Creer en lo increíble.
| Pablo HERAS ALONSO
El otro día y en relación a mi presencia en un acto o rito de genuina creencia, sugería de una manera genérica la inexistencia de lo que presupone el conglomerado cultural de la creencia: Jesucristo y el dogma cristiano, de tan compleja y enorme grandiosidad. No, nada de eso existe más allá de la mera creencia, creencia que muchas veces deriva en monsergas crédulas. Y existe porque el interés de determinados grupos emergentes de la sociedad propugna su existencia real.
Más claro y en su sentido más estricto: la religión que en un principio pudo ser un sentimiento de temor, de ignorancia o expresión de deseos derivó en concreciones dogmáticas, rituales y burocráticas, es decir, productos culturales imposibles de que una persona normal pueda tragarlas.
Espero que nadie tome como ofensa lo que digo, es una apreciación personal que me siento justificado por mi propia convicción a enunciarla, aunque sé que en otros tiempos me llevaría directo a juicio y severa condena: cuando veo alzar un pequeño objeto redondo, blanquecino, llamado oblea y que es un producto hecho de harina y agua, amasado, prensado y recortado en las cocinas monjiles y lo cantan, lo adoran y lo explican como “el cuerpo de Cristo”, no puedo creer ni concebir que pueda haber gente que tal cosa crea. Ni siquiera tiene “forma” de pan. Y, por otra parte, si la celebración supusiera sólo una conmemoración, tal como incluso afirman en el momento consecrativo, “haced esto en CONMEMORACIÓN mía”…
¿Pero de veras puede creer alguien en tal mutación o en qué sé yo qué fenómeno transustanciador pueda suceder “eso” de tal modo que así suceda? Porque aquí ya no se juega o se elucubra con cielos etéreos o ángeles que vuelan o historias y narraciones del pasado muy pasado, aquí hay algo consistente, un trozo de harina que se alza para ser adorado y un fragmento de pseudo pan para ser tragado, pensando que se come el cuerpo de Cristo. Pues sí, muchos son los que creen que “eso” es el cuerpo y, el vino, la sangre de Cristo. Más aún, gente que se escandaliza y sufre un pasmo mental porque pueda haber gente como yo que digamos tan crudamente estas cosas. Nunca fue tan desnudo el rey que iba desnudo.
Y pienso en la procesión del “Corpus Xti” y la pongo en parangón con una procesión paralela de zapateros exhibiendo una alpargata en un trono, o tronillo, de oro y plata recubierto de pedrería variada y cantando algo así como: “Oh, alpargata divina, dispensadora del bien, te adoramos y cantamos como camino al Edén”. ¿Alguien puede imaginarlo? Y sin embargo, eso se canta cuando se dice “Hostia pura, hostia santa, hostia inmaculada, seáis por siempre bendita y alabada. Santísimo sacramento, seáis bendito y alabado y eternamente adorado, oh soberano portento”. Añádase, como se puede apreciar, que la calidad literaria de tal poemilla es ínfima por no decir nula.
En nuestro tiempo ha sido cuando se han multiplicado las publicaciones que ponen en solfa tales creencias, por infundadas. Antes no hubiera sido posible. Sin entrar en disquisiciones profundas sobre dogmas, que, por cierto ya se habían dado principalmente en los primeros tiempos del cristianismo, se comenzó por la crítica literaria del libro de los libros, la Biblia, intocable su interpretación y hasta prohibida su lectura directa en otros tiempos. Y de ahí se pasó a la crítica del mismísimo contenido, principalmente con estudios comparativos, estudios de arqueología cultural, de religiones similares, etc. Y, como no podía ser de otro modo, llegamos a nuestros días cuando el relativismo se está imponiendo sobre las creencias.
La velocidad de expansión de tales estudios siempre ha sido excesivamente lenta, como siempre pasa. Poco de tal pensamiento transciende al pueblo cuando no llega tergiversado. El pueblo llano e incluso sectores cultos pero poco interesados en tales estudios, siguen manteniendo pautas de creencia ancestrales (no hacen ningún daño, dicen, y además animan a obrar bien). Y así sigue, condescendiente con la credulidad o prosélito de la misma, permanentemente crédulo y siempre entontecido e ignaro, cuando no aprovechado.
La vida de las creencias es muy larga, de siglos cuando no de milenios, de lo cual se prevalen y hasta hacen argumento. De ahí, como también hemos dicho, allá cada cual con lo que cree o en lo que pierde el tiempo o con lo que se consuela. Porque, sea lo que sea, sigo creyendo y tratando de convencer a quien quiera escuchar, que es más humano… ¡ser humanos!