Testimonio de fraile.


Hablábamos hace días aquí de una Orden religiosa en otro tiempo florida y pujante -en 1761 eran 34.000-- Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. Según datos propios (suyos), el 1 de enero de 2008, los profesos eran 10.686 (8.932 perpetuos y 1.754 temporales) y 406 novicios, que hacen un total de 11.092. La mayor parte pertenecen a las provincias de Italia, India, Brasil y América, aunque están repartidos en 96 países. En España quedan hoy 247, con una media de edad de 65,7 años. Desde 2008 han pasado 9 años, pero no dispongo de otros datos.

No es que los capuchinos sean distintos a otros. Simplemente que los tenía a mano por otras cuestiones. Traigo hoy a este reducto el testimonio de quien, desde dentro, ha visto el panorama.

Es un comentario en un blog por parte de alguien que conoce bien “el percal”, posiblemente integrante de alguna comunidad de las llamadas “grandes órdenes” (jesuitas, franciscanos o dominicos). Como interlocutor responde a otras entradas donde afirman que dichas órdenes tienen muy pocas vocaciones, como de hecho es cierto:

No es del todo cierto que no tengan vocaciones. Por supuesto que muchas menos que hace décadas, pero las tienen. El verdadero problema es que las personas que acuden a ellos con cierta vocación no se quedan mucho tiempo, algunos ni siquiera acceden al postulantado, al conocer el interior de esas comunidades, donde ha desaparecido todo rastro del carisma fundacional, donde uno se encuentra de todo menos fraternidad y vida comunitaria, donde la espiritualidad, piedad y celo apostólico no solamente no se practican, sino que se persiguen, donde incluso se proscribe el uso del santo hábito, al que despectivamente denominan “la mortaja”. Y los que se deciden a ingresar al postulantado, o incluso aguantan hasta al noviciado, tienen que aceptar toda esa realidad si quieren permanecer en la Orden. Ay del que tenga intención de vivir de acuerdo al espíritu de la Regla… no llega a profesar, se le presiona para que abandone o se le expulsa. Y esto sucede no sólo con los capuchinos, también con los franciscanos, dominicos… se están autoliquidando.


Las reflexiones pueden ser muchas, unas superficiales y otras más de fondo:

1. Las órdenes y congregaciones ya no tienen finalidad social alguna, como la tenían en tiempos de su fundación. Hoy casi todas viven en la endogamia perfecta, auto alimentarse.

2. Como cualquier sociedad, órdenes y congregaciones tienen un tiempo en que nacen, otro en que crecen y se expanden y, finalmente, una larga convalecencia y extinción.

3. Se han alejado tanto de la sociedad y de la vida que mutuamente se excluyen: la sociedad no las necesita y ellas no encuentran acomodo en la misma.

4. Excepto por su presencia en la enseñanza, nadie sabe lo que hacen: ¿rezar todo el día? ¿Vegetar? ¿Pasear?

5. Hoy no acepta nadie que su espiritualidad esté por encima de la de los laicos

6. Antes era absolutamente desconocido su mundo; hoy, lo que aparece ante la gente no incita mucho a ingresar en ellas.

7. En otros tiempos no lejanos, el entrar en una orden suponía ascender de status; hoy es todo lo contrario

8. Antes las creencias religiosas eran admitidas como naturales, hoy son contestadas, rechazadas e incluso vituperadas.

9. Dentro de ese mundo cerrado que es la vida religiosa, precisamente por la longeva edad de sus miembros, su persistencia en ese género de vida es de mero subsistir, sin ánimo alguno por regenerarse, con miedo a los cambios. Hay excepciones que hacen que refuljan ante la sociedad, pero estas excepciones únicamente confirman la regla, pura entelequia.

10. En otros tiempos subsistían económicamente por fundaciones reales, ducales o de grandes señores: su vida podía consistir en rezar, meditar, predicar y realizar los ritos diarios. Hoy, dado que de algo tienen que vivir, tienen ocupaciones similares a negocios civiles: confección de ropa, trabajos informáticos subsidiarios de un banco o una gran empresa, repostería… Ora et labora, pero más labora que ora. Y a cambio de tal vivir, rezan un poco.

11. Quedan aquellos y aquellas que emigraron buscando prosperar en “tierras de misión”. No les va mal en lo que hace a su espíritu: sirven para algo. Pero éstos no son todos, sino una minoría aprovechable y provechosa. ¡Son tantos los que quedan aquí!

A fin de cuentas y en lo que afecta a los fieles de base, a los que secularmente se ganan la vida con un trabajo dentro de la sociedad civil: ¿éste es el mejor camino de perfección? ¿Éste es un modelo a seguir por los fieles “civiles”? Y si no lo es, porque no lo es, ¿por qué se mantienen?
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