¡Hello! ¿Es Doña Cuaresma?

Disquisiciones sobre las cuatro recomendaciones de antaño para el tiempo de Cuaresma: ayuno, abstinencia, limosna y oración.  ¿Se siguen manteniendo tales recomendaciones? ¿Cómo?

La Cuaresma siempre ha dado sobrados motivos para el masoquismo. Aparte de aquel “memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris”, que ya vale como conjuro para gafar la vida de uno y que, gracias a Dios, son polvos que se han llevado los primaverales vientos del Vaticano II, el lema tradicional de este periodo eclesial ha sido: ayuno, abstinencia, limosna y oración.

Es la incesante y sempiterna lucha entre don Carnal y doña Cuaresma.

Lo que yo no entiendo bien es por qué durante este tiempo se dedica unos días al ayuno. Pienso que será para recordar la privación de alimentos de Jesús en el desierto. Pues para eso, que dure los cuarenta días a imitación de Cristo. O puede que se trate de una campaña contra el hambre, para que experimentemos el cosquilleo de la hambruna. Pero visto así, no tiene mucho sentido.

El hambre no se combate con el hambre, sino con la saciedad. Es como si en la campaña contra el sida nos tuviéramos que inyectar todos el virus para saber lo que es bueno… En tal caso, pienso yo, tendríamos que seguir el ejemplo de aquellos famosillos de TV5 que celebran su cumpleaños o lo que sea con tan suntuosos banquetes que el convite de las Bodas de Camacho cervantinas, a su lado, se queda en unos frugales pintxos. Así demuestran fehacientemente estos fantoches a los sufridos currantes cómo se puede combatir la miseria del pueblo.

Por eso es preferible hablar, más que de ayuno, de frugalidad y templanza. Los excesos desmedidos pueden conducir a la obesidad, causante de muchos achaques y afecciones imprevistas. De esta forma, la Cuaresma duraría todo el año. Pero la Iglesia, prisionera de atávicos esquemas ideológicos, impone hacer una sola comida al día en determinadas fechas.

Antiético, antiestético y antidietético. Los dietistas aconsejan cinco comidas al día, sobrias, bajas en calorías; pero no el ayuno por muy voluntario que sea.La pretensión de mantener hoy día el ayuno obligatorio, ¿no se podría interpretar como apología de la anorexia?

Lo que parece que sí se mantiene es la abstinencia. Y es que la Iglesia auspicia los rituales, en los que también introduce los comestibles. Es la liturgia que envuelve todo lo que acaba entrando por la boca… que, por cierto, “no es lo que mancha al hombre”. Y en el caso de la abstinencia, por supuesto, no se descartan los “mejunjes” afrodisíacos y eróticos. Abstinencia no sólo de carne sino de la “carne”. Y es que la “carne” con sus seductores aromas no es plato preferido de los eclesiásticos. Otro ha sido el proverbial “boccata di cardinale”. ¿El celibato no es ya de por sí una pertinaz abstinencia de carne?

Pero todavía van más allá. El “entierro de la sardina” se ha convertido en infalible realidad. El “uso y consumo” de carne y de la carne sólo escasea en épocas de vacas locas, pero abunda en lances de noches locas. Por eso, hay que ampliar el inventario de abstinencias. Ya aquello de la bula ha pasado a la historia. Y se recurre a la sacrificada privación del tabaco, de la bebida, y de otros “apetitos”; si no a su abstención total, sí a su racionamiento. Lo cual, es cierto, tampoco perjudica al organismo, pero fastidia (con jota), que precisamente ésa es la finalidad de la abstinencia.

Ocurrencia ocurrente fue la de aquellos obispos italianos que hace unos años propusieron una abstinencia curiosa: ¡¡el uso de los teléfonos móviles!! Sugerían que los viernes de cuaresma no se hiciera servicio de tal cachivache de comunicación. No se demonizaba su abuso; se restringía su uso. Excelsa propuesta, en consonancia e imitación del silencio de Cristo en el desierto.

Sigue siendo una idea sugerente: de esta suerte no sufriremos encontronazos en las calles con gente que practica el soliloquio ni tampoco nos enteraremos en el metro y sobre todo en el bus de las discusiones entre amantes o de la comida que tiene que preparar la nuera. Lo malo será que, al final, tras el síndrome de abstinencia, con el “mono”, a algunos les puedan los diablos…

El tema de la limosna lo veo más resbaladizo, sobre todo en estos tiempos de crisis tan severa. Hay que reconocer y apreciar el gesto plausible y encomiable de aquel monseñor y obispo que entregó a Caritas el 10% de su salario. Al fin y al cabo, sin restarle mérito, no hizo más que cumplir la todavía vigente ley eclesial, descuidada aunque no derogada, la de “pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios”. Y ojalá, Dios lo quiera, sirva todavía hoy de incentivo a otros colegas suyos que viven en palacetes a cuerpo de príncipes de la Iglesia. Sugerencia para mis amigos Rouco en sus 400 metros de ático o Fidel en su palacio arzobispal burgalés. Con este ejemplo, algunos fieles se animarán a elevar el importe de su modesto óbolo en el cepillo Oí o leí, como ejemplo limosnero, que un concejal de no sé qué partido de no sé qué pueblo, no sé si creyente o agnóstico, también distribuía su nómina entre gente necesitada del pueblo. Son gotas en el océano de la pobreza y de la necesidad, pero como ejemplo pueden incitar y producir benéfico efecto.

De la oración no me atrevo a hablar mucho. La comunicación con Dios es algo muy personal. Y más ahora en que las operadoras pugnan denodadamente por ganar clientela. Las comunicaciones de banda ancha con los cristos, las vírgenes y los santos están desplazando al “adsl” directo con el Altísimo.

Un peligro se cierne sobre determinados comunicantes ansiosos de establecer comunicación con el Padre Eterno: puede que Él también se ponga a ello y desconecte los terminales telefónicos. ¿Se imaginan que el buzón de voz divino conteste con un “El número marcado se encuentra apagado o fuera de cobertura”? Y no sólo por efecto del sosiego cuaresmal, sino porque “al otro lado” ya no se encuentra nadie.

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