A los 40 años de la Conferencia de Puebla, seguir fortaleciendo nuestra iglesia latinoamericana

El año pasado celebramos los 50 años de la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño celebrada en Medellín. Este año celebramos los 40 años de la III Conferencia celebrada en Puebla. Es decir, estamos conmemorando la así llamada “Iglesia latinoamericana” que adquirió su protagonismo y, en cierta medida, su camino propio, después del Vaticano II, con la celebración de dichas conferencias y que, hoy, con el Papa Francisco, vuelve a tomar fuerza.

La Conferencia de Puebla se celebró del 27 de enero al 13 de febrero de 1979. Nuevamente la iglesia latinoamericana se reunía para reflexionar sobre “La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”. El ambiente era ambiguo. Por una parte, la iglesia en marcha desde Medellín, continuaba abriendo caminos de fidelidad y compromiso. Por otra, se comenzaban a sentir temores y desconfianzas sobre los caminos emprendidos y se quiso aprovechar la ocasión para corregir los “posibles errores” del rumbo tomado en Medellín. Así lo expresó el Papa Juan Pablo II en el Discurso inaugural el 28 de enero de 1979: Esta III Conferencia “Deberá, pues, tomar como punto de partida las conclusiones de Medellín, con todo lo que tienen de positivo, pero sin ignorar las incorrectas interpretaciones a veces hechas y que exigen sereno discernimiento, oportuna crítica y claras tomas de posición”. Sin embargo, el Espíritu continúo soplando y el Documento conclusivo de Puebla, reafirmó opciones fundamentales que han marcado el caminar de la Iglesia en estos 40 años, no sin la consiguiente oposición la cual se hizo más álgida en Santo Domingo, se suavizó en Aparecida y parece perder su fuerza con el Pontificado de Francisco.

Pero ¿cuáles son esas opciones fundamentales que Puebla reafirmó y que con estas celebraciones estamos llamados a vivir con más intensidad? En primer lugar, la opción preferencial por los pobres. Puebla señala la continuidad con Medellín, presenta el fundamento bíblico de tal opción y las líneas pastorales que se trazan para llevarla a cabo. Se reconoce el aumento de la pobreza y de ahí la necesidad de esta opción profética. Se busca una conversión y purificación constantes para identificarse más con Cristo pobre y con los pobres. Se reconocen las persecuciones que ha traído esta opción, las tensiones y conflictos fuera y dentro de la Iglesia y las acusaciones de estar del lado de los poderos socioeconómicos y políticos o de una peligrosa desviación ideológica marxista. Pero no se puede renunciar a esta opción porque el mismo Jesús se hizo pobre y anunció el evangelio a los pobres. Por eso, el servicio a los pobres es la medida privilegiada -aunque no excluyente- de seguimiento de Cristo y un servicio no solo de caridad sino de justicia. Por todo esto, la pobreza evangélica es inherente al seguimiento y, el testimonio de una iglesia pobre, puede evangelizar a los ricos y desprenderlos de sus riquezas. Como acciones concretas se proponen: condenar la pobreza extrema como antievangélica, conocer y denunciar los mecanismos generadores de pobreza, sumar esfuerzos con otros para desarraigar la pobreza y crea un mundo más justo y fraterno, apoyar a las organizaciones que promueven el bien común y a los pueblos indígenas. Previamente se habían señalado a todos los que hoy padecen pobreza: campesinos, obreros, marginados de la ciudad y, especialmente, la mujer de esos sectores por su condición de doblemente oprimida y marginada.
En segundo lugar, Puebla afirmó la opción preferencial por los jóvenes. Esta conferencia se realizó después de Mayo del 68, con lo cual el protagonismo de los jóvenes en aquel acontecimiento, no era desconocido. El documento afirma la necesidad de presentar a los jóvenes el Cristo vivo que responda a su situación y al papel que juegan en el cuerpo social. Reconoce todo el potencial que tienen por su espíritu de riesgo, capacidad creativa, su aspiración a la libertad y su sensibilidad a los problemas sociales. La iglesia ve en los jóvenes su posibilidad de rejuvenecimiento pero ellos no encuentran todavía su sitio en la iglesia. Es interesante anotar que el Sínodo sobre los jóvenes celebrado el año pasado sigue afirmando esta realidad y, sin embargo, aún la iglesia no sabe cómo atraer a los jóvenes y ayudarles a desarrollar todo el potencial que poseen.
Otros muchos temas se trataron en Puebla, entre ellos, la eclesiología de comunión y participación y las Comunidades Eclesiales de base (CEBs), la cristología de corte liberador a la luz del anuncio del Reino y, por consiguiente, la evangelización orientada al cambio de estructuras que hicieran efectiva una transformación. Puebla asume una liberación integral que parte de la realidad social. No pone estas realidades como opuestas sino que ambas son necesarias para la liberación definitiva del pecado, raíz de toda opresión.
Falta espacio para una reflexión más detallada pero, con seguridad a lo largo del año, se harán conmemoraciones en torno a estos 40 años y será ocasión de profundizar mucho más. Lo que interesa señalar, por ahora, es que una porción de la iglesia latinoamericana asumió las conferencias de Medellín y Puebla porque las identificó como presencia del Espíritu en el continente. A pesar de las resistencias, el Pueblo de Dios asumió este acontecimiento como fuerza para un compromiso evangelizador que alcanzaba todas las dimensiones de la realidad. No fue ajeno al martirio vivido en esos años pero lo incorporó como fortaleza para mantener su fidelidad. Poco a poco la resistencia se hizo más fuerte y ese Espíritu se apagó en algunas instancias, especialmente, oficiales. Pero la llegada de Francisco hoy vuelve a poner en primer plano esa presencia liberadora de los más pobres y como la semilla que crece sin que nadie lo vea (Mc 4, 26-29), vuelven a explicitarse frutos de fidelidad y resistencia que mantienen la esperanza de que “otra iglesia es posible”.
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