De nuevo en Asís



Organizado por la comunidad de San Egidio, la diócesis y la Familia Franciscana, ha tenido lugar en Asís del 18 al 21 de septiembre de 2016 un nuevo encuentro interreligioso para conmemorar bajo el lema Sed de paz. Religiones y cultura en diálogo el 30º aniversario de la primera cumbre que san Juan Pablo II convocó en el ya lejano 1986. Ha contado con la presencia de líderes mundiales de 9 religiones, 6 Premios Nobel de la paz, representantes del mundo intelectual, un grupo de 25 refugiados y ayer martes, día de la clausura, con el papa Francisco. Los medios manejan cifras espectaculares: 511 líderes religiosos provenientes de todo el mundo. Animada concentración interreligiosa, en suma, entre colorista y filantrópica.

Desde los números, que siempre cantan su propia verdad aritmética, cumple reconocer que las cumbres en la patria chica de san Francisco han ido cada vez a más. Y si no, que se lo pregunten a los centros estadísticos, que de números saben un rato, aunque luego, a la hora de analizar la crisis que venimos padeciendo no se pongan de acuerdo y cada uno quiera llevar el agua a su molino. Desde el balance de las opiniones, no obstante, la cosa tiene ya otro color y el invento no hace sino complicarse a ojos vistas.

Es lamentable que se intente distorsionar un acontecimiento promovido a iniciativa de la Iglesia católica con el solo fin que el propio papa Francisco exponía el domingo pasado durante el Ángelus utilizando este exhorto que a mí me parece sin vuelta de hoja: «Invito a las parroquias, asociaciones eclesiásticas, individualmente a los fieles de todo el mundo –dijo- para que vivan ese día como una Jornada de oración por la paz». ¿Hay algo más sublime y sencillo a la vez que dedicar una jornada de oración por la paz?

Y sin embargo por ahí se andan analistas amigos del tópico que se empeñan en sacarle punta a todo: al «espíritu de Asís», al «sincretismo religioso», al «relativismo», a las pretendidas discrepancias en esta materia entre san Juan Pablo II, el papa emérito Benedicto XVI–como si él no hubiera estado en la de 2011-, y Francisco. A juicio de algunos, no parece sino que los Papas tuvieran que ser clones: todos de la misma línea, todos cortados por el mismo patrón. Tengo leído en más de un autor, hablando de las dos Españas, que hay españoles tan patriotas que siempre les sobra media Patria. Por lo que se ve, tampoco escasean católicos a quienes parece sobrarles a menudo media Iglesia católica.

No acaba uno de reponerse de la contrariedad que le producen ciertas opiniones de los últimos días. Por ejemplo, acerca del vídeo en que el papa Francisco invita a orar juntos a personas de cada fe, por amor a la paz. En él aparecen, además del Papa, una budista, un judío y un musulmán, con sus respectivos símbolos, todos al mismo nivel (de exposición). Dice el Papa: «Muchos buscan a Dios y encuentran a Dios de distinta manera. En este abanico de religiones hay una sola certeza para nosotros: todos somos hijos de Dios».

Bueno, pues no hay modo. Entre las aludidas opiniones, hasta esto se cuestiona. Haciendo una vez más cierto el tópico de ser más papistas que el Papa, tampoco deja de haber quienes afirman que «todos los hombres son creaturas de Dios, pero se convierten en “hijos” sólo los que creen en Jesucristo». Que ya son ganas de complicar el entarimado teológico: según esta peregrina opinión, Jesucristo habría dejado fuera de la cruz a media humanidad.



Hace unas semanas me llegué hasta Santiago de Compostela, donde pronuncié una conferencia durante las XVII Jornadas de Teología del Instituto Teológico Compostelano, cuyo lema era este: «Todos somos hijos de Dios. Religiones, Cristianismo y Misión». Me correspondió disertar sobre «La Declaración Nostra Aetate. Historia y repercusión», argumento, por cierto, del que se habla poco cuando se comentan los encuentros de Asís. Lo digo porque resulta que, en este sentido, los esfuerzos de la Iglesia católica desde el Vaticano II a esta parte no se centran sino en el espíritu de la NA. Sin duda. Y da la impresión de que quienes por ahí pretenden descalificar a veces estas citas de Asís no se hubieran leído la NA ni por el forro. Lo que hace falta saber es si el espíritu de Asís coincide o no con el de la NA. Que esa es otra.

Por de pronto dicha Declaración conciliar dice en el número 2: «La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida (Juan 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas (cf. 2 Cor 5,18-19)».

Y el decreto Unitatis redintegratio, por su parte, hablando precisamente del conocimiento mutuo de los hermanos separados, reconoce que «para lograr (la Iglesia católica) tal conocimiento ayudan mucho las reuniones de entrambas partes para tratar de cuestiones principalmente teológicas, en un nivel de igualdad (par cum pari agat), con tal que los que participan en tales reuniones, bajo la vigilancia de los Prelados, sean verdaderos peritos. De este diálogo brotará un conocimiento más claro del verdadero carácter de la Iglesia católica. Por este camino se llegará a un conocimiento más exacto de la mentalidad de los hermanos separados, y éstos, a su vez, obtendrán una exposición más adecuada de nuestra fe» (UR, 9). Dialogar al mismo nivel, por tanto, no conlleva en absoluto abdicar de la pureza dogmática de la fe.

¿Hasta cuándo hará falta recordar que el Concilio nunca será comprendido si antes no es leído? Ya en 1996 la Comisión Teológica Internacional expresaba en su documento «El cristianismo y las religiones» (557-604) la convicción de que, considerar estas, forma parte del modo normal de hacer teología hoy. Dialogar entre religiones no afecta sólo a Iglesias y comunidades cristianas, obligadas de suyo a lo dialógico, sino también al movimiento ecuménico como tal. El papel, pues, de la teología ecuménica ha de ser evidenciar esto, ya que el contenido de la fe es la verdad y la historia de la revelación de Dios, por cuya gracia la fe se otorga al hombre, lo cual explica que la teología se defina como ciencia de la fe.



Hacer teología no es, en última instancia, sino buscar, antes que nada, el comprender la fe en el contexto de la historia de la misma fe. Y el contexto actual de la fe cristiana se llama pluralismo religioso. La teología, por eso, no puede ya caminar desentendida del relevante papel de las religiones en la salvación, ni del desafío que, desde distintos puntos de vista, ello supone para el cristianismo.

El Concilio Vaticano II no dijo que las religiones sean iguales. A la vista de la que ahora mismo está cayendo por ahí, sobre todo en Europa, le ha faltado tiempo a más de un escritor para afirmar que hay religiones mejores y peores, pero las pésimas son las que insisten en residir en otros siglos y actualizar las Cruzadas y la Inquisición. Simone de Beauvoir, la polémica pareja de Sartre, dijo que le era más fácil pensar en un mundo sin creador que en un creador cargado con todas las contradicciones del mundo. Como salida pintoresca no está mal para una chica que siempre sintió que tenía un cerebro de hombre en el cuerpo de una mujer.

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