Fratriarcado

por José Ángel Bergua

Que Occidente se metió en un atolladero cuando aparecieron en el escenario dos de sus criaturas más reconocibles, el logos y la democracia, es algo que a estas alturas es difícil de negar. Por un lado, la Democracia griega encarna, a la vez, un informe igualitarismo que quiere nacer y una jerarquía que se resiste a morir, pues las mujeres y los extranjeros no eran considerados ciudadanos. Que las cosas no hayan cambiado mucho desde entonces lo demuestra nuestro 15M, con sus eslóganes contra una demo-cracia con mucho poder o kratos y poco demos o gente. En términos más culturales que políticos el problema deriva de la colisión de dos arquetipos: la fratria o hermandad y la razón patriarcal (el Gran Padre).


El propio Platón encarna a la perfección el confuso momento inaugural de Occidente, pues a la vez que funda la filosofía en la que se basan nuestras ciencias y la hace depender de ese celeste mundo de las ideas que convirtió en su metafísico y abstracto hogar, criticó el experimento democrático y no tuvo ninguna duda de que los poetas o creadores debían ser expulsados de su ciudad ideal. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? Pues, entre otras cosas, que la activación del arquetipo fratriarcal y la consiguiente apelación política al pueblo, no podía del todo con las inercias jerárquicas de un patriarcalismo que comenzaba a decaer dejando tras de sí una traumática retirada, la del ser metafísico del que aún somos prisioneros. Dicho más claro y juntando todo: la democracia que activa la fratria o fraternidad encuentra frente a sí al logos que deja como herencia el Gran Padre.


Este es el laberinto en el que andamos enredados desde hace 2500 años. El psicoanálisis, tan importante para acceder a los ignotos fondos de las almas individual y colectiva, si bien detectó el conflicto, no pudo o quizás no quiso ver la salida. Por un lado, no aceptó en cualquier grupo de iguales más que el inconsciente del padre muerto. Por otro lado, dudó que pueda haber relaciones horizontales entre las gentes tras la desaparición de puntos fijos exógenos tales como los líderes, sus banderas, etc. En un mundo cada vez más postautoritario estos modos de interpretar las realidades individual y colectiva son ya absolutamente insostenibles.


Afortunadamente, tenemos entre nosotros a Andrés Ortiz Osés, natural de Tardienta, cosmopolita y con una obra de la máxima actualidad. Su afirmación de la fratria ha sido inseparable de la apuesta por una hermenéutica simbólica más cálida y erótica que la razón o logos e incluso que la propia hermenéutica practicada en el centro y norte de Europa por algunos de sus amigos de Eranos. Por otro lado, ha colocado el arquetipo fratriarcal en una posición mediadora entre el Dios y la Diosa, el principio trascendente y el inmanente. Como consecuencia de ambos movimientos, las verdades celestes del patriarcalismo y las telúricas del matriarcalismo han sido conjuradas por las verdades que resultan de la deliberación, propias del fratriarcalismo. La economía colaborativa e incluso la idea de lo (pro)común, tan aireadas en los últimos tiempos, beben de la misma fuente.


Andrés Ortiz Osés se mueve como pez en el agua en esos lugares fecundos que diariamente habitamos, entre los cielos y los inframundos, rebosantes de interferencias y con-fusiones. Unas veces cultivando la poesía, un pensamiento para el que la entrega a lo indeterminado es imperativa. Otras veces torciendo las palabras, jugando con sus sentidos más íntimos, llevándolas de un sitio para otro, de un modo muy parecido a como hacen los niños cuando desembarcan en el lenguaje. Y es que a Andrés le gusta crear a base de juegos los sentidos que nuestro tiempo-espacio fratriarcal necesita y reclama para desplegarse. Pero junto a ese instinto lúdico hay otro componente que anima su vida-obra. Se manifiesta a través de su vehemencia, de su irreverencia, de sus elevaciones de voz, de sus juramentos… Lo que aparece en esos gestos es su terrosa alma aragonesa, tan afín a la de Buñuel, Goya, Pedro Saputo, Labordeta y otros. De esa árida y sedienta tierra sigue manando a borbotones el querer vivir y el estar juntos, materias primas de la fratria.
Volver arriba