Solazarse en el sufrimiento ¿qué es?

Ahora bien, las sociedades que de ellos derivan y que se conforman a su imagen y semejanza sí merecen la reprobación cuando de sus leyes y prácticas surgen desviaciones o propician conductas aberrantes o derivan en perversiones o sus propósitos fundacionales quedan en sólo buenos propósitos. Y también esto se da en el caso de Pablo de Tarso, que influyó de manera decisiva en la forma de ser del cristianismo.
Todos conocemos la fábula de Esopo/La Fontaine de “la zorra y las uvas”, que no es otra cosa que seguir el consejo repetido varias veces por Teresa de Jesús a sus monjas, “hacer de la necesidad virtud”. Tal es lo que sucedió con Pablo de Tarso: fuese lo que fuese lo que le aquejaba --impotencia sexual, libido problemática, inclinaciones desviadas, fijaciones, tabúes-- , la reacción es la típica del psiquismo humano, reacción formulada por el psicoanálisis: represión, desviación y sublimación.
Se presiente libre --en Cristo, dirá él-- y se siente redimido de sus pulsiones que lo disponían a obrar y pensar de modo determinado. A partir de ahí afirma lo que quiere y decide con plena conciencia.
Incapaz de llevar una vida sexual digna, esconde el problema pensando que lo ha superado. Según ese punto de vista, para él cualquier forma de sexualidad es nula y no tiene valor alguno: está entregado completamente a Cristo, que no deja de ser una entrega a ideas forjadas en su mente a las que concede validez absoluta, incontrovertible y real.
No sólo le sucedió esto a Pablo de Tarso: miles de seguidores suyos encerrados en conventos reviven idéntica situación. Esto es literatura ampliamente sabida y divulgada. ¡Y también normal en el desarrollo psicológico de cualquier persona con problemas relacionados con la afectividad!
En el fondo Pablo de Tarso hubiese querido ser como todos y “realizarse” humanamente constituyendo una familia “al uso”: ésa es la “concesión” que hace a los que podrían “abrasarse” y la prescripción a la entrega mutua en el matrimonio. Pero sus palabras le traicionan: “Bien quisiera que todos fueran como yo”. ¿Por qué? Eso, en primer lugar, no era lo normal en su época; los seguidores de Jesús, los apóstoles, todos estaban casados; su mismo Fundador tuvo estrechas relaciones con mujeres e incluso pudo haberse casado; y, sobre todo, es la ley natural fijada por la especie y prescrita por el mismo espíritu del pueblo de Israel.
Su satisfacción vino por otros derroteros y eligió el camino del sufrimiento (II Cor 12,10): “Por eso me complazco en las flaquezas, en las afrentas, en las adversidades, en las persecuciones, en las angustias por Cristo. Pues cuando me siento endeble, entonces soy fuerte”.
También este camino es característico de la personalidad neurótica, gozarse en el sufrimiento, el masoquismo. San Pablo lo dice en repetidas ocasiones. ¿Se debe tomar en sentido espiritual? ¿Y por qué no también en su interpretación psicológica?
En el fondo se desprecia a sí mismo... para que refulja la gracia de Dios en él, justifica. Y así el mundo que se forja –y que transmitirá a generaciones sucesivas— es un mundo en el que no cabe la vida, el amor, el deseo, el placer, la sensualidad, la atención al cuerpo, el regocijo, la autonomía, el placer...
Iba al encuentro de las dificultades, le gustaban los problemas, gozaba con ellos, los deseaba e incluso los provocaba. Sí, todo por Cristo, que no es otro que el centón idealista que se había formado en su cabeza.
En la misma epístola (II Cor 11, 22) él mismo hace un balance de lo que ha tenido que soportar por evangelizar al mundo. Recordemos:
“...cárceles, azotes sin número, peligros de muerte muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos treinta y nueve azotes. Tres veces fui golpeado con varas, una vez fui apedreado, tres veces naufragué. Pasé un día y una noche náufrago en alta mar. Viajes a pie muchos, peligros de ríos, de salteadores, de mis compatriotas, de los gentiles, en la ciudad, en despoblado, en el mar, peligros de parte de los falsos hermanos... ...¿Es forzoso gloriarse? Me gloriaré en mis flaquezas”.
Añadanse los dos años pasados en prisión, el exilio... ¡El gozo supremo de un masoquista!
Sí, lo pueden interpretar de otro modo: el celo de Dios me devora. ¿Quién nos impide verlo bajo la lupa psicológica? Visión tan válida como la del fundamentalista.
Pero si hay algo que no pudo digerir fue la humillación sufrida por parte de los intelectuales atenienses, filósofos estoicos y epicúreos. Comenzó su discurso con jabón, pero dio en hueso al tratar de introducir el asunto “cristo” y “resurrección”. La risa de sus oyentes todavía le debe estar martilleando los oídos.
Otra humillación que terminó en huida, oculto en un cesto y descendido por la muralla, fue la sufrida en Damasco: parece que la clase media de las ciudades estaba más enterada de lo que suponía. Nihil novum sub sole.
Y repetimos lo dicho tantas veces: cada uno es como es y trata de nadar en el río de sus flaquezas. Pero una sociedad santa, inmaculada, católica, inspirada por Dios... no es concebible que sea conformada por las penurias psicológicas de un individuo, por más genial que sea.