Audaz relectura del cristianismo (44) Valores y contravalores

El meollo del sistema de pensamiento de Chávarri

Hoy toca adentrarse en lo más revolucionario del sistema de pensamiento de fray Eladio Chávarri, O.P., algo tan determinante y trascendental para el devenir humano como descifrar las misteriosas claves del bien y del mal y dar razón del dualismo que llevamos pegado al cuerpo como una segunda piel.

El papa y el gran imán Al-Azhar

Habitualmente, cuando hablamos de valores, nos referimos por lo general solo a algunos deseos de bondad o a comportamientos ejemplares sin detenernos a saber siquiera qué expresamos con ese concepto y, en todo caso, cómo funcionan. El reciente “documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común”, firmado por el papa Francisco y por el gran imán de Al-Azhar, se refiere constantemente a los valores. Por ejemplo, en él se dice: “Nos dirigimos a los intelectuales, a los filósofos, a los hombres de religión, a los artistas, a los trabajadores de los medios de comunicación y a los hombres de cultura de cada parte del mundo, para que redescubran los valores de la paz, de la justicia, del bien, de la belleza, de la fraternidad humana y de la convivencia común, con vistas a confirmar la importancia de tales valores como ancla de salvación para todos y buscar difundirlos en todas partes”.

No procede plantearse aquí, pues Chávarri se adentra de lleno en el hombre de hueso, carne y sangre, esa forma de referirse a los “valores”, concebidos más como aspiraciones o ensoñaciones humanas de un buenismo desencarnado que como realidades de la vida. Claro que, de haber conocido ambos el sistema de “valores y contravalores” de Chávarri, posiblemente habrían expresado los mismos anhelos, pero poniendo carne en el asador, es decir, considerándolos como valores transversales que se producen o deben producirse en algunas, si no en todas, las relaciones que se dan entre los seres y las vitalidades humanas.

Qué son realmente los valores

Como ya hemos visto en los post anteriores, Chávarri entiende los valores como relaciones, cuyos ingredientes son la vida humana, los seres y el enlace entre ambos, los seres y las dimensiones vitales del ser humano. Por tanto, ningún valor o contravalor es un ser que podamos poseer y ningún ser es por sí mismo valor o contravalor, pues los valores y los contravalores son el resultado beneficioso o perjudicial de las relaciones de los seres con las vertientes vitales del ser humano. El beneficio o el perjuicio para las vertientes vitales es el criterio para determinar si un ser resulta en su relación con el ser humano un valor o un contravalor.

valores

Al preguntarse dónde residen los valores, mientras unos consideran los seres como los únicos valiosos, otros afirman lo contrario al defender que los valores son únicamente sensaciones especiales que los humanos tenemos ante los seres, es decir, que los valores y contravalores no están en los seres sino en las vitalidades humanas. Para Chávarri, en cambio, los valores y los contravalores incluyen necesariamente ambas realidades, las vitalidades humanas y los seres en la relación que implica que una potencialidad (la vitalidad humana) alcance su concreción (los seres). “Tan profunda es esta unión –precisa Baldo- que la vida y los seres se constituyen en mutua implicación. El oído, por ejemplo, no existiría si no hubiera seres sonoros que entraran en relación con él. Y también sucede al revés: no habría seres sonoros si no existieran vertientes vitales capaces de oír”.

Como hemos visto, a la categoría de seres pertenece todo cuanto existe de alguna manera, trátese de seres no hechos por nosotros o de seres hechos o modificados por nosotros. En lo que se refiere a las vertientes vitales o dimensiones de la vida humana, Chávarri, sin el propósito de agotar la materia, habla de ocho: la biosíquica, la económica, la epistémica, la lúdica, la ética, la estética, la sociopolítica y la religiosa.

En toda vida humana podemos distinguir fácilmente todas esas vertientes o dimensiones vitales, sin óbice para que un análisis meticuloso pudiera introducir en ese espectro matices que bien podrían tener la categoría de nuevas vertientes vitales. (Notemos como curiosidad que Chávarri habla en Perfiles de nueva humanidad solo de siete dimensiones, pues en ese libro no incluía todavía la “dimensión vital lúdica”).

Todas esas vertientes humanas forman la unidad del viviente humano. Una vida humana equilibrada y digna exige que todas ellas se desarrollen a base de alimentarse de seres, con la inclinación irrenunciable de hacerlo cada vez con más y mejores seres (es nuestra tendencia innata a la búsqueda de mejores formas de vida), y sin que unas vertientes moldeen o “modalicen” (imprimir su modo) las potencialidades de las demás, tal como ha ocurrido en el pasado con la dimensión religiosa y ocurre en nuestro tiempo con las dimensiones biosíquica y económica.

Las distintas formas de vida que se han ido produciendo en nuestra historia, sin que ninguna haya alcanzado ni pueda alcanzar la plenitud de la mejor forma posible de vida humana, adolecen de los deterioros no solo de la acción corrosiva de cada contravalor, sino también de los que produce la invasión que unas dimensiones vitales hacen en el terreno de las otras. Poner precio a un cuadro o rezar para que llueva hace que la dimensión económica fagocite la estética, en el primer caso, y que la biosíquica haga lo propio con la religiosa, en el segundo.

Sin embargo, como nadie puede desarrollar en toda su potencialidad ni en un grado óptimo todas las dimensiones humanas, las distintas formas de vida se irán sucediendo por el predominio nuclear de algunas dimensiones vitales convertidas en ejes que hagan funcionar la maquinaria entera de la vitalidad humana. El equilibrio de una forma de vida humana, nunca alcanzado todavía, exige que la vitalidad o las vitalidades que formen el núcleo respeten la autonomía de las distintas vertientes. Por ello, la calidad del resultado, es decir, de la forma de vida que se logre, dependerá, por un lado, de que el funcionamiento sea equilibrado y respetuoso con todas y cada una de las dimensiones vitales, y, por otro, de que los valores, tras ganar la partida a los contravalores, crezcan y sean de más calidad, es decir, más valiosos.

No procede detenerse aquí a exponer el denso análisis y la riquísima descripción que Chávarri hace de las dimensiones vitales, de sus estructuras, de su desarrollo y de sus implicaciones en las distintas formas de vida que se han dado a lo largo de la historia y de la que se da en la actualidad, una forma de vida, como ya hemos dicho, totalmente dominada por lo biosíquico y lo económico, forma de vida que él toma como referencia y punto de partida para la búsqueda de otra mejor. Para descubrir a fondo ese horizonte es preciso adentrarse en sus magistrales desarrollos con mucha atención y disponerse a caminar lentamente, como ocurre con las cosas bien hechas. Mejorar la vida no depende de la genialidad de nadie, sino del necesariamente lento proceso de crecimiento de los ciudadanos a base de ir enriqueciéndose sin prisa con más y mejores valores.

Función de los contravalores

contravalores, diapositiva de Baldo

El maestro pintor sabe que un cuadro bien emplazado requiere un punto de luz en función de cuya iluminación se deberán colorear los objetos a pintar, incluso tratándose de pintura abstracta. Pero todo foco de luz proyecta necesariamente sombras al iluminar los cuerpos. Plasmar bien las sombras es, posiblemente, lo más difícil a la hora de pintar un cuadro. Es lo que también ocurre en nuestro caso con la función de los contravalores que acompañan, como sombras, a los valores, pues no hay valor sin su correspondiente contravalor. La relación establecida entre una de las dimensiones vitales del hombre y un ser determinado puede resultar beneficiosa o perjudicial para la vida humana. De ahí que, para proceder correctamente al abordar el devenir humano tenemos que tener en cuenta, como hace el buen pintor, la iluminación y las sombras, es decir, los valores y los contravalores en que se convierte la relación de la vida humana con los distintos seres.

A este propósito, encuadrando el procedimiento del pensamiento de Chávarri, Baldo nos advierte que las utopías y la mayoría de los diseños que se hacen del ser humano se construyen a base de valores sin tener en cuenta los contravalores correspondientes. Los señuelos de educación en valores, tan recurrentes, también ignoran los contravalores. Pedro de la entraña del ser humano, tal como ha existido, existe y existirá, forman parte tanto los valores como los contravalores: junto a los variados tipos de esperanza existen otros tantos de desesperanza; la ignorancia acompaña a todo saber; el mal juego, al bueno; las malas personas, a las buenas y los pobres, a los ricos. Además, los contravalores son la causa de los sufrimientos, hecho que tiene gran importancia a la hora de proyectar una vida humana mejor para el futuro.

No cabe, pues, mejor procedimiento para ahondar en lo que es la vida humana que tomar correlativamente los valores y los contravalores. No es posible comprender, por ejemplo, las esperanzas, las enfermedades, las mansedumbres y las infelicidades, pongamos por caso, separadas y al margen de sus correspondientes desesperanzas, saludes, violencias y felicidades. Subrayemos de paso que esta forma vierte chorros de luz sobre sobre la tenebrosa cuestión de cómo entender la incomprensible presencia del mal en nuestras vidas.

Paraíso alucinógeno

Nos atraen solo los valores

Aunque veamos a muchas personas que se drogan, que son injustas, que matan, que se suicidan y que no quieren estudiar, comer o dormir, es decir, que están inmersas en la dinámica de los contravalores, lo que realmente nos atrae no son los contravalores sino los valores injertos en ellos, pues ambos se dan juntos en la relación del hombre con los seres. “Por eso –precisa Baldo- quien desee los valores tendrá que cargar con los contravalores que están asociados a ellos”. El drogadicto, por ejemplo, persigue estados placenteros, euforia, huida de las dificultades de la vida, superación de la timidez y no sentir cansancio, maravillosos valores todos ellos, pero tendrá que afrontar la degradación de su organismo y las secuelas de la conducta antisocial que el consumo de drogas lleva aparejadas. El lector sabrá encuadrar así fácilmente, por ejemplo, las conductas depravadas del pederasta y del asesino violador.

No hay mal que por bien no venga

Hemos de subrayar que los contravalores, cuya secuela de sufrimiento es completamente ajena a nuestra voluntad, pueden convertirse en estímulo para conseguir más y mejores valores. El solo hecho de contrarrestar o disminuir un contravalor es de suyo un valor. El efecto pernicioso del contravalor puede convertirse en acicate para dignificar la vida, para esforzarse en la gestación de un mundo nuevo mejor. Un desamor, por ejemplo, puede dar origen a un amor remozado, más intenso.

El mal y el bien

Quedémonos hoy con que la vida es el resultado de la relación de nuestras propias potencialidades con los seres que tenemos dentro (los de nuestro mundo interior) y con los que nos rodean en los medios natural, cultural y metahistórico. Igual que necesitamos comer para seguir viviendo, necesitamos alimentarnos de seres para explayar nuestras potencialidades. Afortunadamente, siempre podremos progresar, es decir, mejorar la calidad de nuestra vida a base tanto de alimentarnos de más y mejores seres beneficiosos como de desechar los perjudiciales o de sacar, en última instancia, algún partido de su inevitable presencia en nuestras vidas. Una enfermedad, por ejemplo, nos empuja a evitar las causas que la produjeron y a fomentar una sanidad preventiva. Y el mal en general, al provocarnos asco y repulsa, puede ser utilizado como impulsor del bien. Lo que hemos dado en llamar pecado puede convertirse en camino u ocasión de gracia.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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