Lo que es, siempre fue y siempre será (Meliso de Samos) Ex nihilo fit ens creatum // De la nada adviene el ser creado (teología cristiana)
======================================================== ESCRIBE: Prometeo.
La pregunta por el origen del universo está presente en innumerables culturas y a ella se respondió de tres formas diversas:
a) mediante relatos míticos sobre la creación, que tienen un carácter prefilosófico y precientífico;
b) con explicaciones racionales y naturalistas, como hicieron los filósofos presocráticos, pues los mitos entran en conflicto con la filosofía de la naturaleza (o teología natural), fundada en el lógos;
c) con hipótesis científicas de base experimental, como hace la cosmología actual
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Los relatos míticos son enormemente variados y recurren a principios vitales, energéticos o a creadores antropomórficos masculinos o femeninos.
Así, en Egipto existen varias mitologías de la creación vinculadas a los dioses venerados en distintas ciudades. Atón, el sol, es el demiurgo que crea el agua del océano. Ptah crea el mundo con su palabra y Amón genera un remolino de la materia primordial.
En Mesopotamia se recurre a un principio femenino, simbolizado en el agua, salada (Tiamat) o dulce (Apsu). Según el relato de “Enuma Elish”, Marduk, convertido en dios supremo, derrota el caos primordial representado por Tiamat. En la religión persa de Zoroastro Ahura Mazda, el “Señor Sabio” es creador del cielo y de la tierra y juez de las almas.
Pero en el jainismo y en el taoísmo sólo los necios creen en la existencia de un creador. Los sabios, en cambio, niegan que exista, pues el mundo, como el tiempo, no tiene principio ni fin (en concordancia con la filosofía griega).
En la India, los mitos de la creación adoptan formas muy diversas. En la teología mítica de Hesíodo, el cosmos se forma a partir del caos originario y el Éros hipostasiado forma el mundo con la unión del cielo y la tierra. Los órficos ponían en el origen un huevo cósmico, dividido en dos mitades, que formarán el cielo y la tierra.
En el libro primero de la Biblia (Bereshit en hebreo, vertido al griego como Génesis), aparecen dos relatos de la creación. El primero, procedente de la tradición eloísta por llamar a Dios Elohim (plural de El), afirma: “Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la faz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas” (Gén 1, 1 ss.). Elohim crea también al ser humano como macho y hembra a su imagen y semejanza. Dios crea el mundo en seis días por medio de su palabra y al séptimo descansó.
El prólogo de Juan será un comentario (midrash) a este texto, en el que Dios crea mediante el Lógos, su Palabra preexistente (In principio erat Verbum), es decir, el Cristo celeste.
Pero el segundo relato, el más antiguo, es distinto. Pertenece a la fuente yahvista, por llamar a Dios Yahvé, quien modela al hombre (Adán) de arcilla y le insufla en el rostro aliento de vida (ruah), convertido en polvo animado o ser vivo y lo coloca en el jardín del Edén. Eva es formada luego de una costilla del hombre, lo que será interpretado como fuente del androcentrismo y misoginia judía y cristiana.
Pero en el Génesis no aparece la creación ex nihilo, a partir de la nada: el Creador, un artesano antropomorfo, es semejante al Demiurgo platónico.
Toda la filosofía griega considera el mundo eterno y contradictoria la idea de creación, pues, como subrayaban Parménides y Meliso, “de la nada nada sale” (ex nihilo, nihil fit, en versión latina). Solo se puede pensar el ser, la nada es impensable. En el Timeo de Platón el Demiurgo plasma las formas o ideas en la materia preexistente y eterna, no crea de la nada.
Los primeros teólogos cristianos heredaron una doble tradición antitética y paradójica, la griega con la eternidad del mundo y la judía que defendía un Dios creador y personal, no un simple artesano. La tesis de la creación de la nada aparece con claridad en las Confesiones (XII, 7) de Agustín (“de la nada hiciste el cielo y la tierra”), aclarando que Dios no crea a partir de su propia sustancia, lo que implicaría panteísmo, semejante al neoplatonismo de Plotino.
De aquí pasará a la ortodoxia, en versión latina: ex nihilo fit ens creatum (“de la nada adviene el ser creado”) y a toda la teología posterior, que defenderá la distinción ontológica entre el Creador (Ser Necesario) y las creaturas (entes contingentes), desde la tesis de la analogia entis.
Sin embargo, esa relación analógica es cuestionada por la Teología negativa desde la analogía fidei, surgiendo un abismo entre el mundo creado y el Creador en cuanto “Totalmente Otro” e inefable y absconditus (véase Javier Sádaba: De Dios a la nada. Las creencias religiosas).
Además, en la teología judeo-cristiana el mundo es creado de forma libre, no necesaria. Es Dios desde fuera del mundo quien lo forma y organiza con su fiat. Para los griegos, en cambio, la naturaleza es un orden necesario y eterno, donde no cabe la idea de contingencia al no existir la idea de creación ex nihilo.
En conclusión, el nacimiento de la filosofía en las costas de Jonia, con la cosmovisión racional (filosófico-cientifica) y naturalista de los milesios, implica una ruptura epistemológica con las diversas mitologías de la creación y en particular con la cosmogonía bíblica, de carácter mítico-teológica y sobrenaturalista, aceptada por fe en la revelación.