El Cirio pascual



El protagonismo del Cirio pascual apenas admite parangón en la Vigilia «Madre de todas las santas vigilias» (San Agustín). Encendido desde tal noche santa hasta el domingo de Pentecostés, ese velón de cera decorado con las letras del alfabeto griego Alfa y Omega, representa la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Su origen incierto podría derivar del uso oriental del lucernario en la tarde del sábado o ya en la vigilia.

La incansable peregrina y escritora hispanorromana Egeria habla del encendido de las lámparas cada tarde en la perpetua del santo sepulcro (Peregr. 24). Un Ordo del siglo V muestra la praxis de tan solemne fuego en la vigilia pascual de Jerusalén. Y según el apologista san Justino (Apol. 65,1), cabe también referirlo a la teología del bautismo como iluminación. Eusebio de Cesarea, en fin, dice que Constantino «transformó la noche de la Vigilia de Pascua sagrada en la brillantez del día, por la iluminación de todos los pilares de cera de la ciudad, de manera que esta vigilia mística se hizo más brillante que la luz del día más brillante» (De vit. Const. IV, 22).

Tampoco san Agustín se queda corto hablando de lámparas encendidas en vigilia pascual (cf. Serm. 223 I; 223 K). La Iglesia, no obstante, rehuyó utilizar cirios hasta el siglo IV, debido mayormente a su significado pagano. De ahí que algunos especialistas sostengan que la sustitución por cirios pueda fecharse sólo a partir del siglo IV. Hay evidencia de que comenzó a más tardar en la segunda mitad del IV. Por ejemplo, el uso de cantar un himno de alabanza a la vela y misterio de la Pascua se menciona como costumbre establecida en carta de san Jerónimo escrita por el 384 a Presidio, diácono de Piacenza, Italia. Los santos Ambrosio y Agustín son compositores de estos himnos de alabanza (A. Chupungco: DPAC I, 649).

El uso del Cirio pascual en la liturgia romana probablemente provenga de las liturgias galicanas con influjo del Oriente. El Liber Pontificalis (ed. Perovsky, II,95) lleva los orígenes en Roma, sin embargo, hasta el papa Zósimo, que era griego. Cierto es que el Cirio pascual se usaba en las parroquias de Roma ya desde el siglo V, pero no entró en la liturgia papal hasta el XI (Ordines Romani 23 y 24).

Sus inicios tienen que ver con el fuego y la identificación que los primeros cristianos hacían de éste con la presencia de Dios: referencias en el Antiguo Testamento no faltan, desde la zarza ardiendo que se le apareció a Moisés en el Horeb hasta la columna de fuego que guio al pueblo de Israel por las noches en el duro desierto. Muchos estudiosos, de hecho, consideran la columna de fuego como uno de los símbolos más cercanos al significado actual del Cirio pascual.

La llama de velas y cirios se empieza a relacionar con la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo entre los siglos V o VI. Su luz es interpretada cual símbolo que ilumina el camino del que está rodeado de tinieblas. Adentrados en el Medievo, siglos XIII y XV, el Cirio empieza a jugar un papel muy relevante en la Liturgia. Se le asocia, apagado, a la muerte de Jesús. Y encendido, a la Resurrección de nuestro Salvador Jesucristo.

Su más importante significado será recordarnos la victoria de Jesucristo sobre la muerte a través de la resurrección, simbolizada ésta por la luz del fuego nuevo, que ahuyenta las tinieblas de la muerte y resucita victorioso. La luz, elemento natural, se convierte en símbolo de vida, felicidad, alegría y esperanza. Iluminar la noche con el Cirio equivale a representar la victoria de Cristo sobre la muerte, y a estar envueltos en la luz de Cristo que nos llena de gozo y esperanza.

Jesús ya no yace en el sepulcro. Es la luz del mundo, el vencedor de la muerte que nos ha obtenido la salvación. Los cristianos todos estamos llamados también, con la luz de Cristo, a disipar la oscuridad de nuestro corazón y llenarnos de ella, pues sólo esta luz nos puede iluminar y guiar por el camino verdadero que lleva a la vida; sólo la luz de Cristo puede eliminar nuestra oscuridad interior y hacernos llevar una vida de acuerdo a nuestra condición cristiana.

En la Iglesia medieval, ya digo, hallamos un sentido simbólico para cada aspecto pascual del Cirio: Apagado, representa al Cristo muerto y sepultado. Encendido, al esplendor y gloria de la Resurrección. Su mecha, a la humanidad de Cristo. Y el halo de la llama, a su divinidad. Otras velas ardiendo a partir del Cirio, simbolizan a Cristo entregando el Espíritu Santo a los discípulos. El simbolismo del triunfo de Cristo sobre las tinieblas del pecado y la muerte es, para nosotros, claro es, preeminente.



Adornado con la cruz para representar su sacrificio redentor, la primera y la última letra del alfabeto griego – Alfa y Omega – para significar que Él es el principio y el fin, están asimismo los símbolos de trigo y uvas, o un cáliz y la hostia consagrada, que representa la Eucaristía. Los 12 apóstoles, testigos y escribas, apuntan a la pasión, muerte, resurrección y ascensión del Señor. Otros símbolos son el Buen Pastor, el Cordero, el Sagrado Corazón, y Cristo Resucitado.

Cirio proviene de la palabra hebrea «pasach», usada para referirse a la fiesta de la Pascua Judía. El ritual comienza con los fieles, cada uno con una vela, reunidos en torno a una hoguera o Fuego Santo. La iglesia a oscuras significa la penumbra reinante en el sepulcro donde yacía el cuerpo de Cristo crucificado. Bendecido el fuego, se marcan en el cirio una cruz, las letras Alfa y Omega y, en los ángulos de la cruz, las cifras del año en curso. La cruz es tradicionalmente el símbolo de Jesús. Alfa (parte superior del Cirio) y Omega (parte inferior), son, respectivamente, primera y última letra del alfabeto griego: Cristo es comienzo y fin de todas las cosas.

También denota que la palabra de Dios es eterna: «Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, “Aquel que es, que era y que va a venir”, el Todopoderoso» (Ap 1,8). Nos hablan, además, de que ahora y siempre Cristo está vivo en su Iglesia, y le da fuerza para afrontar una año más. El año es colocado como símbolo de la presencia de Dios aquí y ahora. Puede ser situado en cada uno de los huecos de los brazos de la Cruz o en la parte inferior del mismo Cirio.

Dice el sacerdote: Cristo ayer y hoy (se traza la raya vertical); Principio y fin (la horizontal); Alfa (sobre la línea vertical); y Omega (debajo); Suyo es el tiempo (el primer número del año en curso, en el ángulo superior izquierdo de la cruz); Y la eternidad (el segundo número del año en el ángulo superior derecho); A Él la gloria y el poder (se traza el tercer número del año en el ángulo inferior izquierdo); Por los siglos de los siglos. Amén (el cuarto número del año en el ángulo inferior derecho).

A continuación se incrustan cinco granos de incienso en forma de cruz (primero el palo vertical, luego el horizontal), que simbolizan las cinco llagas de Cristo, muerto y resucitado, mientras se dice: Por sus llagas / Santas y gloriosas / Nos proteja / Y nos guarde / Jesucristo nuestro señor. Amén.

Es entonces cuando se enciende el Cirio con el fuego nuevo diciendo: Que la Luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu. Si el encendido se ha hecho en el exterior de la iglesia, se lleva el Cirio en procesión al interior, el cual, todavía en penumbras, recibe Luz del Señor. La llama del Cirio, representando la resurrección de Cristo, es utilizada para encender las velas de todos los fieles.

Colocado el Cirio en el presbiterio, su luz presidirá la Vigilia pascual, donde todos proclamarán la victoria de Cristo sobre la muerte con su resurrección. Encendido también durante los bautismos, como signo de la promesa de Juan el Bautista del Espíritu Santo a los bautizados en Cristo. Y en las exequias, es decir al principio y término de la vida temporal, para simbolizar que un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a la Luz de la vida eterna. Concluido el tiempo pascual, se conserva dignamente en el baptisterio, junto a la Pila bautismal, a menos que esté en el presbiterio -cosa a evitar-, en cuyo caso, se guarda convenientemente.



En basílicas italianas el candelabro pascual era de mármol y diseñado con una fijación permanente al ambón. Varios de estos soportes de la vela aún sobreviven, como en la Basílica de San Lorenzo Extramuros en Roma, construida en el siglo III. El uso preciso del Cirio, desde luego, ha variado a lo largo de los siglos. Inicialmente era disuelto después de la Vigilia de Pascua; y los fragmentos, repartidos a los fieles. La costumbre en el siglo XII era inscribir en la vela el año en curso. Con el tiempo la vela creció hasta merecer la descripción de «pilar o columna». A mediados del XVI algunas velas pascuales pesaban no menos de 140 kilos, y después de su uso se fundían en cirios para ser usados en los funerales de los pobres.

«Cirio» viene del latín cereus (de cera), producto de las abejas. En la procesión de entrada de la Vigilia se canta por tres veces: «Luz de Cristo. Demos gracias a Dios», mientras se van encendiendo progresivamente las velas de los presentes y las luces de la iglesia. Se coloca luego en la columna o candelabro que hará de soporte, y se proclama en torno a él, después de incensarlo, el solemne Pregón pascual. Además del simbolismo de la luz, tiene también el de la ofrenda, como cera que se fabrica en honor de Dios, esparciendo su Luz: «Acepta, Padre Santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este Cirio, obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios».

Es, en fin, uno de los elementos más sagrados y duraderos del cristianismo. Elaborado a base de cera de abejas para representar la pureza de Cristo y adornado a menudo con la cruz para representar su sacrificio redentor, el Cirio pascual se convierte, por un momento, en Jesucristo sepultado en la tumba, sin vida. Y entonces, una llama tomada del fuego de Pascua, enciende el Cirio y le da vida, significando con ello que la Luz del mundo ha regresado, ha vuelto de las penumbras, y de ella nosotros mismos sacamos luz y la Iglesia, por así decirlo, vuelve a la vida.

De este fuego vivo del Cirio, da comienzo entonces el encendido del resto de las velas sostenidas por los asistentes a la celebración, como dando a entender que de esta llama todos recibimos luz - la llama de esta vela enciende la pequeña vela de cada uno, significando así la fe que todos recibimos y compartimos. A los unidos a Cristo por medio del bautismo, se nos recuerda que a través de esta acción somos siempre portadores de la luz de Cristo, sus testigos del mundo.

Lo que sucede en este ritual con las velas representa cuanto debe suceder en nuestro mundo, a base de compartir con otros el amor y la vida que de Cristo recibimos. Cuando la luz se multiplica en la iglesia a través de cada uno de los fieles y la oscuridad es progresivamente vencida, se produce uno de los momentos más emotivos de la Vigilia pascual. Los símbolos del Cirio son harto significativos:

1.- La Cruz en el centro del velón, símbolo de los padecimientos y el sacrificio de amor de Jesús por nosotros.
2.- Los Clavos (o granos con incienso insertado en el centro y en cada uno de los extremos de la cruz) simbolizan las cinco llagas de Cristo muerto y resucitado.
3.- Las letras griegas Alfa y Omega significan que Dios es el principio y el fin de todas las cosas, y que la Palabra de Dios está presente desde la creación hasta el fin de los tiempos.
4.- El Año (en curso) indica que Dios está presente no sólo al principio y al final de los tiempos, sino a lo largo de la historia y entre los reunidos aquí y ahora alrededor del Cirio pascual.



Otro simbolismo viene a ser la forma en que, al cumplir su propósito –o sea, darnos su luz--, la sustancia misma de la vela se consume: no parece sino que la vela misma se sacrificara para recibir luz. El Cirio pascual, recordémoslo, representa la presencia eterna de Cristo, Luz del Mundo, en medio de Su pueblo. Momento glorioso a vivir con intensa fe y desbordante alegría, porque el Salvador está presente entre nosotros y nos da su fuerza en la Cruz para seguir con fidelidad nuestro camino. Lo dicho cobra mayor relieve aún con las aportaciones paulinas y agustinianas del Pregón pascual, tema que expondré en otro artículo. Hacerlo ahora sería tanto como exceder los normales límites de este portal.

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