LA INVENCIÓN DE JESÚS DE NAZARET: UN LIBRO DESMITIFICADOR /3

La libertad es la primera condición del trabajo científico  (Alfred Loisy)

En la segunda parte de la obra,  F. Bermejo realiza una reconstrucción crítica de la figura de Jesús a partir del contexto histórico del s. I e. c. en Galilea y Judea, dentro de un judaísmo variado y complejo.

Comienza su exposición con lo más relevante y seguro de los relatos evangélicos, que es la crucifixión de Jesús entre insurgentes (no ladrones), desvelando la inverosimilitud y las contradicciones de los relatos evangélicos aceptados por la tradición. Analiza las causas plausibles de la crucifixión desde una perspectiva política antirromana, conectada con el mensaje central del reino de Dios, que une de forma integral religión y política.

Presenta a Jesús como un pretendiente regio-mesiánico e inserto en un proyecto nacionalista judío, diferente a la visión universalista y espiritualista de Pablo sobre el reino de Dios, que pasó a la teología tradicional. Bermejo entiende a Jesús como un judío clasificable en la historia de las religiones, en el marco de los movimientos milenaristas y mesiánicos, en oposición a la singularidad absoluta atribuida por los investigadores confesionales (Meier, Dunn, Crossan, Theissen y Merz etc.).

Frente a la versión teológica tradicional de procedencia paulina, que explica la crucifixión como un sacrificio vicario y voluntario por la salvación de la humanidad, Bermejo tiene otra visión muy diferente del escenario y acontecimientos del Gólgota. Se trataría más bien de una crucifixión colectiva con el líder en medio, como tantas otras decretadas por el cruel Pilato. 

La traducción del griego lestaí por ladrones  o bandidos, que aparece en las biblias confesionales (Lucas habla de “malhechores”), sería una distorsión semántica del verdadero significado, pues los romanos no castigaban con la cruz a delincuentes comunes, sino solo a insurgentes que luchaban contra la dominación romana, como el caso de Judas el Galileo, por su revuelta contra el tributo a Roma.

El significado histórico del titulus crucis (Rex iudaeorum) junto a otros numerosos indicios dispersos en los evangelios, avalan la hipótesis de la condena de un Jesús mesías sedicioso y resistente antirromano, junto a otros varios mencionados por Josefo, que compartían las ideas teocráticas de los zelotas,  con el fin de expulsar a los romanos invasores de la tierra sagrada de Israel, que solo pertenecía a Yahvé y no a Tiberio.

Bermejo, siguiendo el enfoque de historiadores judíos, como Brandon y Maccoby, quienes conciben a Jesús como un mesías político condenado por el poder romano y no por motivos religiosos, aporta “una constelación de indicios” (cfr. pp. 170-172) que avalan la hipótesis de un Jesús resistente antirromano: entre ellos, el arresto por un contingente armado (una cohorte romana al mando de un tribuno), la oposición a pagar el tributo al César (contra la errónea interpretación usual), el mandato de comprar espadas a sus discípulos, algunos de los cuales eran zelotas, el dicho de traer la espada y no la paz, la resistenciacon espadas en el arresto de Getsemaní, la aclamación mesiánica en la entrada a Jerusalén con tono nacionalista, la violencia verbal y práctica del galileo y de algunos discípulos, la hostilidad con Antipas, el titulus crucis ya citado o el belicoso jinete del Apocalipsis de Juan con una espada para eliminar a sus enemigos etc.

Ello no implica que Jesús haya sido un guerrillero zelota defensor de la lucha armada, pues esperaba el milagro de la intervención divina de acuerdo con las profecías bíblicas, en las que creía firmemente. 

Todos esos indicios dispersos  son disiecta membra que unidos forman un conjunto que dan sentido a la idea central del reino de Dios o reinado de Dios (basileía toû theoû), que constituye el núcleo central de su mensaje evangélico, un tema ubicuo bajo formas literarias diversas. 

Un reino de Dios, no espiritual y celeste, como el de Pablo y el Cuarto Evangelio (“mi reino no es de este mundo”), sino un reino terrestre y mundano, que advendría de forma inminente a la tierra de Israel y del que Jesús se consideró pretendiente regio-mesiánico, ofertando a sus discípulos sentarse en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel, comiendo y bebiendo con él a su mesa. Una especie de Jauja con superabundancia de bienes materiales, comparable a un banquete nupcial.

Un proyecto fracasado, que surgió del entusiasmo y fantasía apocalíptica del Nazareno y de su grupo, anhelantes de una liberación nacional. Un ideario de resistencia, similar al de la denominada “Cuarta Filosofía” por Josefo, lo que implicaba el fin del dominio romano sobre Israel.

Como sostienen algunos autores actuales,  Ehrman o Allison entre otros, Jesús defendió una “escatología apocalíptica” y, lo mismo que Judas el Galileo, “mantuvo una concepción nítidamente teocrática, que aspiraba a la instauración de un utópico reino mesiánico” (p. 178).

Esta visión verosímil de un Jesús apocalíptico, que une de forma sustancial política y religión,  una personalidad con luces y sombras, contrasta con la imagen tradicional de un Jesús pacifista y apóstol de la no violencia, predicador de un mensaje universalista de salvación para toda la humanidad.

El examen crítico de los textos pone de manifiesto el prejuicio etnocéntrico y de desprecio a los paganos, como muestra el episodio de la mujer cananea sirofenicia, donde los gentiles son asimilados a perros y los judíos a hijos. El doble precepto del amor a Dios y al prójimo consta en la Torá judía (Lev 19,18) y toda su doctrina moral no es el centro de su Evangelio, como se sostiene habitualmente, sino solo un medio para entrar en el Reino, como afirma el sermón de las bienaventuranzas. El “amor a los enemigos” queda circunscrito a la comunidad de Israel, como explicó el filósofo Maimónides. Jesús no fue universalista en su mensaje ni en el precepto del amor.

Bermejo analiza la inconsistencia de los relatos de la pasión (contradicciones ya señaladas por K. Kautsky), desde el arresto a la crucifixión, los cuales inculpan a las autoridades judías y al pueblo, que  pide a gritos el castigo de la cruz. Con ello se exculpa a Pilato, el verdadero responsable, con la ficticia “imagen de un prefecto romano que declara inocente a Jesús” (p. 314) y que intenta salvarlo.

La imagen alternativa de Jesús que presenta  Bermejo como un visionario y líder de un movimiento mesiánico, con una visión dualista de salvados y condenados, “pertenece a la misma categoría que Judas el Galileo, Teudas, el Samaritano, el Egipcio o Juan Bautista” (p. 328), figuras relacionadas con la liberación de Israel, como antaño Moisés en Egipto o Josué en Canaán.

La concepción confesional de la originalidad y singularidad absoluta de Jesús sería solo una ficción sin fundamento real, que obedece a intereses extra epistémicos de carácter apologético.

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