Desayuna conmigo (sábado, 30.5.20) Orar con el papa
“Gracias”


Ante todo, dejemos constancia de que es una oración que implica a la Virgen María como mediadora, la función básica que da sentido a toda su vida al haber sido la madre de Dios en la persona de Jesús. Ya hemos insistido muchas veces en que Dios no necesita que le recordemos necesidades que están permanentemente presentes en su mente eterna ni que busquemos influencias para ablandar su corazón, como si se tratara de un corazón duro y reacio a la gracia, pues en él todo es invariablemente amor y gracia. Orar, pues, consiste en responder a la permanente conversación que Dios tiene entablada con nosotros. La presencia de María enriquece nuestra conversación con Dios, nuestra oración.
Pedir ayuda y socorro en la pandemia es, ante todo, confesar nuestra impotencia frente a los males que nos afligen, en particular frente al coronavirus, tan duro y dramático, que arranca de nuestro lado a tantos seres queridos mayores a los que ni siquiera podemos darles un beso de despedida y acompañarlos en el dramático trance de afrontar una muerte que corta la respiración.


Esta invitación del papa a orar hoy todos juntos a una hora determinada reverdece y revive la propuesta que ya hace años, mucho antes de que este blog existiera, hicimos aquí mismo, en Religión Digital, y que desde entonces viene siguiendo, que sepamos, al menos un grupito de personas. Digamos de paso que tal propuesta, todavía en vigor, fue hecha sin ningún proselitismo ni propósito ulterior, como algo sencillo y hermoso que concierne únicamente a la vida de cada cual y que relaja nuestra mente al irnos a dormir.
Me complace recordar hoy, en este contexto, su hermosa simplicidad como agradecimiento a quienes en ello siguen y como invitación a quienes pudieran sentirse complacidos por sumarse a ella. Se trata, llana y simplemente, de elevar la mirada al cielo (sentido metafórico) cada día a las diez de la noche para decir simplemente “gracias”, palabra que es toda ella una “oración de agradecimiento”, sabiendo que dar gracias a Dios es el meollo de toda oración. La conciencia de que otros estarán haciendo lo mismo en ese momento en cualquier otra parte del mundo le da a tan sencillo gesto un profundo sentido de comunidad y fraternidad. Aunque cuesta menos de un segundo hacerla, da sentido lo mismo a una larga jornada de trabajo y esfuerzo o de tensión y preocupación, que a una corta de complacencia y placer.

Pero, ¿dar las gracias también cuando uno ha aguantado de pie todo el día a base de ingerir analgésicos y ha derramado un mar de lágrimas? No cabe duda de que dar las gracias resulta fácil y placentero cuando hay hermosas razones de vitalidad explosiva para hacerlo, es decir, cuando todo nos sale bien y se nos ensancha el corazón al proclamar que somos felices. Pero cuesta más hacerlo cuando el cuerpo se retuerce de dolor y el ánimo se nos cae a los pies, aunque también en esos casos haya muchas razones para decir “gracias” mirando al cielo, pues hemos vivido un día más en el decurso de la inmutable eternidad de la que nuestro día forma parte. Sin duda, un cristiano tiene la clara percepción en esos casos de que Dios comparte su dolor y enjuaga sus lágrimas. Además, decir “gracias” en tales circunstancias sirve de analgésico y de consuelo.

Gracias, papa Francisco, por tu hermosa iniciativa de recordarnos algo tan importante para nuestra vida de cristianos como es elevar nuestra mirada al cielo, implorando ayuda en momentos de tanta angustia y sufrimiento. Pero, por tratarse precisamente de un gesto ensartado en la preocupación general de llevar a efecto una nueva evangelización, es decir, de proceder de tal manera que el Evangelio cristiano sea luz y guía también para los hombres de nuestro tiempo, lo cierto es que a uno le gustaría ver que la Iglesia a que pertenece se despoja audazmente de tantos ropajes, vestidos a conveniencia de intereses que no son cristianos. Una Iglesia (la institucional) muchísimo más sencilla y servicial haría su predicación más creíble y su mensaje de salvación, más eficaz.

Oremos hoy, añadiendo nuestra voz y nuestro clamor a los del papa, para pedir a nuestra madre María que potencie nuestra voz y nuestro clamor para darle al coronavirus que nos aflige un susto de muerte y para que la simplicidad del amor y de la misericordia que tan hermosamente predica el Evangelio cristiano sean los constitutivos esenciales de la Iglesia a la que pertenecemos. Pidamos a la Virgen María, también hoy, que afloje los correajes eclesiales que a tantos nos impiden incluso respirar la hermosura y la alegría de la fe que profesamos.
Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com