A las puertas de la primavera: resurrecciones varias para quedarse con la que uno quiera.

A vueltas y revueltas con lo que cada vez se entiende menos: la facilidad con que se cree.

Dicen que nos ha salvado... ¿nos ha salvado una personificación o reproducción mítica y fabuladora de lo que sucede en la naturaleza?

Dicen que resucita... ¿Es realidad o ficción? ¿Pero cómo puede llamarse realidad a la representación simbólica de lo que sucede todos los años al llegar la primavera? ¿Y cómo un dios puede seguir de manera tan rigurosa y hasta grosera los ciclos de la naturaleza y las vivencias de los humanos?

Dicen que todo eso es prenda de nuestra propia resurrección... A otro perro con ese hueso, porque el hombre no tiene nuevas primaveras cuando su vida ya es otoño, si es que no ha llegado ya al invierno.

Dicen que... Digan lo que digan, ya otros antes, o de manera sincrónica, lo han dicho. El catolicismo que nos ha inundado no ha hecho otra cosa que reproducir y suplantar. Y si de resucitar a un nuevo pensamiento o a una manera de actuar, ya la misma vida propicia tales efectos, porque, en el hombre, todo es adición propia (la sustracción ya la realizan los demás. )

¿Es en esas fábulas donde funda la Iglesia sus misterios? ¿Y una persona que piensa en todo eso y que deduce de lo que conoce puede fiar su vida, su moral, su pensamiento, sus ansias de felicidad, sus intentos por mejorar... en cuentos y fábulas una y otra vez contados y cantados por festivaleros del folklore sacro?

Cualquier persona informada a lo único que llega es a poner las cosas en su sitio, llega al sano relativismo de pensar que lo que le dicen e impelen a creer, es lo que es, cuento, fábula, mito, invención humana, tradición verbal o imaginera una y otra repetida...

Entusiasmarse, emocionarse, lloriquear y suspirar al paso de un “paso” o ante el gimoteo de una “saeta” nada tiene que ver con los efectos salvíficos del dogma que pasa a su lado. Una película lacrimógena produce los mismos efectos.

El sol que moría y nació en diciembre llega a su equinoccio, la naturaleza se espabila, la semilla que cayó en el otoño comienza a brotar y asoma su cabeza en el surco para ella preparado, las flores de los cerezos y almendros ya prometen apetitosos frutos; los días se alargan; los pájaros se muestran alborotadores al caer el día buscando el refugio nocturno; las cigüeñas que han retornado al nido de antaño, alzan su majestuoso vuelo… Todo ello es, siempre, incitación para el estro poético. En otros tiempos, apremio de explicación pertinente (por cierto, nada mejor que "en el pueblo" para gozar de estas explosiones resucitatorias).

Volvemos a repetirnos, en lo que sigue, como se repite la Iglesia año tras año contando las mismas emocionantes y emotivas historias archi conocidas y fruidas por los predispuestos fieles. 

Ya nos hemos referido en repetidas ocasiones a la mitología egipcia, de donde surge el judaísmo y, como epígono necesario, el cristianismo. Osiris, el Jesucristo egipcio, muere a manos del dios de la noche, Seth, y resucita todas las primaveras o, en su caso, con las crecidas del Nilo. La religiosidad popular cifraba la buena cosecha en la confianza, culto y adoración de Osiris: fabricaban réplicas del cuerpo del dios, como dos moldes --¿no son éstos los cotiledones de cualquier semilla?-- que se rellenaban de tierra y en los que se sembraban semillas de trigo o cebada. ¿Qué es esto, realidad como la llegada del día tras el periodo malhadado de la noche o explicación de lo que sucede en nuestro diario o anual devenir?

Dioses, como el susodicho Osiris, Adonis, Endimión, Dionisos y la figura de Cristo son el remedo mitológico de lo que sucede en la naturaleza con sus ciclos necesarios. Dioses que mueren en un momento determinado, en verano por el calor del sol o en invierno por el manto glacial y vuelven a resucitar en primavera. En el entorno helenístico, la muerte de Dionisos es la uva machacada y pisoteada de la que sale el vino, similar también a la pasión y muerte de Cristo.

En el entorno de Mesopotamia, la explicación a este anual retorno toma el nombre de Tammuz, mito del dios anual que, como la vegetación, muere y vuelve a la vida y con él el ciclo de las cosechas. Este “hijo verdadero”, que tal es su nombre, moría cada año y pasaba al país de la oscuridad y de la muerte. Descendía “a los infiernos” como Perséfone descendiendo al Hades, tiempo en el que nada florecía ni reverdecía ni se reproducía en la tierra.

El mismo tema reaparece en el mito y ritual de Adonis, que se celebraba en Asia Menor y el Mediterráneo oriental, aunque con ciertas diferencias. Y de nuevo retorna la pregunta: ¿es esto realidad o fabulación? ¿Existían Adonis, Perséfone o Tammuz? ¿Y qué pensamos ahora de tales mitos? Las consecuencias siguen siendo las mismas: Cristo no es otra cosa que una denominación de lo mismo a cargo de una religión dominante. Se puede creer como fábula pero eso es lo que marca la diferencia entre las personas “normales” y las “crédulas”, conceptos harto repetidos en este blog.

La muerte y la resurrección constituyen el tema fundamental de todas estas versiones de lo que quizá pudo ser un relato común basado en la sucesión de las estaciones.

Si de las tierras donde creció la hierba de la credulidad que hoy impera pasamos al occidente no del todo cristianizado, el contenido de los relatos es el mismo. Todavía pervive en el mismo lenguaje el mito de Eostre u Ostara. En inglés, Pascua se denomina “Easter”. La diosa Ostara está relacionada con la fertilidad y se la simboliza con los huevos que dan nacimiento a una nueva vida y por conejos que representan la reproducción prolífica. Nueva apropiación por parte de la Iglesia cristiana para venir a decir que la diosa Ostara era una prefiguración de la verdad, de la resurrección de Cristo.

¿Y la persona normal, la que piensa por su cuenta, cree que hay verdad y no ficción en relatos cristianos que en nada se diferencian de los de sus coetáneos? Cuestión de criterio.

La Iglesia, nacida en Oriente y criada en Occidente, se apropió de algunos aspectos del festival pagano de Eostre, y los pone de manifiesto en la festividad de Pascua de Resurrección.

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