Sócrates y Jesús: dos figuras contrapuestas /3

Sancte Socrate, ora pro nobis (Erasmo de Rotterdam)

En los primeros siglos de la era cristiana, algunos escritores como el apologeta Justino mártir o el alejandrino Orígenes tendieron a ver en  Sócrates una especie de santo pagano y contemplaron su injusta muerte desde la figura bíblica del justo sufriente, (como el caso de Job).

Veían en el filósofo pagano una muerte análoga a la de Jesús, considerados ambos como víctimas inocentes, lo que dio lugar a la formación de un “socratismo cristiano”. Por ejemplo, en el Renacimiento el humanista Erasmo de Rotterdam escribe: “Sancte Socrate, ora pro nobis” (“San Sócrates, ruega por nosotros”).

Pero, más allá de algunas similitudes y analogías, hay que señalar y destacar las muy significativas diferencias entre el filósofo ateniense y el predicador judío. 

La ética socrática, típicamente griega, es intelectualista por identificar la virtud o excelencia con el conocimiento y  “descansa en dos columnas fundamentales: la autonomía y la autarquía”, según afirma el helenista W. Nestle.

Los apotegmas de los siete sabios le sirven a Sócrates de modelo intelectual y moral. Por ejemplo, el gnôthi seautón(conócete a ti mismo) de Quilón de Esparta o el medén ágan (nada demasiado) de Solón de Atenas son máximas que Sócrates asume como guías en su ética dirigida al individuo, por lo que fue considerado precursor de la ética kantiana, también individualista y de corte ilustrado.

Sócrates defiende una ética autónoma, humanista y antropocéntrica, con un fundamento meramente racional, no metafísico al modo platónico, ni teológico al modo cristiano.

 La ética socrática es, pues,  individualista, la de Jesús comunitarista. Vivir bien es obrar siempre de forma racional y ello implica la felicidad, con independencia de premios y castigos ultraterrenos.

La moral de Jesús, en cambio,  es de premios y castigos, terrestres y ultraterrenos (misthós en tois ouranois). La autonomía del sabio consiste en obrar siempre de forma justa, con autarquía y con dominio (enkráteia) de los impulsos irracionales. Sin embargo, esa ética no implica una ascética como medio de purificación, lo que la diferencia de la pitagórica y de la cristiana. 

La moral del Nazareno, sin embargo, es voluntarista, como lo será la futura moral cristiana, por fundarse en la voluntad de Dios, lo que muestra la plegaria del Padrenuestro: “Hágase tu voluntad” (fiat voluntas tua).

Es, además, heterónoma, teocéntrica y dirigida al colectivo del pueblo judío, como indica su imperativo expresado en plural: “Convertíos (metanoeîte) y creed (pisteúete) en el evangelio”, el mensaje de la llegada inminente del Reinado de Dios.

Llama a una conversión (metanoía) de fe, dividiendo la humanidad en fieles e infieles, judíos y paganos, salvados y condenados. Se trata de una fe etnocéntrica, que despreciaba y excluía a los paganos, pues el Evangelio de Jesús no fue universalista, sino particularista. Iba dirigido solamente a las ovejas del rebaño de Israel y nunca pensó en una misión a los paganos ni tampoco se lo encomendó a sus discípulos. 

Sócrates sostiene una concepción optimista, ilustrada del ser humano: somos naturalmente buenos. No entiende el alma como entidad separable del cuerpo, pero el cuidado del alma es superior al cuidado del cuerpo. 

Lo prioritario  en la vida no es la fortuna ni la fama, sino el cuidado del alma, en sentido de perfección moral e intelectual. En Sócrates se da una secularización ilustrada de los valores morales, que la tradición fundaba en creencias míticas y religiosas.

 El sabio obra de forma autárquica y sabe diferenciar de forma racional el bien del mal. El filósofo de Atenas nunca habría aceptado el apotegma de Jesús “quien no está conmigo, está contra mí”, lo que refleja no solo su carácter sectario, sino también falaz, al excluir una tercera posibilidad del todo racional. Es un falso dilema semejante a afirmar que si algo no es blanco, deberá ser negro, excluyendo otros colores.

Volver arriba