Otro de los muchos absurdos, el pecado de los bebés.

Pero algo se dice en la ceremonia, algo que sigue sustentando la doctrina oficial. Al menos lo parece. Y es mantener esta doctrina lo que le hace a la Iglesia caer en uno de los muchos ridículos en que se sustenta.
En la ceremonia se exorciza al bebé para que huya de él el demonio; se le anima a renunciar a sus pompas y vanidades; se le limpia del pecado de Adán y Eva, “que corrompe al hombre y al mundo” como explican los teólogos. Y si de los efectos del bautismo hablamos, son tales que el bebé necesariamente debería llegar a la vejez pletórico de fe, henchido de gracia, fortalecido contra las adversidades, imposible de quebrar por pecado alguno...
Es la puerta de la Iglesia; es purificación; es plenitud del Espíritu Santo; es el momento en que el hombre asume conscientemente una vocación y un destino en la vida (¡ahí es nada!); el bebé se une al mandato de Jesús; recibe la fe; se le perdonan los pecados (¿?); el bautismo comporta una idea de liberación; el bebé se une a la muerte y resurrección de Jesús; se libra del destino colectivo de una humanidad sujeta a la muerte; se une a la misión sacerdotal de Cristo; al bebé se le imprime un sello especial de pertenencia a Cristo; por él, se incorpora a la Iglesia… Añádanse, por si falta algo, las citas siguientes: Rom. 6, 3; Gál. 6, 14; Col. 2, 20; Rom. 6, 3; 6, 6; 7, 6; II Cor. 5, 14.
Y todo esto deben saberlo, conocerlo y transmitirlo, aparte de los padres, ¡los padrinos! De ese modo serán capaces de ayudar al niño, al joven e incluso al maduro (y no venezolano) en el difícil camino que le espera.
Todo nace de donde nace, de un concepto de la vida negativo y por demás dañino: el hombre es malo por naturaleza. Como esa característica tiene que tener un origen, ¿qué otro se puede buscar sino el de la primera pareja humana? Si todos los hombres son perversos o tienden a la perversión, necesariamente la perversión es heredada, se hereda en el mismo momento en que se genera una criatura. Lógica aplastante, muy escolástica.
Este “hecho psicológico y sociológico” tiene, como era de esperar, su fundamentación teológica. El eximio doctor fundador del cristianismo lo dice: I Cor. 15.21 y Rom. 5.12. Y, por si fuera poco, nadie será tan osado que ponga en cuestión la doctrina del eximio doctor Agustín de Hipona, el “argelino”, siglo IV. Es el que con más rigor ha escrito sobre el pecado original. Pecado que, por supuesto, supone la denigración de la sexualidad humana, dado que ésta es su vía de transmisión.
El concepto de “pecado original” es un pilar necesario de la Iglesia. De él nace la necesidad del bautismo, que de ser en sus inicios un rito de adscripción a la comunidad de creyentes pasó a ser un rito de perdón de un pecado inventado, a la vez que registro de pertenencia a una religión específica, la católica.
De ahí el bautismo de los recién nacidos, con la deducción lógica de un lugar específico --limbo-- para quienes murieran sin ser bautizados. ¡Qué retorcimiento! Parece que la “idea” del Limbo está en la trifulca suscitada por el optimismo teológico de los pelagianos. Tuvo que ser Agustín de Hipona el que pusiese blanco sobre negro.
Para Agustín el limbo es un lugar o estado de aquellos que, habiendo muerto antes de llegar al uso de razón y sin bautismo, y por tanto con pecado original, pero sólo con él, son privados de la visión de Dios, que es don gratuito y personal, aunque no sean castigados con penas aflictivas, sino que pueden gozar de una felicidad natural".
El limbo duró exactamente hasta mayo de 2007, año en que se cerró este jardín de infancia por falta de alumnos y bastante rechifla social.
Uno se pregunta por qué en la Iglesia determinadas ideas se imponen frente a otras que son más claras, evidentes y normales. Es el caso de la Trinidad, de la Madre de Dios, de la Asunción, de la infalibilidad o la del pecado original. Y cuando se profundiza en el asunto, sólo encuentra motivos infra humanos: de poder, de prestigio, de banderías, del “yo más que tú”. Y se imponen doctrinas que luego producen nuevos dislates que hay que acomodar.
Pelagio fue un monje originario de Irlanda; fue respetado y considerado en Roma; fue amigo de Agustín… Pero sus consideraciones y argumentaciones fueron declaradas heréticas. ¿Por qué? Sencillamente porque había otras interpretaciones de mini textos bíblicos salidos de plumas con más prestigio.
La doctrina de Agustín no podía estar equivocada, porque estaba perfectamente argumentada y… ¡porque era de Agustín! Algo parecido a la confrontación entre Cirilo de Alejandría y Nestorio de Constantinopla respecto a la Zeotokos (Theotokos en transcripción alemana). O el asunto del “Filioque” (= et Filio) que divide Oriente de Occidente.
Y “gracias” a aquellas diatribas, la Iglesia ha podido disfrutar de doctrinas, imposiciones y praxis impuestas al vulgo que le reportan pingües beneficios, aunque en algunos casos sólo sean numéricos: la católica Iglesia es grande porque dispone de un ejército innumerable de bautizados.