La lógica del rechazo a la Iglesia

Más aún, ahí tenemos el caso de algunos próceres escritores religiosos encuadrados en órdenes o congregaciones potentes perseguidos, preteridos o proscritos por el estamento rector. Nos viene al recuerdo, ahora, Hans Küng, sacerdote, que incluso en el final de sus días sigue metiendo el dedo en el ojo hasta del mismísimo papa. Recordemos que ha sido uno de los teólogos más afamados de la Iglesia, que fue consultor del Vaticano II y profesor de una de las Universidades católicas más prestigiosas de Alemania. Remito a su opúsculo “Por qué sigo siendo católico”.
La respuesta a las preguntas iniciales es clara y podría tener una doble vertiente: por una parte, porque para admitir aquello que choca frontalmente con el razonar de la mente, según el dicho de Pascal, siempre tienen otras razones que la razón desconoce; por otra, por el propio condicionamiento de la mente humana sometida desde la más tierna infancia a las imposiciones diseñadas por la credulidad para mantener sujeta al entendimiento de por vida. Añádanse, en algunos casos, razones laborales.
Respecto a esa sañosa persecución de los disidentes que buscan honradamente el bien y la renovación de la Iglesia, asistimos con verdadero pasmo a la actitud de aquellos “pastores” que haciendo dejación de comprensión, no sólo humana sino sobre todo la que se desprende de los libros que predican, primero desdeñan lo que su oponente dice para luego clavarle el puñal de la exclusión.
Estas personas de que hablamos, cultas y supuestamente críticas, que en su vida profesional o social no tolerarían cualquier pensamiento disparatado, ciertamente perciben un exceso de irracionalidades en lo que creen…pero lo aceptan; conocen el devenir secular de la Iglesia y la defienden; son conscientes de los males que aquejan actualmente a la burocracia de la fe y sin embargo persisten en la obediencia ciega. ¿Por qué?
Sucede también en otros ámbitos de la vida –política, derecho, arte, etc.— donde lo racional es un mecanismo más que configura la actuación de la persona y no el más influyente. Encontramos elementos actitudinales y fijaciones de personalidad; hay también condicionantes emotivos y sentimentales; hay, asimismo, elementos sociales de prestigio, relación, convivencia, opinión; y, cómo no, hábitos adquiridos desde la más tierna infancia.
Decía Paul Tillich en su libro “El yugo de la religión”:
«La Ley religiosa exige que el hombre acepte unas ideas y unos dogmas; que crea en ciertas doctrinas y tradiciones cuya aceptación le garantiza su salvación de la angustia, del desespero y de la muerte. Entonces el hombre procura aceptar todas estas cosas. Aunque tal vez se le hagan extrañas y dudosas. Bajo la exigencia religiosa trabaja y se fatiga para creer cosas en las que ya no se puede creer. Finalmente intenta huir de la Ley de la religión… …Pero nadie puede vivir en el vacío del simple escepticismo. Y así retorna al antiguo yugo llevado por una especie de fanatismo que se complace en la auto tortura...»«Siempre nos hallamos bajo el yugo de la religión. Y muy a menudo todos intentamos arrojar lejos de nosotros todas las doctrinas o dogmas tanto viejos como nuevos, pero tras una breve pausa, volvemos a ellos sometiéndonos nosotros mismos y sometiendo a los demás a su esclavitud.»
Tillich está hablando del hecho, del “factum”, quizá habla de él mismo. Es un hecho “para él” que no puede generalizar. Hay, además, determinados presupuestos en sus afirmaciones que no se pueden compartir. Hoy y siempre ha habido personas que han repensado su religión, la han dado de lado y no han sentido esa angustia de la que habla. Es más, el sentimiento de éstos ha sido, en realidad, de liberación.
En su largo artículo/opúsculo “Por qué sigo siendo católico”, después de divagar por consideraciones sociológicas, por el ecumenismo, por su propia biografía, tratamos de encontrar las razones “teológicas” por las que Hans Küng sigue considerándose católico y no las encontramos. Éstos son sus argumentos:
La respuesta, tanto para mí como para muchos otros, es que no quiero dejarme arrebatar algo que forma parte de mi vida. Nací en el seno de la Iglesia católica: incorporado por el bautismo a la inmensa comunidad de todos los que creen en Jesucristo, vinculado por nacimiento a una familia católica que amo entrañablemente, a una comunidad católica de Suiza a la que vuelvo con placer en cualquier oportunidad; en una palabra, nací en un solar católico que no me gustaría perder ni abandonar, y esto como teólogo.
¿Por qué, pues, sigo siendo católico? No sólo por razón de mis raíces católicas sino también por razón de esta tarea (la de teólogo) que para mí es la gran oportunidad de mi vida y que sólo puedo realizar plenamente siendo teólogo católico en el marco de mi facultad teológica.
Es lo que hemos dicho más arriba. No son razones, son condiciones. No hay doctrina, hay raíces y hay tarea. Aspectos sociológicos y aspectos laborales. No es el caso, pero en muchos que todavía vegetan "dentro" y cuyo estómago nutre la religión, resuena aquel “para cavar no valgo, mendigar me da vergüenza” del Evangelista Lucas.