Dios por todas partes y sin embargo ausente.

Ayer hablábamos de la ubicación de Dios --¿dónde "una limosna por Dios”, está o estaba Dios?-- y hoy lo tenemos hasta en la sopa, que, hecha por la abuela, está "como Dios". 

Por suerte o por desgracia, según quién y cómo lo considere, a pesar del ateísmo y de la indiferencia religiosa que reina en nuestro mundo, Dios está omnipresente en nuestras vidas. Yo diría que lo tenemos “a flor de labios”, a juzgar por el lenguaje que empleamos. ¡Hasta qué punto han influido en la catolicísima España las creencias, que hasta hemos endiosado nuestro vocabulario!

Los judíos llaman a Dios Yahvé, pero tienen prohibido pronunciar su nombre para no faltar al respeto y temor que se le debe. Los musulmanes llaman a Dios Alá, y siempre que lo nombran añaden “su nombre sea bendito”. El lenguaje coloquial de los cristianos abunda en expresiones “deificantes”; se emplea el nombre de Dios sin advertir muchas veces que se está nombrando al Altísimo o sin conocer su significado.

Algunas expresiones, como “si Dios quiere”, “gracias a Dios”, “cuesta Dios y ayuda”, “Dios dirá”, “cuando Dios quiera”, “Dios mediante” ... dejan entrever claramente su intención: Dios vela por sus criaturas. Y con estas expresiones se reconoce la total dependencia de Dios, que Dios ayuda y que se acepta, consciente o inconscientemente, su “Divina Providencia”.

Otras veces, se personifica esta favorable intervención de Dios cuando sucede algo bueno inesperadamente: “Me ha venido Dios a ver”. O, al contrario, los reveses de la vida nos hacen exclamar: “Estoy dejado de la mano de Dios”.

Expresamos felicidad y bienestar cuando afirmamos sin reparos “estar como Dios”, o cuando deseamos que un difunto “esté ya con Dios”.

Manifestamos buena voluntad y espontaneidad cuando hacemos las cosas “a la buena de Dios”;ignorancia, en “¡sabe Dios!”; sorpresa y asombro con “¡válgame Dios!”; deseamos que su nombre sea santificado con la exclamación “¡bendito sea Dios!”; demostramos hipocresía y doblez si “encendemos una vela a Dios y otra al diablo”.

Revelamos nuestro enfado y malhumor si afirmamos que “venga Dios y lo vea”; perfección y rectitud al hacer las cosas “como Dios manda”; ausencia absoluta, cuando el nadie lo sustituimos por “ni Dios”; al contrario, reemplazamos a todo el mundo por “todo Dios”, y “en-diosamos” a ciertas personas relevantes...

Damos de lado expresiones irrespetuosas, soeces o blasfemas que más denigran a quien las dice que otra cosa. No merecen comentario.  

Además de estas expresiones, existen en el diccionario castellano otras palabras cuyo origen posiblemente desconocemos:

¡Ojalá!: Esta palabra, hoy castellana, proviene del árabe (wa-sa-Allah o inch-Alá). Significa “Dios lo quiera”, y expresa un fuerte deseo esperanzador de que suceda un feliz evento, o bien que no ocurra algo malo. Equivale a nuestro “Dios te oiga”.

Pordiosero: Llamamos así al indigente mendigo que insistentemente pide sostén o ayuda clamando "una limosna por Dios, por amor de Dios.

Adiós: Este vocablo se origina de “a-Dios”. Todos sabemos que indica despedida. En su origen, se empleaba como una despedida definitiva; es decir, “hasta vernos junto a-Dios”, en la esperanza de que todos nos encontraremos definitivamente “en Dios”. Expresa el mismo deseo que la despedida “vaya usted con Dios”.

En fin, que el lenguaje demuestra que, en el fondo, las personas encerramos en nuestro subconsciente una creencia religiosa más que una indiferencia real. ¿Será verdad?

Personalmente, me cuesta creer que, a mi pesar, Dios ha quedado grabado en mi ADN.

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