Is 24,6-8). Precisamente el mismo Dios Guerrero de las historias antiguas (Yahvé Sebaot) viene a presentarse así como portador de un banquete universal de paz, sin armas ni soldados[7]. 

Sólo lo imposible es verdadero

Humanamente hablando, los profetas que entendieron y formularon la fe de esa manera han buscado un imposible: quieren que Israel se mantenga y viva renunciando a lo que todos los pueblos toman como base y fundamento de su pervivencia: la defensa armada, los pactos militares. En esa línea, los profetas saben que los israelitas han podido presentarse como adelantados de la humanidad mesiánica, testigos y vigías de un futuro de paz si renuncian, por fe en Dios, a la defensa armada.

Esta es la verdad del Evangelio, como indica el mensaje del Segundo Isaías (Is 40-55) donde culmina la profecía israelita. Entre el 550 y 540 a. de C., algunos grupos de judíos deportados en Babilonia se movían entre la desesperación y las ilusiones falsas de carácter escapista; en ese contexto, eleva su voz un profeta de nombre desconocido, a quien la tradición ha presentado como Segundo Isaías, diciendo: 

Súbete a un monte elevado, evangelizador de Sion,   grita con voz fuerte, evangelizador de Jerusalén;   grita con fuerza, no temas, di a las ciudades de Judá:¡Aquí está vuestro Dios! (Is 40,9).

 Esta es la buena nueva de Dios, el evangelio de libertad que resuena poderoso sobre el mundo de opresión y cautiverio. El portador de la buena noticia (elmebasser hebreo, euangelidsomenos o evangelizador) es un personaje central de la historia israelita, que anuncia la buena noticia de Dios (de su gracia) en un mundo cautivo que todo lo quiere resolver con guerra. En esa línea sigue un nuevo texto, cargado de poesía y esperanza:   ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del evangelizadorque anuncia la paz, del evangelizador bueno que anuncia salvación!    De aquel que dice a Sión: ¡Reina tu Dios!¡Escucha! Tus vigías alzan la voz, cantan a coro          pues ven cara a cara a Yahvé que vuelve a Sión  (Is 52,7-10).

 Estos versos hablan del mensajero final de la paz (shalom), es decir, del evangelizador que anuncia y trae las buenas noticias de Dios, que se identifican con la paz de Jerusalén.  

La esperanza de la llegada de ese Dios de paz ha marcado y sigue marcando la historia israelita y cristiana. Ciertamente, el reino del Dios incluye también otros rasgos, como indica la misma tradición del Segundo Isaías que le presenta como «autor de la paz, creador de la desgracia» (cf. Is 45, 7; cf 44,24). Pero, en su conjunto, el Dios israelita ha sido Dios de paz y su esperanza ha estado marcada por la certeza de que llega el tiempo de reconciliación para los hombres, como recordará Jesús.

 Otra vez la condena de los pactos militares.

La misma alianza israelita (de los hombres con Dios) exige la exclusión de los pactos militares, no por razón de una violencia superior (como en el caso anterior), sino para superar la violencia que esos pactos implican. Las circunstancias anteriores han cambiado de manera drástica, tras varios siglos de presencia de Israel en Palestina.

Con realismo político, incapaces de garantizar su defensa, los reinos de Israel y de Judá habían firmado diversos pactos con los imperios del entorno (Asiria, Egipto, Babilonia...), pero los profetas los rechazaron  esos pactos como contrarios al Dios israelita, renunciando así a la defensa armada de la tierra,  es decir a la contra-violencia de un talión guerrero    (cf. Os 5, 12-14; 7, 8-12; 8, 8-10; Is 30, 1-5; 31, 1-3; Jer 2, 18.36-37; Ez 16, 26-29; 23, 1-27) y lo hicieron en una línea que culmina en el Sermón de la Montaña Lc 6; Mt 5-7)

            . Los profetas no condenaron esos pactos y alianzas por miedo a que el culto se contaminase en sentido sacral o porque implicaban una invocación de los dioses paganos, sino porque iban directamente, en sí mismos, contra el primer mandamiento («no tendrás otros dioses frente a mí»: Ex 20, 3), es decir, porque al pactar con los imperios se estaba suponiendo de hecho que ellos eran «dios», pues ocupaban el lugar de lo divino.

            A través de esos pactos, los imperios venían a elevarse de hecho como dioses que suplantaban a Yahvé, como lo había suplantado antes Baal. Esos pactos atribuyen a las armas lo que sólo pertenece a Dios (la capacidad de sostener, pacificar y culminar la vida humana) y expresan la idolatría de la política centrada en la divinización de un Imperio al que los pueblos deben fidelidad y sometimiento (Dan 2-3   cf. N. Lohfink, Das Hauptgebot, AnBib, 20, Roma, 1963). 

Una promesa de vida universal

Los profetas  y Jesús condena así el poderío militar en cuanto tal, la confianza de los hombres en un ejército más fuerte, en este caso el de Egipto. Lo contrario a Dios, lo peligroso, antidivino, es el imperio de Egipto, no el culto de sus templos o sus ídolos aislados. Idolatría es el ejército, las armas de conquista que pretenden dominar la tierra Por eso, la asistencia de Yahvé, su guerra santa, implica el rechazo caballos y carros (cf. Is 2, 7-9) que condensan la violencia de la historia.   En este ambiente surgen y se entienden las palabras más realistas y utópicas, exigentes y esperanzadoras del Antiguo Testamento: el poderío militar de los imperios resulta antidivino. No se necesita ejército, no se apela a las armas, pues la obra de Dios se realiza sólo por medios de paz, como sabía ya Oseas, rechazando los pactos militares que ponen la confianza del pueblo en el poder de los ejércitos de los grandes imperios: «Asiria no nos salvará, no montaremos a caballo; ni llamaremos dios a la obra de nuestras manos» (14, 4).

 Los dioses que destruyen la vida y dignidad del pueblo son el imperio militar de Asiria y las armas con que intenta defenderse el estado israelita. Por eso, cuando Dios se manifiesta, ellos acaban «Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor... hacia él confluirán naciones, caminarán pueblos numerosos. Dirán: venid, subamos al monte del Señor; él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas... Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (Is 2, 2-5; cf. Miq 4, 1 ss.).   (cf. J. Jeremias, La promesa de Jesús para los paganos, FAX, Madrid 1974; J. L. Sicre, Los dioses olvidados, Cristiandad, Madrid, 1979).

[1] Cf. J. L. Sicre, Los dioses olvidados, Cristiandad, Madrid, 1979, págs. 23-39; 48-49; 59-64;  R. Kilian, Die Verheissung Immanuels. Jes 7, 14, SBS, Stuttgart, 1968.

[2] Cf. R. Kilian, Die Verheissung Immanuels. Jes 7, 14, SBS, Stuttgart, 1968

[3] El tema se repite en la invasión de Senaquerib: el rey asirio intenta conquistar Jerusalén; Isaías pide a los judíos que confíen en Dios, sin hacer guerra, y así vencen (cf. Is 36-37). Armamento y guerra son falta de fe en Dios, la defensa armada, idolatría. Cf. K. Elliger, Kleine Schriften zum AT, Múnich, 1966,  págs. 119-140.

[4] Así lo indica un pasaje de la tradición de Oseas: «Asiria no nos salvará, no montaremos a caballo; ni llamaremos dios a la obra de nuestras manos» (Os 14,4).

[5] Cf. G. Von Rad, Estudios sobre el AT, Sígueme, Salamanca, 1976, 200-202; Der Heilige Krieg im alten Israel, Göttingen, 1965, págs. 56-67.

[6] J. L. Sicre, Los dioses olvidados, Cristiandad, Madrid, 1979, pág. 33.

[7] Cf. G. Barbaglio, Dios ¿violento?, Verbo Divino, Estella, 1992; A. van der Lingen, Les Guerres de Yahvé, LD 139, Cerf, París, 1990.

Volver arriba