Ofensas o deudas. Tergiversación del Padrenuestro.


Traigo a esta escena lectora la entrevista nº 28 que aparece en el libro “Otro Dios es posible” de María y J.I. López Vigil cuya lectura recomiendo “sobre todo” a los más píos.

En 1986 y reinando Juan Pablo II, la CEE, en connivencia con las CE de 26 países de habla española, impuso cambios en el texto de algunos textos litúrgicos y en la oración más repetida entre los cristianos, el Padrenuestro. El cardenal de Toledo dijo al respecto: “…cambios que "son muy gratos al oído". ¿Sólo eso?

Para nuestro propósito, poco importa que Dios Padre esté en el cielo o en los cielos. Más calado tiene este otro cambio: “…perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” por “perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”. Lo mismo que la Iglesia tergiversó algo tan fundamental en el Antiguo Testamento como es el Decálogo, lo mismo ha hecho en nuestros días con el Padrenuestro.

En el original griego que se conserva del Evangelio de Mateo, la frase en cuestión dice (transcripción difícil por los acentos): Kai afes emín ta ofeilémata ‘emón. La palabra “ofeilema (nominativo), ofeilématos (genitivo)” con su acusativo plural “ofeilémata” significa deber, obligación. Y el verbo “ofeilo”, en sus cuatro significados, deber, ser deudor / deber, estar obligado. En modo alguno, “ofensas”.

¿Cuál fue la posible u oculta razón para variar “deuda” por “ofensa”? Es cierto que ofensa, al ser más general y más inteligible, es un concepto que puede ser mejor comprendido por el vulgo, ése que nunca será acreedor de deudas. ¿Pero no hay en este cambalache algo escondido? ¿No ha sido una, en cierto sentido, reacción frente a la Teología de la Liberación que tenía en dicho versículo uno de sus fundamentos evangelizadores? La pregunta queda en el aire.

Volvemos al contexto evangélico en que Jesús pronunció esas palabras. Los capítulos 6º y 7º del Evangelio de Mateo son una declaración de principios que difícilmente cuadran con el marco en que hoy se mueve la Iglesia. Todo lo que ahí se dice, sí, lo predica la Iglesia, pero no se lo aplica a sí misma. Ni desde luego lo puede aplicar al tinglado mundial de los ricos, personas físicas y países.

Son bien conocidas las condiciones en que, en todos los tiempos, han vivido los pobres. También en tiempos de Jesús. Sacaban poco provecho de su labor extenuante e incluso, para poder dar de comer a su familia, se endeudaban con los ricos del pueblo, los terratenientes, o con los prestamistas usureros. La mayor parte de las veces no podían pagar las deudas. Deudas que se hacían eternas, que no podían pagar ni en mil años, y terminaban sus días no sólo humillados y desesperados sino esclavizados por las condiciones impuestas por el préstamo. Pasaba entonces –recordemos el sistema feudal-- y pasa ahora.

¿De qué hablaba, entonces, Jesús en el Padrenuestro? ¡De estas deudas! De las deudas materiales. Si los ricos creían en Yahvé, si rezaban a Yahvé, también ellos eran reos ante él de sus propias deudas. Nadie está libre de pecado. ¿Ofensas? Los ricos no habían ofendido a los pobres. ¡Les habían ayudado… endeudándolos!

Jesús en boca de Mateo y en el Padrenuestro no hablaba de ofensas. Hablaba de verdaderas y auténticas “deudas”. Deudas de dinero. Dinero que el pobre no tenía y sin el cual ninguna vida espiritual es posible.

Lo mismo que tal oración se aplica a los individuos, lo mismo se puede hablar de los estados. Hay deudas impagables a pesar de la riqueza del país que las contrae (otra cosa son las deudas contraídas por los gobiernos de países donde las castas políticas y militares se enriquecen). Países que quieren pagar su deuda a costa de la miseria en que viven sus ciudadanos. “Perdónanos nuestra deudas” o al menos “haz posible que crezcamos y vivamos mejor para luego poder pagarlas”.

Es éste el contenido esencial de la “teología de la liberación”. Pero esto no lo puede rezar la estructura que gobierna la Iglesia. También ella es acreedora. ¿Cómo podría perdonar deudas banco tan importante como el vaticano?

En buena lógica creyente, el cristiano rico que reza “perdona mis deudas como yo perdono las de mis deudores” necesariamente se debe sentir impelido a perdonar débitos impagables de personas hundidas en la postración y la miseria. Y más si tales débitos lo son con intereses abusivos, como en todos los tiempos ha sucedido.

Recordemos cómo éste era uno de los motivos “reales” por el que los judíos eran odiados y perseguidos. Precisamente por ser acreedores con usura de deudas contraídas por sus convecinos. Matándoles o expulsándoles, la deuda quedaba saldada.

¿Y esta Iglesia merece la pena?
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