Una vida de Pasión: Cristina Moreira oficia en la Comunidade cristiá do Home Novo de A Coruña Cristina Moreira, sacerdotisa: "Algo me dice que falta poco, que se está acelerando el proceso. Si es de Dios, será”

Cristina y Victorino
Cristina y Victorino

Muy pronto, la pequeña Cristina comenzó a darse cuenta de que, en su tradición católico-romana, sólo había una forma de hacer realidad su sueño: hacerse cura. Pero eso era impensable

“Y sí, pasión, en todos sus significados -también la que conduce al calvario-, con lo que conlleva de amor total e incondicional; pasión por el Sentido sin el cual mi vida no tendría sentido; pasión al precio que sea y pasión para compartir, sin límites ni frenos, hasta donde Dios y la vida me dejen vivirla”

Como temía, al contar su sueño, “me mandaron callar para siempre, me llovieron críticas, insultos, y hasta arrestos, y mucha incomprensión”

“Mi esposo, Victorino, fue el primer cura que se atrevió a escuchar mi relato de vocación sin miedo y con apertura, con cariño y reciprocidad, dando por válido mi testimonio, sin juzgarme ni prohibirme nada"

Ya de niña, Cristina Moreira tenía una pasión: “Celebrar misa, perpetuar la memoria, obedecer a la última voluntad de Jesús, el pan, el vino, lavar los pies, juntar a sus amigas y amigos en torno a su mesa y orar hasta intentar comprender y vivenciar lo que él quiso, la comunión de corazón y vida, hecha servicio y amor”.

Muy pronto, la pequeña Cristina comenzó a darse cuenta de que, en su tradición católico-romana, sólo había una forma de hacer realidad su sueño: hacerse cura. Pero eso era impensable. “No cabía en mi mundo imaginario proyectarme en ese oficio”.

Entonces, “nació la pasión por la única vía abierta a la obediencia al mandato escuchado en mi corazón… ilusa de mí ¿Iluso Jesús que confió en mí para recibirlo y llevar a cabo aquello para lo que fuera enviada?”

Newsletter de RD · APÚNTATE AQUÍ

Cristina, celebrando en su comunidad
Cristina, celebrando en su comunidad

Pero la pasión no pregunta si tiene derecho a nacer en el corazón ni explica los pasos a recorrer para hacerla realidad. Sólo nace y crece. “Y sí, pasión, en todos sus significados -también la que conduce al calvario-, con lo que conlleva de amor total e incondicional; pasión por el Sentido sin el cual mi vida no tendría sentido; pasión al precio que sea y pasión para compartir, sin límites ni frenos, hasta donde Dios y la vida me dejen vivirla”.

Una pasión-tabú en el univ erso católico que Cristina tuvo que ocultar durante mucho tiempo.  “30 años de mi vida ocultando un secreto, un tesoro que temía fuera pisoteado como las perlas del evangelio. Y que pudo ser destruido después tantas veces, al contarlo”.

Porque, como temía, al contar su sueño, “me mandaron callar para siempre, me llovieron críticas, insultos, y hasta arrestos, y mucha incomprensión”.

Pero Cristina no renunció a su sueño y aprendió “a perdonar sobre la marcha, levantarse una y otra vez”. Y tras años de discernimiento, “primero solitario y luego acompañada y valorada desde fuera, estudié teología y me puse en camino con la ARCWP, para recibir de mano de las Presbíteras romanas y sus obispas el sacramento del orden”.

Moreira fue ordenada diácono en A Coruña en 2013 por una mujer obispo. O una obispa, palabra que sí recoge la Real Academia Española (RAE). Dos años más tarde, en 2015, llegó al sacerdocio, pero para ello tuvo que irse a Florida, en España no fue posible.

Cristina Moreira
Cristina Moreira

Un sacramento, que, ahora, ejerce a diario, en medio de su “maravillosa” Comunidade cristiá do Home Novo de A Coruña.

Uno de sus fieles es su marido, que también es cura y teólogo de prestigio: Victorino Pèrez Prieto.

“Mi esposo, Victorino, fue el primer cura que se atrevió a escuchar mi relato de vocación sin miedo y con apertura, con cariño y reciprocidad, dando por válido mi testimonio, sin juzgarme ni prohibirme nada. Por primera vez escuchaba decir a un cura: ‘Claro que tienes vocación y merecerías realizarla, te comprendo’”.

Y de esa vocación-pasión compartida nació el amor entre ellos. “Era de esperar que un compartir de esta catadura nos uniera más que cualquier otro lazo. Es lo irrompible y eterno de nuestro matrimonio, que primero fue comunión de alma a alma”.

Y el culmen de su alegría fue cuando su joven hija asumió y abrazó la pasión de su madre. “Mi hija me sorprendió el día de mi ordenación diaconal, en la que participó con orgullo y feliz, diciendo que ella siempre había sabido quién era su madre, que eso a una hija no se le puede ocultar”.

¿Y la jerarquía de la Iglesia cómo reacciona ante el desafío y el reto lanzado por Cristina Moreira? Pues, aunque parezca sorprendente, la mayoría reacciona con respeto ante la sacerdotisa, unas veces en silencio y otras, incluso, con gestos y palabras. “Recuerdo a un cardenal con el que me entrevisté durante el Sínodo en Roma, que intentaba convencerme de reconducir mi vocación, y lo convencí yo a él. Nos despedimos, lo vi emocionado y concluyó diciendo: ‘Me has sacado de mis certezas, ya no sé qué pensar, quiero volver a verte, tenemos que seguir hablando’”.

Gaillot

Poco antes de ordenarse presbítera, Cristina fue a visitar a Jacques Gaillot, el famoso obispo de los pobres, obligado a renunciar por Juan Pablo II por su crítica radical del clericalismo eclesiástico. Para pedirle consejo.

-“Si tú me mandas retroceder, lo haré”, le dijo absolutamente convencida.

- “Solo tengo una pregunta antes de darte mi parecer: ¿tienes tierra bajo los pies?”, preguntó el obispo

 -“Sí, me envía una comunidad a la que voy a servir”.

-“Entonces adelante, tienes mi bendición”.

 Tras el encuentro, en el que Cristina recibió el placet del prelado galo, en el patio de la residencia donde vivía Gaillot se encontraron con el rector del seminario mayor de París. Y el obispo, profético como siempre, le soltó:  “Te presento a Christina, va a ser ordenada presbítera”. Y ante la sorprtesa de mabos, el rector la felicitó.

Por eso, Cristina, siempre conciliadora, concluye: “Queda mucha bondad entre los muros de la Iglesia y doy fe de que alguna pude disfrutar. ¿Los criticones? Que Dios les ayude a comprender que venimos a ayudar”.

 ¿Y la gente normal, de la calle, qué le dice a la sacerdotisa?“Lo más habitual es sorpresa, admiración y muchas preguntas de todo tipo. Me hace muy feliz hablar con la gente de a pie, con la que todo suele ser muy lógico y razonable. Quien haya asistido a nuestras celebraciones en la comunidad no sale criticándonos. Somos familiares, entrañables, hospitalarias, alegres y gente de fe, adulta y responsable”.

Cristina con parte de su comunidad
Cristina con parte de su comunidad

Tras tanta lucha, Cristina ve el horizonte despejado para que se puede cumplir del todo su pasión y caiga el techo de cristal que el sacerdocio femenino tiene todavía en la Iglesia. “Creo que el tiempo y el espacio son inventos para que la gente pueda concretar el amor que somos, marcos necesarios para la vida. El Kairós, el tiempo de Dios, llegará cuando esté maduro. Algo me dice que falta poco, que se está acelerando el proceso. Si es de Dios, será”.

Por eso, todavía le duele más que el Papa Francisco, el de la primavera, no haya querido recibirla ni a ella ni a sus compañeras sacerdotisas. “Duele que un hermano no te reciba. Tengo tantas cosas que contarle, tanto que decirle, incluso de parte de Jesús. Me encantaría no quedarme con nada dentro en su presencia. Las mujeres, todos los seres humanos hacemos falta en esta familia, como en todas, en su hermosa y santa diversidad. El proyecto de Dios es la Humanidad en pie, digna, libre y amorosa. Eso es la eucaristía, y algo me dice que la necesitamos”.

Cristina y Victorino
Cristina y Victorino

Volver arriba