¿Y si lo que predican fuera mentira? (2)

Pocos dudan hoy día de que Jesús haya sido un personaje histórico, pero sí hay investigadores que van un tanto más allá afirmando que el Jesús que hoy transmite la iglesia cristiana, católicos y protestantes, el Jesucristo que conocemos por el Nuevo Testamento, especialmente por las Cartas de San Pablo, es una creación mitológica de fines del siglo I y del siglo II.

Aplican un principio elemental en la ciencia, cual es el “principio de evidencia negativa” o “evidencia de ausencia” que podemos resumir en estos tres enunciados:

  1. Cuando todas las pruebas o evidencias que corroboran una proposición son de poca confianza.
  2. Cuando no existen evidencias para comprobar una proposición y tales evidencias deberían estar presentes si la proposición fuera verdadera.
  3. Cuando después de una búsqueda minuciosa y exhaustiva en el lugar apropiado, no se encuentran evidencias corroborativas.

Vengamos al primer punto, el que afirma que “las pruebas que corroboran una proposición sean poco seguras”. Ni más ni menos que lo que sucede con los únicos testimonios supuestamente fiables sobre Jesús. No hay nada.

En la obra del historiador del siglo I Flavio Josefo se encuentran dos breves pasajes que lo citan. Pasados los mismos por el tamiz de los eruditos, afirman éstos que el primero es una interpolación y que el segundo es altamente sospechoso.

Hay otras referencias en historiadores clásicos como Plinio o Tácito que no merecen atención, porque no dicen nada del Jesús de Nazaret, sino del cristianismo. Son demasiado ambiguas cuando no interpolaciones posteriores.

Si nos remitimos a los escritos “históricos” del Nuevo Testamento, y citamos “históricos” con ironía, deducimos que Jesús fue un líder carismático al que seguían multitudes, un fenómeno de masas, un sanador milagrero, cuyas actuaciones debieran haber resonado e influido en todo el Oriente Medio.

De todo ello dejó constancia Flavio Josefo en dos minúsculos pasajes dentro de una obra enciclopédica. Es como si, tras el paso por este mundo de Teresa de Jesús, sólo quedara de ella un párrafo en la historia de la Iglesia; o como si en la historia de España sólo quedara de Isabel la Católica el dato de que nació en Madrigal de las Altas Torres y está enterrada en Granada. O como si en la historia de Sudáfrica sólo se hallaran dos reseñas periodísticas de Nelson Mandela. No olvidemos que el cristianismo pasó a ser religión oficial del Imperio en el año 313. ¿Habían desaparecido los historiadores?

Es cierto que a un creyente piadoso poco le importan los hechos históricos y no se sienten interpelados respecto a evidencias externas referidas a Jesús de Nazaret, convertido por Pablo de Tarso en Jesucristo.

El creyente piadoso sólo se fía de sus “sensaciones interiores”, consecuentes con el legado impreso en su interior de un mensaje salvador. Las incongruencias históricas que se deducen de la poca fiabilidad de los testimonios coetáneos, le importan un ardite.

Y contestan con estas expresivas afirmaciones a las que con frecuencia hemos asistido: “Esto lo creo porque siento a Cristo en mi corazón”, o “Tú no puedes entender esto porque no has tenido esta experiencia de vida” o “Debes saber que Cristo cambió mi vida, y eso es suficiente para que yo crea”.

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