El científico utilizado.


Traen a colación a grandes científicos que pusieron su ciencia al servicio de la religión, científicos que nos hacen ver las maravillas que Dios encerró en la naturaleza y que el hombre descubre.

Son el medio para entonar un ¡gloria al Altísimo!.

Con medios más sofisticados y palabras menos altisonantes siguen la senda de David, enaltecedor de las magnificencias con que la divinidad ha ornado los horizontes del hombre.

En algún lugar encontramos suficiente nómina --“deslumbrante” nómina-- de autores para quienes la religión es no sólo aceptable sino incluso necesaria:
John Eccles, premio Nobel;
Charon, astrofísico;
Einstein, el gran genio de la física del siglo XX;
Carrel y Lecomte;
Werner Heisenberg;
Gerald James Whitrow, matemático, cosmógrafo y escritor;
Wilder Penfield, neurólogo;
Pascual Jordan, físico, y Bavink;
Maurice Pradines, psicólogo;
Teilhard de Chardin;
Max Planck;
Sir James Jeans, astrofísico;
Schrödinger, premio Nobel por su ecuación sobre el comportamiento de los electrones, átomos y moléculas;
Paul Dirac y Luis de Broglie, premios Nobel;
Wolfgang Pauli, cofundador de la mecánica cuántica;
Eddington y Fred Hoyle, astrofísicos;
Paul Davies, físico;
Whitehead, filósofo y matemático;
Haldane, biólogo...
[del libro "Los científicos y Dios"]


Todos ellos, no se sabe si desde su trono científico o desde su escaño eclesial, aportando su testimonio en pro de la creencia en "algo". Nadie les priva de hacerlo. Pero la validez de su testimonio es puramente personal: la ciencia, su ciencia, no está implicada ni es garante del credo que profesan.

Y el que sean tan "significado" el número, tampoco es argumento de autoridad para la creencia. Aún así, ahí tienen su panoplia de adheridos gloriosos. Para nosotros que un físico --en cuanto físico-- opine sobre religión tiene la misma validez que un teólogo opinando sobre horticultura. Tal título sólo pone de manifiesto la extrapolación de campos del saber.

Un astrofísico es muy posible que no tenga ni idea de cuándo hay que sulfatar los viñedos... y por lo mismo, ser ajeno al "drama" de la salvación a través de la fe. En otras palabras, que se quedan, como la mayoría de los creyentes de base, en la superficilidad de lo creen, a veces en la literalidad de los enunciados.

Dado que no era éste el propósito inherente al enunciado, retomo la senda primera.

Si escarbamos en la historia, vemos el sibilino discurrir de la Organización Crédula, cómo, de controlar todo y de oponerse a casi todo, pasa a colaborar en todo...

En tiempos pasados el científico era hijo de su tiempo y sobre todo parte del entramado social: tenía que vivir en una sociedad de crédulos. A la fuerza el científico acataba, porque la podía sufrir, la suprema organización de la creencia; y, sin querer escucharla, oía el grito de la Jerarquía, ¡ay de aquel que se atreva con su ridícula ciencia a negar a Dios y sus Escrituras!.

Ahora bien, la Jerarquía siempre ha mirado con enorme suspicacia los avances científicos, precisamente porque ponían en solfa los falsos pilares en que sustentaban determinadas creencias.

En los tiempos modernos, desaparecida la tutela social del credo, observamos cómo las religiones son las más adulterinas colaboradoras de cuantas iniciativas surgen de la ciencia, sin osar oponerse a los avances científicos. No pueden luchar contra la evidencia.

¡Lo que va de ayer a hoy! ¡Qué largo camino del bíblico precepto llenad la tierra y sometedla hasta la última proclama jerárquica de que la crisis del medio ambiente es intrínsecamente religiosa! o declarar pecado todo ataque contra el medio natural.
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