Pena de muerte o cadena eterna


“¡Como hay Dios!” Cuando oigo tal juramento para garantizar una verdad, me ataca la sospecha de que me quieren encajar una mentira, y no ciertamente piadosa. Porque no hay mayor superchería que poner a Dios por testigo. Aunque se le represente con su inalterable e impasible “ojo avizor”. Dios, en el supuesto, estaría muy lejos de identificarse con los inexorables radares de la DGT o las opresivas cámaras de GH.

Los hombres hablan de Dios, piensan en Dios, rezan a Dios, adoran a Dios. Pero ¿cómo estarán seguros de que existe Dios? Sólo por la fe, “apuntalada” por la revelación. Para el creyente, sólo la fe es punto de partida en la demostración de Dios (que no es demostración, sino “recurso” creyente, más allá de toda “razón pura”).

Revelación o manifestación de lo divino en el fondo del alma”. Así podría expresarse el cristiano. El profundo creyente percibe que su idea de Dios no es un invento, sino un don de aquel que es más grande que su propia vida, lo más grande que puede ser pensado, “id quo maius nihil cogitari potest”.

Sin embargo, que tengamos una idea o un sentimiento de Dios no supone que Dios existe en realidad. El plano racional, el sentimental y el real se diferencian inconfundiblemente. A este nivel, la idea racional de Dios (o su experiencia religiosa) no prueba que él exista.

Dios nace cuando el hombre se percibe “inútil”, cuando se da cuenta de que “ya no puede más”. Y acude a “alguien” que le proporciona una cierta “seguridad”, que eleva su autoestima; que le ofrece el dominio sobre la Naturaleza: sobre los peces, las aves, las bestias... y le ordena “someterla...”

Esta ilusión del hombre se ve, paralelamente, “sofocada” por ese mismo personaje que, como astuto tahúr, esconde un as en la manga: “su ley”. Y cuando el hombre intenta “ser libre”, razonar por sí mismo, descubrir sus propias posibilidades, ahí está el “personaje” para cortarle las alas: “Sé libre; pero jamás quieras liberarte de mí”.

Y la historia bíblica, en la que el creyente fundamenta su fe, nos demuestra esta realidad. O al menos así aparece en los escritos, desde Adán. Cada vez que el “pueblo” o cualquier persona intenta adorar a “otros dioses”, viene el zarpazo, muertes, destierros, invasiones.... hasta que “entran en vereda”. Y a esto le llaman “liberación”.

A mí, personalmente, más que la “existencia” de Dios, de por sí hipotética, me inquieta y me alarma su “esencia”, más aún a nivel humano.

1.- Su “existencia” conduce al radicalismo. El totalitarismo es inherente a la idea de dios. Dios impone la fe como categoría absoluta:
- “No tendrás otro dios más que a mí.”
- “Hay un solo dios, Alá, y Mahoma es su profeta”.
- “Creo un solo Dios Todopoderoso…”


La fe en dios excava un profundo abismo entre las personas. Así se origina una insólita dicotomía de la Humanidad: creyentes y no creyentes. Quienes creen se identifican con dios, son los “hijos de Dios”; quienes disienten quedan satanizados, son los “siervos de Satán”. Hasta el punto de que a los no creyentes, en ocasiones, se les niega la categoría de personas: “Sin Dios el hombre no es nada.”

2.- Su “esencia”, extrañamente, también divide a los propios creyentes. No existe una idea de dios común a todos los credos. Ni siquiera entre las religiones monoteístas se da un común denominador. Y está claro que una concepción excluye a la otra. Para “todas”, los “infieles” son los otros. Y hay que combatirlos. Unas veces con la fuerza de la ley y otras, con la fuerza de las armas.

3.- Entre los creyentes de una misma doctrina también reina la división respecto a “su” idea de dios. En todas las religiones rivalizan diversas “valoraciones” sobre dios. Unos califican a otros de “fundamentalistas”; y los otros tildan a los unos de disidentes, cismáticos o herejes. Y es que da la sensación de que se está conformando un dios a medida, un dios “personal” y personalizado que se adapta a la propia vida y a la propia experiencia.

¿No será que el “monoteísmo” se viene transformando en un “politeísmo” bajo la imagen del “dios personal”?

Así pues.

Podemos condenar y condenamos a “garrote vil” a un dios que reprueba, desune, disgrega y enfrenta hostilmente a la Humanidad.
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