Cecilia, falsa patrona de los músicos.

Por haber hecho de la música vida propia, necesito volver a un tema varias veces tratado por mí en RD: el patronazgo musical de Cecilia, una figura que no pasa siquiera por ser histórica y patrona de los músicos por errores lingüísticos. 

En el año 1966, Pablo VI eliminó del calendario litúrgico 33 santos cuya existencia no estaba comprobada. Entre ellos se encontraban Santa Bárbara, San Cristóbal, San Jorge y... oh sorpresa para músicos y retratistas, la patrona de los músicos, Santa Cecilia.

Cecilia --dicen las Actas Martiriales (capítulo “Passio Sanctae Ceciliae”) escritas hacia el siglo  V ó VI-- sufrió martirio en el año 230 bajo el emperador Alejandro Severo, aunque otros dicen que en tiempos de Decio y otros bajo Juliano. Aunque la veneración por su figura y la relación de su martirio comenzó muy pronto, el culto a Santa Cecilia se remonta al siglo V, y se inició  justamente en la iglesia dedicada  a ella, que había sido su casa y que, por voluntad suya, quedó para el culto divino. A raíz del traslado de los cuerpos de Cecilia y Valerio a esa iglesia en el siglo IX, se celebraban diariamente oficios cantados por una congregación de monjes que allí estableció el Papa Pascual I (817-824), después de encontrar “milagrosamente” sus cuerpos en la catacumba de San Calixto, donde hoy se halla una estatua en honor de Cecilia. 

Las razones para hacerla patrona de los músicos se debe a concomitancias sacadas todas de leyendas piadosas:

1ª) Las Actas de su Vida y Martirio, que datan de siglo VI, donde se dice que el día de su boda, mientras sonaba música festiva, ella rezaba o cantaba salmos al Señor.

2ª) Por la antífona que aparece en ese culto, “cantántibus órganis Caecilia Domino decantabat dicens...”  culto que comenzó a finales del siglo XVI.

3ª) Porque la Academia de Música creada en Roma en  el año 1584 la  nombró su patrona Cecilia y luego por extensión a todo el mundo católico.

4ª) Por expreso decreto papal que unos años después la proclamó patrona de los músicos a finales del siglo XVI. 

De Cecilia no hay referencia documental de su existencia hasta la segunda mitad del siglo XV, es decir -conviene remarcarlo- más de diez siglos después de la época en que las Actas citadas dicen que vivió, sufriendo el martirio en el año 230, algo que tampoco es seguro, bien que su veneración como santa comenzó en fechas muy tempranas. Dicen las Actas que Cecilia sufrió primero un intento de ahogamiento; luego fue sometida al tormento del fuego que servía para calentar la calefacción; finalmente le cortaron el cuello con tan mala fortuna que, después de recibir tres tajos, el tembloroso verdugo no lo debió hacer bien y tardó 3 días en morir. Todo muy verosímil. En la relación que se hacía de su biografía, escrita lógicamente en latín, aparece la frase “candéntibus órganis” (“estando abrasando los instrumentos de tortura”), en relación al segundo suplicio que había recibido o iba a recibir.

 Su angélica figura, jovencilla, recién casada pero virgen, generó el lógico afecto. De ahí que, enseguida el supuesto lugar de reposo de sus reliquias se fue ornando de mosaicos, frescos y miniaturas a la vez que crecían los relatos legendarios sobre su vida. Pero –y esto es lo importante—durante más de diez siglos NUNCA se la veneró en relación con la música.

 ¿Qué sucedió, entonces? 

En una época donde las vidas de santos eran sustento espiritual de los fieles y proliferaba la lectura de dichos libros, la vida de Santa Cecilia impactó. En los monasterios se copiaron de nuevo sus Actas conservadas en papeles muy deteriorados, escribiendo en latín más corriente y vulgar expresiones que ya no se entendían. Parece que el copista prefirió que la santa muriera quemada y no decapitada, utilizando el término genérico de órganum, con un significado amplio de herramienta o utensilio para hacer algo. De modo que escribió la siguiente frase: “Candentibus órganis,  Caecilia Domino decantabat", o sea "Mientras estaba el horno al rojo vivo, Cecilia cantaba al Señor". En ello sigue sin haber referencia musical alguna.

 El error para declararla patrona de los músicos procede de una doble fuente: la una por  suponer que era ella la que tocaba el órgano cuando sonaba la música en su boda –cantántibus órganis-- y no al revés; la otra por una traslación fonética de “candéntibus órganis” a “canéntibus órganis”. En ambos supuestos hay un error lingüístico supino.

 Nos centramos en el aspecto lingüístico que es el que parece ser la fuente del error. Pasados los siglos los pergaminos que relataban su vida estaban ya tan mugrientos que no se podían leer, siendo retirados del uso. En algún momento del largo periodo medieval, algún copista experto en latín fue encargado de hacer una nueva revisión y copia del viejo manuscrito. La labor era difícil, pues las letras emborronadas lo hacían casi ilegible. Y -traduttore, traditore- ocurrió el desliz: donde ponía “candentibus” el nuevo copista leyó "canentibus" y, además, el término "órganis" lo interpretó como el instrumento musical de uso extendido en ese tiempo. En consecuencia, la frase quedó, mal traducida, así: "Mientras tocaba el órgano, Cecilia cantaba salmos al Señor". ¡Y aquí sí, aquí ya tenemos una referencia musical!

 En algunas páginas religiosas hasta se dice que tocaba el arpa y el órgano positivo; que le gustaba la música; que entonaba salmos; incluso ¡que tocaba el piano! (fabricado en el XVIII). Para más inri, también se asegura que la virtuosa Cecilia huía de la música a la que calificaba, según las Actas, como "el mortal canto de sirenas que impulsa a los inocentes a poner en peligro sus vidas". En las Actas de Santa Cecilia se lee: "Durante el banquete de bodas, mientras la música sonaba, ella rezaba oraciones en la soledad de su corazón, pidiendo que su cuerpo quedara inmaculado" cosa que lleva a deducir que detestaba esa música. Añádase la perversión o anacronismo interpretativo de ensalzar la virginidad ¡de una mujer casada! Cosa de frailes viciosos.

La primera antífona de las II Vísperas, origen del patronazgo dice:

Cantántibus órganis, Caecilia Domino decantabat dicens: Fíat cor méum immaculátum, ut non confúndar”.

Pero incluso esta frase, “Cantántibus órganis, por necesidad del contexto, se suele traducir, mal: “Al son de los órganos, Caecilia cantaba al Señor diciendo: Quede puro mi corazón para que no sea confundida”.  “Cantántibus órganis”, como ablativo absoluto que es, debería traducirse “cantando [no, sonando] los órganos”, algo, lógicamente sin sentido.

Cantare” no se traduce nunca por “sonar”. No hay referencia alguna en los diccionarios de que los instrumentos “canten”, ni siquiera como metáfora.

Tympana sonant (César), mare [sonat] (Horacio), omnia passim ploratibus (Livio), silvae Aquilone (Horacio), classica [trompetas] sonant (Virgilio), sonuerunt cardine postes [quicio de la puerta] (Virgilio), incluso la misma voz,  “vox sonat”: Te carmina nostra sonabunt (Ovidio); hay muchísimos salmos con la traducción latina “sono/sonare, sonus”: Laudate Dominum in sono tubae (Salmo 150).

Pero además, si se trata de un órgano, nunca será plural, en cuyo caso sería “órgano cantante”, en caso ablativo. ¡Como si los órganos cantaran! ¡Los órganos no cantan!, en todo caso suenan. Repito, no es lo mismo “cantare” que “sonare”, palabras de las que derivan cantata y sonata; ni es lo mismo cantantibus que sonantibus. 

En resumen, alguien, sin saber cómo ni por qué, quizá por culpa de la palabra “órganis” que se refería a los instrumentos de tortura y no a un instrumento musical,  corrigió lo de “candéntibus” por “canéntibus” (del verbo “cano”, que significa cantar) y ésta, frase que aparece en las II Vísperas a ella dedicadas, por cantántibus. A partir de ahí, se fabuló el mito de Cecilia religada a la música.  Y de ahí las representaciones pictóricas, los festivales, las asociaciones cecilianas... 

A partir de un primer error que nunca se corrigió, Cecilia terminó siendo lo que nunca fue, tañedora y cantante. Errores que se mantienen, pero que al menos hay que saberlos para que llegue el día en que el patrón o patrona de los músicos sea un músico de verdad, como Guido d’Arezzo, Josquin Despres, Monteverdi, Bach, Mozart, Beethoven... por poner alguno. Yo me quedo con Juan Sebastián Bach, el más grande de todos.

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