La tumba vacía y la misión de las mujeres (1). (Mc 16, 1-8, Mc 14, 3-9)

He venido publicando esto días varios posts sobre la tumba de Jesús y la resurrección, en primer lugar con ocasión de la “notificación” de la Comisión de la Doctrina de la Fe sobre algunas obras de AT Queiruga, y en segundo por la celebración litúrgica del misterio de la Pascua.

En esa línea he publicado el primer “capítulo” de mi libro Misterios de Pascua. El segundo trata de Mc 16, 1-8 y la experiencia pascual de las mujeres. Sigo tomando un material de ese libro, pero lo amplio con temas preparados para mis comentarios de Marcos (en Clie y Verbo Divino). Cómo verá el que siga leyendo, más que el “signo físico” de la tumba vacía, a Marcos le interesa la confesión pascual, vinculada con ese signo, como seguiré indicando, en el post de hoy y en el de mañana. Lamento decepcionar a algunos lectores y comentaristas de mi blog, que buscan una prueba "física" de la resurrección de Jesús... No podemos "demostrar" que la tumba de Jesús estaba vacío de su cuerpo, desmaterializado (o transmaterializado) en substancia celeste... Pero tenemos algo más grande: Una confesión de fe



Esa confesión de fe de la Iglesia, que canta la Resurrección y se compromete a seguir a Jesús está fundada en la experiencia de unas mujeres, que fueron a la posible tumba para ungir un cuerpo muerto... pero volvieron diciendo que se hallaba vivo, pues habían visto a su "ángel" y habían escuchado su palabra (aunque el texto siga diciendo misteriosamente que escaparon de miedo, como veremos mañana o pasado).

En ese contexto he querido unir el testimonio de las mujeres en le tumba y el de la mujer que unge a Jesús en Betania... pues pienso que Mc quiere ponernos ante el mismo tema, aunque muchas veces nosotros busquemos otros temas, tengamos otras preguntas, que son buenas, pero que no van en la dirección del "kerigma" o testimonio de los evangelio.

Respondo así, de alguna forma a las preguntas y aportaciones ofrecidas en días anteriores por varios comentaristas, que Dios mediante, publicaré en resumen más adelante, por su gran valor. Lo que a Marcos le importa no es el hecho físico de un sepulcro vacío, sino el misterio creyente de un encuentro con Jesús en Galilea (o en la casa de Simón el Leproso)Buen día a todos.

Anuncio pascual. Texto base

Este anuncio de pascua (16, 1-8) resulta esencial para entender el evangelio. Pero, a diferencia de lo que harán los restantes evangelios, Marcos no ha querido (¡no ha podido!) contar una “aparición” concreta de Jesús resucitado, porque toda su historia ha sido y sigue siendo una experiencia pascual, proyectada sobre la historia de Jesús, como sabe quien haya leído la parte anterior de este comentario. En esa línea se nos dice que es preciso “volver a Galilea”, como dirá el joven de pascua, para “ver” allí a Jesús:

(a. Mujeres) 1 Pasado el sábado, María Magdalena, y María la de Jacob y Salomé compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. 2 Y muy de mañana, el día después del sábado, a la salida del sol, fueron al sepulcro. 3 Iban comentando:¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro? 4 Y mirando vieron que la piedra había sido corrida, aunque era inmensamente grande.
(b. Joven de pascua) 5 Cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, que iba vestido con una túnica blanca. Ellas se asustaron. 6 Pero él les dijo: No os asustéis. Buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo habían puesto. 7 Pero id, decid a sus discípulos y a Roca: El os precede a Galilea; allí lo veréis, tal como os dijo.
(c. Huída) 8 Ellas salieron huyendo del sepulcro, llenas de temor y asombro, y no dijeron nada a nadie, pues tenían miedo .


Éste es un texto clave, no solo para entender el evangelio de Marcos, sino la historia del cristianismo, y así quiero presentarlo con una introducción, un comentario y una pequeña ampliación sobre el sentido el sentido final de Marcos .

1. 16, 1-8. Introducción (a la luz de 14, 3-9)

El tema de fondo es: ¿Qué pasó tras la muerte de Jesús, el año 30, hasta que Marcos escribiera su evangelio, en torno al 70 d.C.? He tratado de ello, con cierto detalle, de un modo más histórico, en la introducción de este libro. Pero ahora debo retomar ese motivo desde el interior del evangelio (de un modo más textual). Todo el evangelio de Mc está lleno de “huellas de pascua” (o, mejor dicho, es la huella histórica del Jesús pascual), y así he podido afirmar que Marcos es la historia de un resucitado. Pues bien, dentro de esa “historia” cobra un sentido especial el relato de 14, 3-9, como dije en su lugar (al comentarlo) y como seguiré profundizando ahora, desde una lectura de conjunto de Marcos.

La pegunta es ¿cómo se pudo pasar de la muerte de Jesús a la experiencia de pascua, y cómo a partir de la pascua (simbolizada por la tumba abierta) Marcos tuvo que recuperar la historia de Jesús, dentro de la Iglesia?

En un sentido historicista resulta difícil precisar lo que pasó, pero el final de Marcos (16, 1-8) nos ayuda a entenderlo, aunque no dice de un modo directo aquello que Dios hizo en la tumba, ni cómo transfiguró/resucitó a Jesús (¡eso no puede decirse con lenguaje humano!), sino aquello que las mujeres descubrieron cuando “fueron” (de un modo simbólico y, quizá, también histórico) al sepulcro para “ungir (sacralizar) a un muerto”. Esas mujeres no pudieron hacer lo que querían, porque no fueron capaces de encontrar al “muerto” a quien deseaban sacralizar con perfumes… y, además, porque ese cuerpo (el sôma de Jesús: cf. 14, 3) había sido ungido ya en casa de Simón Leproso (14, 3-9, como he dicho. Eso significa, a mi entender, que hay una intensa conexión entre esos dos pasajes (16, 1-8 y 14, 3-9), y ambos han de verse y entenderse unidos.

– Para situar Mc 16, 1-8 en su contexto histórico-teológico, cf. R. E. Brown, La muerte del Mesías II. Desde Getsemaní hasta el sepulcro, Verbo Divino, Estella 2006; J. D. Crossan, Los orígenes del cristianismo, Panorama, Sal Terrae, Santander 2002; D. Fuller, Easter Faith and History, Tyndale, London 1968; Th. Lorenzen, Resurrección y discipulado. Modelos interpretativos, reflexiones bíblicas y consecuencias teológicas, Presencia Teológica 97, Sal Terrae, Santander 1999; F. Lüdemann, Die Auferstehung Jesu. Historie, Erfahrung, Theologie, Mohn, Göttingen 1994; Ph. Perkins, Resurrection. New Testament Witness and Contemporary Reflection, Chapman, London 1984.
Sobre el texto concreto de Mc 16, 1-8 ha dicho lo esencial M. Navarro, Morir. Cf. ademàs N. C. Croy, The Mutilation Mark’s Gospel, Abindgdon, Nashville 2003; F. Pérez Herrero, Mc 16,1-8: Un final que es el verdadero comienzo del evangelio, en S. Guijarro Oporto y J. J. Fernández Sangrador (eds.), Plenitudo temporis. Miscelánea homenaje al Prof. Dr. Ramón Trevijano Etcheverría, Pontificia, Salamanca 2002, 191-207; M. Perroni, L'annuncio pasquale alle/delle donne [Mc 16,1-8]: alle origini della tradizione kerygmatica, en Patrimonium Fidei: Traditionsgeschichtliches Verstehen am Ende?: Festschrift für Magnus Löhrer und Pius Ramon Tragan, Studia Anselmiana 124; Roma1997, 397-436; V. Phillips, Full Disclosure: Towards a Complete characterization of the Women who followed Jesus in the Gospel according to Mark, en I. R. Schildgen, Crisis and Continuity. Time in the Gospel of Mark, Sheffield UP 1998; R. Vignolo, Un finale reticente: interpretazione narrativa di Mc 16,8: Rivista Biblica 39 (1990) 129-189.



16, 1-8. Una aproximación

Leamos con detención el texto, y descubriremos, ya en la primera lectura, que no es un relato historicista, pero que es histórico en el sentido más profundo, pues marca la gran inversión que empezó a producirse en unas mujeres, que tenían más sensibilidad que los varones para entender lo que había pasado y pasaba con Jesús. Lo que Marcos cuenta (lleno de fuerte esperanza apocalíptica) rompe los esquemas mentales y sociales de aquellos que aguardaban la llegada gloriosa del Reino de Dios (desde arriba, desde fuera) o de aquellos otros que habían despedido para siempre a Jesús, hasta el fin de los tiempos (la resurrección de los muertos), conforme al convencimiento habitual del judaísmo.

Marcos dice, de forma simbólica, algo que sólo simbólicamente puede decirse, mostrando el “hueco” que Dios mismo ha suscitado (ha dejado) en la trayectoria de la muerte (que desemboca en la tumba), para descubrir que Jesús está vivo y que sus seguidores deben retomar su obra en Galilea.

Este relato evoca, de un modo simbólico-litúrgico, la irrupción del Reino de Dios, que no empieza arriba, ni después (al final de la historia), sino aquí mismo, llegando hasta el final de lo que significa Jerusalén (una la tumba vacía), con unas mujeres como protagonistas, para rehacer el camino de Jesús, volviendo a Galilea y retomando su mensaje de Reino.


Las mujeres han buscado su «cuerpo/cadáver», pero sólo han encontrado un hueco del que brota una palabra («no está aquí»), diciendo que busquen a los discípulos, para decirles que vayan a Galilea, a fin de «verle» allí, reiniciando de esa forma su camino.

Esa palabra del joven de pascua («id a Galilea… allí le veréis»: auton opsesthe, Mc 16, 7) abre un horizonte de esperanza y marca una exigencia de fidelidad, un camino de fe y compromiso (¡re-comenzar en Galilea!), desde el hueco del sepulcro, para ver de esa forma a Jesús. Esa palabra nos conduce, desde el lugar donde había triunfado la muerte (como sucede siempre en la historia humana), hasta el comienzo de la trayectoria de la Vida final de Jesús, ofreciendo así el recuerdo histórico más hondo y creador de la humanidad, la memoria de la historia de de Jesús que empieza allí donde parecía haber muerto (le habían matado) para siempre.

-- Esa palabra enciende la memoria de unas mujeres que buscaban el cuerpo muerto de Jesús y hallaron vacío el lugar donde esperaban hallarle, convirtiéndose ellas mismas (las amigas del crucificado), en portadoras de la buena nueva de su resurrección. Al descubrir (de un modo radical, histórico y/o simbólico) que esa tumba se hallaba vacía, ellas podrían haber pensado que Dios le había raptado (llevado), para tenerle en su gloria y traerle de nuevo a la tierra en el tiempo de la resurrección de todos los muertos, al fin de este mundo, como creían muchos judíos (aunque no los saduceos).

-- También podían pensar que Jesús ha resucitado de manera fantasmal, como se dice que resucitaron algunos de los que aguardaban en las tumbas, muy cerca de los muros santos, en el valle de Josafat (como sabe la tradición de Mt 27, 52-53)… o incluso que el ángel Miguel y el Diablo habían disputado por su cuerpo y uno de ellos se lo había llevado (como dice de forma inquietante Jud 1, 9, refiriéndose a Moisés, y citando posiblemente a un apócrifo: Asunción de Moisés).


Pero el relato de Marcos no va en ninguna de esas líneas, sino que afirma que Jesús Nazareno no se encuentra ya en la tumba porque ha resucitado, de manera que sus discípulos y amigos tienen que volver a Galilea para encontrarle y retomar su camino, pues ésa es su esencia y su memoria, no un sepulcro. Ésta es la “representación” cristiana por excelencia, la liturgia que marca el “paso” desde el llanto por la muerte (unción de un cadáver, memoria en el sepulcro) al camino abierto de una nueva visión y de una vida que debe iniciarse precisamente ahora, otra vez en Galilea, es decir, retomando el “principio” de Jesús, sin sustituirlo por algo que debía haber pasado en Jerusalén (como parecen haber querido los parientes de Jesús, e incluso Roca y las mujeres, permaneciendo en Jerusalén y retomando allí unas tradiciones y visiones religiosas ajenas al mensaje de Jesús).

Esta experiencia marca una nueva trayectoria en la historia apocalíptica judía. Aquí no estamos ante un simple ajuste de rumbo, sino ante un cambio radical de “territorio”. Se trata de empezar de nuevo el camino de Jesús, desde Galilea, sin quedarse ya en Jerusalén (como habían querido muchos seguidores de Jesús. Se trata de saber que lo importante no es aquello que sucederá al final (en la culminación del tiempo, más allá del mundo), sino lo que podemos y debemos hacer en este tiempo, retomando el camino de Jesús en Galilea, pero no simplemente como antes, sino sabiendo quién ha sido y es Jesús, a quien han matado precisamente en Jerusalén, cuando quiso implantar allí el Reino de Dios.

En este contexto no son fundamentales las posibles “apariciones” concretas (pasadas ya= de Jesús resucitado, por más significativas que ellas sean, como ha confesado Pablo (1 Cor 15, 3-9) y como han escenificado los capítulos finales de Mateo, Lucas y Juan, pues en aquel entorno (y en el nuestro) se podía hablar de apariciones de otros muertos (cf. Mt 27, 52-53).

Marcos quiere algo distinto: Quiere retomar la experiencia básica de lo que ha sido y sigue siendo la Vida de Jesús, una experiencia condensada en el signo de la “tumba vacía” (una muerte vencida, una cruz salvadora) y en la palabra de pascua cristiana del “joven” que habla desde el hueco (vacío) de la tumba, proclamando que Jesús ¡ha resucitado! y diciendo a las mujeres (y por ellas a los demás discípulos) vayan a Galilea (¡allí le veréis como os dijo!), para retomar su obra.


Esta “visión” de la tumba vacía, sin que el Hijo del Hombre haya venido de forma externamente victoriosa sobre el mundo (y sin fundarse en visiones pascuales pasadas de otros, como Roca y Pablo), rompe un modelo de escatología apocalíptica (según la cual todo debía haber terminado, con la venida imperiosa del Hijo de hombre) y sitúa a los discípulos ante la necesidad de recuperar el pasado de Jesús (el sentido de su muerte), y de recrear su misión, volviendo a Galilea, para retomar allí el camino del evangelio. Esta promesa de “visión” en Galilea (desde la tumba abierta) “rompe” el continuo de la historia anterior, pero no para abandonarla, sino para alumbrarla por dentro, interpretando el mensaje del evangelio (1, 14-15) en nueva experiencia y camino de encuentro con Jesús pascual en Galilea.

Este pasaje (16, 1-8) supone un cambio esencial en la existencia humana, un cambio que se ha producido sólo aquí, una vez, en el transcurso de los siglos, algo que aquellas mujeres descubrieron de un modo especial, una experiencia distinta que ha sido posible por Jesús y que transforma el sentido de la historia de Israel (y de la humanidad). Ésta es la mutación de Jesús, aquí, desde la tumba abierta (y sin cadáver), una mutación muy pequeña (nadie se ha dado cuenta, sólo ellas), pero que se agranda después y se extiende hasta llenar la tierra, como la pequeña piedra del libro de Daniel, que baja del Monte de Dios y destruye la estatua de este mundo viejo (Dan 2, 34) .

– Ésta es la mutación fundamental de la pascua de Jesús y de su mensaje, aunque el texto siga diciendo (en un plano) que las mujeres tuvieron y escaparon del sepulcro (sin decir si fueron o no fueron después a Galilea), de manera que en un sentido se puede afirmar que todavía no se ha cumplido la experiencia plena de la pascua. En ese símbolo de la tumba vacía, entendida como ausencia de Jesús y como hueco donde se visibiliza su más honda presencia (que es el mandato de ir a Galilea y la promesa de verle), se encuentra en germen todo el cristianismo.
Ésta es la revelación central de Dios y la mutación de la vida humana. Todo lo que vendrá después (lo que hemos desarrollado en este comentario) depende de esto. Este relato ofrece la experiencia más radical del cristianismo. Aquí se rompe una visión de la muerte entendida como algo propio del pasado (y de una resurrección que vendrá sólo después). A partir de aquí, los amigos de Jesús (apoyados en el testimonio de las mujeres) podrán situarse ya ante el misterio actual del Reino de Dios, es decir, ante el «hoy pascual» de los recuerdos de la vida de Jesús, a quien descubren como una ausencia presente o, quizá mejor, como la presencia de aquel que ha vivido y ha muerto a favor ellos (y de todos).



Humanamente hablando, la falta del cadáver amigo (una tumba abierta y sin cuerpo de Jesús) constituye una carencia terrible, pues un muerto sin enterramiento es maldición. En esa línea, las mujeres amigas de Jesús no habían tenido ni siquiera el consuelo de tocar el cadáver, honrándolo con buenas ceremonias funerarias. Pero esa carencia y maldición se ha transformado, por la misma experiencia del amor que triunfa de la muerte (es decir, por revelación de Dios), en certeza superior de Vida y Presencia mesiánica. Estas mujeres han descubierto, por caminos propios (distintos de Roca y de los Doce), que Jesús estaba vivo, es decir, resucitado, confiándoles la tarea de continuar su movimiento, llevando la palabra definitiva a Roca y a los restantes discípulos. Marcos afirma que son ellas las que han “entendido” finalmente a Jesús, desde el “hueco” de su tumba .

14, 3-9. Volver a empezar desde Betania

Desde ese fondo quiero retomar el tema de la unción de Betania (14, 3-9), de la que hablé con cierta extensión en su lugar (donde traduje y comenté el pasaje), de forma que no debo repetirlo, pero pienso que es bueno presentarlo otra vez desde la nueva perspectiva en que nos sitúa la pascua de Marcos. Se trata de un que recoge un rasgo importante de la historia pascual, pues ha sido una mujer (posiblemente con otras mujeres) la que ha iniciado (es decir, ha despertado y potenciado) la experiencia de la resurrección de Jesús, es decir, de su vida, entre sus discípulos. Desde aquí se entiende mejor lo que 16, 8 presenta como “huída” de las mujeres (de la que hablaré después con extensión) .

Este pasaje (14, 3-9) se sitúa y nos sitúa en un contexto de comida funeraria, (¡antes de volver a Galilea!), en el entorno de Jerusalén (pero fuera de la ciudad), donde algunos discípulos de Jesús se han reunido para comer y recordar su muerte, según costumbre casi universal. Los romanos le mataron, pero no han podido impedir que unas mujeres le acompañaran hasta la cruz (15, 40. 47), y que después hayan “celebraran” su memoria. Como sabemos por otras pasajes, la experiencia pascual de los cristianos está vinculada a las comidas (cf. Hch 1, 4; Lc 24, 13-42; Jn 21, 12-14; Mc 16, 14). Pues bien, en una ceremonia de comida (un simposio funerario, común en la cultura del entorno), en casa de Simón Leproso, una mujer ha dicho con perfume que Jesús está resucitado.

Precisamente en ese contexto, en el que se esperaban palabras de luto y memorias de muerte (historias y llantos exequiales para despedir al difunto), emerge esa mujer y realiza un gesto de profundo simbolismo, con perfume, para mostrar que el muerto (Jesús) se encuentra vivo, de forma que ellas (y ellos) deben transformar el llano de muerte en fragancia de resurrección, expandiendo la Palabra por el mundo. Siguiendo una costumbre casi universal, familiares y amigos de Jesús se habían reunido para honrarle, mientras comen y recuerdan (repiten) sus “historias”, vinculando de forma profunda la afirmación de la vida (ellos comen) con el recuerdo de la muerte (así recuerdan a Jesús, para que descanse en paz).

Pues bien, precisamente aquí donde amigos y discípulos comen recordando a Jesús se ha expresado según Mc 14, 3-9 la primera y más honda experiencia de pascua, como despliegue radical de vida (vida de Jesús, valor del evangelio, actualidad de su mensaje) .

El texto dice que estos comensales se reúnen en casa de Simón Leproso, esto es, un hombre que no pertenece a la sociedad limpia (que estaría formada por aquellos que han “matado” a Jesús). Así parece situarnos ante el recuerdo de una fraternidad oculta (como soterrada), que no está presidida por familiares del difunto (quienes, lógicamente, deberían ofrecer el banquete), ni por discípulos oficiales, es decir, por los Doce (que deberían ser también los promotores de una comida de recuerdo de Jesús), sino por un leproso, y por una mujer innominada que expresa con perfume la presencia de Jesús, a quien unge.

Ese dato resulta sorprendente, pero responde a la lógica del texto, retomando el motivo de Mc 1, 40-45. Las autoridades de Jerusalén (guardianas de la limpieza oficial) han matado a Jesús (como a impuro). Pero este leproso le recuerda, como suele hacerse, ofreciendo en su honor (en su memoria) una comida. En este contexto se sitúan los rasgos principales del relato (que suscitarán la respuesta de Jesús): (a) Una mujer confiesa que está vivo; (b) otros murmuran, pensando en dinero; (c) Jesús avala la confesión de la mujer.

a) Esta mujer confiesa que está vivo y lo hace rompiendo un frasco de perfume, para anunciar de esa manera el buen olor de Cristo (cf. 2 Cor 2, 14-16). Normalmente, las mujeres cuentan y cantan la historia del muerto, para que pueda permanecer (dormir) en paz, convirtiéndose en antepasado venerable, de manera que el dolor por su fallecimiento (¡y el miedo ante los muertos!) se convierta en presencia pacificadora. Pero ésta no cuenta verbalmente nada (no dice una palabra), sino que derrama sobre la memoria de Jesús el perfume del frasco que ha roto.

Las mujeres recordaban y exaltaban la memoria del difunto en los banquetes funerarios. Pues bien, ésta ha roto ese modelo dominante de celebración y ha realizado un gesto simbólico, que va en la línea del culto de los muertos, pero dice algo nuevo: derrama sobre la “cabeza” de Jesús (es decir, sobre su memoria) un perfume caro, rompiendo para ello el frasco (como se ha roto el cuerpo de Jesús) y diciendo-mostrando así que su fragancia (su mensaje-vida) se extiende por la casa (y por todo el mundo, como ratificará el mismo Jesús) .

b) Algunos presentes murmuran. El texto parece identificarles con los discípulos oficiales (Pedro y los otros de 16, 7), que condenan a la mujer y de esa forma, implícitamente, rechazan o no aceptan el sentido que ella ha dado a la muerte de Jesús, pues siguen pensando en términos de triunfo externo y de dinero. Ciertamente, también ellos están haciendo memoria de Jesús, pero en realidad lo hacen para rechazar el sentido salvador de su muerte y para negar un tipo de mesianismo pascual (que consiste en descubrir y celebrar la muerte de Jesús como victoria de Dios sobre la muerte).

Quizá nos hallamos ante una «liturgia del perfume» (quizá paralela al lavatorio de pies: vincular Jn 13, 5-14 con Jn 12, 3), que se celebraría en algunas comunidades pascuales del entorno de Jerusalén (o de Galilea), para interpretar y celebrar la muerte de Jesús y proclamar su presencia como resucitado. Es muy probable que en el fondo de la escena haya un recuerdo de las primeras reuniones funerarias entre conocidos y seguidores de Jesús, en los días que siguieron a su muerte. Esta casa de Simón el Leproso parece un signo del sepulcro donde habían querido ir las mujeres para ungir a Jesús, sin encontrar allí su cuerpo (Mc 16, 1-8), descubriendo así que él no se ha convertido en un cadáver para ser embalsamado, como seguiremos viendo. Pues bien esta mujer ha avanzado en esa línea, mostrando con gran fuerza que Jesús no es un cadáver para ser embalsamado (con perfume externo), sino que él mismo es el auténtico perfume que se debe extender y anunciar en todo el mundo .


c. Respuesta del Jesús y nacimiento de la iglesia. Las palabras que el texto atribuye a Jesús («¡Ha hecho conmigo una obra buena; se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura!»; Mc 14, 6) han de entenderse en clave de liturgia pascual, esto es, de recreación radical del culto funerario. Si este pasaje de la unción se escenificaba, como parece, esas palabras pueden haber sido pronunciadas por algún miembro del grupo, que defiende a la mujer, hablando en nombre de Jesús (como el joven/ángel de la tumba, en Mc 16, 6-7), afirmando que el gesto de esa mujer pertenece a la pascua mesiánica, y mostrando que la sepultura de Jesús (¡la casa de Simón Leproso!) no es lugar para embalsamar y conservar un cadáver, sino lugar de perfume expandido, pues el cuerpo de Jesús se ha hecho aroma de vida, presencia de reino.

Sea como fuere, la transformación del cadáver para la muerte en perfume para la vida constituye una expresión radical de pascua. En ella se transmite la verdad y contenido del signo de la tumba vacía, donde (en consonancia con del perfume de la mujer y de la palabra de Jesús, que la defiende) escuchamos la palabra del joven que dice a las mujeres que Jesús ha resucitado (es buen perfume) y les manda que expandan su mensaje y vayan con el resto de los discípulos a Galilea .

Este relato nos sitúa en el centro donde vino a expresarse, y en el foco del que vino a expandirse, el mensaje de la resurrección, en el comienzo de la Iglesia, allí donde los discípulos de Jesús descubrieron que Jesús estaba vivo. Así podemos decir que esta mujer de la unción se eleva aquí como la primera cristiana, fundadora de la Iglesia. Ella pertenece al comienzo de la Iglesia, pero, al mismo tiempo, se sitúa y nos sitúa ya en un tiempo avanzado de la comunidad de Marcos, pues sólo así se entiende la palabra de Jesús: «En verdad os digo, donde se proclame el evangelio, en todo el cosmos, se dirá también lo que ha hecho esta mujer para memoria de ella» (Mc 14, 9). Por eso he dicho que la casa de Simón Leproso, donde este mujer unge a Jesús (14, 3-9), es en realidad la misma tumba vacía de 16, 1-8, de manera que ambos textos han de verse unidos .

Jesús habla aquí (14, 9) de lo que ha hecho una mujer (autê), pero en sentido más amplio se está refiriendo a lo que han hecho las mujeres de pascua (las de Mc 15, 40.47; 16, 1-8), que son las primeras que han comprendido el sentido de su vida (con la promesa de que le verán en Galilea). Así afirmamos que este pasaje (14, 3-9) ofrece el testimonio de la experiencia pascual originario de Marcos (por encima de otras experiencias como la transfiguración de 9, 2-9 y el paso por el mar de 4, 35-41). Esta mujer ha transformando el banquete de duelo funerario en celebración de vida. Sólo desde una experiencia como ésta se entiende el relato del sepulcro de Jesús, descubriendo que está vacío y “escuchando” allí una palabra que dice a las mujeres que vayan a Galilea, para verle y retomar su camino.

El evangelio (y la comunidad) de Marcos ha de entenderse partiendo de esta «unción mesiánica», con la experiencia pascual que ha tenido y que expresa esta mujer, ante los discípulos, en casa de Simón Leproso, una casa que es signo del sepulcro, que se abre para fundar la misión universal (la expansión del buen olor de Cristo; cf. 2 Cor 2, 14-16 y unir Mc 14, 3-9 con 16, 1-8). Aquí no estamos ante una experiencia exterior de visión (en la línea de lo que dice Pablo en 1 Cor 15, 3-7, hablando de ophthê, se les apareció), sino de cambio integral. La mujer de la unción (lo mismo que el joven de 16, 1-8) interpreta como vida (resurrección) aquello que a otro plano ha sido experiencia de muerte. Sólo en la línea de lo que ha experimentado y ha dicho esta mujer puede haber iglesia, comunidad de aquellos que confiesan que Jesús ha regalado su vida como buen perfume, diciendo así que está resucitado.

Por eso, el anuncio de la resurrección resulta inseparable de la muerte de Jesús, tal como ha sido interpretada por esta mujer, de forma que este pasaje nos permite superar dos riesgos. (a) El riesgo de aquellos que sólo ven la muerte de Jesús como fracaso (dinero malgastado, esfuerzo vano). (b) El de aquellos que quisieran hablar de resurrección sin muerte, de gloria sin entrega de amor, de Reino sin cruz, idealizando así la función de Jesús, pero negando su realidad humana, como si fuera alguien como alguien ajeno a este mundo .

Por eso, lo que esta mujer dice y “representa” con perfume es un elemento esencial del comienzo de la iglesia cristiana, pues ella ha mostrado que la muerte de Jesús ha sido la expresión más alta del amor divino, el supremo regalo/perfume de Vida. Esta mujer aparece así, dentro de Marcos, como la cristiana originaria, la primera que ha descubierto y expresado la pascua de Jesús. Por eso, el recuerdo de lo que ha hecho (de lo que ha visto, de lo que ha dicho) resulta inseparable de la buena memoria de Jesús, de manera que donde se anuncie el evangelio habrá que proclamar lo que ella ha realizado (14, 9), pues ha sido la primera en extender la muerte de Jesús fuente de perfume universal de vida .

Ampliación: tumba abierta, una misión para las mujeres

Sólo ahora, tras haber evocado el trasfondo histórico y “teológico-simbólico” de la unción de 14, 3-9, podemos pasar a la “unción fallida” de 16, 1-8, que aparece así como texto fundante de la Iglesia, pero que no puede leerse de una forma aislada, sino unido a todo el evangelio (y en especial a 14, 3-9: la unción cumplida). En este contexto, debemos afirmar que, según Marcos, Jesús no se revela de manera externa tras su muerte (él no habla así de “apariciones” en sentido físico), pues él es perfume que se extiende a todo el cosmos, una “presencia” que sus discípulos “verán” recomenzando su camino en Galilea.

Si Marcos no habla de apariciones pascuales de Jesús no es porque las ignore (parece imposible que no conozca la tradición de fondo de 1 Cor 15, 3-7), sino porque, a su juicio, la “pascua cristiana” ha de anunciarse de otra forma, en la línea de todo su evangelio. Eso supone que el relato del sepulcro vacío (16, 1-8) ha de entenderse a partir de Betania, donde se ha celebrado la presencia de Jesús/Perfume (14, 3-9), para pasar de allí a Galilea, extendiendo el evangelio a todo el cosmos (cf. también 13, 10). De esa manera, el texto de Marcos culmina (¡en forma textual!) con el relato de unas mujeres (no de unos hombres-varones, como Roca y los Doce) que empiezan buscando el cuerpo de Jesús para embalsamarlo.

– Más tarde llegarán las formulaciones teológicas de tipo más formal (litúrgico, dogmático), pero antes, en el comienzo de la Iglesia, según Marcos, tenemos a esta mujer, elevándose como primera cristiana y principio de la Iglesia, en el mismo banquete funerario donde otros querían celebrar la muerte de Jesús. En este sentido, podemos decir que el evangelio es la comprensión pascual de la muerte de Jesús, y puede expresarse en forma de unción y perfume que brota de ella. Por eso, donde se anuncie el evangelio se dirá lo que ha hecho esta mujer, la forma en que ha logrado comprender la muerte de Jesús como resurrección de vida (perfume).

Jesús mismo es el perfume abierto y expandido (comunicado) desde el vaso de alabastro roto. Aquí y ahora, este Jesús-perfume es el mayor derroche generoso de vida, a favor de los demás, es la Palabra de Reino que a todos vincula. La resurrección no es algo para “luego” (al fin del tiempo), sino algo aquí, un misterio que se anuncia y se expande en la vida de los seguidores de Jesús. Él mismo, Jesús, es ya el evangelio. Por eso, esta mujer que lo ha comprendido y mostrado, ante todos (antes que todos), en gesto de amor, forma parte del mensaje cristiano: es una encarnación concreta de ese evangelio. La casa de Simón leproso, en el entorno de Jerusalén, es ya casa pascual donde se reúnen los discípulos de Jesús, para recordarle mientras comen.

La misma localización (Betania) puede entenderse en esa línea (como en el caso de la resurrección en Lázaro en Jn 9) como signo de resurrección de Jesús y de nacimiento de la Iglesia. La memoria de esta mujer (mnêmosynon autês: Mc 14, 9) pertenece a la raíz de la vida de la iglesia, como la memoria eucarístico de Jesús.

Los paralelos extramarcanos presentan la eucaristía como anámnesis o memoria de Jesús (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 23-25) y el mismo evangelio de Marcos se refiere al pan de las multiplicaciones y la barca como fuente de recuerdo eclesial (cf. mnêmoneuein: Mc 8, 18). A los discípulos les cuesta conservar la memoria activa del pan y por eso desconocen a Jesús y siguen ciegos, no sólo en esta unción de Betania, sino en la misma escena eucarística que sigue (cf. Mc 14, 12-31 donde culmina el tema de los panes). Esta mujer, sin embargo, ha comprendido, volviéndose elemento integral de la memoria de Jesús, una memoria que deberá pasar de Betania en el entorno de Jerusalén a Galilea, como seguirá diciendo 16, 1-8.
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