Pentecostés: tiempo de profetizar



El próximo domingo celebramos la fiesta de Pentecostés o venida del Espíritu Santo sobre la primera comunidad cristiana. Aunque últimamente la presencia del Espíritu se ha hecho más consciente entre los creyentes, sin embargo, aún es “desconocido” para muchos. Por eso me parece importante no dejar pasar esta fiesta, sin decir una palabra sobre ella.
¿Qué significa la fiesta de Pentecostés? El libro de los Hechos (2, 1-13) nos relata la experiencia de la comunidad cristiana: Estaban reunidos y de repente el Espíritu irrumpe sobre ellos dejándolos “llenos de su presencia” y haciéndoles “hablar” en diversas lenguas. Todos los que estaban allí les entendían en su propia lengua y quedaban admirados. Sin embargo, algunos los criticaban y decían “están borrachos”. Pues bien, Pentecostés es celebrar que el Espíritu, como aquel día, continúa derramándose (Rom 5, 5) en la comunidad cristiana -en nosotros- y nos invita a anunciar su presencia y a dar testimonio de su fuerza y vitalidad.
Estamos entonces, en el tiempo de saborear esa experiencia y revisar si nuestra vida está siendo testimonio de ella. ¿Cómo lo podemos hacer? Preguntémonos: ¿Nos sentimos llenos del Espíritu Santo? Creo que podremos responder que sí, si en nuestra vida sentimos una fuerza que nos empuja, que nos anima, que nos hace capaces de comenzar una y otra vez ante las dificultades de la vida. Si la alegría brota de dentro de nuestro corazón y no está al vaivén de las circunstancias externas. Si sentimos la paz como fruto de las tareas realizadas. Si el amor acompaña todos los encuentros interpersonales. Si mantenemos la esperanza en que siempre existe un nuevo comienzo. Si nos sentimos inquietos hasta que la verdad aflora en nuestra vida. Si buscamos la coherencia, la autenticidad, la transparencia en todos nuestros actos. Si sabemos esperar, aguardar, caminar al ritmo de la historia. Si surge lo mejor de nosotros mismos ante las necesidades de los otros. Si descubrimos el valor de lo pequeño. Si discernimos en todas las circunstancias para encontrar el mayor bien. Si nos empeñamos en buscar la justicia. En otras palabras, si nos sentimos desafiados a construir un mundo mejor.
En efecto, el Espíritu así se manifiesta y así actúa en nuestras vidas. Pero Pentecostés también implica, como lo vimos en el texto de Hechos, una palabra profética. Ese sentirse habitados por el Espíritu hizo que los discípulos hablaran de esa experiencia a todos los que estaban presentes. Con seguridad no fue un anuncio “neutro”. Por el contrario, tuvo que ser un anuncio profético que causó la admiración de unos y el rechazo de otros. Pentecostés es la fuerza del Espíritu haciéndonos capaces de decir una palabra profética sobre los acontecimientos que vivimos. No es fácil. Tememos el rechazo y la condena. Mas vale no complicarse la vida. Sin embargo, el Espíritu actúa y de manera semejante a como les sucedió a los discípulos, cuando el Espíritu habita en nosotros “no podemos dejar de hablar lo que hemos visto y oído” (Hc 4, 20).
Celebrar Pentecostés en nuestra Patria pasa también por decir una palabra profética frente a los hechos que parecen aceptados por el común de las gentes. En tiempos de construcción de la paz, no podemos dejar de apostar por el diálogo y la salida pacífica. Ese fue el camino del Crucificado del que nos decimos seguidores. Ante los efectos de la globalización y la casi imposibilidad de salirnos de los tratados internacionales, el Espíritu no deja de hablar de los que salen perdedores en esta competencia desleal y no cierra los ojos frente a las consecuencias que esto implica. Ese es el mensaje del Reino que se nos ha confiado comunicar a nuestros contemporáneos.
Que hoy Pentecostés nos haga capaces de decir éstas y muchas otras palabras proféticas aunque muchos afirmen: “esos cristianos están borrachos”.

Foto tomada de: http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2016/05/15/pascua-de-pentecostes-iglesia-religion-dios-jesus-papa-espiritu-santo.shtml
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