La Tradición convertida en relativismo dogmático.

Dicen y reiteran los Papas que la Iglesia se funda en dos pilares, el Nuevo Testamento y la Tradición. Pues... ¿qué implica la Tradición?

Copio el siguiente texto del libro “La Misa y sus Misterios” de J.M. Ragón. ([1])

En el 861 vuelve a celebrarse otro gran concilio en Constantinopla, convocado por el emperador Miguel III “el Beodo” y compuesto por 318 obispos. En él se depone a San Ignacio, patriarca de Constantinopla, siendo elegido para sustituirle, Focio.

En el concilio del año 866, también en Constantinopla, se condena a la iglesia latina por lo del filioque y por otras prácticas. El papa Nicolás I es depuesto y excomulgado por contumacia; había tomado partido por el patriarca depuesto Ignacio, y Focio —que a su vez había sido nombrado Patriarca ecuménico (universal) — lo declaró hereje, a pesar de ser el Obispo de Roma, en vista de que admitía que el Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo, en contra de la procedencia única del Padre defendida por la Iglesia oriental.

Había otros motivos, como que Nicolás I comía y dejaba que comiesen huevo y queso en cuaresma. Y para colmo de infidelidad, el papa romano se rasuraba la barba, lo cual era una apostasía manifiesta, según entendían los papas griegos, puesto que tanto Moisés como los patriarcas y Jesucristo habían sido pintados con barba... (!).

Cuando Focio fue restablecido el 879 en su sede por el VIII concilio ecuménico, el papa Juan VIII lo reconoció como hermano suyo. Los dos delegados enviados por el Papa a este concilio se adhirieron a la iglesia griega y declararon ‘Judas’ a quien dijese que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Pero como el Papa persistía en su costumbre de rasurarse la barba y de comer huevo en cuaresma, las dos iglesias continuaron divididas...

Estas  cuestiones, hoy, aparte de provocar una sonrisa de conmiseración, nos parecen baladíes;  hoy parece que hablaban de memeces teológicas; hoy soplan otros vientos más “espirituales” y menos “teologales”. Un tiempo para cada cosa, argüirán algunos. O, como gustan en decir, “eran otros tiempos”. No podemos juzgar el pasado con criterios del presente. Es cierto, eran otros tiempos, pero  ¿qué quieren que les diga?

Pues digo lo que se deriva de esta jocosa historia: en ella subyace un drama, la primera separación de peso del cristianismo, iglesia romana e iglesia ortodoxa. ¿Quién tenía razón? A nuestros ojos, ninguno de los dos.  Ambos creían lo mismo y los motivos para algo de tanta trascendencia eran lo de menos. Lo de más calado era la parcela de poder de cada Iglesia, junto con las posesiones pretendidas por cada una, añadido al “bene vívere” de sus grandes jerarcas. Se dirimía la capitalidad de un gran imperio, Constantinopla o Roma, ésa era la cuestión.

La separación se produjo, se enquistaron las divergencias, surgieron nuevos problemas, se crearon estructuras burocráticas, se consolidaron dominios… y la reunificación resultó imposible. E impregnándolo todo, el ansia de poder en aquellos que hacen ostentación de humildad y de servicio a los hombres. La Iglesia de los siglos venideros, posteriores al Edicto de Milán, se convirtió en Estado, en Reino… ¡aunque siguiera proclamando todos los viernes santos que no era de este mundo!

Constantinopla fue asediada y cayó en poder de los musulmanes en 1453. Fueron numerosas las peticiones de ayuda durante el largo asedio que sufrió, pero sus gritos no llegaron a los oídos sordos de Roma. Nadie en Occidente movió un dedo por defenderla. Fue la venganza de ese Occidente cristiano contra los culpables de la ruptura, la Iglesia de Oriente.

Hoy hablan de ecumenismo, se abrazan ambos pontífices, el ortodoxo y el romano, proclaman sus concomitancias y pregonan la unidad “deseable”. Pero cada uno sigue agitando su propio plumero, sin excesiva prisa por  saber quién ostenta la primacía.  Y el de Oriente se intitula “ortodoxo” –el de la doctrina correcta--  y su pontífice, “arzobispo ecuménico” –de todo el mundo, de toda la cristiandad--.

Ambas iglesias han traicionado lo que creían, lo que pregonaban, enseñaban  y practicaban los primeros cristianos, el supuesto evangelio de su fundador.  Y casi mil años de separación (desde 1054) que a ningún fiel importa mucho, porque cada creyente celebra sus propios ritos en el reducido ámbito en que su vida se mueve. Mil años que siguen proclamando que lo único que mueve a los dirigentes sacros es ¡el poder! Soberbia, afición a la pompa, vanidad de vanidades… eso es lo que dicen concilios y papas del pasado. ¿Iglesia santa?  A otro perro con ese hueso.

He aquí una relación de motivos, hilarantes motivos, que llevaron al cisma.

El esencial, el “filioque” (como todos los que saben latín saben, -que es la conjunción proclítica “et”: [credo] in Spiritum Sanctum… qui ex Patre Filioque procedit). Desde luego, inventan doctrinas –la Trinidad— de las que no pueden salir... Pero había otros motivos también “de peso” que la Iglesia ortodoxa no podía consentir:

  • Usar el pan sin levadura para la eucaristía.
  • No cantar «alleluia» en cuaresma.
  • Rasurarse la barba los prelados.
  • Comer huevos y queso durante la cuaresma.
  • Cambiar la fecha del nacimiento de Cristo.
  • Considerarse los jefes de las dos iglesias (Roma y Constantinopla) pastores supremos de la cristiandad.
  • La Iglesia de occidente no admite la comunión bajo las dos especies.
  • El ayuno del sábado.
  • El comer carne de animales estrangulados (Hechos, 15.20).
  • El no contar los occidentales, entre los santos, a Basilio, Crisóstomo y el Nacianceno (entonces).

¿Tiene algo que ver con el mensaje evangélico cualquiera de estas simplezas, incluido el “filioque”? Pues eso ha sido la Iglesia durante la mayor parte de su vida, matarse por un quítame allá esas pajas. ¿Es hoy distinta? El tiempo siempre pone a cada uno en su lugar: los conflictos que llevaron a este cisma se han desvanecido. Y muchos de los asuntos doctrinales que condujeron a la otra y más importante ruptura, la Reforma, el Concilio Vaticano II los ha corroborado.

Como se ve, el relativismo es la esencia que subyace en lo que llaman Tradición, la otra pata que sostiene a la Iglesia, la católica.

[1]https://dokumen.tips/documents/ragon-jean-marie-la-misa-y-sus-misterios.html

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