José carlos Bermejo, autor del libro "La esperanza en tiempos de coronavirus" reflexiona sobre el símbolo universal de la esperanza: el ancla El ancla de la esperanza y el abrazo

El ancla de la esperanza y el abrazo
El ancla de la esperanza y el abrazo

En diferentes lugares he podido escribir de cómo el mejor modo de ayudarse, siendo testigos de la esperanza, particularmente en el sufrimiento y en el duelo, es abrazarse. Ese abrazo sin agujeros, en el que nos llevamos el desahogo del otro y, quizás sin palabras, recogemos parte del sufrimiento de quien se apoya en nosotros.

Es el símbolo universal de la esperanza: el ancla. El ancla era considerada la última salvaguarda del marino en la tempestad, por lo cual se la asociaba con la esperanza, que queda como sostén ante las dificultades de la vida. En las civilizaciones griega y romana simbolizaba asimismo el conflicto de la tierra y el agua, de lo sólido y lo líquido. Así, se la encuentra en algunas monedas griegas y romanas.

El ancla simboliza también la parte estable del ser humano, aquello que permite guardar una lucidez calma ante la oleada de sensaciones y sentimientos. Puede ser también una barrera o un retardo: eso es lo que significa cuando, ligada el ancla a un delfín (símbolo de fortaleza y velocidad), aparece como ilustración de la divisa del emperador César Augusto: Festina lente (Apresúrate lentamente), lema que más tarde acuñaron los emperadores Tito y Domiciano.

En tiempos de crisis de coronavirus, coger de la mano, besarse, abrazarse, acariciarse, abrazarse han sido una prohibición o una imposibilidad. Habremos de encontrar las claves para poder apoyarnos, en eso que tiene de contacto físico. Quizás es tiempo propicio para seguir explorando lo que significa consolarse con las palabras.

Volver arriba