El Jesús que no se conoce a sí mismo.

La idea que los creyentes se han formado de Jesús procede, por una parte, de los escritos que de él hablan (Nuevo Testamento); por otra, de la predicación posterior (Tradición). Quizá el creyente tenga una idea de Jesús más acorde con la segunda fuente que con la primera, dado que la inmensa mayoría y en un pasado no muy lejano jamás tuvo acceso a la Biblia.

Pero no sólo nosotros, resulta curioso que hasta el mismo Jesús se preocupó por su imagen, por la idea que se había hecho la gente de lo que él era: “¿Qué dice la gente...?”. Los discípulos le contestaron y le hicieron saber lo que pensaba el pueblo. Fue Pedro, el interpelado directamente por Jesús, el que más claramente lo definió. Y hasta el mismo Jesús dudó de que tal concepto hubiera surgido en su sesera: fue el Espíritu Santo el que le inspiró.

Todo este párrafo lo podría haber escrito Kafka sin demérito alguno de lo que entendemos por “kafkiano”.  Más que nada porque choca frontalmente con el “hecho cierto” de que Jesús era el Verbo divino, segunda persona de la Trinidad, Dios                                                                            .

Cuando se habla de Jesús, la multivariedad de conceptos que aúna tal personaje hacen irreconocible una figura única y unificadora del sistema de significaciones que tiene cualquier creyente.  Al hombre le resulta imposible concebir la unicidad de Jesús.  Teológicamente Jesús es hombre y Dios (eso dicen).  Pero a la vez es niño, es reo de muerte, es resucitado, es presencia sacramental, es comida, es hermano, es Juez de vivos y muertos, es el Evangelio de Lucas, el de Juan y el Apocalipsis.

Hombre y Dios. Como hombre se le reconoce inteligencia y sabiduría; como intermediario con Dios siendo él mismo “dios” –primera paradoja-- se ofreció en sacrificio por los hombres para retornarlos a Dios –segunda paradoja--. O sea, que Jesús/ Dios se envió a sí mismo para reconciliar a los hombres con él mismo.

Y vino para salvarnos. Lo hemos preguntado repetidas veces aquí: salvarnos, ¿de qué? Todo parece esplendoroso, grandes palabras, digno de grandes tratados, si no fuera porque en la vida cotidiana, en el sonar el despertador, desayunar, salir para el trabajo, eso de “salvar a los hombres” suena a vacío, huero, cáscara de nuez; o, en todo caso, como si las riadas de trabajadores mañaneros que atestan el Metro ocuparan un espacio etéreo donde todos son reos de algo nefando, horrible y terrible que no se sabe qué es, pero de lo que tienen que ser salvados. Más cierto es que tales monsergas suenan brevemente en el sermón de los domingos, entra por un oído con acceso al otro y... hasta la próxima.

Ya. Salvarnos del pecado original y sus consecuencias. Y siguen las paradojas o las sinrazones.

Pensemos en todos estos detalles: Dios es omnipotente; sin embargo, necesitó enviarse a sí mismo; lo hizo en forma humana; se envió para que él mismo nos perdonara de algo que procedía de él, que él había creado. ¡Piensen, por favor! ¡No contesten con el primer tópico inducido, eso de que nos hizo libres, etc.! ¿Cómo pudo crear algo imperfecto, con tendencia al mal para luego tener él que desdecirse y corregirse por medios tan despeluznantes?

Enviarse en forma humana… Si se trataba de hacerse hombre para poder perdonar a todos los hombres --¡y cuántas veces perdonó a “su pueblo”!-- podría haberlo hecho de manera más fácil y menos antropomórfica (el mismo hecho de hacerse hombre fue como jugar al “escondite” con los hombres: tenían que adivinar que el tal Jesús era Cristo, Mesías, Verbo y Dios sin enterarse nadie). Más absurdo todavía, tenían que adivinarlo por las palabras de un vidente, de un profeta, de unos analfabetos o, más tarde, de unos burócratas. Genial.

Supongo que seguirán todavía con la idea de que Jesús era un compendio de muchas cosas: Verbo, Dios, Mesías, Cristo, profeta…  Nueva paradoja, Jesús caminó hacia su muerte a sabiendas: ¿no es esto un suicidio? Pero siendo Dios y habiendo venido para salvarnos del pecado, es de suponer que a partir de su muerte ya no habría pecado.

Nueva paradoja: parece que sólo salvó a unos pocos, muy poquitos, a sus discípulos. El resto del Imperio y del mundo ni se enteró. Y los de su entorno, ni siquiera le creyeron. ¿O era a la humanidad futura?  Pues todavía menos, a la vista de la degeneración romana, de las invasiones bárbaras, de la crueldad de unos pueblos hacia otros, de las guerras sin cuento, de la opresión en que vivieron los pobres hasta las huelgas de la era industrial, de la devastación general provocada por dos grandes hecatombes en el siglo XX…  Incluso después del escarmiento de la II Guerra Mundial el mundo siguió y se hizo peor, cada vez peor. Y eso, sin contar los “diluvios” habidos tras su “salvación”. ¿De qué nos salvó? ¿De qué nos redimió?

En resumen, que esa venida de todo un Dios para arreglar un desaguisado que tiene su origen en el mismo Dios, no solucionó nada en el pasado ni lo solucionó en el futuro que vino tras él. ¡Vaya alforjas para viaje tan inútil! Quizá inútil sólo para quienes estamos en el “limes” de su imperio salvador ¡E inventaron algo tan trivial y escondido entre cajas como un sacramento, la confesión, para seguir salvándose! ¡Vaya parto de los montes! Los que se confiesan se hacen buenos. Se salvan (no se sabe de qué, pero se salvan). Ah, ya, es por si la muerte les coge de camino.

No podemos dejar de ver las cosas con otros ojos a como los creyentes las ven. Y no podemos partir tampoco de sus propios presupuestos sin que encontremos tal cantidad de paradojas que hacen totalmente inverosímil los fundamentos del credo que sostienen.

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