¿Y si Jesús no hubiera existido?

¿Por qué nadie duda de la existencia de Sócrates, Alcibíades o Séneca y sí de Aquiles, Agamenón, Osiris o Jesús? Ya, ya… ningún creyente duda de su existencia real, cierto. Pero es un hecho que hay estudiosos que ponen y han puesto en duda su existencia. Negar esto es poner orejeras al burro para que no vea lo que hay a su costado.

Pues sí, hay muchos que así lo dicen, que Jesús no existió, que es un personaje inventado, que no tiene la consistencia creíble de un Alejandro Magno o incluso de su mismo hagiógrafo Pablo de Tarso. La existencia real de estos dos últimos nadie la pone en duda. Y sin embargo sí hay muchos que ponen en duda la existencia de Jesús.  

Podemos decir que los seguidores primeros de Jesús fueron los culpables de que hoy se dude de él. A tan alto grado quisieron subir su figura que le personaje traspasó los límites de la estratosfera de la historia. Lo hicieron Dios y eso no puede ser.

Por supuesto que no, pero ¿podrían los creyentes imaginar, sólo imaginar, que Jesús no existió? ¿Y que únicamente veneran, adoran y suplican a Jesús como un ente irreal, segunda persona de la Santísima Trinidad, hijo de Dios Padre, uno con Él de cuya relación surge el Espíritu Santo? Qué lío, madre. Y encima, con un añadido, que un elemento de la trilogía es hombre. Más lío todavía. De hecho, a Jesús persona humana nadie en sus rezos tiene en consideración, sólo en su imaginación sensiblera; y lloran miranda a su madre llorar; y se dan latigazos para parecerse a él. Pero nadie se dirige a él como hombre, no tiene sentido hacerlo, aunque la iconografía lo haga omnipresente en sanatorios, escuelas, altozanos, documentos y templos.

Así como de soslayo, uno se pregunta por qué en la imaginería, en la iconografía, ha predominado la figura de un crucificado y no, por ejemplo, la de un predicador o la de alguien que surge de un sepulcro. ¿Es masoquismo sagrado? Y de tal modo ha proliferado, que ya nadie se asusta por ver imagen tan siniestra en la cabecera de la cama o engrosar el acervo de cualquier museo como uno de los cuadros mejores (v.g. Cristo de Velázquez en el Prado).   

Razones para dudar de que Jesús hubiera existido aportan muchas y no son desdeñables si se enjuician asépticamente. ¿No fue un predicador enormemente popular en su tiempo? Entonces, ¿por qué ninguna crónica romana o egipcia, es decir, independiente, da cuenta de su existencia? ¿No realizó multitud de milagros? Si hubieran sido reales, con seguridad los romanos le habrían “secuestrado” y admitido en su grey como médico imperial. Los que creen que realmente hizo milagros, deben ser consecuentes en sus juicios.

Siguen diciendo los que niegan su existencia que los testimonios independientes que existen sobre él adolecen de una inconsistencia múltiple. Vengamos a tales testimonios. Han sido tergiversados o interpolados (el de Josefo); no tienen relevancia alguna ni dicen nada sobre Jesús (los historiadores romanos); estos historiadores pertenecen a una época ya muy adelantada, no son contemporáneos del tiempo en que Jesús vivió (Augusto y Tiberio); Pablo de Tarso, el más importante escritor conocido, fue el más grande mitificador de Jesús, sin dato alguno real de su figura y, precisamente, el que más influyó para destruir al individuo real.

Los que pretendidamente pudieran relatar algo sustancioso sobre Jesús, los Evangelios, también distorsionan su figura de tal manera que lo convierten en irreal y mítico. No se puede relatar que Jesús predicó en tal o cual sitio o recorrió tal o cual ciudad y a la vez decir que se transfiguró, que a su muerte el velo del templo se rasgó, que resucitó y que subió a los cielos ocultándolo una nube a la vista de sus discípulos, etc.   Estos relatos invalidan cualquier otro con visos de credibilidad.

Tampoco dice mucho de su entidad real decir que lo que le aconteció a Jesús ya estaba escrito en el Antiguo Testamento, porque esto mismo se puede interpretar, con más razón, al revés, es decir, se inventan hechos ocurridos a Jesús para que coincidan con profecías sobre él, muchas de ellas cogidas por los pelos. Y lo mismo, las profecías que salieron de los labios de Jesús respecto a la destrucción de Jerusalén: las dijo Jesús después de que tal destrucción hubiera ocurrido. Así, cualquiera puede hacer profecías sobre el holocausto judío o sobre el muro de Berlín.

En este sentido, ¿cómo poder distinguir hechos verdaderamente creíbles frente a otros que ningún historiador puede considerar reales? Añádase a ello algo verdaderamente sustancial, como es la enorme cantidad de datos que se han amontonado respecto al paralelismo existente entre Jesús y otros personajes míticos, héroes y dioses de religiones coetáneas como Mitra, Horus, Osiris, Hércules, Apolo, Dionisos, Krishna, Buda, Apolonio de Tiana, etc.

A pesar de estos argumentos incontestables, la mayoría de los especialistas mantienen, sin embargo, la existencia real de Jesús.

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