‘Anatolia’ y el cuerpo del delito

¿Por qué la gente hace lo que hace? La película turca “Érase una vez en Anatolia” –Premio Especial del Jurado en Cannes– nos propone un viaje al final de la noche, que nos enfrenta al lado oscuro de la naturaleza humana. La historia de un crimen y un cuerpo enterrado en medio de la estepa, nos lleva a preguntarnos cuál es la condición del alma humana.

Su director, Nurí Bilge Ceylan, dice: “Mi propósito principal al hacer un film, es tratar de entender mi propia alma. Conozco la oscuridad en mi alma, la debilidad en mi corazón… ¡no soy alguien especialmente bueno! Para mí, hacer películas es un intento de aprender más sobre mi lado oscuro, y dar así algo de sentido a mi vida.”

El relato nace de una experiencia real. Un médico le contó a uno de los guionistas –que también es médico, Ercan Kesal– cómo tuvo que acompañar a la policía de madrugada, en busca de un cadáver. El film nos presenta a estos hombres, desplazándose en coches de un lugar a otro, acompañando a un fiscal, que es conducido por un asesino, hacia el lugar en que se encuentra enterrado el cuerpo de su víctima.

La vida, como la serpenteante carretera que recorre esta desértica estepa, está llena de secretos. A cada vuelta del camino, da la impresión de que algo va a ocurrir en cualquier momento, detrás de una pequeña colina. En esta vida –dice Ceylan–: “No sólo nos protegemos, sino que nos engañamos. Quizá eso es lo más difícil de entender para nosotros… ¡que ni siquiera conocemos la realidad sobre nosotros mismos!”.



EN BUSCA DE LA VERDAD
La historia que arranca a oscuras, en estas áridas tierras, termina bajo la fría luz de una autopsia. Se trata –como dice Anna Petrus– de “la búsqueda incierta de la verdad”. Es un film que respira trascendencia en cada uno de sus planos. Lo percibimos a través de unos rostros y miradas llenas de misterio, donde la presencia de un cadáver muestra de qué modo la conciencia de la muerte puede alterar o sacar a relucir los aspectos más ocultos de nuestra existencia.

La oscuridad nubla a los personajes, por estos caminos polvorientos. Habitamos la noche y sus misterios, participando de una búsqueda, en la que también sentimos el tedio, la espera y la frustración de sus protagonistas. Se pone a prueba así, la paciencia del espectador, para percibir el lento transcurso de la vida. Las conversaciones no son especialmente trascendentes: el sabor del yogur de búfala, los problemas de próstata, los cónyuges que esperan y las horas extras que van a cobrar…

Cuando viene la luz del día, se disponen a redactar el informe. Al tener que indicar su posición geográfica, descubren que no saben dónde están. Las fronteras se desdibujan. En una curiosa secuencia de la primera parte, la cámara deja al equipo buscando el cadáver, mientras seguimos el trayecto de una manzana que cae de un árbol hasta un riachuelo, por el que baja flotando a un lugar que no podemos ver. Descubrimos así que los personajes, como la manzana, no son dueños de su destino.

¿POR QUÉ HACEMOS LO QUE HACEMOS?


¿Hacemos mal, porque somos malos?, ¿o somos malos, porque hacemos cosas malas?, se pregunta Agustín. La respuesta del Padre de la Iglesia del norte de África, no puede ser más esclarecedora: “No somos pecadores, porque pecamos, sino que pecamos, porque somos pecadores”. Tenemos una disposición interna inherente, que nos inclina hacia actos y pensamientos malos.

“Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo”, dice Pablo ( Romanos 7:18). La carne no se refiere aquí al cuerpo físico del ser humano, sino a su naturaleza, el hecho de que estamos bajo el dominio y la esclavitud del mal, que la Biblia llama pecado.

Fue ese monje agustino, Martin Lutero, el que vio que detrás del debate entre la fe y las obras, lo que está en cuestión es en qué grado la voluntad humana se haya esclavizada por el pecado. “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios”, dice Pablo ( Romanos 8:7). Por eso define Erickson el pecado como “la incapacidad para vivir según Dios espera de nosotros”.

BUENAS NOTICIAS PARA GENTE MALA
El Evangelio es, por lo tanto, para pecadores. No es un mensaje moralista para gente buena, sino buenas noticias para gente mala que no ama a Dios, por naturaleza, ni se aman unos a otros. Nos muestra la necesidad del Espíritu Santo para cambiar radicalmente y hacer lo que es agradable a los ojos de Dios.

Esa es la depravación total de la que habla la Reforma, no que seamos tan malos cómo podamos ser, sino que nuestra corrupción alcanza todos los aspectos de la naturaleza humana, tanto la razón y la voluntad, como nuestros deseos e impulsos. De ahí la insistencia de Jesús en que a no ser que alguien nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios ( Juan 3:3). Puesto que no es lo que entra en el hombre, lo que le contamina, sino lo que sale de él ( Marcos 7:21-23).

Como dice Stott, ningún cristiano que entienda lo que es la depravación total, puede rechazar esta doctrina, si cree que necesitamos ser cambiados totalmente. Se trata de nuestra incapacidad y necesidad de ser renovados espiritualmente. Puesto que sin Cristo, nada podemos hacer ( Juan 15:5). Estamos muertos ( Efesios 2:5).

La buena noticia del Evangelio es que lo que para nosotros es imposible, para Dios es posible. No podemos esperar nada de nosotros, pero podemos esperar todo de Dios. El hace nuevas todas las cosas.

“Esta es la confianza que delante de Dios tenemos por medio de Cristo, no que nos consideremos competentes, sino que nuestra capacidad viene de Dios” (2 Corintios 3:4-5). Esta es la esperanza que Ceylan y nosotros necesitamos.

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