Dos mil años con dos mentiras a cuestas .


Tumba de San Pedro. Vaticano.


No tratamos hoy de adelantar la fecha del 29, San Pedro y San Pablo, siendo más importante el segundo que el primero aunque no lo "crean" así en las altas esferas que se dicen sucesoras. El tema ha venido a cuento simplemente porque sí.

Hay un versículo en Mateo --16.18-- que todos los tratadistas bíblicos califican de interpolación, es decir, añadido posterior a la redacción original del Evangelio de Mateo. Redacción, por cierto, que ya de por sí es reelaboración de textos anteriores basados en el Evangelio de Marcos y en otras fuentes que algunos denominan “fuente Q” (redundancia, dado que la Q es el acrónimo de la palabra alemana Quelle que significa “fuente”).

El versículo en cuestión dice: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. [Ya da que pensar el nombre de “Pedro” sustituto del original Simón (“el que ha escuchado a Dios”), haciendo relación en latín al término “petra”, piedra]. Los fanáticos de los textos, por sagrados, argüirán que no tiene relevancia que sea una interpolación: está en el N.T. y por lo tanto es algo revelado por Dios.

Por otra parte jamás se pararán a pensar en interpolaciones interesadas respecto al primado de Pedro y respecto a la sede romana, dada la importancia de Roma como centro del Imperio, frente a otros posibles centros cristianos como Jerusalén (tras su destrucción, anterior a la redacción de Marcos, perdió tal primacía, ya de por sí cuestionada y puesta en entredicho por el itinerante Pablo), Alejandría o Antioquía, a pesar de la importancia que tuvieron en el cristianismo naciente.

Es chocante también la referencia a una “Iglesia”, algo que no casa en absoluto con la predicación de Jesús ni menos con el judío fiel que fue Jesús.

Tal versículo, por supuesto, falta a la verdad; es un subterfugio de Mateo para relacionar a Jesús con la fundación de la ICAR. Con textos “ad hoc”, los prosélitos quedaban enterados de que Jesús estaba en el origen --divino, por supuesto-- de las comunidades de cristianos que iban surgiendo a lo largo y ancho del Imperio Romano.

Sería digno de encomio el que algún piadoso crédulo se pusiera a pensar que el Vaticano actual, con todo un Francisco rigiéndolo, tiene su origen en una mentira, "leve mentira piadosa" presente en uno de los textos fundamentales del credo cristiano, nada menos que un Evangelio. Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Hoy los expertos dicen que Jesús no pudo decir nada de eso.

Como es bien sabido --y se sabe por lo que aparece en el N.T.-- había distintas “versiones” de lo que debería ser esa futura Iglesia, pero la que prevaleció fue la versión paulina. Pablo de Tarso es el verdadero fundador del cristianismo, aprovechando la figura de un judío bueno, muy popular, maestro de sabiduría, sanador… al que los romanos habían crucificado por sedicioso. Pablo predicó y dio su versión y así quedó la nueva religión, grano de mostaza al principio, como se decía en el evangelio de domingos pasados, pero árbol gigantesco hoy, cuyas ramas parece que van a arruinar el tronco.

Dicen domingo tras domingo, incluso en las misas de la Cadena 13, que el Espíritu Santo, o sea Dios, está con “su” Iglesia. ¿Prueba? Los dos mil años que la acompañan en su pletórica juventud. Frente a ella se alzan las voces desvergonzadas de aquellos que no ven otra cosa que intolerancia, codicia, latrocinio, desvergüenza, inmoralidad, tortura y violencia continuada. Les parece que la Iglesia ha sido siempre así.

Precisamente es una muestra de la gracia divina que la acompaña, dicen, el hecho de que en la Iglesia se haya dado todo eso y aun así siga incólume, porque Jesús, Hijo de Dios, Verbo divino, es su cabeza rectora, porque Dios Padre la apoya y el Espíritu Santo guía sus pasos.

¿Qué se puede responder a ese argumento tan convincente? Dos mil años invicta, habiendo padecido tantos cánceres desde la cabeza (papas depravados) a los pies (fanáticos de la peor estofa); dos mil años asediada desde dentro (herejes y más herejes) y desde fuera (ateos, paganos, comunistas…). Y ahí sigue.

Si unimos las dos afirmaciones, la de que Dios apoya a su Iglesia y la de que en la Iglesia han abundado la intransigencia, el afán de riquezas, el cinismo, la inmoralidad, el salvajismo torturador, las guerras alentadas por ella, la codicia desmesurada de todos sus príncipes (conocemos a uno bien cercano, Rouco Varela y su “mini Vaticano madrileño”)… la conclusión inquisitorial es evidente: “¿Dios apoya la inmoralidad, la mentira y el abuso de poder?”.

Seguro que oiríamos la voz de San Pablo resonando por los cuévanos de los siglos con ese “SÍ, con tal de que con ello Dios sea glorificado”.

Además, contesta la oveja fiel del rebaño, ¿sabemos por qué Dios consiente todo eso? Sus designios son… (y ahora la palabra adecuada de siempre)… ¡INESCRUTABLES!
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